El equilibrio entre tradición y novedad
Meditando sobre el hermoso misterio de la encarnación nació esta reflexión que he querido tratar de ponerla por escrito para compartirla con quien desee leerlo.
En la segunda lectura de la misa del día de navidad escuchábamos:
“En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” Hebreos 1,1
Aparece “antiguamente” y “ahora” sin oponerse sino en continuidad. Viene a mostrar que es posible el equilibrio entre la tradición, lo que ha ocurrido hasta este momento, y la novedad de lo que acontece en el momento presente y que se proyecta hacia el futuro. Lo nuevo no rompe con lo antiguo ni lo antiguo ahoga cualquier vestigio de novedad.
En el misterio de la encarnación Dios irrumpe en la historia de una manera única, participando en ella como hombre de carne y hueso, “desde abajo”, compartiendo con el ser humano sus luchas y fatigas, sus capacidades, su lenguaje y sus limitaciones. Sin violencia, sin llamar la atención y en el silencio de la noche, Dios habla, actúa, se hace cercano, se hace novedad y tradición a la vez. Era el mesías esperado, da continuidad a la antigua alianza, da cumplimiento a las profecías de los profetas, mantiene el lazo de unión con la tradición milenaria de un pueblo real y concreto pero, a la vez, trae consigo lo totalmente nuevo, la novedad de Dios.
Jesús a lo largo de su vida mantiene esa sana tensión entre la tradición y la novedad pero sin miedos ni medias tintas. Purifica lo que se ha ido transmitiendo desde los orígenes y presenta la novedad del Evangelio porque como proclamábamos en el evangelio “Al mundo vino, y en el mundo estaba” Juan 1,10. Vino pero ya estaba, parece una contradicción pero muestra la profundidad del equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo.
Lo nuevo no se contrapone a lo antiguo. Lo nuevo purifica lo que haya que purificar y lo antiguo sostiene lo que hay que sostener. Igual que en un edificio no tienen la misma función todas las paredes y las hay maestras que no se pueden tocar y las que sí pueden adaptarse a nuevas realidades o necesidades.
Jamás me ha gustado esta batalla entre el tradicionalismo y el progresismo porque no la entiendo. Ambas rompen la armonía y el equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo, entre la tradición y la novedad. Ni es bueno encerrarse en la convicción de que lo pasado siempre fue mejor y es intocable, ni es saludable encerrarse en la convicción de que lo nuevo es siempre mejor que lo que hemos recibido desde antiguo. Creo que ambas posiciones están erradas. Más bien se ha de hacer un trabajo conjunto para equilibrar ambas fuerzas y apreciar ambas riquezas.
Es más, creo que es una ofensa contra el Espíritu Santo negar el valor tanto de la novedad
Como de la tradición porque en ambas se estaría negando la acción del Espíritu Santo que es “Señor y dador de Vida” y que actuó y sigue actuando en su Iglesia. Los modernistas negarían que el Espíritu Santo iluminó los tiempos pasados y los tradicionalistas niegan que el Espíritu Santo ilumine nuevos caminos y nuevos modos de presencia. Ambas estarían en contradicción con la promesa de nuestro Señor “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 20)
Decían los lineamenta de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en 2011 bajo el título de “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana:
“La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio.”
Tener el coraje de atreverse a nuevos senderos. Palabras que constantemente está repitiendo también el papa Francisco.
Quién no recuerda las famosas palabras de S. Juan Pablo II en el Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (9 de marzo de 1983):
“La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”.
En esta línea el papa Francisco sigue ahondando en su exhortación Evangelii Gaudium. En el nº 27 comienza diciendo:
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación.”
Habla de la necesidad de continua renovación de la Iglesia a la luz de una sana y auténtica conversión. Pero no es que, como parece que a veces se quiere presentar, al papa se le ha ido la cabeza… sino que el papa Francisco da continuidad al espíritu de los papas anteriores como Pablo VI y Juan Pablo II que no cesaron en llamar a la continua renovación.
De hecho en la misma exhortación el papa Francisco cita el nº 6 del decreto Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo:
“Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.
Una renovación, una mirada hacia el presente y el futuro pero sin olvidar lo vivido atrás, sin olvidar la fuerza de la consistencia de la tradición, del testimonio de tantos y tantos como dice el papa Francisco en el nº 263 de la EG: “aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época.”
Con esta mirada he querido compartir con todos mi reflexión en este hermoso día de navidad. Confiando que el Espíritu Santo jamás abandona a la Iglesia y que sigue inspirando hoy como lo hizo desde antiguo. Que crezca en todos nosotros este amor por la tradición y el coraje de afrontar el futuro con decisión y creatividad.
¡Feliz Navidad!
En la segunda lectura de la misa del día de navidad escuchábamos:
“En distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestros padres por los profetas. Ahora, en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo” Hebreos 1,1
Aparece “antiguamente” y “ahora” sin oponerse sino en continuidad. Viene a mostrar que es posible el equilibrio entre la tradición, lo que ha ocurrido hasta este momento, y la novedad de lo que acontece en el momento presente y que se proyecta hacia el futuro. Lo nuevo no rompe con lo antiguo ni lo antiguo ahoga cualquier vestigio de novedad.
En el misterio de la encarnación Dios irrumpe en la historia de una manera única, participando en ella como hombre de carne y hueso, “desde abajo”, compartiendo con el ser humano sus luchas y fatigas, sus capacidades, su lenguaje y sus limitaciones. Sin violencia, sin llamar la atención y en el silencio de la noche, Dios habla, actúa, se hace cercano, se hace novedad y tradición a la vez. Era el mesías esperado, da continuidad a la antigua alianza, da cumplimiento a las profecías de los profetas, mantiene el lazo de unión con la tradición milenaria de un pueblo real y concreto pero, a la vez, trae consigo lo totalmente nuevo, la novedad de Dios.
Jesús a lo largo de su vida mantiene esa sana tensión entre la tradición y la novedad pero sin miedos ni medias tintas. Purifica lo que se ha ido transmitiendo desde los orígenes y presenta la novedad del Evangelio porque como proclamábamos en el evangelio “Al mundo vino, y en el mundo estaba” Juan 1,10. Vino pero ya estaba, parece una contradicción pero muestra la profundidad del equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo.
Lo nuevo no se contrapone a lo antiguo. Lo nuevo purifica lo que haya que purificar y lo antiguo sostiene lo que hay que sostener. Igual que en un edificio no tienen la misma función todas las paredes y las hay maestras que no se pueden tocar y las que sí pueden adaptarse a nuevas realidades o necesidades.
Jamás me ha gustado esta batalla entre el tradicionalismo y el progresismo porque no la entiendo. Ambas rompen la armonía y el equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo, entre la tradición y la novedad. Ni es bueno encerrarse en la convicción de que lo pasado siempre fue mejor y es intocable, ni es saludable encerrarse en la convicción de que lo nuevo es siempre mejor que lo que hemos recibido desde antiguo. Creo que ambas posiciones están erradas. Más bien se ha de hacer un trabajo conjunto para equilibrar ambas fuerzas y apreciar ambas riquezas.
Es más, creo que es una ofensa contra el Espíritu Santo negar el valor tanto de la novedad
Como de la tradición porque en ambas se estaría negando la acción del Espíritu Santo que es “Señor y dador de Vida” y que actuó y sigue actuando en su Iglesia. Los modernistas negarían que el Espíritu Santo iluminó los tiempos pasados y los tradicionalistas niegan que el Espíritu Santo ilumine nuevos caminos y nuevos modos de presencia. Ambas estarían en contradicción con la promesa de nuestro Señor “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo.” (Mt 28, 20)
Decían los lineamenta de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos en 2011 bajo el título de “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana:
“La nueva evangelización no es una reduplicación de la primera, no es una simple repetición, sino que consiste en el coraje de atreverse a transitar por nuevos senderos, frente a las nuevas condiciones en las cuales la Iglesia está llamada a vivir hoy el anuncio del Evangelio.”
Tener el coraje de atreverse a nuevos senderos. Palabras que constantemente está repitiendo también el papa Francisco.
Quién no recuerda las famosas palabras de S. Juan Pablo II en el Discurso a la XIX Asamblea del CELAM (9 de marzo de 1983):
“La conmemoración del medio milenio de evangelización tendrá su significación plena si es un compromiso vuestro como obispos, junto con vuestro presbiterio y fieles; compromiso, no de re-evangelización, pero sí de una evangelización nueva. Nueva en su ardor, en sus métodos, en su expresión”.
En esta línea el papa Francisco sigue ahondando en su exhortación Evangelii Gaudium. En el nº 27 comienza diciendo:
“Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación.”
Habla de la necesidad de continua renovación de la Iglesia a la luz de una sana y auténtica conversión. Pero no es que, como parece que a veces se quiere presentar, al papa se le ha ido la cabeza… sino que el papa Francisco da continuidad al espíritu de los papas anteriores como Pablo VI y Juan Pablo II que no cesaron en llamar a la continua renovación.
De hecho en la misma exhortación el papa Francisco cita el nº 6 del decreto Unitatis redintegratio del Concilio Vaticano II sobre el ecumenismo:
“Toda la renovación de la Iglesia consiste esencialmente en el aumento de la fidelidad a su vocación […] Cristo llama a la Iglesia peregrinante hacia una perenne reforma, de la que la Iglesia misma, en cuanto institución humana y terrena, tiene siempre necesidad”.
Una renovación, una mirada hacia el presente y el futuro pero sin olvidar lo vivido atrás, sin olvidar la fuerza de la consistencia de la tradición, del testimonio de tantos y tantos como dice el papa Francisco en el nº 263 de la EG: “aprendamos de los santos que nos han precedido y enfrentaron las dificultades propias de su época.”
Con esta mirada he querido compartir con todos mi reflexión en este hermoso día de navidad. Confiando que el Espíritu Santo jamás abandona a la Iglesia y que sigue inspirando hoy como lo hizo desde antiguo. Que crezca en todos nosotros este amor por la tradición y el coraje de afrontar el futuro con decisión y creatividad.
¡Feliz Navidad!