Domingo de Ramos 5.3.2020 Coronavirus, crisis y ocasión para reinventar la Iglesia
Una nueva "procesión de Ramos" con Mt 25, 31-46
En la línea de esa transformación de la vida del mundo en infierno parece introducirnos el coronavirus... Pues bien, en ese contexto, hay algunos que piensan que la misma iglesia puede convertirse en "alidada de ese infierno de una humanidad que se destruye a sí misma", diciendo que ella es inútil, pues no nos abre al cielo, como quiere el Padrenuestro, sino que nos cierra (se cierra) ante el mal que avanza. En esa línea citan algunas de sus actuaciones:
- Un tipo de iglesia cierra las puertas de los templos, anula sus misas de domingo, que deja sin entierro cristiano a sus muertos,que prohíbe un tipo de confesiones...
- Un tipo de iglesia queda sin procesiones de semana santa, deja de celebrar las primeras comuniones, no unge a los enfermos, ni ofrece celebraciones masivas de bautismos y matrimonios.
Una imagen de esta Iglesia sería el Papa a solas, en la Plaza de San Pedro, con un par de santos antiguos (un Cristo, una Virgen...), como si el centro de un tipo de cristiandad se quedara sin gente. Ésta sería la imagen de una Iglesia que no tiene ya nada que hacer, que deja el campo al coronavirus..., una iglesia que está perdiendo su función, pues los únicos que combaten al coronavirus son médicos y enfermeras etc. En esa línea, algunos que dicen que esta Iglesia se acaba, pues no responde ante el infierno del coronavirus:
Otras profesiones y trabajos han sido revalorizados, desde el servicio de médicos y enfermeros hasta el de los policías y el ejército que organizan y regulan la vida de la población, pasando por productores y vendedores de comidas y científicos que trabajan por encontrar vacunas y por los profesionales de los medios de comunicación que ofrecen un tipo de presencia a los encerrados en casa…
En contra de eso, una Iglesia más necesaria y actual que nunca:
Somos muchos los que pensamos que este momento, que en sí es muy malo, puede y debe ser un momento de misión nueva de iglesia, no al servicio de sí misma, sino de los hombres, empezando por los enfermos.
Jesús comenzó su misión en un momento de crisis-enfermedad, en Galilea, ante un mundo de expulsados, enloquecidos, enfermos... En aquel momento malo Jesús inicio un camino de Reino.
También la Iglesia actual tiene que reinventarse en este momento de coronavirus... no para alegrarse por el mal, sino todo lo contrario, para protestar con su vida contra el mal, para ofrecer un testimonio de presencia gratuita y de esperanza de vida. Éste es un momento clave para la iglesia, que debe volver al evangelio y reinventar su misión, es decir, recuperarla, desde Jesús, viendo lo que es inútil (e incluso anti‒cristiano) en ella, recuperando su impulso de vida, su forma de presencia sanadora, no en contra de otras instituciones (sanidad, enseñanza, servicios sociales...), sino ofreciendo su impulso a través de ellas, de un modo gratuito, silencioso, intenso... sin buscar nada para sí, sino para los hambrientos, desterrados, enfermos..., es decir para los hombres y mujeres en necesidad (conforme al programa de Mt 25, 31-46).
La iglesia ha corrido el riesgo de vivir para sí, como si fuera el ombligo del mundo, hacia el que todos tienen mirar... Pues bien, ése es el momento en que ella puede y debe ponerse al servicio de los enfermos y excluidos, como hizo Jesús (cf. Lc 4, 17-18), conforme al mensaje central de Mt 25, 31-46.
Éste es un momento de Iglesia... No para vivir a costa de la muerte, sino todo lo contrario: para ofrecer camino y esperanza de vida en medio del riesgo de la muerte.
‒ Un valor positivo: Cientos de curas (sacerdotes) están muriendo, la mayoría hombres ejemplares…, como los que yo he venido poniendo de relieve en mis postales de RD, hombres ejemplares de evangelio y de vida (Fructuoso, Miguel Ángel…).
‒ Pero está llegando el momento de recrear un tipo de ministerios de evangelio…, no sólo por el coronavirus sólo, sino por Jesús… Y hay que hacerlo ya, como signo y tarea de esperanza, de presencia humana y de cercanía de amor.
No soy nadie para trazar caminos... Pero algo he dicho ya, algo he pensado y puede aún decir, desde mi retiro de anciano.... Llevo treinta años intentando pensar sobre la forma de recrear la Iglesia... partiendo de mi libro sobre Mt 25, 31-46 (año 1984)... Desde ese fondo, siguiendo en la línea de otros trabajos, sumando mi voz a la de miles y miles de ministros cristianos de la Palabra y de la Vida, ordenados o no, quiero evocar un camino de reinvención cristiana, en estos tiempos de coronavirus.
En primer lugar, es importante evocar el invierno/invierno en que estamos, recordando los 3 (o 6) peldaños del infierno en la tierra:
‒ El primero infierno es el hambre‒sed, y así dice el Dios de Cristo: “tuve hambre, sed…”. Que el coronavirus no nos haga olvidar que el primer infierno, en el sufre y muere buena parte de la humanidad es el hambre‒sed, que se extiende sobre el mundo por varias razones, entre las que sobresale la falta de solidaridad y de justicia de los hombres… La vacuna contra el hambre es fácil de desarrollar, pero no tenemos voluntad para ello.
‒ El segundo infierno es el exilio y la desnudez, no tener tierra ni dignidad, estar expulsados, ser extraños, arrojados en el mundo, perdidos, si patria… Que el coronavirus no nos haga olvidar que el segundo infierno está llenos de millones y millones de expulsados, sin tierra ni dignidad, desnudos de honor, de ley… La vacuna contra este segundo infierno es fácil de desarrollar, pero no tenemos voluntad para ello.
‒‒ El tercer infierno son los enfermos y los encarcelados…El evangelio de Mt 25, los une en un mismo “lote”. Estuve enfermo, estuve encarcelado… Que el coronavirus no nos haga olvidar todas las formas de enfermedad y de cárcel que oprimen a millones y millones de personas. Tenemos que desarrollar una vacuna distinta, para visitar y cuidar a todos lo enfermos, a todos los encadenados y encarcelados.
El coronavirus, un relato de infierno... El infierno es una vida sin amor y sin futuro, una vida que se destruye a sí misma:
Sobre el infierno han tratado desde antiguo muchos mitos y muchos maestros, no sólo de otras religiones, sino católicos como Dante. Pero la descripción más sobrio y más dura la ofrece Mt 25, 31-14, invirtiendo el programa del Padrenuestro, como camino de descenso y muerte, que va del hambre a la cárcel.
Frente al Padre Nuestro que dice así en la tierra como en cielo, nuestro pasaje así en la tierra como en el infierno. Sobre el infierno del más allá se pueden tener serias dudas, pero no puede dudarse del camino de infierno que estamos creando en esta tierra,
En esta línea se sitúa lagenealogía del infierno... y la necesidad de recrear una iglesia que diga: Así en la tierra como en el cielo...
La iglesia quiere ser (ha sido y debe ser) un camino de cielo... Siguiendo una imagen de mi infancia, yo diría que ella es un "tren de cielo"... La iglesia ha sido creada por Jesús y sus primeros seguidores como un "camino de cielo", un camino de humanidad solidaria, esperanzada, abierta al futuro pleno de Dios que es la resurrección... Y resulta que en estos tiempos (abril 2020) parece que es una de las instituciones menos valoradas, por detrás de médicos y enfermeros, de agricultores e incluso de militares...
Conocemos bien las seis e
staciones del tren del infierno, que empieza por el hambre (causada por la prepotencia de algunos, que ponen los bienes de la tierra a su servicio…) y culmina en la cárcel sin fin de una vida que acaba siendo muerte interminable.
La Iglesia de Mt 25, 31-46 quiere invertir esas seis estaciones del tren del infierno... poniendo de relieve las seis estaciones de la obra de de Dios (Gen 1), que van desde el primer día de la luz al sexto día de la creación de unos hombres y mujeres que se aman y respetan mutuamente. Frente al Dios creador surge aquí el hombre destructor, en un camino bien preciso que va del hambre culpable a la cárcel.
Desde ese fondo quiero proponer una "procesión de cielo"... la procesión de Jesús que nos precede en el camino que lleva al pan compartido, a la comunión de todos los hombres... al futuro de una vida abierta al cielo de Dios.
Sobre ese fondo presento hoy el itinerario de la de la enfermedad y de la cárcel. En contra de ese infierno de los seis escalones de Mt 25, 31‒46 quiso entrar Jesús en Jerusalén, y así lo quiero desarrollar en esta reflexión del Domingo de la Borriquilla, el Domingo de Jesús que quiere entrar en Jerusalén para abrir en la tierra un camino de libertad. Volvamos de nuevo al texto:
1. Primer peldaño del infierno: Tuve hambre y (no) me disteis de comer (Mt 25, 35)
En sentido extenso, el hambre es una necesidad material, y parece fácilmente remediable, pues la tierra ofrece mucho alimento, y el hombre actual sabe producir, de manera que hay comida suficiente para todos. Pero de hecho los hombres concretos no saben o no quieren compartir la comida (los bienes), de forma que unos tienen pan sobrante y otros mueren por falta de alimento. Por eso, aunque el hambre tiene varias raíces (escasez de recursos, desgracias, subdesarrollo de algunos colectivos…), en sentido más profundo, ella proviene de dos principales: el egoísmo de algunos y la injusticia del sistema social.
Ya en el II aC, Daniel 7 presentaba a los imperios como bestias que destruyen y matan…, comiendo la vida los pobres, y lo que era entonces cierto lo seguía siendo en tiempos de Mateo y sigue siéndolo en la actualidad, pues los sistemas económico/sociales actúan de hecho como bestias que triunfan (engordan, se imponen) sobre el sacrificio y muerte de los hambrientos. Ciertamente, la Biblia no contiene códigos legales para resolver técnicamente el tema, pero ha señalado los territorios del hambre, con una guía básica para superarla. En el principio del camino que lleva a la cárcel está el tema del hambre, que ha de plantearse desde tres perspectivas, sin contar con el tema de limitación de recursos, especialmente en zonas de carencia o de superpoblación.
Ciertamente, hay otros temas y cuestiones de fondo, pero es evidente que sin una transformación económica, si no se empieza replanteando y resolviendo el tema del hambre es imposible resolver el de la cárcel. En el principio de un camino de libertad, tal como lo ha propuesto Jesús, se encuentra el don y la exigencia (la experiencia concreta) de comer juntos, compartiendo panes y peces, a campo abierto, sin expulsiones ni exclusiones, como muestran los relatos de las multiplicaciones de Jesús (cf. Mc 6, 35-44; 8, 1-9 par). Ciertamente, la Iglesia de Jesús no es una simple institución económica, sino un proyecto de transformación mesiánica, con un hondo mensaje de liberación personal, pero ella no puede cumplir su misión sin un fuerte compromiso social de justicia, a fin de que los hambrientos puedan comer de manera que el Mesías de Dios diga al final “tuve hambre y me disteis de comer”. Sólo creando condiciones en las que todos puedan comer (sólo compartiendo la comida con los pobres) se iniciará un camino de redención, que puede culminar en la superación de la cárcel.
2. Segundo peldaño. Tuve sed y (no) me disteis de beber (Mt 25,35).
El agua era (y sigue siendo) tan urgente y necesaria como el pan, pues en zonas y tiempos de sequía el mayor riesgo para el hombre es la falta de bebida, como así aparece indicarlo Mt 10, 42: “Aquel que os diere de beber un vaso de agua, no quedará sin recompensa”. Conforme, al conjunto de la Biblia, Dios ofrece el agua, para que los hombres la compartan, en un plano de conjunto, donde se vinculan el aspecto material y espiritual, físico y social .
Ciertamente, el agua tiene otros sentidos, pero la primera bendición de Dios, la más importante, se expresa en el agua que debemos dar a los pobres, compartiéndola con ellos, para así vivir en hermandad.
Sólo partiendo del agua podemos hablar de otras obras de misericordia: Vestir al desnudo, acoger al extranjero… Lo más espiritual (Espíritu de Dios) se identifica con el don material del agua (bebida para los necesitados). Mientras todos los hombres y mujeres no tengan acceso al agua, en igualdad y justicia, no se puede hablar de fraternidad humana.
En ese contexto se debe recordar la falta de agua y de higiene de los inmensos suburbios de las grandes ciudades modernas, en América, en Asia, en África, sin servicios sociales, sin presencia del Estado, en un contexto de miseria general. Algunos de esos suburbios (favelas, barrios miseria…) se están convirtiendo en cárceles de vida indigna, sin higiene ni seguridad, sin programa educativo ni sanitario, sin otra perspectiva de futuro que un tipo de mendicidad, quizá de robo… Sin atención a este problema, sin compartir el agua, como primero de los bienes (es decir, sin una transformación real de las condiciones de vida de cientos de miles de hacinados de los suburbios del mundo, es decir, sin un programa y proyecto de comunidad integral y re-educación) no puede resolverse el tema final de la cárcel, que es el resultado de una vida hecha de enfrentamientos y de miserias sociales.
3. Tercer infierno:Fui extranjero y (no) me acogisteis (Mt 25,35).
Acoger se dice en griego synagô, recibir, reunir en un grupo. De la misma raíz proviene la palabra sinagoga, reunión o comunidad, en sentido social. Pues bien, en ese contexto, Jesús pide que acojamos en nuestro grupo (asamblea) a los extraños (xenoi), en gesto de hospitalidad integral, es decir, humana, en el sentido espiritual y social. No se trata de recibir sólo a los demás (a los extranjeros) en una iglesia entendida sólo como espacio de oración ni tampoco de ofrecer unos servicios sociales desde un plano superior (desde fuera), sino de acoger en comunidad, compartiendo la propia vida con los marginados y extranjeros. En esa línea, este pasaje de juicio supone que, de un modo individual o en grupo, los seguidores de Jesús han de hallarse dispuestos a recibir a los xenoi o extranjeros, los que han sido expulsados de (o no integrados) en la comunidad mayoritaria. Entendido así, Mt 25, 31-46 eleva una propuesta de grandes consecuencias para una iglesia, que no puede encerrarse como grupo/secta separada, para algunos “fieles propios” (los miembros oficiales) sino que ha de abrirse a los de fuera, no para perder su identidad, para enraizarla y expandir, ofreciendo a los extranjeros un espacio de vida física y social, una casa, en el sentido radical de ese término. No se trata pues sólo de no rechazar (de ser tolerantes, de respetar, no matar), sino de recibir a los xenoi o extranjeros en la comunión vital de los creyentes, en un tiempo como el de Jesús en el que los no integrados corrían el riesgo de la exclusión social y física (de la muerte), pues era muy difícil vivir sin grupo (patria), sin espacio de humanidad.
No se trata de extranjeros poderosos que han dejado su hogar antiguo para así triunfar (por armas o dinero), en lugares nuevos sino más bien de aquellos pobres que no son bien acogidos ni en su lugar de origen, ni en su lugar de destino (en caso de que tengan un destino, y no sean de hecho apátridas permanente). Entre ellos están hoy las grandes masas de emigrantes que vienen a países ricos, huyendo del hambre o la muerte, siendo con frecuencia rechazados. Por ellos dice Jesús: Soy extranjero y me (o no me) acogéis.
Es evidente que la iglesia no puede sustituir la responsabilidad política de la sociedad. Más aún, es posible que una emigración indiscriminada y una apertura indistinta a los extranjeros puede resultar poco eficaz, e incluso peligrosa, a no ser que venga acompañada por una transformación general del conjunto de los pueblos. Pero, desde un punto de vista cristiano (conforme a la palabra de Jesús “fui extranjero y no me acogisteis”) la solución no está en cerrar fronteras sino en abrir espacios de colaboración y acogida, poniendo tierra y bienes al servicio de todos los hombres, de manera que nadie tenga que salir por fuerza y todos puedan hacerlo, si quieren, pues el mundo es hogar de comunión universal.
La patria del cristiano es el diálogo y la acogida, abierta con y por Jesús a los más necesitados. Sobre un tipo de derechos estatales, por encima de las imposiciones de tipo nacional o militar, los cristianos creemos en la palabra, esto es, en la comunicación y en la acogida mutua. Significativamente, una parte considerable de los encarcelados de ciertos países más ricos (entre ellos España) provienen de otros países: Son emigrantes pobres, indocumentados, sin papeles…Por eso, el problema de las cárceles está internamente vinculado a la falta de acogida social. Por otra parte, al lado de las cárceles oficiales se han elevado (se están elevando) otro tipo de lugares de encerramiento que son a veces más dañinos, más siniestros: Los campos de concentración, los campamentos de refugiados, los centros de internamiento de extranjeros (CIES)… De esa manera, junto a las cárceles oficiales (organizadas y dirigidas por Estados “legales”) se extienden y multiplican un tipo de cárceles clandestinas, quizá más peligrosas que las estatales.
Y junto a ellos (en su origen) están los grupos de expulsados, los que van de un lado y de otro, los que se arriesgan y a veces mueren en “pateras”, los que viven encerrados tras grandes muros de separación, los que son objeto de trata de “blancas” (o de negras), encarcelados de hecho en manos de mafias que se aprovechan de su necesidad.
Este problema de los extranjeros ofrece, sin duda, una propuesta abierta a todos, pero Mt 25 piensa de manera especial en los cristianos, que debían (deben) ofrecer a los extraños un espacio de vida, una casa, como sucedía al principio de la Iglesia. No puede hablarse en modo alguno de “visita” a los encarcelados si no se empieza acogiendo a los extranjeros, en un mundo donde todos pueden y deben ser acogidos en espacios de comunión fraterna.
4. Cuarto infierno: Estaba desnudo y me vestisteis (Mt 25,36)
El libro del Éxodo ha puesto de relieve el valor sagrado de la vestidura de los pobres, que nadie puede usurpar a perpetuidad: “Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás a la puesta del sol, pues no tiene vestido para cubrir su cuerpo y para acostarse? Cuando clame a mí, yo le oiré; porque soy misericordioso (hanun)” (cf. Ex 22, 26; cf. Is 68, 7). En ese contexto, desnudez significa exclusión, de manera que los desnudos aparecen como pobres de los pobres, aquellos que no tienen dignidad reconocida, ni derecho, apareciendo sin embargo (¡por eso!) como signo supremo del reino de Dios.
Según eso, desnudo no es sólo (ni ante todo) quien no tiene ropa, sino aquel que está excluido, humillado, oprimido por otros, pues carece de la dignidad y lugar social que le ofrece el vestido. El desnudo es un extranjero en su propio país y en su tierra, aquel que no ha podido lograr que se reconozca su dignidad, o ha sido expulsado del orden social.
‒ Se trata, por tanto, de vestir en sentido externo. Por eso, quien tiene ropa sobrante (capa de rey, manto de sacerdote, túnica de labrador) y no viste al desnudo es un ladrón, merecedor del juicio (como supone Juan Bautista: Lc 3, 11). ‒ Pero se trata, sobre todo, de vestir en un sentido integral, creando espacios de dignidad, de cultura compartida, formas de vida en las que nadie sea en principio excluido, rechazado.
Desde ese fondo ha retomado Jesús la tradición de Israel sobre el vestido, como ratifica de un modo evangélico Sant 2, 13-15, al oponerse a la fe sin obras de aquellos que dicen confiar en Dios, pero desatienden al hambriento y desprecian (marginan) al desnudo (al que lleva un vestido miserable). Vestirse uno a sí mismo por ostentación es pecado. Vestir al desnudo por solidaridad y justicia es signo esencial (y realidad) de salvación.
En esa línea, desnudo no es aquel que no tiene ropa material, sino el que va “mal vestido”, en sentido físico y personal, el marginado, humillado y oprimido, hombre o mujer sin defensa, a merced de los otros, rebajado, rechazado, sin derecho (cf. Sant 2, 2-3). El extranjero carecía de protección social, no tenía sinagoga, y era por eso muy pobre. Pero más pobre es aún el desnudo, pues carece de protección personal y dignidad, pudiendo ser manipulado, en un plano sexual, laboral y social.
Desnudo es, según eso, el que no tiene derecho, ni dignidad, hallándose por tanto a merced de los demás. Especialmente desnudas en ese plano están las mujeres de la trata sexual, los niños y niñas robados y prostituidos, y en sentido más amplio todos aquellos que carecen de defensa o protección, corriendo siempre el riesgo de ser utilizados, destruidos, encarcelados. Estos desnudos son los más “seguros” candidatos a la cárcel, pues viven a la intemperie, sin cobertura social ni jurídica, personal ni económica, a merced de las propias necesidades y de la violencia del ambiente, apareciendo así como contrarios a los valores de la sociedad establecida.
Expresión y consecuencia de esa “desnudez” termina siendo en muchos casos el llamado “sistema penitenciario”, que procura encerrar a los desnudos, como si fueran culpables de su pobreza social, para mantener así un tipo de orden al servicio de los privilegiados del sistema Pues bien, quien no viste al desnudo es para la Biblia un ladrón, merecedor del juicio.
5. Quinto infierno: Estuve enfermo y (no) vinisteis a mí (Mt 25, 36) y cuidasteis de mi
Puede mantenerse la traducción usual (y no me visitasteis…), pero, tomada en sentido estricto (limitado), ella resulta imprecisa y acaba siendo falsa, pues no se trata de “hacer visitas” ocasionales a los enfermos, como a parientes lejanos, sino de cuidarles de un modo eficaz. Ese es el sentido de la palabra aquí empleada (epikeptomai), que significa cuidar, “preocuparse por”, organizar las cosas para el bien de los enfermos, como supone el término hebreo que está al fondo (paqad) y el griego ya citado, del que deriva la palabra clave de la iglesia posterior: episcopos, obispo, el que anima y coordina la vida de la comunidad (siendo signo de la presencia de Dios en la Iglesia).
Pues bien, conforme a este pasaje, el hombre o mujer más importante en la Iglesia no es el “episcopos” (obispo) posterior sino el enfermo y necesitado a cuyo servicio ha de ponerse el mismo obispo que le visita y cuida; más aún, en esa línea, todos los cristianos son “obispos”, responsables unos de los otros. En ese fondo aparece con nitidez el “crescendo” de estas “obras de diaconía”, que nos llevan de lo que parece más externo (hambre/sed) a lo realmente humano (acoger al extranjero, vestir al desnudo…), para crear de esa manera una comunidad de atención y solicitud a favor de los demás, y en especial de los débiles/enfermos, una comunidad de acogida, cuidado y madurez, pues sin ella el hombre acaba siendo un oprimido, utilizado por los otros o condenado a la cárcel .
Nos ha sacudido en este tiempo (marzo‒abril 2020) la enfermedad de coronavirus, nos ha hecho despertar…, para saber que no se puede ayudar y acompañar a los enfermo si no empezamos dando de comer y de beber, compartiendo vida y comida, casa y dignidad. Desde ese fondo se puede hablar de “visitar”, es decir, de acompañar a los enfermos.
La iglesia no es un simple hospital para morir, sino una casa para vivir en compañía, superando el miedo, la opresión y la violencia, como quiso Jesús, mesías de la salud. A Jesús no le importaba el origen social o personal de las dolencias (cosa que ha de verse en otro plano), pero sabía que toda enfermedad tiene un aspecto social (depende de la forma de relacionarnos con los otros), y otro que puede llamarse espiritual (pues puede no sólo destruir al ser humano, sino impulsarle a poner su vida al servicio de los otros), iniciando a partir de aquí un programa de visita y sanación de los enfermos, una medicina de presencia curadora . Pues bien, en este contexto se pueden distinguir de un modo inicial cuatro tipos de enfermedades:
‒ Hay enfermedades que derivan del hambre y sed. Ellas dominan en países del tercer mundo, y se extienden también en nuestra sociedad capitalista (en sus bolsas de pobreza). Hambre y enfermedad van unidas, como sabe el relato de los jinetes del Ap 6, 1-7. Por eso, la primera forma de visitar a los enfermos consiste en crear una cultura de salud, que empieza en el hogar o familia, que se expresa en los grupos sociales y que culmina en una “política” sanitaria al servicio de todos.
‒ Hay enfermedades más relacionada con el exilio y desnudez, con la violencia social, la falta de cariño y el desfondamiento personal, en línea psicológica. Muchos exilados y desnudos terminan enfermos, con dificultad de adaptación y malestar interior, sin ternura ni raíces, con propensión a la violencia. Pues bien, al situarse ante esos enfermos, el conjunto social pierde su humanidad si no les atiende, convirtiéndose en un campo de lucha de todos contra todos. Por eso visitar a los enfermos implica superar las condiciones de exilio en que muchos de ellos viven (malviven) y enferman, no solamente en el sentido de que pueden sufrir algunas enfermedades, sino de que son radicalmente enfermos.
‒ Hay enfermedades propias de la cultura del bienestar, ligadas al hastío de la vida y a la falta sentido. Ellas pueden hallarse vinculadas a problemas genéticos, pero casi siempre tienen un origen familiar y social. La “buena” y rica sociedad de occidente ha logrado altas cotas de bienestar sanitario, pero también ha visto aumentar sus dolencias, sobre todo psíquicas. Nuestra cultura ha resuelto grandes problemas, pero no ha logrado dar sentido (=salud) a las personas. Ha crecido el poder material, pero han aumentado también las bolsas de pobreza material, social, humana.
‒ Hay finalmente un tipo de enfermedad muy vinculado con la cárcel… He venido diciendo que muchos encarcelados vienen del hambre y de la sed, del exilio (extranjeros) y de la desnudez… Pues bien, al lado de (o juntamente con) ellos hay muchos encarcelados que vienen de la enfermedad, que son enfermos sociales y personales, de manera que las cárceles de algunos países de occidente se han convertido en un tipo sanatorios psiquiátricos, pero sin verdadera atención a los enfermos, sanatorios donde a los internos se les “calma” con pastillas, sin ofrecerles verdadera curación. Deberían ser sanatorios, pero se han convertido en un tipo de “moritorios”, máquinas para la muerte.
‒ En ese fondo se puede recordar hoy, Domingo de Ramos, la enfermedad del coronavirus…, para trazar un camino de inversión de la muerte, un camino de vida, hecha de cuidado, de pan compartido, de acogida de los extranjeros…, un camino que nos lleve a vestir a dar dignidad a todos… Desde ese camino podremos enfrentarnos con el coronavirus…
Lógicamente, para curar la enfermedad del coronavirus es necesario empezar por el principio (dar de comer, acoger…) y seguir por centro: Acoger, crear espacios donde lo importante sea la vida, la vida de todos… en gesto de solidaridad, y también con las vacunas necesarias…
Ciertamente, son necesarios todos los cuidados médicos, empezando por un aislamiento para evitar contagios… Pero un aislamiento que no sea soledad, sino forma nueva de presencia… Es necesaria una vacuna química o biológica…, pero sin olvidar la gran vacuna humana, que es la solidaridad, con un tipo de presencia y acogida, de “sinagogê” que consiste en ofrecer espacio de vida a los extranjeros y vestido (dignidad) a los desnudos, culminando en la más honda presencia en el mundo de la enfermedad. Sólo quien sabe acompañarles, quien les acoge/visita y les ofrece su ánimo en la vida puede ser testigo del Reino de Jesús, que vino a “liberar a los encarcelados” (Lc 4, 18-19), es decir, a crear un mundo en el que ya no sea necesario un tipo de cárcel como el nuestro.
6. Sexto invierno: Estuve en la cárcel y (no) vinisteis a mi (25, 36), y (no)cuidasteis de mi (Mt 25, 43)
Tras le enfermedad, Mt 25,31‒ 46 coloca la cárcel En el contexto de Jesús y de la primera iglesia, en el mundo judío y el imperio romano, en tiempos de Mateo (hacia el 85 d.C.), los encarcelados solían ser personas que estaban en prisión por poco tiempo, en espera de juicio, por algún “delito” social o político, en espera de ser liberados o condenados a muerte. En ese contexto, el Evangelio de Mateo ha citado varios tipos de persecución en contra de los cristianos, por motivos de fe o compromiso religioso (desde Mt 5, 11-12 hasta 23, 34-36 y 24, 9-14). Pero nuestro pasaje (Mt 25, 31-46) no habla ya de cristianos encarcelados a causa de su fe, sino de un abanico más amplio de personas (cristianas o no) mantenidas en prisión, por diversas causas personales y sociales, institucionales e individuales.
En ese sentido resulta significativo el hecho de que Mt 25, 31-46 presente al final de su lista de necesidades humanas los encarcelados, tras los hambrientos-sedientos-extranjeros-desnudos-enfermos, como para indicar que en ellos se condensan y culminan todos los males de la sociedad, que son signo de la presencia de Dios sobre la tierra. El final de los males no está en el coronavirus…, sino en la cárcel, es decir, en la expulsión de los hombres y mujeres que resultan “peligrosos” para un tipo de sociedad.
Es significativo el hecho de que a los enfermos de coronavirus se les encierra en un tipo de cárcel médica…, un tipo de aislamiento medicinal, para la curación, para que no se extienda el contagio. Los hospitales se están convirtiendo en un tipo de cárceles donde están “detenidos” los enfermos, hasta que se curen o mueran. La respuesta del evangelio para enfermos y encarcelados es la misma: La asistencia, la presencia humana, la ayuda.
Enfermos y encarcelados son para Jesús la piedra angular de la comunidad mesiánica, son el cimiento del Reino: Sólo allí donde hombres y mujeres, el conjunto de la Iglesia se hace presente en enfermos y encarcelados, para ofrecerles presencia de cuidado, de ánimo y de vida se puede hablar de la llegada del Reino de Dios.
Sin duda, algunos encarcelados pueden representar un peligro para la vida de los demás (por perturbación psíquica o tendencias agresivas/homicidas insuperables) social, y no es sensato que queden sin más en libertad. También los enfermos de coronavirus pueden representar un riesgo de contagio. Pero la solución no está en encerrarles y dejarles morir, sino en ofrecerles un tipo más hondo de presencia, de ayuda.
Por eso, en este contexto, Jesús quiere ofrecer a los enfermos y encarcelados encarcelados una presencia humana de cuidado (¡como obra que se hace a Dios!), pidiendo a sus discípulos que se ocupen de ellos (estrictamente hablando, que les acojan y cuiden). La transformación de la sociedad resulta inseparable de la atención a los enfermos y encarcelados reales.
Enfermos y encarcelados: Palabra final de Reino.
En un sentido más personal, la opresión más fuerte del ser humano puede ser la enfermedad, vejez y muerte de cada uno, como han puesto de relieve Buda y el Budismo, al insistir en la transformación personal de cada uno, superando sus deseos que conducen al sufrimiento. Pero en un plano social, conforme a la dinámica de la Biblia hebrea y a la experiencia de Jesús, tal como ha sido condensada en Mt 25, 31-46, la necesidad y dolor más alto se expresa en los encarcelados (y en las víctimas que ellos mismos han podido producir, quizá matando, robando…).