"La tesis de Cristóbal Rodríguez es digna de ser reseñada" Celibato de Jesús y misión LGBT, con  Cristóbal RH y Fernando Cordero

Fernando Cordero y Cristóbal Rodríguez
Fernando Cordero y Cristóbal Rodríguez

Cristóbal Rodríguez Hernández, presbítero de la Iglesia de Tenerife, buen amigo, ha defendido en la U. Gregoriana de Roma su tesis doctoral “¿Cristianos de segunda categoría? Presencia de los creyentes LGBT en la Iglesia: acompañamientos e itinerarios de vida cristiana”.

Fernando Cordero, del Gobierno General de la Congregación de los Sagrados Corazones, también amigo, ha publicado en su canal You Tube, “Cruzando fronteras”, una  entrevista con Cristóbal RH sobre la comunidad LGBT y su presencia en la Iglesia.

Imagen 1: Fernando Cordero y Cristóbal R. H., entrevistado sobre la tesis y el tema. La reflexión que sigue  sirve para situar bíblicamente el tema de la tesis de Cristóbal RH y está tomado de mi libro la Familia en la Biblia. 

Los cristianos LGBT no son toda la iglesia, pero son muy significativos. Por su forma de articular la fe y dar testimonio del Reino en un contexto con frecuencia marginado, y por el aval de la Univ. Gregoriana, la tesis de Cristóbal es digna de ser reseñada y situada en este blog. Cristóbal conoce bien mi forma de ser y pensar en la iglesia.  Hace unos años me invitó a compartir su amistad y su mesa, con el apostolado  que realiza en la parroquia de la Braña Alta, de la isla de la Palma en Canarias. Fueron para mí unos días importantes de aprendizaje y encuentro, con  alumnos y colegas,  en un contexto único de  mar y tierra,  de lava, de volcán.  Gracias, Cristóbal por todo y en especial por tu amistad.

    No quiero comentar tu tesis, ellas se comenta por sí misma,  y viene con el aval de Gregoriana, la institución de estudio y enseñanza más significativa de la iglesia romana. Sirva, además, de introducción la entrevista de Fernando Cordero, periodista amigo y colega. En este contexto para mis amigos de RD y FB adjunto aquí las páginas que siguen, tomadas de mi libro La Familia en la Biblia y de una editorial de Madrid que me ha pedido unas páginas sobre el celibato y misticismo de Jesús. 

JESÚS, MÍSTICA DE  FAMILIAEUNUCO POR EL REINO

Presencia de los creyentes LGBT en la Iglesia

Puede ser una imagen de texto que dice "PONTIFICIA UNIVERSITÀ GREGORIANA Istituto di SPIRITUALITA' Dissertazione per Dottorato CRISTÓBALJOSE CRISTÓBALJOSERODRIGUEZHERNANDEZ JOSÉ RODRÍGUEZ HERNÁNDEZ 166891 ¿Cristianos de segunda categoria? Presencia de lo los creyentes LGBT en la glesia: acompañamiento itinerarios de vida cristiana Moderatore:Professor Mdodertrc:/roesrnuetoroeY Professor Humberto Miguel Yáñez S.J. Datadi.consegna:20/03/2024 Data consegna: 20/03/2024 20/03 2024 Anno AnnoAccademico:2023 2023 2024"

Jesús de Nazaret no cursó estudios oficiales, pero tuvo una aguda conciencia de la identidad israelita y de su tarea al servicio del Reino de Dios, a cuya llegada dedicó su vida. Fue yahvista radical, asumió las promesas de Israel (Antiguo Testamento) y quiso cumplirlas de manera radical. No se educó en una escuela de rabinos, ni en el templo de Jerusalén, sino en su familia y trabajo (fue artesano, en tiempos de grandes dificultades de subsistencia, como supone Mc 6, 4), pero un día abandonó casa y trabajo, para hacerse discípulo de Juan Bautista, compartiendo su mensaje y anunciando el juicio de Dios y la conversión.

Después se separó de Juan y comenzó a proclamar la inminencia del Reino de Dios y a preparar su llegado, escogiendo un grupo de discípulos con los que inició una fuerte “campaña” mesiánica, que le llevó a Jerusalén, donde fue ajusticiado por las autoridades del Templo y la administración romana. En ese fondo se entienden los dos apartados de este capítulo, que retoman dos elementos importantes de la vida de Jesús, en línea de familia: 

  1. Eunuco por el Reino, una familia mesiánica. Para entender su proyecto debemos empezar evocando su estado social en el momento en que anunciaba su mensaje. Los evangelios le presentan como célibe, no por ascesis o compromiso de separación del mundo, sino por opción evangélica de entrega al servicio del Reino de Dios.
  2. Ruptura de familia. Ésta fue quizá su mayor ruptura (novedad): Quiso superar un tipo de familia de poder qu definía la vida y pensamiento israelita, no por afán de destrucción, sino para anunciar e iniciar el surgimiento de un nuevo modelo y camino de familia, abierta a los expulsados de aquella sociedad patriarcal.
  1. Proyecto de Reino, familia mesiánica

Tras haber dejado a Juan, para anunciar, provocar e iniciar el Reino de Dios, Jesús no se ocupó de sí mismo, sino de los pobres, excluidos, enfermos y hambrientos de su entorno galileo. Probablemente, se consideraba nazoreo, descendiente de David, pero eso no le situaba en un plano de de superioridad, sino que le hacía ponerse al servicio los otros, especialmente de los pobres y marginados (sin familia), a quienes anunciaba y ofrecía el Reino. En este contexto se entiende su celibato.

 Invocó a Dios Padre, y se consideró su hijo (como verdadero israelita), pero eso no le distanció o separó, sino que le unió con otros hombres y mujeres, pues se sintió llamado a compartir con ellos su camino. Vivió para los demás, como hijo de Dios, siendo hermano y amigo de los carentes de familia, de forma que tras su muerte en cruz «aquellos que antes le habían amado, no dejaron de hacerlo…» (Josefo, Ant. XVIII, 63-64). En ese contexto se entiende su celibato, como forma de ser y vivir para el Reino,  en libertad de amor y en servicio de vida para crear una fraternidad universal, a partir de los marginados, apareciendo así como eunuco por el Reino de los cielos.

  1. Parece que fue célibe. La tradición israelita suponía que tanto el varón como la mujer debían casarse y tener hijos, pero ya Sab 3, 13‒4, 6 había incluido una alabanza al eunuco y a la mujer soltera/estéril, si eran fieles a Dios (cf. Is 56, 3-5). En esa línea, algunos movimientos judíos de origen helenista y palestino (terapeutas y esenios), habrían podido aceptar e incluso apoyar un celibato, vinculado al descubrimiento de Dios o a motivos de pureza y cercanía escatológica, pero casi siempre en clave de ascetismo “varonil” y de “nobleza” espiritual.

Pero Jesús no ha sido célibe en esa línea, por pureza o espiritualismo (huída del mundo), ni para cultivar de esa manera una “virtud” más alta, como varón liberado para el servicio de los auténticos “valores”, sino para identificarse con los pobres, en especial con aquellos que no podían crear familia estable según ley, pues no contaban con medios materiales, sociales o personales que les permitieran casarse (=mantener una casa), y así pudieron vincularle con los “eunucos” a quienes en general se acusa de “falta de hombría”.

En principio pudo haberse casado antes de hacerse discípulo del Bautista, pero la tradición no ha conservado recuerdo de ello, en un contexto donde su matrimonio no hubiera creado dificultades para la Iglesia posterior, que tuvo, sin embargo, aprietos para situar y entender la función de su madre y sus hermanos, en un contexto donde podían haberle acusado de abandonar a su esposa (abandono que iba en contra de su opción de reino, en Mc 10, 1-9).

Un texto de tradición antigua (Mc 6, 4) le presenta como artesano (tektôn), pero no conocemos su estilo de vida anterior, y el conjunto del Nuevo Testamento (cuidadoso en situar a su madre y hermanos  en la Iglesia) no ha transmitido la memoria de su esposa o de sus posibles hijos, como haría si los hubiera tenido. Un pasaje muy significativo le presenta como “eunuco por el Reino” (Mt 19, 12), en un contexto donde esa palabra tiene un carácter peyorativo.

 Eso, y su modo de vida, está indicando a, mi entender, que era célibe, no por opción espiritual (intimista), sino  por experiencia y voluntad de comunión con miles de personas que no podían mantener un tipo de familia patriarcal   y porque buscó otro tipo de comunicación donde cupieran los excluidos, solitarios, enfermos, y de un modo especial los eunucos, con las prostitutas. Su celibato no se entiende, ni tiene importancia por aislado (¡los evangelios ni lo mencionan!), sino por la forma concreta en que Jesús debió vivirlo, como expansión y consecuencia de su opción de Reino. No fue un presupuesto ni expresión de una condena de los lazos familiares (o del sexo), sino una experiencia que le vinculaba con los más pobres. No era un tipo de vida que le liberaba de las “pasiones de la carne”, ni de las ataduras que supone un tipo de familia, sino una experiencia de solidaridad con grupos y personas despreciadas de su tiempo.

Jesús fue célibe por su vinculación con los pobres sin casa  posibilidad de casamiento  y familia (leprosos, prostitutas, enfermos, abandonados), que no podían mantener una relación de vida estable, socialmente reconocida como indica su respuesta sobre  de los eunucos  que los son desde el vientre de su madre y de aquellos que han sido castrados por los hombres, comparándose con ellos, y presentando a sus discípulos como “eunucos por el Reino de los cielos” (cf. Mt 19, 12).

En su forma actual (inserto en la disputa sobre el matrimonio) ese logion o palabra puede haber sido recreada por una comunidad posterior, con tendencias ascéticas (en la línea de un celibato honorable, que permite crear una “casta” de funcionarios eficientes al servicio de la Iglesia), y así se ha entendido en parte de la tradición cristiana. Pero, en su origen, conserva un recuerdo de Jesús y de su grupo, pues su celibato (eunucato) no nació por ascesis, sino por despliegue de una afectividad no patriarcal, que le permitió vivir en solidaridad con los marginados y pobres (y en especial con los eunucos).

La familia en la Biblia: una historia pendiente :: Libros :: Religión ...

No ha sido célibe por alejamiento espiritual y pureza de carne, sino por una experiencia superior de vida y palabra (de comunicación), que le permitió descubrir y suscitar una forma distinta de familia, superando las limitaciones del orden patriarcal, para convivir con personas de otros estrato humano y afectivo, marginados e incapaces de construir una casa de tipo tradicional. Entendido en ese contexto, su gesto le vincula con aquellos con quienes nadie quería vincularse  abriendo nuevas formas de relación (comunidad y Reino), con varones y mujeres que no tenían (o no podían tener) familia o la habían abandonado, creando nuevos tipos de solidaridad y comunión (cf. Lc 8, 1-3; Mc 15, 40-41) desde la palabra entera de la vida, pues Dios es palabra y la palabra de Dios encarnada es mesianismo (Jn 1, 12-14).

En esa línea, abandonó un modelo de familia dominante, no aceptó la función patriarcal de un “padre de familia”, ni los esquemas de relación jerárquica, propios de su entorno, y así vino a caminar rodeado de varones y mujeres de diversos estratos sociales, sin miedo a mantener con ellos/ellas unas relación que muchos juzgaban ambigua, pero que le permitía mantener una apertura real a los niños (cf. Mc 9, 10-13 par.). No sabemos lo que habría hecho si el Reino hubiera llegado en Galilea o en Jerusalén, en un sentido histórico y social (si entonces se hubiera casado), y debemos evitar las especulaciones. Pero sabemos lo que hizo, abriendo, con su vida propia vida, nuevas formas de familia.

‒  Trató con varones y mujeres dentro y fuera de su pequeño grupo: amó al rico que estaba dispuesto a seguirle (Mc 10, 21) y acogió al centurión que, al parecer, mantenía una relación homoerótica con su siervo (cf. Mt 8, 5-13; Lc 7, 1-10) y se fijo de manera especial en el “aguador” (Mc 14, 13), hombre del cántaro de agua, posiblemente “afeminado” que guía a sus discípulos a la sale del banquete de la pascua (última cena). También el joven que le seguía y que escapó desnudo en el Huerto de los Olivos cuando le arrestaron (Mc 14, 51-52) puede ser una figura simbólica del mismo Jesús o de los creyentes, pero incluye rasgos que se sitúan (nos sitúan) en un plano abierto a diversas interpretaciones de intimidad y amor no genital entre varones y mujeres, que responden al tipo de vida de Jesús con sus seguidores.

‒  Amó a sus los discípulos, con rasgos de fuerte intimidad dramática (cf. Mc 4, 10-12). En ese contexto es significativo (luminoso y perturbador) el modo en que Jn 13, 21-26; 19, 26: 20, 22; 21, 7. 20 ha planteado su relación afectiva con “el discípulo al que amaba”. Sin duda, esa relación ha de entenderse en un contexto simbólico donde el trato del maestro/iniciador con sus discípulos solía aparecer marcado con tintes afectivos. Pero esa forma de presentarle dentro de la tradición cristiana hubiera sido imposible si Jesús no hubiera mantenido una intensa relación de amor con sus discípulos (cf. Flavio Josefo, Ant XVIII, 63-64).

‒  Se relacionó  con mujeres que formaban parte de su grupo. Jn 11, 5 sostiene que “amaba” a Marta y a su hermano Lázaro, y Lc 10, 38-39 supone que también amaba de un modo especial a María, hermana de Marta, que escuchaba su palabra. Las relaciones de Jesús con María Magdalena, en línea de matrimonio “formal” han sido objeto de especulaciones sin base, pero es evidente que en el fondo de ellas se conserva el recuerdo de una amistad especial, que la tradición no ha podido (ni querido) borrar, insistiendo en que esta María Magdalena, con otras dos “márías” (entre las que puede estar la madre de Jesús) ha mantenido su fidelidad de amor hasta la muerte de Jesús, de forma que sólo por ella, por ellas (las tres mujeres) puede iniciarse el camino d e la experiencia pascual de la iglesia, entendida como “familia” de Jesús Por esos y otros datos sabemos que no ha sido célibe por odio (o miedo) a las mujeres, sino para establecer con ellas una relación de respeto, intimidad y diálogo que, en aquel tiempo, resultaban infrecuentes en un contexto patriarcal[1].

En ese fondo se sitúa el tema de su orientación afectiva de Jesús. Ciertamente, no fue machista (defensor del poder patriarcal) en el sentido ordinario del término, como lo avala su oposición al poder masculino en el divorcio (Mc 10, 1-7) y su manera de referirse a los “eunucos”, solidarizándose con ellos (Mt 19, 10-12).  Su celibato ha de entenderse así como potenciación afectiva y familiar, no desde arriba, de un modo impositivo, sino como gesto de solidaridad con aquellos que vivían en los márgenes de la sociedad establecida. No quiso recrear una sociedad patriarcal, con superioridad de varones (padres), sino una comunidad donde cupieran todos (varones y mujeres, casados y solteros, niños y mayores, no por pura opción social, sino por capacidad de comunión personal con personas (varones y mujeres, mayores y niños) de otros tipos de vida.. Sólo en ese trasfondo se entiende su opción familiar, que no es signo de carencia o debilidad (no iba contra el mandato de ¡creced, multiplicaos!: Gen 1, 28), sino principio de abundancia, una forma de vincularse a los pobres económico/sociales, abriendo para y con ellos una esperanza de familia y resurrección, donde todos fueran «como ángeles del cielo», en libertad de amor (Mc 12, 15).

No podemos demostrar que no hubiera estado casado antes de iniciar su camino de reino (ni que lo hubiera estado). Los más fantasiosos han hablado de sus relaciones con Magdalena o de su apertura afectiva más extensa (con un “amor” extendido hacia hombres y mujeres, de forma no genital). Otros, en fin, aseguran que si el Reino hubiera llegado de manera externa (¿cómo podría darse eso) él podría haberse retirado para casarse y crear un tipo de matrimonio ideal (de Reino)… Pero nada de eso sabemos, nada se puede apoyar en las fuentes conservadas. Lo único cierto es que en el tiempo de su ministerio, desde su misión con Juan, pasando por su mensaje en Galilea, hasta su muerte se comportó como célibe, no en/por soledad, sino en comunión intensa con un grupo de compañeros/amigos, al servicio de un reino/comunidad que se abre a las víctimas personales y sociales y a los excluidos de las  familias dominantes de su entorno.  

Por opción, no por obligación. Algunos investigadores han supuesto que, si Pablo hubiera sabido que Jesús fue célibe, hubiera citado ese dato para defender su postura en 1 Cor 7  y que, al no hacerlo, se puede suponer que a su juicio estuvo casado. Pero ese argumento no prueba, pues Pablo apenas apela a Jesús para defender su misión. Ciertamente, Jesús podría haber sido Hijo de Dios y Redentor estando casado, con mujer e hijos, dentro de una familia bien establecida,  pues la tradición cristiana ha sido cuidadosa en mantener la memoria de sus familiares (cf. Mc 3, 20.31-35; 6, 1-6), que recibieron en Jerusalén el título honorífico de «hermanos del Señor», que les reconoce el mismo Pablo (cf. Gal 1, 19; 1 Cor 9, 5). Por otra parte, María, su madre, aparece como Gebîra o Madre del Señor (Lc 1, 43), un titulo significativo en el antiguo texto semita. En esa línea, su esposa y sus hijos, de haberlos tenido, hubieran cumplido una función importante en la Iglesia. 

  1. Celibato y familia de Reino.

 No fue célibe por oposición al matrimonio, que él entendió como signo del Reino de Dios, lugar y experiencia de fidelidad humana (cf. Mc 10, 1-9; cf. cap. 11), sino para explorar un nuevo camino de Reino, en comunicación liberada y sanado con enfermos y excluidos personales y sociales. Su proyecto de vida no pudo tomarse en clave de rechazo, sino de creación de una familia de comunicación personal más honda, abierta a todos, especialmente a los enfermos, marginados y oprimidos. Por eso, no excluía, sino que incluía en su camino el signo de las bodas y el de la familia extensa al ciento por uno en madres, hermanos e hijos (cf. Mc 2, 18-19; Mc 3, 31-35; 10, 30). 

Una apuesta radical, al otro lado de la familia. Existían por entonces muchos hombres y mujeres que no se podían casar por razones económicas o sociales, psicológicas o biológicas. Pues bien, Jesús quiso compartir camino con ellos, para suscitar un modelo más hondo y extenso de familia, en fidelidad personal (cf. Mc 10, 11), abriendo un espacio afectivo donde pudiera hablarse de grupos familiares extensos cien madres, hermanos e hijos (cf. Mc 10, 30).

Juan Bautista era célibe porque esta forma actual de familia era inviable.  Jesús, en cambio, lo fue por búsqueda y descubrimiento de una nueva familia de Reino, en solidaridad con pobres-enfermos-eunucos, en un contexto de antiguas  relaciones rotas  , superando el patriarcalismo dominante de algunos y la marginación de otros. En esa línea, asumiendo y transformando la tarea de los profetas antiguos, él despertó gran amor y entusiasmo, pues le escucharon y siguieron multitudes de pobres y enfermos, excluidos de la vida, que provenían especialmente de las clases oprimidas del entorno

No fue patriarca-progenitor (en la línea de Adán, Abraham o los doce padres de las tribus), con hijos carnales de nueva familia, sino hermano universal, capaz de abrir espacio de amor y encuentro personal a los rechazados del sistema. No fue garante del orden establecido, ni profeta elitista,  sino mensajero de un Reino que debía empezar por los excluidos del sistema,  comunión de vida, desde el margen de la sociedad, iniciando, con los carentes de familia y tierra, un proyecto universal de comunicación en Dios, es decir, en amor mutuo (Mc 10, 30-32).

Supo que el Reino no había aún llegado, pues la forma de vida actual de los hombres y mujeres (y de un modo especial en Galilea) no respondía a sus promesas de Dios. Pero empezó a proclamarlo e instaurarlo, retomando la tarea de los grandes creadores de Israel (Moisés, Elías y David…), y lo hizo entre los carentes de familia, los perdidos y enfermos (cf. Mc 6, 34; Mt 9, 36), interpretando el amor/servicio de Dios en forma de amor/servicio al prójimo, de un modo que no sea patrarcalista/genital, sino de compañía (comunicación de pan), amistad y hermandad, iniciando en esa línea un camino intenso de creación de familia (comunidad).

 El radicalismo ético de la tradición sinóptica era un radicalismo itinerante que podía practicarse únicamente en condiciones extremas y marginales. Sólo alguien aquel que se había desligado de los lazos cotidianos con el mundo; aquel que había abandonado hogar y tierras, mujer e hijos; aquel que había dejado que los muertos enterraran a los muertos y que tomaba como ejemplo los lirios y los pájaros, podía practicar y trasmitir con credibilidad ese ethos (forma de vida y conducta). Ese ethos sólo podía practicarse dentro de un movimiento de marginados. No es de extrañar que en la tradición encontremos incesantemente marginados: enfermos y discapacitados, prostitutas y “tunantes”, recaudadores de impuestos e hijos perdidos. Por su estilo de vida, los carismáticos eran personas marginadas en su sociedad; pero, por sus convicciones, representaban valores centrales de dicha sociedad: el mensaje acerca del solo y único Dios, que se impondría pronto en contra de todos los demás poderes  (G. Theissen, El Movimiento de Jesús, Sígueme, Salamanca 2005, 81).

Este pasaje hable de un radicalismo itinerante, propio de condiciones extremas y marginales, como ha puesto de relieve su autor (G. Theissen *1943), que sigue siendo el psicólogo y sociólogo de referencia en los estudios actuales del Nuevo Testamento. Pero en este campo no bastan. Pero en este campo de estudio y de transformación  humana que busca y promueve Jesús nos bastan sólo los motivos psicológicos y sociales, sino que son necesarios los de tipo “místico”, una mística que no sea exclusivamente del amor a Dios y de la obediencia a su ley, sino de amor concreto al prójimo en concreto, es decir, a los prójimos, varones y mujeres, mayores y niños, enfermos y sanos, y de un modo especial a los excluidos/oprimidos, como ponen de relieve, de formas convergentes Lc 10, 25-37 y Mt 25, 31-46.

Ésta es la esencia del celibato de Jesús y de su formación de familia: El amor concreto al prójimo, que no es negación, sino intensificación  del deseo y comunión de “carne”, esto es, de encuentro y gozo creador/sanador, de palabra y obra, entre personas, en una línea que culmina en la comida-conversación (que es la clave eucarística de todo el misticismo de Jesús).  De esa forma, en comunión con pobres y pecadores, prostitutas, “tunantes” y eunucos, oponiéndose a los falsos “valores” de excelencia y exclusivismo de aquella sociedad, Jesús pudo ser signo y principio de esperanza mesiánica y familia del Reino, sabiendo que en ella los primeros son los niños y pobres, carentes de familia(cf. Mc 9, 33-37; 10, 13-16; Lc 6, 20), campesinos sin campo, prôjoi o mendigos, sin medios de vida, aldeanos dominadas por los nuevos ricos de ciudad (Séforis, Tiberías). Su proyecto marcó así el comienzo de una revolución de familia, sin patriarcas varones  dominando sobre la vida del resto de la comunidad.

     Jesús fue célibe al filo de la vida, en una línea que pudiéramos llamar de poli-amor, esto es, de amor múltiple y “escandaloso” a los enfermos, posesos, excluidos.No creó una “religión” en sentido actual de sacralidad grupal de elegidos, sino un movimiento de renovación, es decir, de recreación de la familia, desde los estratos amenazados de la sociedad, entre los pobres y excluidos, partiendo de la capacidad más honda de amor y palabra que transforma (eleva, vincula, cura) a las personas. El suyo fue, por tanto, un misticismo de amor a los demás, más que un misticismo de amor en Dios en exclusiva

No quiso fortalecer el orden imperante (con sacerdotes/rabinos judíos y soldados imperiales de Roma), sino descubrir, iniciar y promover un estilo y camino directo de comunidad de amor abierta a todos, hombres y mujeres, en acogida, afecto y respeto. Inició caminos, no los estructuró en forma legal, formó “exorcistas”, sanadores.

No fue padre de familia, con poder para mandar sobre el resto de la casa, no fue “varón” poderoso, en el sentido dominante, sino hermano y amigo de todos. No fue buen marido para instaurar muevas formas de relación jerárquica, sino persona (ser humano) para los demás, suscitando y animando un grupo inclusivo y abierto, de varones y mujeres, ancianos y niños, en el que había lugar para personas de tendencias afectivas distintas, incluidos eunucos, a quienes quiso potenciar en amor.  En ese sentido podemos presentarle como “varón” ejemplar, no patriarcal. Lo único que quiso, en todos los casos,  es que hubiera amor, y así fue suscitando experiencias, curaciones y caminos personales de amor.

 ‒ No mandó a los suyos que se casaran y tuvieran hijos, sino que quiso que se amaran y buscaran la forma de hacerlo. No aceptó las tradiciones dominantes que exigían que tanto varones como mujeres asumieran el matrimonio, para ser así fieles a un supuesto mandato de la creación que decía: ¡Creced, multiplicaos…! (Gen 1, 28). No negó ese mandato, pero no lo puso en el centro  de su mensaje, como podían haber hecho otras tradiciones.  A su juicio, más que (=antes que) casarse y tener hijos importaba crear espacios y redes de solidaridad personal y de acogida a los pobres y excluidos, para esperar así la llegada del Reino, gozando de amor, de salud, de libertad. . Su opción fundamental fue la familia de Dios, abierta a todos los hombres y mujeres, no un tipo de pequeña familia al servicio de sí misma y de sus hijos.

Fue persona de trabajo, artesano (tekton), pero no propuso ni inició una forma de “redención” fundada en el trabajo. Al contrario, en un momento dado, abandonó su oficio y vida laboral, para compartir la visión de penitencia y juicio del Bautista, y después para crear su propio movimiento de Reino, al servicio de la comunión entre y desde aquellos que estaban rechazados  o marginados dentro de la “buena” sociedad establecida, pero abiertos al amor. En aquel momento, a su juicio, la prioridad no era la de crear una comunidad de trabajadores, empeñados en sostener a su familia, sino la de iniciar y animar un movimiento de solidaridad recreadora de la vida, desde los más pobres, en gesto de amor abierto hacia varones y mujeres, aceptando cada uno su propia condición personal y afectiva, para amar a los otros y crea una familia abierta a los hombres y mujeres del entorno.

 ‒ Su movimiento surgió en un contexto de desintegración familiar que se extendía en Galilea tras la ruptura del orden antiguo (con la pérdida de propiedad de la tierra yla ruptura consiguiente de las condiciones patriarcales de vida), desde su propia experiencia de Reino. Los nuevos impulsos sociales y laborales habían destruido un orden y tejido secular de “casas estables”, entendidas como unidad afectiva y laboral, en torno a un padre de familia, con mujer/mujeres e hijos a su servicio y bajo su cuidado. En consecuencia, una parte considerable de la población, es decir, de los varones (sin trabajo estable, ni heredad: casa/tierra) y, más aún, de las mujeres tenían dificultad para fundar una familia en sentido antiguo. Pues bien, en ese contexto él quiso buscar y poner en marcha un tipo de fidelidad y familia que rompíera el orden patriarcal, para abrirse en claves de solidaridad y comunión desde los antes excluidos. 

Su celibato no fue por tanto una forma de aislarse, en línea de separación  para situarse sobre un plano de mayor dignidad/pureza sexual y ontológica (contemplar el misterio de Dios, sin mancharse con las cosas de la tierra), sino expresión de una forma intensa de amar y solidarizarse con hombres y mujeres de estratos sociales inferiores, carentes de apoyo, sexualmente marginados, desde una experiencia del Reino, es decir, de amor mutuo. Lógicamente, no quiso mantener una familia patriarcal, fundada en el dominio de varones (padres) sobre mujeres e hijos, y en el poder de propietarios y ricos sobre carentes de propiedad y pobres, sino crear una  comunidad donde varones y mujeres, casados y solteros, niños y mayores, pudieran hallar un lugar, en comunión o mística de afecto. 

En aquel contexto (Galilea), ser célibe (¡y más aún eunuco!) como dicen algunos que es Jesús no era un signo de superioridad, sino de carencia, una debilidad o maldición (iba contra el mandato: ¡creced, multiplicaos!: Gen 1, 28). Pero Jesús convirtió esa carencia en abundancia, en una forma de expresar la felicidad de Reino y de solidarizarse con los más pobres, abriendo para ellos una esperanza distinta de familia, invirtiendo así las relaciones de poder.

De esa forma protestó contra una visión legalista y jerárquica de tipo patriarcal, como dice implícitamente  Mc 12, 15 al afirmar (en el contexto de la “ley del levirato” por la que un hombre estaba obligado a casarse con la viuda de su hermano difunto) que en la resurrección, hombres y mujeres no se casarán, esto es, no se atarán por ley, en la forma actual, donde los varones tienen preferencia sobre las mujeres (poniéndolas al servicio de su herencia económica), sino que serán todos «como ángeles del cielo», en libertad de amor.Jesús rechazó así una norma que ponía el matrimonio al servicio de la buena “descendencia” (para que no se borrara el nombre de su casa: cf. Dt 24, 5-6). Es muy posible que en una época como aquella, cuando muchos campesinos habían perdido la tierra (y no tenían herencia que dejar), aquella ley del levirato no cumpliera ya su función antigua; pero ella puede servir y sirve de referencia para entender la opción célibe de Jesús, como seguiré mostrando.

Dios, un Padre no patriarcal

 Jesús fue “varón”, pero no al estilo dominante, tanto en un contexto judío, como griego o romano, pues su celibato (entendido por “abajo”, desde los eunucos) le vinculó de manera intensa con personas sexual y familiarmente marginadas, superando los estereotipos “patriarcales” de una sociedad estamental, que se expresaban incluso en la visión de Dios como “gran Padre de familia”. Jesús aparecía en ese contexto como ejemplo de una sexualidad que supera los estereotipos patriarcales de dominio familiar e imposición de los varones sobre las mujeres,  para presentarse como hermano de todos, en un gesto de igualdad solidaria,  desde los más pobres. Parece claro que un tipo de moralismo posterior ha silenciado esta novedad de su vida y mensaje, retomando un tipo de patriarcado ajeno a su mensaje.

Jesús quiso volver a las raíces de la vida, como muestra su palabra sobre el matrimonio (¡al principio no era así!, cf. Mc 10, 6),  que se sitúa en la línea de Gen 1-2, antes de la ruptura patriarcal. Ciertamente, en el contexto de la tradición bíblica, él invocaba a Dios como “Padre”, como recuerda la tradición cristiana, manteniendo la palabra original aramea Abba, padrecito. Pero esa palabra no sirve para ratificar el patriarcado, presentando a Dios con rasgos masculinos, sino para presentarle como fuente de vida en amor e igualdad de varones y mujeres, como indica el Sermón de la Montaña (cf. Lc 6, 20-49; Mt 5-7) donde no hay normas distintas para uno u otro sexo.

‒ Jesús no llama a Dios padre por oposición a madre, con rasgos masculinos más que femeninos, sino por ser fuente de vida, y así asume, al mismo tiempo, rasgos que ordinariamente concebimos como más propios de la madre. Ante ese Dios, todos, varones y mujeres, somos niños, en palabra de profundo simbolismo (Mc 9, 33-37; 10, 13-16). Jesús retoma y ratifica la experiencia del Dios  de Oseas que es padre en amor (¡cuando Israel era niño yo le amé! Os 11, 1), superando la escisión  patriarcal que ha puesto al varón sobre la mujer. El Dios de Jesús es un padre materno, Dios personal, fuente de familia.

Dios es Padre de marginados y pobres, es decir, de aquellos que no tienen familia de poder en el mundo. Así aparece, de un modo amoroso, vinculando rasgos masculinos y femeninos, paternos y maternos,  que en la tradición suelen hallarse separados, vinculándose, al mismo tiempo, y de manera aún más profunda, con los expulsados y proscritos, con aquellos que carecen de familia física, como los eunucos. Desde ese fondo ha de entenderse su gesto radical de no violencia y de amor (=solidaridad creadora) con los últimos de la sociedad establecida[2].

- Por eso, lo que Jesús valora importa es el valor de las personas. Algunos afirman que él ha realizado su obra  mesiánica o salvadora como “varón”, de manera que sólo los varones pueden representarle. Pues bien, en contra de eso, partiendo de la primera tradición cristiana, debemos afirmar que él ha sido “redentor” como persona, es decir, como ser humano, definido por la “palabra” (comunicación de vida: cf. Jn 1,12-14), no por el sexo, es decir, no como varón en cuando opuesto a la mujer (y superior a ella). En esa línea, los concilios cristianos (Nicea y Calcedonia, 325 y 431 d.C.) le presentan como anthropos, ser humano, en sentido abarcador), no como aner (varón) ni como gyne (mujer). 

Los Doce apóstoles (=enviados mesiánicos de Jesús) son signo de los patriarcas de Israel (doce tribus), pero no como varones en sentido patriarcal, sino como personas, esto es, como expresión de la nueva humanidad reconciliada (cf. Mt 19, 28 y par). Por eso, significativamente, la función que ellos realizan no es ya masculina en el sentido de anti-femenina, sino humana en sentido radical. No actúan como portadores de semen masculino (como los doce patriarcas de las tribus de Israel), sino de Palabra de reino (amor mutuo), que vincula a todos en un “reino” fundado en la Palabra

‒  Esos Doce testigos prepascuales del Cristo no han cumplido su función de creadores de las Doce tribus, porque la función “genital” de engendrar tribus por genealogía ha desaparecido, siendo superada por la palabra/mensaje de Jesús, que no extiende el reino de Dios por genealogía de tribus, sino por Palabra supra-tribal, como muestra en la experiencia pascual el testimonio de las mujeres “amigas” de Jesús,  que no son continuadoras de la genealogía de las doce tribus, sino portadoras de la “palabra” del mensaje pascual de Jesús (cf. Mc 15-16).  

  1. Una ruptura familiar

Abraham dejó su hacienda y parentela (casa, estirpe, dioses…) para crear una nueva familia, en la tierra que Dios iba a mostrarle (Gen 12,1-3, cap. 2). Los hebreos oprimidos en Egipto tuvieron que abandonar el orden social y familiar antiguo para crear un pueblo distinto por el Éxodo. Pues bien, en esa línea, Jesús actúa como fundador de una nueva familia al servicio del Reino de Dios, y su movimiento implica una fuerte ruptura con las tradiciones y formas de vida de su entorno.

 Jesús no anunció ni promovió un mensaje espiritualista, ni quiso superar la estructura más “carnal” de Israel por una  más religiosa, sino fundar un tipo más extenso de más honda comunión interhumana, pero no a partir de una transmisión “de carne”, sino   de palabra, en lo que podríamos llamar familia de aquellos que comparten la palabra (cf. Jn 1, 1 y 1,12-13),  en comunión y diálogo con los excluidos de la alianza de Israel, desde los más pobres.  

‒ Jesús ha superado una familia patriarcal judía, presidida jerárquicamente por un padre, en el entorno honorable de la casa de Israel, pues él ha ofrecido su palabra fuera del espacio de las familias honorables, abriendo en su entorno de palabra y en su mesa un lugar para enfermos e impuros. Más que experiencia espiritualista o de grupo nacional, su evangelio fue trazando un modo integral de vida y de vinculación, en cercanía humana y universalidad (apertura a los expulsados del sistema), en un momento de crisis, cuando el esquema anterior de familia patriarcal honorable se estaba deshaciendo.

‒ Jesús no ha creado un tipo de familia patronal helenista o romana, presidida por un rico protector  que recibe en su casa y protege en la ciudad a "clientes" inferiores que buscan su apoyo. En esa familia de tipo contractual ambas partes se necesitaban: un patrono sin clientes carece de influjo y poder en la calle; unos clientes sin patrono quedan sin trabajo y comida. En contra de eso, Jesús quiso crear grupos de personas (de familias) de  libres e iguales, que libremente se regalan y comparten la vida, instaurando para ello un modelo nuevo de relación social, es decir, de comunidad, recreando para ello las tradiciones de Israel. 

 Familia patriarcal y patronal se cierran en sí mismas, al servicio del grupo, y en esa línea ha seguido avanzando cierto judaísmo (y cristianismo), como familia o casa de pureza nacional, formada por miembros afines. El mismo imperio romano ha tendido a estructurarse como casa/familia abierta a todos, pero que de hecho se ponía al servicio de un  orden social de privilegiados.

Pues bien, en contra de eso, la familia mesiánica de Jesús está al servicio de la reconciliación universal, a modo de comunión de hermanos y hermanas que se vinculan cumpliendo la voluntad de Dios, a través de la mística del amor mutuo y de la comunicación de la palabraCiertamente, los judíos sabían que Dios es lo primero, de manera que por él podía romperse y superarse un tipo de familia opuesta al orden de Dios (cf. Dt 13, 7-11), como ha puesto de relieve Filón de Alejandría:

Porque sólo un lazo de parentesco debemos tener, un solo símbolo de amistad: el complacer a Dios, el decir y hacer todo movidos por la piedad. Los llamados lazos de parentesco por consanguineidad de nuestros antepasados, y aquellas vinculaciones resultantes de los matrimonios y de otras causas similares deben ser dejados de lado, a no ser que conduzcan firmemente a esa misma meta, es decir, a la honra de Dios   (Spec. Leg 1, 317-318).  

 En esa línea, muchos judíos (esenios, fariseos…) estaban dispuestos a dejar en segundo plano un tipo de pequeña familia, pero sólo a fin de potenciar la gran familia nacional israelita. Jesús sigue en un sentido ese modelo, pero no para insistir en la “honorable” familia de Israel, sino en la familia o comunión de los excluídos. En principio, los seguidores de Filón, con los esenios, terapeutas y fariseos, sólo acogían en sus comunidades a los fariseos a los limpios y legales. Por el contrario, Jesús quiso acoger en su familia a los marginados del buen orden de Israel (publicanos, prostitutas, pobres, impuros), iniciando así una gran ruptura, un tipo de “reino de eunucos”.      

[1] Cf.  Comentario al Evangelio de Marcos, VD, Estella 2013

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