El Dios El Cristiano, un Dios por descubrir Domingo de la Trinidad, un Dios que parece jubilado por inútil
K. Rahner (1904-1984), gran teólogo del siglo XX, dijo que si un día se suprimiera la Trinidad, en la teología y en la iglesia, no pasaría nada. ¿Por qué? Porque en el fondo, para una mayoría, ella no "pinta" ni hace nada, es como un mueble abandonado hace siglos. Ésta es una de las críticas mayores que he escuchado contra el cristianismo. Así decía Rahner, el año 1960:
“…los cristianos, a pesar de su confesión ortodoxa de la Trinidad, son en la realización de su existencia religiosa casi exclusivamente «monoteístas»....Si hubiera que desechar, por falsa, la doctrina trinitaria, la mayor parte de la bibliografía religiosa podría permanecer casi tal y como está”.
“…la idea que el cristiano tiene de la Encarnación no tendría que modificarse nada si no hubiera Trinidad... la doctrina de la gracia es, de hecho, monoteísta, no trinitaria..."
“ (En contra de eso...) La tesis fundamental… que destaca la Trinidad en tanto misterio de salvación...podría formularse así: la Trinidad «económica» es la inmanente, y recíprocamente”.
Rahner quiso recuperar desde su gran magisterio el carácter trinitario (=encarnatorio) del cristianismo, aunque quizá con poca fortuna. Yo he querido imitarle, en una línea más modesta, como verá quien siga leyendo. Buen día de la Trinidad a todos, pues sin ella (sin encarnación) no seríamos cristianos.
“…la idea que el cristiano tiene de la Encarnación no tendría que modificarse nada si no hubiera Trinidad... la doctrina de la gracia es, de hecho, monoteísta, no trinitaria..."
“ (En contra de eso...) La tesis fundamental… que destaca la Trinidad en tanto misterio de salvación...podría formularse así: la Trinidad «económica» es la inmanente, y recíprocamente”.
Rahner quiso recuperar desde su gran magisterio el carácter trinitario (=encarnatorio) del cristianismo, aunque quizá con poca fortuna. Yo he querido imitarle, en una línea más modesta, como verá quien siga leyendo. Buen día de la Trinidad a todos, pues sin ella (sin encarnación) no seríamos cristianos.
Rahner quiso recuperar desde su gran magisterio el carácter trinitario (=encarnatorio) del cristianismo, aunque quizá con poca fortuna. Yo he querido imitarle, en una línea más modesta, como verá quien siga leyendo. Buen día de la Trinidad a todos, pues sin ella (sin encarnación) no seríamos cristianos.
| Xabier Pikaza teólogo
Trabajo de K. Rahner: Advertencias sobre el tratado dogmático «de Trinitate», edición en PDF Escritos Teología IV,Cristiandad, Madrid 1962, 107-111 (=«Bemerkungen zum dogmatischen Traktat 'De Trinitate'»: Universitas (Festschrift für Bischof A. Stohr) 1, Mainz 1960, 130-150.
(///C:/Users/USER/Downloads/Karl%20Rahner%20-%20Escritos%20de%20Teolog%C3%ADa%20IV%20-%201962_%20(2).pdf)
Reflexión básica de K. Rahner
- A partir de la Edad Media, la reflexión teológica y la vida de la Iglesia se ha desligado de su raíz “trinitaria”, de forma que han surgido “dos trinidades”. (a) La Trinidad inmanente se ha convertido en una especie de reflexión arcana sobre el Dios en sí, sin influjo real en la “trinidad económica” o, mejor dicho, en la “economía” viva de la teología y vida de la iglesia.
- Prácticamente todo en la teología y en la vida de la Iglesia se ha desarrollado y resuelto como si no hubiera trinidad/encarnación real (histórica), de manera que si no hubiera trinidad en el Cristianismo real de occidente no cambiaría prácticamente nada.
- El tratado “de Dios” (y la visión práctica de Dios) se ha desligado de Dios, de manera que todo sucede y se resuelve como si Dios-Trinidad no existiera. Lo mismo se puede decir del tratado de la Gracia y de la Iglesia, de los Sacramentos y de la vida eterna.
Ampliación de X. Pikaza
De la visión de K. Rahner y de su influjo he tratado en algunos libros, como Enchiridion Trinitatis y Trinidad. Ahora quiero evocar sólo tres puntos en los que la “crítica trinitaria” de Rahner sigue siendo pertinente.
- La estructura real de la Iglesia y de su estructura sigue siendo pre-trinitaria y pre-encarnatoria, pues aboga por una jerarquía monárquica (no comunitaria), sin encarnación real en la historia (como si Jesús de Nazaret no hubiera existido o no fuera el “Hijo” encarnado).
- Prácticamente todo el Derecho Eclesial es pre-trinitario y pre-encarnatorio, pues se funda en una visión ontológica no trinitaria ni encarnatoria de la autoridad.
- El compromiso social de la Iglesia, siendo muy bueno, sigue siendo también pre-trinitario y pe-encarnatorio, pues tiende a fundarse en un Dios superior de arriba, no de comunión y encarnación real, como Cristo.
Reflexión posterior
A pesar de la crítica de K. Rahner, que yo mismo he mantenido, la iglesia en su raíz ha sido y sigue siendo Trinidad (comunión de Dios) y encarnación (presencia y despliegue de esa comunión en forma humana). Mantener destacar ese principio trinitario de la iglesia, como quería Rahner, exige, a mi juicio, trersgrandes “reformas” o críticas.
- La primera consiste en “fundarse” de un modo radical y consecuente en Escritura (es decir, en la revelación de Dios), como quiere el Papa Francisco. Se se incluirse en el itinerario creador y salvador de Dios, descubriendo así su despliegue y presencia en la vida de los hombres, no en una superestructura ontológica de tipo idealista y dictatorial.
- La Trinidad es una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) como en su apertura hacia los hombres: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. Vivir cómo y desde Jesús, eso es creer en la Trinidad.
- La Trinidad es la misma comunión divina, expresada en forma de comunión y comunicación de vida entre los hombres, en un plano personal y social, afectivo y económico.
AMPLIACIÓN TEÓRICA. TRINIDAD REDENTORA
(Texto de una mis colaboraciones a la revista Trinidad y Liberación, de los Padres Trinitarios, en la que colaboro desde hace muchos años, agradeciéndoles su fidelidad al carisma trinitario y su amistas entrañable).
Trinidad es ser/vivir en libertad y comunión, siendo cada uno perfecto en sí mismo, recibiendo y dando lo que es y lo que tiene. Trinidad es, según eso, amor de Padre/Hijo (dar y recibir), siendo amor compartido/enamorado (Espíritu Santo).
Dios es por tanto amor enamorado donde el Padre y el Hijo (dar y recibir) son de tal manera en comunión que puede y debe confesarse, con San Juan de la Cruz, que ellos son un Amante y un Amado, en el Amor que es el Espíritu.Ésta no es una opinión más, una verdad entre otras, sino la verdad cristiana,el descubrimiento emocionado de la realidad de Dios, el principio de toda redención.
Algunos pensadores (judíos cabalistas) dijeron antaño que Dios se retira y encoge, para que así pueda surgir el ser humano, y eso es, sin duda muy cierto, pues si Dios lo ocupara y lo llenara todo no habría espacio para el ser humano (como algunos hombres hacen, cuando quieren tomar todo el espacio, esclavizando así a los otros). Dios lo tiene todo, sin tener en exclusiva nada, sin apoderarse de ninguna cosa, sino dándolo todo (como el Padre da al Hijo, y viceversa) y compartiéndolo todo (como los enamorados: Espíritu Santo).
Así podemos decir que Dios lo tiene todo no teniendo nada, que es la suma riqueza siendo la pobreza absoluta (el ser y la nada), como dijeron de forma provocativa algunos místicos, en la línea del Maestro Eckhart. Eso significa que, adentrándose en su amor enamorado y dando todo (hasta quedar vacío de sí mismo), Dios no se vacía, sino que se llena y se abre en comunión, para dar y compartir todo lo que es y lo que tiene, redimiendo y elevando de esa forma a los que no tienen nada.
Aplicación: el ser humano sólo tiene lo que da
Esto nos permite superar un tipo de ontología de la sustancia (del ser que se cierra en sí, queriendo volverse absoluto), para pensar y presentar a Dios (y al ser humano) como regalo yrelación de amor, como aquel que sólo existe y se mantiene en la medida que se entrega y relaciona, desde y con los otros, vinculando de esa forma riqueza y pobreza suma, ser y hacerse, Trinidad y Redención.
Sólo al interior de ese Dios enamorado que “es” al darse (es Padre e Hijo, en el Espíritu común) podemos afirmar que el ser humano es amor redentor, pues no existe encerrándose en sí mismo, para así gozar a solas de su propia realidad, sino sólo dando y compartiendo lo que tiene con los otros, para que ellos sean y vivan en libertad. Más que animal racional o soledad originaria (como algunos han dicho), el ser humano sólo existe en verdad siendo regalo de amor, de manera que sólo tiene (conserva) aquello que da y pierde, al entregarse a los demás, en gesto enamorado de creación y vida compartida.
El hombre sólo existe de verdad superando el nivel de la naturaleza (que quiere cerrarse en sí misma), en la medida en que se entrega o regala a los otros (a los más pobres, a los “cautivos”), para así “redimirles”, haciendo de esa forma ellos sean. Por eso, el hombre sólo es fuerte haciéndose frágil, pues quien quiera “ganar” su propia vida la perderá, y sólo quien la pierda, dándola a los otros, en gesto redentor, puede ganarla.
El ser humano se define por tanto como amor “redentor”, pues le han regalado la vida (no existe por sí mismo) y sólo puede tenerla al regalarla, de manera que nadie se la puede quitar (pues él mismo la entrega). Así pasamos de la "ontología de la sustancia", propia de modelo social en el que Dios sería un “egoísmo absoluto” (ser cerrado en sí misma), a la metafísica redentora, donde Dios “existe” (es plenitud de ser, es Padre) al entregarse plenamente al Hijo (y en el Hijo a todos los seres humano).
No hay primero persona y después redención
Padre e Hijo son personas dándose uno a otro toda la substancia, compartiendo todo lo que son y lo que tienen, en diálogo de amor (Espíritu Santo). En esa línea, el hombres no puede comenzar hablando de sí mismo (pienso luego existo), pues sólo pienso y soy en la medida en que entrego y comparto la vida con los otros, en amor creador y redentor.
No hay primero el ser y después el amor al otro, pues sólo redimiendo al otro soy yo mismo. ) De esa forma, siendo en Dios (que es amor redentor), también nosotros, los seres humanos, sólo podemos existir en la medida en nos damos a los otros, haciendo que los otros (los más pobres, los cautivos) sean. Todo lo que tenemos lo hemos recibido de otros y sólo podemos conservarlo en la pues medida en que lo damos en gesto redentor, para que los otros sean. Hemos sido creados a imagen de la Trinidad, y sólo podemos existir, como Jesús, Hijo de Dios, dando gracias al Padre por aquello que hemos recibido y compartiéndolo con otros, hasta la Cruz, en amor redentor.
Una Iglesia trinitaria, redentora
La iglesia (comunión de los cristianos) es presencia trinitaria, no por algo que se le añada, sino por ser simplemente iglesia, comunicación de amor y libertad, no de conocimientos, sino de personas, no de informaciones, sino de experiencias, en gesto de amor redentor.
El sistema (económico, político, militar) tiende a establecer una comunicación impositiva, sobre las personas, pues estrictamente hablando, no necesita personas, sino engranajes de producción, de poder o violencia que mantengan su estructura. En contra de eso, la iglesia es comunicación liberadora: cada hombre (niño o mayor, mujer o varón) nace en ella como Hijo de Dios, recibiendo su vida, y sólo la tiene (se tiene a sí mismo, es persona) entregando y compartiendo su ser con otros, en gesto redentor.
El sistema necesita cubrir huecos o ausencias con piezas: no busca ni quiere sujetos. La iglesia, en cambio, quiere personas: quiere que los hombres sean presencia trinitaria: padres, hijos, comunión de amor, en línea de redención. Muchos piensan que la iglesia está dejando de existir en occidente, a consecuencia de la muerte del entorno sagrado y de la vejez de sus instituciones. Pues bien, en contra de eso, quiero afirmar que nuestro tiempo (a principios del siglo XXI) es tiempo bueno para que la Iglesia eleve su palabra y su experiencia de Dios, que es camino de amor, entrega apasionada, enamorada, de manera que cada persona exista y culmine en sí misma saliendo de sí misma hacia las otras personas (siendo en ellas), de manera redentora.
No hay dos leyes o formas de ser: una de potencia (Dios), otra de sometimiento (los hombres). Dios existe en sí, siendo proceso de amor, presencia redentora. En esa línea debemos añadir que también los hombres y mujeres somos (existimos, nos movemos y vivimos) en la medida en que recibir por amor la vida y por amor la entregamos a los necesitados de vida y amor, a fin de que ellos sean, y seamos todos, en gesto de amor redentor.
UNA PEQUEÑA LECCIÓN TRINITARIA
(Tomada de “El Camino del Padre”, págs. 127-132, con mi última “lección” sobre la Trinidad, en la Universidad Pontificia de Salamanca, año 2003)
La base de la formulación cristiana de la Trinidad es la revelación de Jesús y del Espíritu Santo. Ciertamente, siguen al fondo las experiencias religiosas de otros pueblos y las especulaciones filosóficas de los pensadores, pero el centro de la fe es esta doble afirmación:
– Dios se ha revelado totalmente como Padre de Jesús, de manera que la vida, muerte y pascua de Jesús constituyen el centro de toda teología. Por eso decimos: Dios es Padre; Jesucristo es su Hijo; y ambos se vinculan por el Espíritu, completando y culminando el amor originario.
– Dios está presente por su Espíritu en la Iglesia, de manera que el amor mutuo que tienen (que se tienen) Padre e Hijo en el Espíritu se expande a todos los humanos. En otras palabras, la Pascua del Hijo de Dios se explicita por Pentecostés en la misión de los creyentes y amigos cristianos.
Los cristianos saben que Padre, Hijo y Espíritu Santo no pueden separarse, de manera que ellos forman un único misterio de gracia y adoración. Eso significa que en un primer momento, la Trinidad es un (el) misterio total de los cristianos, es experiencia de absoluta Trascendencia (Dios, amor originario), de absoluta Encarnación histórica (Dios se hace en Jesús amor completo, en el centro de la historia) y total Inmanencia (Dios mismo es Espíritu de vida y comunión para los creyentes).
La confesión trinitaria implica una experiencia totalmente nueva, no una pequeña variación en el esquema anterior del judaísmo: es una mutación absoluta y por ella, iluminados por el recuerdo del Jesús histórico y la presencia de su Espíritu, los cristianos se han visto sorprendidos por la novedad de un Dios que, siendo amor mutuo (comunión personal) puede encarnarse y se encarna en la historia de los hombres y mujeres de la tierra. Esto es creer en la Trinidad: afirmar que Dios está totalmente presente en la vida y amor de Jesús, no en una Ley (judíos), ni en el Libro de su voluntad eterna (musulmanes).
- Arrianismo. El dogma básico de Nicea.
Esta nueva experiencia ha obligado a los cristianos a recorrer un fuerte camino conceptual. No eran filósofos profesionales, pero su misma fe les ha obligado a elaborar la más honda teología de los tiempos nuevos, con ocasión de las dos herejías antiguas (el arrianismo y la negación de la divinidad del Espíritu Santo). Aquí nos fijaremos principalmente en la primera.
El arrianismo ha mostrado una gran agudeza racional, elaborando una visión judeo-helenista coherente del cristianismo, a partir de un presupuesto racional (de especulación filosófica) y de otro de tipo religioso (de carácter piadoso):
- Conforme al presupuesto racional, de tipo platónico, el arrianismo concibe la realidad de forma escalonada, como un despliegue jerárquico que va pasando de lo más perfecto (el Dios transcendente) a lo menos perfecto (el mundo inferior); en el intermedio entre el Dios inaccesible y esta bajo mundo se halla el Logos. Los humanos estamos en el mundo inferior, lejos de Dios, y necesitamos que alguien (Cristo, Logos de Dios) nos lo revele. Lógicamente, ese Cristo intermedio es más que humano, pero menos que divino.
- Conforme a ese presupuesto religioso de tipo jerárquico, los arrianos confiesan que Jesús ha sido un individuo sumiso y obediente a Dios. Esta es su grandeza, el ejemplo que ha podido ofrecernos. Resulta osadía llamarle divino, es soberbia hacerle igual a Dios. Jesús no ha sido soberbio ni osado, sino humilde servidor del misterio. Por eso le vemos bajo Dios, como ministro de su amor, intermediario que sufre por nosotros y obedece al gran misterio.
La razón y piedad (y un tipo de oportunismo político) se hallaban de parte del arrianismo. No es de extrañar que un día el imperio romano (helenista) pudiera convertirse al cristianismo tanto por política (el emperador necesita fomentar la sumisión; le viene bien que el Cristo haya sido el gran sumiso), como por piedad (nosotros, con Jesús, debemos ser obedientes a Dios).
Pues bien, tras búsqueda una laboriosa, el conjunto de la iglesia cristiana sintió la necesidad de rechazar las posturas arrianas, para mantenerse fiel a su experiencia original, tanto en plano religioso como filosófico. Así lo hizo en el concilio de Nicea (año 325), al afirmar que Jesús es con-substancial (=homo-ousios) a Dios Padre. Eso significa que Jesús y Dios se unen como iguales, en comunión de amor completo, sin superioridad de uno, ni sumisión de otro. De esa forma, Nicea ha rechazado todo intento de interpretación jerárquica de Dios y del cristianismo. La sumisión es antictristiana. Cristiano es el amor mutuo, la comunión entre iguales.
{ En perspectiva religiosa, Nicea afirma que la piedad no consiste en el sometimiento u obediencia de una persona a otra, sino en la comunión de todas; por eso, la fe de Nicea en la consubstancialidad entre el Padre y el Hijo constituye el principio y salvaguardia de todo pensamiento y comunión cristiana. Frente a la falsa virtud pagana (arriana) del sometimiento ha destacado Nicea la verdad suprema de la comunión personal: no somos súbditos unos de los otros (ni siquiera de Dios), sino hermanos y amigos, compartiendo la misma "esencia".
{ En perspectiva filosófica, Nicea ha rechazado la visión de un Dios jerárquico, de una divinidad descendente y gradual, que vincula en un todo sagrado lo más alto (el Dios separado) y lo más bajo (la humanidad mundana). Nicea sabe que hay distinción (Dios es divino, el humano creatura), pero ella no que conduce a la jerarquía (uno sobre otro, uno mandando y el otro obedeciendo), sino a la vinculación personal en el amor.
Estas formulaciones de Nicea continúan fundando nuestra visión de Dios, tanto en perspectiva de piedad como de pensamiento. Se escuchan de nuevo en nuestro tiempo las voces de nuevos piadosos "ortodoxos" (aparentemente no arrianos) que defienden el sometimiento eclesial o teológico y la fuerte obediencia religiosa. Frente a ese riesgo debemos elevar el principio dogmático de la consubstancialidad personal, de la igualdad en el diálogo, tanto en Dios como en los humanos; fuente y garantía divina de ese diálogo personal sigue siendo el concilio de Nicea.
También es importante el dogma de Nicea en clave de pensamiento. Hay en el fondo de nuestra cultura un miedo a la autonomía humana. Algunos quisieran que el humano fuera una especie de apéndice de Dios, un último eslabón de lo divino. Otros lo introducen del todo en la materia, haciéndole un momento del despliegue cósmico. Unos y otros parecen negar lo que tiene de más propio: su identidad humana, su capacidad de encuentro personal con Dios, entre los humanos, en libertad compartida.
- Dios comunión, Dios de los humanos. Teología fundamental
La formulación de Nicea tiene dos grandes consecuencias: independiza a Dios respecto al mundo, descubriendo su verdad interna como diálogo entre iguales (entre consubstanciales) y definiéndole como encuentro personal de amor; presente al ser humano como distinto de Dios, haciéndose autónomo, personal, responsable de sí mismo. Según Nicea, el ser humano pertenece al mundo y se encuentra vinculado con Dios, pero no es puro mundo ni un simple momento del ser de lo divino. El ser humano tiene entidad en sí mismo y su verdad se expresa como diálogo personal entre iguales, fundado en el misterio trinitario.
La respuesta de Nicea ) no resolvió externamente los problemas, de manera que la historia cristiana del siglo IV fue un inmenso hervidero de ideas, experiencias religiosas e intereses políticos, que vinieron a expresarse en los problemas de la realidad divina de Cristo y de la identidad personl del Espíritu Santo. Ratificando y ampliando la palabra de Nicea, la gran Iglesia fijó su respuesta en el concilio de Constantinopla (año 381), afirmando que el Espíritu Santo pertenece al misterio divino, siendo fundamento de todo diálogo humano de la iglesia.
{ Estaba en juego la identidad del diálogo divino. Al concebir al Espíritu como una especie de semi-dios (Dios inferior), los neoarrianos (pneumatómacos: contrarios al Espíritu Santo) seguían manteniendo la lógica anterior de sumisión piadosa (=la religión sería sometimiento) y gradación ontológica (lo divino aparece como una jerarquía de seres desiguales). En contra de ellos, la iglesia ortodoxa ha ratificado la identidad divina del Espíritu Santo, entendiéndole como momento final y culmen del misterio de la comunión divina. Esto significa que Dios se clausura (se completa en sí, como divino), no para cerrarse o separarse de forma orgullosa en relación a los humanos, sino precisamente para abrirse de un modo gratuito hacia ellos.
{ Estaba en juego la identidad del diálogo humano, entendido en su forma más plena, ternaria como separación (dualidad) y vinculación de personas (Trinidad). Al tomar en serio a Dios, la iglesia toma en serio al ser humano, descubriéndole como signo de ese Dios y como ser independiente en su misma relación comunitaria. El humano (varón y mujer) se define como proceso y encuentro personal, donación de sí y experiencia de complementariedad en el diálogo. Eso sólo es posible en perspectiva trinitaria.
Esta formulación, tal como ha sido asumida y expresada por los grandes teólogos de la iglesia oriental del siglo IV, sobre todo por los santos capadocios (Gregorio Nacianceno, Basilio y Gregorio Niseno), ha tenido grandes consecuencias. Aquí sólo destacamos de forma esquemática las más significativas, en clave experiencial (cristiana) y racional (teológica).
Clave experiencial. Debemos recordar que la Trinidad no ha formado para los capadocios o cristianos del siglo IV un objeto de teoría, sino más bien un presupuesto y condición de su experiencia creyente. Quizá pudiéramos decir que ella aparece como hermenéutica primera o más profunda del misterio cristiano:
{ La Trinidad es una exégesis de la vida y persona de Jesús, tanto en su vinculación a Dios (en su relación con el Padre) ) como en su apertura hacia los humanos: en su mensaje de libertad y en el don pascual que el Espíritu ofrece a los creyentes. El Dios cristiano es comunión de amor que se expresa como don fundante (Jesús brota de Dios) y entrega personal (Jesús pone su vida en manos de Dios), culminada en la comunión (encuentro de amor del Padre y del Hijo, donde todo alcanza su verdad perfecta).
{ La Trinidad es la hondura de Dios, que despliega y regala su misterio, por medio Espíritu, en la Iglesia. La Trinidad es la misma comunión divina, culminada y perfecta, que viene a revelarse como fuente de toda comunión para los humanos. Dios es vida eterna compartida: sólo por fundarse en ese Dios, la iglesia puede ser experiencia de vida compartida: encuentro de hermanos que regalan y reciben (comunican) la existencia. El Dios encarnado en Jesús se revela y despliega en la iglesia (sin dejar de ser divino) como proceso culminado y comunión perfecta: eso es lo que la iglesia llama Espíritu Santo y así lo han defendido con gran fuerza los Padres del Concilio de Constantinopla (año 381).
Clave racional (teológica). Podemos destacar en ella un elemento más especulativo, otro más práctico. Ambos son fundamentales para entender la Trinidad cristiana, tanto en perspectiva intradivina (Trinidad en sí), como en su apertura al ser humano (presencia trinitaria).
En sentido más especulativo la Trinidad nos muestra que Dios es un despliegue de amor que brota del Padre, se expande por el Hijo y culmina en el Espíritu Santo. Desde ese fondo, podemos hablar de los tres momentos constitutivos y fundantes de su realidad. Dios es ousia o esencia fundante (Padre) que se entrega a sí misma y sólo existe al entregarse; Dios es dynamis, la fuerza del amor que se entrega y se expresa en el mundo en forma humana (es Hijo); Dios es finalmente entelekheia o perfección cumplida (Espíritu Santo).
Todo Dios es un despliegue de amor personal. Sólo existe y sólo puede concebirse en la medida en que se entrega a sí mismo, en generosidad interior, para compartir la vida. Así lo hemos visto en Jesús: él nos ha mostrado que Dios mismo es amor compartido, comunión de personas que existen gozosamente al darse una a la otra. Así poemos afirmar que cada persona existe en sí misma existiendo en la otra, en gesto de inhabitación mutua (en griego perikhóresis) que la tradición latina posterior ha precisado utilizando dos palabras vinculadas y muy significativas, que expresan eso que pudiéramos llamar la presencia de cada persona trinitaria en las demás, la más honda comunión intradivina:
-Cincumincessio (=Proceso comunicativo). Cada persona existe en la medida en que "camina" (incedere) hacia la otra en proceso circular (circum). De esa forma, lo que solemos representar como triángulo trinitario (tres personas vinculadas desde sus ángulos respectivos, en la unidad del triángulo divino) puede y debe representarse como itinerario completo: el camino de Dios culmina en amor, para abrirse a los humanos en donación total.
-Circuminsessio (=Proceso de inhabitación). Cada persona se asienta o tiene su sede en la otra. No sólo camina hacia ella sino que habita en ella: existe en sí (tiene sentido, se realiza) en la medida en que está fuera de sí, dando el ser a la otra, recibiendo el ser de ella. En otras palabras, cada persona "reina" haciendo reinar a las otras, teniendo en ellas su trono.
Esta terminología de inhabitación dialogal (que los griegos llamaban perikhóresis) nos permite comprender el misterio de Dios y nos lleva a a valorar mejor la comunión humana. En el principio y cumbre de todo lo que existe (en el misterio de Dios) hallamos un camino de entrega mutua, que culmina como encuentro de amor y vida compartida.
{ En Dios hay un itinerario (circumicessio), que lleva del Padre al Hijo por el Espíritu y viceversa: Dios es camino bueno, que no se pierde en el vacío, ni se tiene que repetir en una especie de eterno retorno, siempre igual, nunca completo. El itinerario de Dios es proceso culminado. Por eso, los cristianos (en contra de musulmanes y judíos que no se atreven a penetrar en el misterio de Dios) podemos decir y decimos que en Cristo hemos podido conocer el ser del Padre en cuanto Padre: hemos penetrado en su mismo itinerario de amor. Este es el camino supremo: el que va de una persona otra persona, de un humano a otro humano. Es más fácil escalar el Himalaya que conocer de verdad de un hermano, llegando en respeto y amor al interior de su persona y dejando que ella pueda caminar a mi interior.
{ Por eso, al mismo tiempo, decimos que Dios es encuentro de amor (circuminsessio), una especie de fiesta de gloria, pues cada persona descubre y posee (goza y despliega) su sentido y plenitud en la otra. El itinerario ha culminado: cada persona llega hasta la otra; se dan mutuamente, ambas comparten la vida, habitando una en la otra. Lógicamente, la Trinidad viene a presentarse como misterio de adoración comunitaria, experiencia de gloria. No es algo que pueda demostrarse. No es un enigma que deba resolverse con métodos de lógica o de ciencia. No es un problema que consigan resolver los sabios de la tierra. Más que enigma o problema, ella es misterio que hace pensar y cantar, en gozo inenarrable.
Por eso volvemos a la base de la experiencia cristiana, descubriendo el sentido de la Trinidad en la misma experiencia de Jesús. No hay dos experiencias, una para Dios, otra para los hombres. No existen dos leyes, una de poder superior (propia de Dios) y otra de sometimiento servil (reservada para los hombres). Hay una misma ley, una experiencia cristiana que debe entenderse desde la doble perspectiva:
{ Todo lo que Jesús ha dicho y realizado es verdad para los humanos. Jesús mismo es la vida hecha donación y entrega, la vida abierta a la culminación de la comunidad (en el Espíritu). A ese nivel, la Trinidad es la hondura de conocimiento y experiencia que brota de la Cruz, de la vida interpretada como donación de sí, como regalo que se vuelve fuente de comunión para los hombres.