Urge recuperar la experiencia del misterio
La Palabra de Dios de este jueves nos invita a introducirnos en la experiencia del misterio. “Al tercer día, al amanecer, hubo truenos y relámpagos y una densa nube sobre la montaña; se oía un fuerte sonido de trompeta; y toda la gente que estaba en el campamento se echó a temblar”, escuchábamos en la 1ª lectura del libro del Éxodo. Lo que esta lectura nos narra es la primera experiencia del pueblo de Israel con el Misterio, con Dios que se manifiesta. En el relato aparecen muchos elementos que cobrarán un gran simbolismo en el resto de la Escritura e incluso imágenes de realidades que se manifestarán en el Nuevo Testamento: Elementos como el desierto, la montaña, los signos de la naturaleza como la nube, los truenos, el fuego.
Todo ello son modos de manifestar la experiencia del misterio, del trascendente, de la divinidad.
En nuestros días vivimos probablemente una importante dificultad para experimentar el misterio. Una sociedad donde el ruido se ha instalado, donde el silencio se experimenta como aterrador, me atrevería a decir, o al menos, como aburrido. Es difícil reconocer la experiencia del misterio con tanta dispersión de los sentidos. La liturgia bien celebrada puede ayudar al hombre y la mujer de hoy a acercarse al misterio pero es imprescindible que los propios sacerdotes seamos hombres habituados a tratar con el misterio, a introducirnos en el misterio, a dialogar con el misterio como Moisés ante su pueblo.
Hoy como en tiempos de Jesús y en tiempos de Moisés hay quienes tienen oídos y no oyen, ojos y no ven, corazón y no sienten. Nuestro valioso aporte a nuestras sociedades es que sepamos custodiar la experiencia del misterio que no es un nadar en el vacío, en la nada. Sino un encuentro personal con el que da la vida y lo santifica todo, con el Dios de Jesucristo.
Ojalá el Señor pueda dirigirnos estas palabras a nosotros:
“bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.
Todo ello son modos de manifestar la experiencia del misterio, del trascendente, de la divinidad.
En nuestros días vivimos probablemente una importante dificultad para experimentar el misterio. Una sociedad donde el ruido se ha instalado, donde el silencio se experimenta como aterrador, me atrevería a decir, o al menos, como aburrido. Es difícil reconocer la experiencia del misterio con tanta dispersión de los sentidos. La liturgia bien celebrada puede ayudar al hombre y la mujer de hoy a acercarse al misterio pero es imprescindible que los propios sacerdotes seamos hombres habituados a tratar con el misterio, a introducirnos en el misterio, a dialogar con el misterio como Moisés ante su pueblo.
Hoy como en tiempos de Jesús y en tiempos de Moisés hay quienes tienen oídos y no oyen, ojos y no ven, corazón y no sienten. Nuestro valioso aporte a nuestras sociedades es que sepamos custodiar la experiencia del misterio que no es un nadar en el vacío, en la nada. Sino un encuentro personal con el que da la vida y lo santifica todo, con el Dios de Jesucristo.
Ojalá el Señor pueda dirigirnos estas palabras a nosotros:
“bienaventurados vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen”.