Con mi tristeza y mi homenaje (1915-2020) Joseph Moingt: La iglesia verdadera no ha nacido todavía
La iglesia se construyó demasiado rápidamente, sobre modelos sacrales (sacerdotales), reproduciendo de esa manera rasgos y elementos que pertenecen más al Antiguo Testamento (a un pueblo de Israel ya pasado) que a Jesús.
Por eso, siendo admirable y en algún sentido normativa, la historia de la Iglesia es también el testimonio de unos caminos que en gran parte han sido fallidos, pues no han respondido a la radicalidad del evangelio. Sólo ahora, acabado un ciclo sacerdotal (de poder sagrado) podemos descubrir de nuevo los rasgos originales de la iglesia, como pueblo universal, que nace de la tumba vacía de Jesús para ofrecer su vida al mundo entero.
Joseph Moingt, jesuita y teólogo francés, nacido el 19.11.1915, el último y más fascinantes de los grandes pensadores de la Iglesia y sobre la Iglesia, acaba de morir en Paris (28-07.2020).
Otros (cf. J. Martínez Gordo), han escrito ya en RD (30.07.2020) sobre el impacto de su pensamiento y de su vida centenaria al servicio de la comprensión de Dios y de la Iglesia, desde el Cristo, que es Jesús de Nazaret. Yo ofreceré más bien una visión de conjunto de su teología, partiendo de dos obras maduras, inquietantes, prometedoras, una sobre Dios, otra sobre Cristo. Al final presentaré su visión sobre la Iglesia, en el principio y en la actualidad; podrá verlo quien llegue hasta el final de esta reflexión, tomada básicamente de mi Diccionario de Pensadores Cristianos. Para su vida y obra en general, cf. https://fr.wikipedia.org/wiki/Joseph_Moingt )
Presentación
J. Moingt, historiador y teólogo jesuita francés. Ha estudiado en la École Pratique des Hautes Études y en el Institut Catholique de Paris, siendo después profesor en el Centro Sèvres (de la Compañía de Jesús) y en el Institut Catholique de Paris.
Escribió una monografía monumental sobre la historia de la Trinidad en la teología latina (Théologie trinitaire de Tertullien I-IV, Paris 1966-1969), que sigue sirviendo de referencia básica. También ha publicado algunos textos sobre la vida cristiana: Le Devenir chrétien (Paris 1973); La transmission de la foi (Paris 1976).
Pero su contribución teológica más significativa está vinculada a dos obras, también monumentales, que él ha publicado en su edad madura, estando ya jubilado. Son obras complementarias, una de tipo más cristológico (L'Homme qui venait de Dieu, Paris 1993; versión cast. El hombre que venía de Dios I-II, Bilbao 1995) y otra de tipo más teológico (Dieu qui vient à l’homme I-II/I y II/2, Paris 2002/2007; versión española en curso: Dios que viene al hombre. I. Del duelo al desvelamiento de Dios, Salamanca 2008).
Estas dos obras, y especialmente la última, constituyen quizá la mejor aportación histórico-teológica del pensamiento francés de finales del siglo XX y de comienzos del XXI. Conforme a la visión de J. Moingt, Dios viene al hombre, pero no desde el exterior, sino desde el mismo proceso de la historia humana, entendida en forma emergentista y creadora, en clave de diálogo y despliegue trinitario y incarnatorio, de tal forma que la misma realidad viene a mostrarse como aparición dialogal de Dios, que no crea a los hombres desde arriba o desde fuera, para imponerse así de un modo objetivo, sino que va surgiendo en medio de ellos (sin quitarles su independencia, sino todo lo contrario).
Del Dios que se revela.
J. Moingt quiere superar una cristología del Logos griego (preexistente y eterno), para entender el cristianismo desde el mismo fondo de la revelación bíblica, leída a partir de la historia real de los hombres. Eso significa que Cristo no preexiste como Hijo eterno de Dios, en un plano ontológico, como Logos autónomo, que culmina en sí mismo y precede al despliegue del mundo, sino que es el “logos” interior al mismo proceso del mundo y de la historia.
Moingt se sitúa de esa forma dentro de la tradición prenicena, no para negar las definiciones que van de Nicea a Calcedonia (válidas en un plano), sino para entender las afirmaciones del Nuevo Testamento desde su mismo contexto israelita, que es más cercano al nuestro (más abierto a una visión histórica y dialogal de la realidad). Vivimos en una época postmetafísica y podemos recibir mejor las experiencias de los autores bíblicos, que se movían dentro de una perspectiva de despliegue personalista y creador. Hoy, superado el Logos griego, podemos entender mejor el cristianismo, en la línea de los grandes pensadores judíos, de F. Rosenzweig y E. Lévinas, en los que Moingt se apoya con frecuencia.
Lógicamente, Moingt asume y defiende, bíblica y filosóficamente, el axioma fundamental de la teología trinitaria de K. Rahner (identidad entre Trinidad inmanente y económica). Sabe, sin duda, que puede y debe darse una prioridad de la inmanencia (Dios en sí), pero sólo en la medida en que ella se despliega y expresa en la economía salvadora. No hay un Dos en sí que no sea Dios para nosotros, no hay eternidad de amor sin historia de amor de Jesucristo hacia los hombres (en la humanidad). Pero él añade que esa identificación de inmanencia e economía sólo se entiende allí donde, en la línea de E. Jüngel, se supera el modelo ontológico, para entender a Dios como un amor donde el “ser en el otro” se identifica con el mismo ser en sí. Eso significa que el “ser” en cuanto tal es comunicación y que el pecado se define
como ruptura de amor, negación del otro y del nosotros. Sólo en un fondo trinitario (en referencia a la comunicación perfecta) se pude hablar de la posibilidad de pecado como riesgo humano. Por eso, la revelación de Dios es “como luz que brilla en las tinieblas”, es decir, como amor y presencia capaces de vencer (en amor) la falta de comunicación de la historia pecadora (que tiende a cerrarse en sí misma), iniciando un diálogo de vida incluso allí donde quiere negarse la vida.
Ésta es una experiencia que Moingt ha explorado con la ayuda de la historia de la teología cristiana, pero también apelando a la cábala y de la especulación judía. Ciertamente, la cábala ha corrido el riesgo de caer en un tipo de gnosticismo que confunde los límites de todo lo que existe; pero ella ofrece una posibilidad de conocimiento más alto del misterio, desde la intimidad del mismo Dios, que se arriesga a crear poniéndose él mismo fuera de sí mismo. De esa forma recupera el Dios judío y cristiano de la creación, que sale de sí para “ser” en aquello que no era, en forma de diálogo (en una perspectiva que para los cristianos tiene forma de trinidad y encarnación).
La creación es un riesgo de amor que sólo se entiende en desde el despliegue interno de Dios, que penetra en aquello que es distinto de sí, para ofrecer allí su luz, para hacer allí posible un camino de amor en gratuidad. No se impone desde arriba, porque no está arriba; no se introduce desde fuera, porque no está fuera, sino que es divino en el mismo despliegue de la historia humana, dialogando consigo mismo al dialogar con lo creado. Éste es el Dios de la Escritura judeo-cristiana, entendida también desde un fondo trinitario y cristológico, por medio del Espíritu, como una experiencia de encarnación. Dios no se introduce como una palabra ya dicha y cerrada, en unos escritos normativos, sino que está presente en el proceso de vida y reflexión de los hombres, que se recoge, pero no se cierra ni agota, en el despliegue de la revelación bíblica, pues la Palabra de Dios para los cristianos no es un libro, ni un Logos ontológico superior, sino el mismo diálogo de la historia humana.
Aparición y nacimiento de Dios.
La última obra de Moing (Dios que viene al hombre) culmina con el volumen II/2, que se titula De la apparition à la naissance de Dieu. 2. Naissance (Paris 2007). Ciertamente, el Dios cristiano es trascendente, pero no desde fuera, sino desde el interior de la historia y por eso se manifiesta en el mismo “nacimiento” de lo humano, que no es un desarrollo “religioso” en el sentido sacral del término, sino un despliegue de humanidad, que se expresa no sólo en las diversas religiones, sino en el mismo proceso de la historia de los hombres. Ciertamente, para un cristiano, ese despliegue se ha expresado de un modo ejemplar en Jesucristo y en la historia de la Iglesia, de manera que se puede afirmar que Dios “nace” en ella, pero, al mismo tiempo, se debe afirmar que él nace en el conjunto de la humanidad (conforme al modelo cristiano de la encarnación).
El proyecto de Dios consiste en volverse “Padre de los hombres”, de una multitud de hijos, regenerados por el don del Espíritu, en un proceso de Nacimiento abierto, que puede expresarse y se expresa en la Iglesia de una forma privilegiada, pero nunca de un modo exclusivo ni excluyente. En la historia de esa encarnación de Dios intervienen dos personajes.
a. Un personaje visible, que es la Iglesia, que ofrece al mundo la revelación que ella ha recibido de Cristo, no para ella, sino para todos, no de un modo sacral excluyente, sino al servicio de la humanidad.
b. Un personaje invisible, que es el Espíritu que impulsa a los creyentes y (con ellos) a todos los hombres hacia el pleno despliegue de sí mismos, porque la obra de Dios se identifica con la vida de la humanidad. J. Moingt se sitúa así en el límite extremo (al final) de un tiempo de cristianismo ontológico y clerical. A su juicio, está acabando ya un ciclo de Iglesia sagrada, separada, dominante. Pues bien, en este contexto, aquello que para algunos parece una crisis de muerte es para él una puerta abierta a la esperanza. Desde ese fondo se entiende el desarrollo concreto de los seis capítulos de este libro final, que constituye el testamento teológico de J. Moingt.
Tiempo detenido.
Parecía que con Jesús terminaba el tiempo, llegaba el fin. Pues bien, en contra de eso, al comienzo de la Iglesia se da una especie de “detención del tiempo”, que nos permite descubrir las claves permanentes de la múltiple herencia de Jesús, desde la experiencia del Espíritu, a partir de los diversos momentos y lugares del surgimiento eclesial. En ese contexto ha destacado Moingt las funciones de María (recuerdo), de Pedro (tradición) y de Pablo (apertura misionera). La Iglesia no nació ya hecha, con sus estructuras definidas, de un modo unitario, sino como una pluralidad de caminos, a modo de comunión tensa y tensa, animada por el Espíritu Santo.
- Nuevo templo. La Iglesia, que forma este nuevo templo no es ya de tipo religioso, sino humano, un templo abierto a la totalidad de los temas y caminos de la vida. Desde ese fondo ha retomado Moingt sus cuatro notas clásicas: la Iglesia es una por la eucaristía (en comunión concreta de vida), es santa por el bautismo y el perdón de los pecados, es católica porque busca la unidad del género humano; es apostólica porque su ministerio se funda en el evangelio. Estas notas no encierran a la Iglesia en un contexto sacral, sino que han de entenderse como expresión de la humanidad que va naciendo a su plenitud, por obra del Espíritu.
- Velo rasgado. Moingt ofrece en este capítulo una visión crítica de la historia de la iglesia, que se construyó en los primeros siglos, demasiado rápidamente, sobre modelos sacrales (sacerdotales), reproduciendo de esa manera rasgos y elementos que pertenecen más al Antiguo Testamento (a un pueblo de Israel ya pasado) que a Jesús. Por eso, siendo admirable y en algún sentido normativa, la historia de la Iglesia es también el testimonio de unos caminos que en parte han sido fallidos, pues no han respondido a la radicalidad del evangelio. Sólo ahora, acabado un ciclo sacerdotal (de poder sagrado) podemos descubrir de nuevo los rasgos originales de la iglesia, como pueblo universal, que nace de la tumba vacía de Jesús para abrirse al mundo entero.
- Lo vacío y lo informe. Moingt está convencido de que ha terminado un tipo de cristianismo sacral y clerical. Por eso, el problema de la Iglesia no es la escasez de vocaciones sacerdotales (con más clérigos como los de antes no se resolvería en la actualidad la crisis), sino la falta de comunicación de fe, la carencia de una verdadera presencia cristiana (no sacral) en el mundo. Estamos así como al comienzo de la creación, cuando el Espíritu de Dios aleteaba sobre el “caos”; volvemos al principio de la Iglesia, cuando el Espíritu de Jesús surgía de su tumba, para crear formas de comunicación humana que se abren a toda la humanidad.
- Voz que clama en el desierto. En esta capítulo, J. Moingt afirma que la misión cristiana ya no puede hacerse como antes (para que el cristianismo organizado sustituya a las religiones previas), sino como diálogo fecundo con las religiones y con las cuasi-religiones del mundo actual. A su juicio, en su forma antigua, las misiones “clásicas” culminaron y acabaron en el siglo XIX (con algunas pervivencias ya tardías en el siglo XX). Lo que ha venido después y lo que debe aún venir será distinto, más cercano al mensaje de Jesús. Ya no se trata de convertir paganos, sino de vivir el evangelio en comunión dialogal con las otras religiones y, sobre todo en Europa (en Occidente), en apertura humana (generosa, creadora) hacia las semi-religiones que se han extendido por doquier.
- Los tiempos del fin. Moingt sitúa en este contexto el tema clave de la resurrección de los muertos, entendida de forma escatológica, como al principio de la Iglesia, y presentando, anticipo de esa resurrección, los elementos fundamentales del último artículo del Credo (comunión de los santos, perdón de los pecados y vida eterna…), que expresan los signos de la vida final que ya ha empezado a desvelarse y que actúa ya en la Iglesia. Por eso, el tema del futuro está inserto en la dinámica del presente cristiano, pues la Iglesia, como “nacimiento mesiánico de Dios” debe expresar ya desde ahora los valores escatológicos del Reino.
Entre las obras menores de J. Moingt, traducidas al castellano, cf. La historia más bella de Dios (en colaboración, Barcelona 1998) y Los tres que visitaron a Abraham (Bilbao 2000). Se trata, en ambos casos, de entrevistas sobre Dios, en tono coloquial, abierto a matices que van surgiendo en la misma conversación y que resultan difíciles de expresar en un libro escrito solamente a partir de las preocupaciones exclusivas del autor.