excelencia y profesionalidad del sacerdote

En no pocas empresas desde hace tiempo se trabaja en la idea de la excelencia. Incluso en el mundo de la escuela, donde tuve el gusto de trabajar cerca de 12 años, se instaba a buscar siempre la excelencia para los alumnos. Para ello es fundamental que primero sean los educadores los que estén bien formados y en una continua actualización para hacer que su trabajo tienda hacia esa excelencia que se pide a los alumnos.
Hay empresas que dedican incluso parte de su presupuesto para trabajar la motivación en sus empleados que sean capaces de desarrollar su trabajo cada vez con mayor profesionalidad.
Y es que es evidente que nadie puede dar de lo que no tiene.

Salvando las distancias, me gustaría recuperar las palabras profesionalidad y excelencia pensando en la misión del sacerdote.

En el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 1564, citando la Lumen Gentium 28, encontramos:
“Los presbíteros quedan consagrados como verdaderos sacerdotes de la Nueva Alianza, a imagen de Cristo, sumo y eterno Sacerdote (Hb 5,1-10; 7,24; 9,11-28), para anunciar el Evangelio a los fieles, para apacentarlos y para celebrar el culto divino"

Aquí se resume la misión del presbítero en tres funciones: Anunciar el evangelio, apacentar al pueblo y celebrar el culto. Trayendo aquí los conceptos de excelencia y profesionalidad podríamos decir que también el sacerdote está llamado a crecer en estos dos aspectos, pero ¿de qué forma?

No olvidamos que el sacerdocio ministerial es un sacramento y como tal confiere la gracia que hace que el ministro “gracias a la consagración sacerdotal recibida se asimila al Sumo Sacerdote y goza de la facultad de actuar por el poder de Cristo mismo (a quien representa)” (Pío XII, enc. Mediator Dei).
Pero recibir la gracia y la unción no lo exime de buscar, como toda vocación, la excelencia en su servicio y su función.

Por lo tanto, el sacerdote hará bien en ser consciente de la gran responsabilidad de su ministerio que no solo busca su santificación sino que colabora en la santificación del pueblo al que sirve, “el sacerdocio ministerial está al servicio del sacerdocio común” CIC 1547.

En las webs que tratan de las claves para ser un buen profesional vienen a definirlo como quien es capaz de
“Entender la calidad y el trabajo bien hecho como algo natural, adaptarse y evolucionar a diferentes culturas, puestos, proyectos y circunstancias. Al mismo tiempo, tener capacidad de relación con los demás, voluntad de ganarse, por su forma trabajar, el respeto profesional de los compañeros, de los jefes y de los clientes (y de su equipo si es jefe), junto con un permanente espíritu de aprendizaje y cumplimiento de compromisos.”
Creo que de vez en cuando no nos vendría mal a todos, cada uno en su trabajo, preguntarnos si nos preocupamos de hacer nuestro trabajo bien hecho y con calidad. La mediocridad y el conformismo de hacer las cosas de cualquier manera no parecen ser el camino a la excelencia.
La capacidad de adaptarse a diferentes circunstancias nos llevan a saber usar registros, métodos y lenguajes según la situación y a quien tenemos delante. Por poner un ejemplo, no se puede hablar a los padres como se habla a los niños de primera comunión ni a los niños como se habla a los padres. Nuestra profesionalidad se muestra en la capacidad de adaptarnos a aquellos a los que nos dirigimos manteniéndonos fieles al mensaje que debemos transmitir.
Ejemplo de ello sería la calidad de nuestras homilías que nos recuerda el papa Francisco en la Evangelii Gaudium, 135:
“la homilía es la piedra de toque para evaluar la cercanía y la capacidad de encuentro de un Pastor con su pueblo. De hecho, sabemos que los fieles le dan mucha importancia; y ellos, como los mismos ministros ordenados, muchas veces sufren, unos al escuchar y otros al predicar. Es triste que así sea. La homilía puede ser realmente una intensa y feliz experiencia del Espíritu, un reconfortante encuentro con la Palabra, una fuente constante de renovación y de crecimiento”.

Otro aspecto que seguro nos sirva para reflexionar sobre nuestra profesionalidad es si tenemos capacidad de relación con los demás o simplemente somos de aquellos de ordeno y mando. ¡Cuánto aprende el sacerdote escuchando a su pueblo!
Capacidad de encontrarnos con los fieles, de escucharles; capacidad de encontrarnos en las reuniones sacerdotales, arciprestazgos o simplemente compartiendo con algún otro consagrado sobre nuestro ministerio. ¡Cuánto bien nos hace la fraternidad sacerdotal y religiosa!

Y, sin duda, un buen profesional que busca la excelencia en su trabajo, en su servicio, en su ministerio… vive en “un permanente espíritu de aprendizaje y cumplimiento de compromisos”. La necesidad de formación continua, de tener deseo de seguir conociendo y creciendo. Ser conscientes que no lo sabemos todo y que la calidad de mi servicio a los demás está en relación estrecha a mi espíritu de aprendizaje. Aprendemos a los pies del sagrario, aprendemos leyendo y meditando la Palabra, aprendemos formándonos en la recta doctrina y el magisterio pero no olvidemos también lo mucho que aprendemos escuchando a la gente a la que servimos, especialmente a los que más sufren y a los pobres.
Igual que diariamente evaluamos la jornada, entre otros momentos, en el oficio de completas cuando hacemos examen de conciencia, un buen profesional evalúa su trabajo continuamente observando si ha cumplido con los compromisos trazados. Capacidad de aprender y decisión de evaluarse son, sin duda, dos caminos que nos llevarán a la excelencia en nuestro servicio.

Todos estamos llamados a ser santos, cada cual desde su vocación particular. No tengamos alergia a desear la excelencia en nuestro trabajo y a crecer en profesionalidad no buscando nuestra gloria sino que, viendo nuestras buenas acciones, glorifiquen al Padre que está en los cielos (cfr 5,16)
Volver arriba