El mayor poeta y teólogo del Buen Pastor (Jn 10,11-18) ha sido en lengua castellana Fray Luis de León Dos caras del Buen Pastor: (a) Salvador de amigos. (b) Vengador de  enemigos (Fray Luis de León)

Buen Pastor
Buen Pastor

El mayor poeta y teólogo del Buen Pastor (Jn 10,11-18) ha sido en lengua castellana Fray Luis de León (1527-1591), que le presenta como salvador celeste de sus amigos y destructor terrestre de sus enemigos.

Esos dos aspectos quedan vinculados en su libro clásico “Los nombres de Cristo”, retomando los motivos de Sal 22/23, que he comentado ya el pasado 18: El pastor ama/cuida a sus ovejas  y las libra de sus enemigos, como ha puesto también de relieve Mt 25,31-46. Desde ese fondo de salvación y condena, cielo e infierno religioso  se entiende buena parte de la teología clásica del Buen Pastor”.

Cristo, pastor celeste. Poema la ascensión (XVIII,1-25)

 . Un creyente contempla a Jesús que se eleva tras su resurrección, desde el Monte de los Olivos y dice: 

  • ¿Y dejas, Pastor santo;
  • tu grey en este valle hondo, escuro,
  • con soledad y llanto;
  • y tú, rompiendo el puro
  • aire, te vas al inmortal seguro?  (XVIII, l-5).

 Estas palabras y todas las que siguen del poema pueden y deben interpretarse desde el relato de la Ascensión de Jesús del final del  Evangelio de Lucas y del principio del libro de los Hechos. Sin embargo, tomado el texto en sí, cabe explicarlo en un contexto platónico. Para el platonismo el llanto de los hombres va ligado a la caída de las almas (como indica bien otro poema de Fray Luis: VIII, ll-15): éste es el error primero, es la desgracia suprema: las almas celestiales han dejado su altura original y han descendido, quedando aprisionadas en la cárcel de la tierra. Pues bien, este poema XVII Iinvierte esa experiencia, conservando, sin embargo, su estructura: no son las almas las que caen; es el Pastor divino el que se ha ido, dejándonos así tristes y ciegos.

En sentido cristiano, este pasaje del Pastor místico que asciende al cielo , el texto puede y quizá debe interpretarse en perspectiva de iluminación salvadora: El Gran Pastor, Hijo de Dios, ha bajado hasta el mundo para ayudar a los hombres , subiendo luego al cielo para elevarles a la altura de Dios. Un símbolo  de este tipo es patrimonio de gran parte de los sistemas gnósticos antiguos, asumidos de algún modo por el cristianismo. 

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Canon - Estatua de Fray Luis de Leon, Salamanca (España) | Flickr

  1. Cristo, pastor y guía de sus amigos en la tierra.

El otro poema místico del Buen Pastor  de Fay Luis de León se titula De la vida del cielo (XIII, l-40), que desarrolla temas de Sal 22/23  y del Cantar de los Cantares.  Este poema comienza precisamente donde acaba el canto la Noche serena, evocando el cielo como prado materno de vida (cf. VIII,76-80), región santa de la luz, el "fértil suelo producidor eterno de consuelo"(XIII,4-5). La novedad está en que ahora, dentro de ese cielo, se alza la figura divina de un Pastor (XIII, 1O), que luego se presenta como Amor y como Esposo (XIII,35.37).

Es evidente que a nivel cristiano el Pastor-Amor-Esposo es Cristo, como el mismo Fray Luis lo ha mostrado en Los nombres de Cristo. Pero dentro del poema esa identidad resulta menos clara; todo lo que dice podría referirse a un Dios universal, propio de las religiones o filosofías teístas, donde cabe siempre un Dios pastor que apacienta a sus ovejas y las nutre con su música.   Camina ese pastor, "le siguen sus ovejas" y él las pace (les da pasto/comida): 

  •  con flor que siempre nace
  • y cuanto más se goza más renace;
  • y dentro a la montaña
  • del alto bien las guía;
  • ya en la vena del gozo fiel las baña
  • y les da mesa llena,
  • pastor y pasto él solo, y suerte buena (XIII,14-20).

 Éstos son los prados de la inmortalidad (la flor que siempre nace); Ésta es la montaña del bien y de la dicha que, estrictamente hablando, se identifica con el mismo "pastor y pasto y suerte buena" de los suyos. La tradición cristiana puede y debe entender estas palabras en contexto eucarístico, como expresión de un Dios que quiere hacerse "comida" de los suyos. Pero en un sentido espiritual todas las tradiciones religiosas afirman lo mismo: Dios ofrece su propia existencia a sus devotos.

  Fray Luis no ha insistido en este aspecto místico de la identificación de los fieles con Dios en clave de comida. Siguiendo el tema del poema III (A F. de Salinas), él ha destacado  más en el aspecto musical del encuentro religioso del hombre con Dios. Cual nuevo Orfeo celestial, el pastor se vuelve pronto músico y, mientras brilla el sol en la pradera de los cielos, alimenta la "siesta" del rebaño con su música:

  •  Toca el rabel sonoro,
  • y el inmortal dulzor al alma pasa,
  • con que envilece el oro
  • y ardiendo se traspasa
  • y lanza en aquel bien libre de tasa (XVIII,26-30).

 Éste es el punto culminante del poema: el pastor celeste, transformado en músico prodigioso, toca su rabel en lo alto y hace que nosotros en la tierra le escuchemos. Evidentemente, este pastor-músico es el gran Maestro de que hablaba III,21. Entre el Dios-músico y el Cristo músico no existen diferencias para Fray Luis. La distinción está en la forma en que nosotros accedemos a escucharles.

En el primer caso (III, l ss), la misma música mundana de Salinas nos permite trascender el mundo para subir a la armonía de los cielos. En el segundo caso (XIII, lss), la música aparece como "don supremo" del pastor celeste de que hablan las tradiciones religiosas de muchos pueblos. En ambos casos se trata de una música que rasga el velo de nuestra razón, abriendo un espacio de experiencia mística, contemplativa. Lo hemos visto ya al hablar de III,31-40. Lo podemos ver también en nuestro caso:

Enséñanos a orar

 "¡Oh son! ¡Oh voz! Siquiera pequeña parte alguna descendiese en mi sentido, y fuera de sí el alma pudiese y toda en ti, ¡oh Amor!, la convirtiese; conocería, dónde sesteas, dulce Esposo, y,  desatada desta prisión adonde padece, a tu manada viviera junta, sin vagar errada  (XIII,31-40).

 Toca el pastor desde el cielo su rabel/violín de pastores y el alma le quiere escuchar desde el suelo, en efusión de amor contemplativo. Éste no es, por tanto, amor de mundo; no es encuentro de varón y de mujer sobre la tierra. La música del buen pastor, que es armonía original del paraíso, atraviesa las esferas y llega hasta la cárcel del cuerpo donde el alma vive aprisionada (XIII,10.38; cf. X, l-5).

Estamos en el centro de la mística de Fray Luis: desea él que una voz, un son de música divina descienda de la altura y arrebate al alma prisionera, sacándola de sí (de los sentidos corporales; cf. 3,36-39) e introduciéndola desde ahora en el espacio de su vida originaria (de los cielos). Conforme a la tradición platónica y cristiana, ese divino Pastor que atrae con su música a los hombres recibe el nombre de Amor (XIII,35; lo mismo que en VIII,69).

La novedad está en que ahora se le sigue llamando dulce Esposo. Ese título viene a situarnos dentro de la tradición de Cant, que Fray Luis asume en sus Explanationes Latinas de 1582 y 1589, lo mismo que en Los nombres de Cristo de 1583, como fundamento de su cristología. Es evidente que, en línea de interpretación cristiana, el Pastor-Amor-Esposo de este poema y de la obra entera de Fray Luis es Cristo. El problema está en precisar su sentido[1]. En clave poética, ese Cristo sigue teniendo los rasgos del Dios filosófico de la tradición neoplatónica que influye en las diversas religiones de Occidente (judaísmo, islam, cristianismo). Es un Dios vinculado al cosmos y difícilmente podemos separarlo de aquello que aparece como "la más alta esfera"; por eso apenas tiene verdadera trascendencia.

Es un Dios que no se encarna, es decir, no se manifiesta y se revela en un hombre de la historia; se revela más bien en la hondura y armonía del cosmos que aparece así como expresión de su música y grandeza. Este Dios es "la patria" de las almas que, por un desastre incomprensible, han caído en este mundo inferior donde padecen prisioneras. Se expresa Dios en la armo­ nía de los astros, toca su música en las altas esferas de los cielos, atrayendo desde allí, como amor y amado (esposo) a las almas perdidas que vagan sobre el mundo 20. 

2. Interpretación guerrera del Buen Pastor Venganza apocalíptica

 Paradójico es Luis de León, como quizá lo es todo el renacimiento europeo del siglo XVI. Por un lado, quiere volver a la pureza de la primitiva fe cristiana, releyendo con atención las Escrituras; así lo ha hecho Fray Luis, asumiendo y desplegando el paradigma del Cantar (amor varón-mujer) como expresión de la presencia de Dios en la tierra. Pero al mismo tiempo, y queriendo superar los esquemas quizá estrechos de una escolástica de tipo aristotélico, tiende a canonizar como cristiano un pensamiento y una mística de origen platónico, pagano; así aparece claramente en la poesía de Fray Luis.

No podemos decir que exista contradicción entre esos dos aspectos o caminos. Lo que nosotros llamaríamos contradicción pue­ de no ser más que una profunda paradoja: la realidad es múltiple, y de múltiples maneras debe interpretarse y valorarse. Todo sistema que pretenda encerrarla en unos moldes unívocos y estrechos corre el riesgo de forzarla.

Dentro de esa paradoja de Fray Luis destacan dos momentos: por un lado, el valor del esquema esponsal del Cantar de los Cantares, que entiende la vida de los hombres empleando una parábola de encuentro (amor) de dos enamorados; por otro, el gran camino del ascenso místico del alma que yacía (yace) aprisionada en el mundo y quiere volver hacia la altura de su propio y primitivo ser divino.

Este segundo esquema reproduce con precisión algunos elementos básicos del modelo místico de Occidente, desde un fondo órfico/pitagórico/platónico. El cristianismo acentúa la encarnación, y no la mística; se ocupa de la revelación de Dios en Cristo, y no de la subida del alma a lo divino. Por eso, al asumir un esquema místico, Fray Luis ha introducido (o ha querido introducir) la revelación cristiana en moldes religiosos que, en principio, le resultan extraños.

Desde ese fondo, Fray Luis ha utilizado, con toda claridad, un tercer modelo interpretativo para exponer la visión del cristianismo: el esquema de una intervención miliar. escatológica o histórica de Dios a favor de los hombres. Así aparece ya con toda claridad en la página final de su Exp del Cant, en palabras de un vigor impresionante. La esposa ha dicho: corre, amado mío (Cant 8,14). Fray Luis las interpreta a la luz del requerimiento final de Apocalipsis 22,17-10, donde la esposa pide a Cristo que venga pronto, en medio del peligro de la persecución y de la guerra. Éste es un mesianismo de tipo militar judío, que ha sido asumido por muchísimos cristianos:

 "(Esto es) pedirle lo que se demanda en la oración que él nos enseñó (Mt 6,9), que se santifique su nombre, que lo allane todo debajo de su poder y de sus leyes, que reine entera y perfectamente en nosotros y que vuelva por sí y por su honra y ponga fin a los desacatos de los rebeldes contra la majestad de su nombre; que dé su asiento a la virtud y, usando de riguroso castigo, ponga en la mala reputación que merecen a los vicios y a los viciosos...

Este aceleramiento de la gloria de Dios pide la esposa aquí como perfecta ya en el amor suyo; y (éste es) el que cada cual de nosotros, si somos miembros de Cristo y si nos cabe parte de su divino Espíritu, debemos continuamente pedirle: que le plega, aunque sea a costa y riesgo nuestro, aunque sea a costa de asolar las provincias y trocar los reinos y poner a sangre y fuego todo lo poblado y de transformar el mundo, rompiendo sus antiguas y firmes leyes; que le plega, allanan­ do por el suelo los montes y cerros, venir volando y deshacer las afrentas y baldones que cada día recibe su santo nombre y honra, y a volver por su honor, a quien propia y solamente se debe gloria por los siglos de los siglos. Amén" (Exposición del Cantar 8,14).

 3. Buen Pastor, destrucción de los enemigos

Con más fuerza no podía haberse dicho. De esta forma, el canto nupcial acaba siendo voz de guerra; allí donde el amor es pleno, allí donde la esposa quiere a su amado hasta el final, le pide que resuelva por la fuerza los problemas e injusticias de este mundo. Hemos vuelto al centro de la más intensa profecía escatológica del Antiguo Testamento; situados ante el amor de Dios, que se desvela como esposo de los hombres, los justos oprimidos (o aquellos que se creen oprimidos) gritan y piden a ese Dios que se revele al fin como Señor triunfante, pasando a sangre y fuego el mundo antiguo.

Éstas son palabras de llamada a la violencia de Dios, que con su fuerza superior ha de vencer y destruir la violencia de los hombres. Fray Luis no ha visto oposición entre el camino del amor esponsal y el poder de la violencia vengadora. De esa forma ha vinculado intimidad (esposo-esposa) y fuerza externa (intervención judicial de Dios), asumiendo motivos que resultan perfectamente compatibles dentro del Antiguo Testamento.

El problema está en saber si esos motivos son ya compatibles con la luz del evangelio; es significativo el hecho de que Fray Luis no acuda en este plano al tema central del Nuevo Testamento, al misterio de la muerte y pascua de Jesús como revelación del amor íntimo y triunfante de Dios sobre la tierra. Quizá pudiéramos decir que en este  contexto  Fray Luis aparece como judío pre-pascual que cristiano de pascua (de muerte y resurrección de Jesús). Su forma de vincular el Cant con el deseo de justicia escatológica de Dios ignora el tema de la cruz de Jesús y reproduce acentos y motivos que son propios de la profecía israelita.

El “Buen Pastor” y el “Cristo guerrero” - La Stampa

En ese contexto, Fay Luis aparece como poeta de la venganza de Dios, como muestra el poema que ha dedicado a  todos los santos(XIX, l-95), en el que  se lamenta de la ruina de la Iglesia; recuerda los tiempos antiguos de santos gloriosos y pide al Señor que intervenga[2]: 

  • Convierte piadoso
  • tus ojos y nos mira, y con tu mano
  • arranca poderoso
  • lo malo y lo tirano,
  • y planta aquello antiguo, humilde y llano (XIX,8l-85).

 Pide aquí el poeta a Dios "que arranque" y destruya "lo malo y lo tirano", diciendo que anticipe el juicio escatológico de un modo que parece abiertamente opuesto al evangelio (cf. Mt 13,29-30, donde el mismo Dios impide que se arranque en este tiempo la semilla mala). De esa forma, la mística de soledad y ascenso contemplativo (que debía tender hacia una especie de acosmismo (in­ diferencia por todo lo que pasa en el mundo) se vincula al deseo de violencia divina. Es como si hubiera en el fondo dos dioses: el de la contemplación pacífica de los justos y el de la guerra destructora para los malvados. Quizá debamos recordar que una mezcla parecida de mística y violencia se halla al fondo de textos paganos antiguos, como la República de Platón.

En esa perspectiva se comprende el hecho de que Fray Luis haya dedicado un poema especial A Santiago (XX, l-160), presentando su figura como señal de protección de Dios para los fieles cristianos (especialmente españoles), invocando a Santiago como verdadero Marte, Dios de la guerra, que impone con la espada el "derecho del cielo", interpretado en ese caso como fuerza  militar. Junto al Dios de la música celeste, que atrae y pacifica con la voz de su armonía a los creyentes-sabios, viene a desvelarse el Dios de la espada (XX,117), que establece en el mundo la justicia del talión, que Cristo quiso superar en su evangelio (cf. XX, l26-130). Es éste un Dios del Antiguo Testamento, que combate en guerra santa contra el enemigo de su pueblo[3]: 

  1. Cristo, león hambriento, sediento de sangre de “moros”
  • Como león hambriento
  • sigue, teñida en sangre espada y mano,
  • de más sangre sediento,
  • al moro que huye en vano;
  • de muertos queda lleno el monte, el llano (XX, l31-135).

 En la línea de una tradición que aparecía en el Antiguo Testamento, este Dios de Santiago se presenta como celestial guerrero (XX, l37) que resuelve con la espada los problemas de los hombres. Quizá Fray Luis no ha comprendido que con eso se opone al evangelio: Jesús había derramado su propia sangre, dejándose matar para ofrecer así la vida de Dios a los perversos (a los mismos que le matan); por el contrario, Santiago, como Dios de la violencia y guerra, derrama la sangre de los enemigos (moros) para imponer de esa manera un tipo de justicia vengadora sobre la tierra.

Entre anhelo místico y deseo de violencia existe, según esto, una profunda implicación que hoy nos resulta difícil de entender; el mismo poeta que quiere salir de este mundo y gozar de la luz supramundana de Dios en el cielo pide luego que ese Dios se manifieste muy violento en la batalla, destruyendo a los perversos enemigos. La paradoja resulta comprensible para griegos y judíos, conforme a lo que estamos indicando; más difícil será ya comprenderla desde el cristianismo. Por eso repetimos que, a nuestro entender, Fray Luis está muy cerca del Antiguo Testamento y de algún tipo de mística platónica; quizá se halle más lejos del principio pascual del cristianismo.

TEOLOGÍA DEL BUEN, PASTOR EN LOS NOMBRES DE CRISTO

Fray Luis de León es, según eso, un poeta y místico contradictorio.  (a) Por un lado eleva su canto al Cristo, Buen Pastor, amigo y salvador de los hombres…(b) Por otro lado, pide al Buen Pastor que se muestre como guerrero violento y destruya a los enemigos de los cristianos.

    Esta contradicción queda superada a mi juicio en el capítulo extraordinario que el mismo Frau Luis de León ha dedicado al tema del Buen Pastor en su obra clásica madura de los Nombres de Cristo.  Aquí no puedo desarrollar el tema. Me limito sólo a reproducir unas páginas centrales de ese capítulo que muestran el más hondo sentido de Cristo como “pastor y guía”, redentor y alimento de los hombres.

 Mas ¡qué bien y qué copiosamente dice de esto el Profeta! Porque el Señor Dios dice así: «Yo mismo buscaré mis ovejas y las rebuscaré; como revee el pastor su rebaño cuando se pone en medio de sus esparcidas ovejas, así Yo buscaré mi ganado; sacaré mis ovejas de todos los lugares a do se esparcieron en el día de la nube y de la oscuridad; y sacarélas de los pueblos, y recogerlas he de las tierras, y tornarélas a meter en su patria, y las apacentaré en los montes de Israel. En los arroyos y en todas las moradas del suelo las apacentaré con pastos muy buenos, y serán sus pastos en los montes de Israel más erguidos. Allí reposarán en pastos sabrosos, y pacerán en los montes de Israel pastos gruesos. Yo apacentaré a mi rebaño y Yo le haré que repose, dice Dios el Señor. A la oveja perdida buscaré, a la ablentada tomaré a su rebaño, ligaré a la quebrada y daré fuerza a la enferma, y a la gruesa y fuerte castigaré; paceréla en juicio.» Porque dice que Él mismo busca sus ovejas, y que las guía si estaban perdidas, y si cautivas las redime, y si enfermas las sana, y Él mismo las libra del mal y las mete en el bien, y las sube a los pastos más altos. En todos los arroyos y en todas las moradas las apacienta, porque en todo lo que les sucede les halla pastos, y en todo lo que permanece o se pasa; y porque todo es por Cristo, añade luego el Profeta: «Yo levantaré sobre ellas un Pastor y apacentarálas mi siervo David; Él las apacentará y Él será su Pastor; y Yo, el Señor, seré su Dios; y en medio de ellas ensalzado mi siervo David.»

En que se consideran tres cosas.

Una, que para poner en ejecución todo esto que promete Dios a los suyos, les dice que les dará a Cristo, Pastor, a quien llama siervo suyo y David (porque es descendiente de David según la carne), en que es menor y sujeto a su Padre.

La segunda, que para tantas cosas promete un solo Pastor, así para mostrar que Cristo puede con todo, como para enseñar que en Él es siempre uno el que rige. Porque en los hombres, aunque sea uno sólo el que gobierna a los otros, nunca acontece que los gobierne uno solo; porque de ordinario viven en uno muchos: sus pasiones, sus afectos, sus intereses, que manda cada uno su parte. Y la tercera es que este Pastor que Dios promete y tiene dado a su Iglesia, dice que ha de estar levantado en medio de sus ovejas; que es decir que ha de residir en lo secreto de sus entrañas, enseñoreándose de ellas, y que las ha de apacentar dentro de sí.

Porque cierto es que el verdadero pasto del hombre está dentro del mismo hombre, y en los bienes de que es señor cada uno. Porque es sin duda el fundamento del bien aquella división de bienes en que Epicteto, filósofo, comienza su libro; porque dice de esta manera: «De las cosas, unas están en nuestra mano y otras fuera de nuestro poder. En nuestra mano están los juicios, los apetitos, los deseos y los desvíos, y, en una palabra, todas las que son nuestras obras. Fuera de nuestro poder están el cuerpo y la hacienda, y las honras y los mandos, y, en una palabra, todo lo que no es obras nuestras.

Las que están en nuestra mano son libres de suyo, y que no padecen estorbo ni impedimento; mas las que van fuera de nuestro poder son flacas y siervas, y que nos pueden ser estorbadas y, al fin, son ajenas todas. Por lo cual conviene que adviertas que, si lo que de suyo es siervo lo tuvieres por libre tú, y tuvieres por propio lo que es ajeno, serás embarazado fácilmente, y caerás en tristeza y en turbación, y reprenderás a veces a los hombres y a Dios. Mas si solamente tuvieres por tuyo lo que de veras lo es, y lo ajeno por ajeno, como lo es en verdad, nadie te podrá hacer fuerza jamás, ninguno estorbará tu designio, no reprenderás a ninguno ni tendrás queja de él, no harás nada forzado, nadie te dañará, ni tendrás enemigo, ni padecerás detrimento.»

Por manera que, por cuanto la buena suerte del hombre consiste en el buen uso de aquellas obras y cosas de que es señor enteramente, todas las cuales obras y cosas tiene el hombre dentro de sí mismo y debajo de su gobierno, sin respeto a fuerza exterior; por eso el regir y el apacentar al hombre, es el hacer que use bien de esto que es suyo y que tiene encerrado en sí mismo. Y así Dios con justa causa pone a Cristo, que es su Pastor, en medio de las entrañas del hombre, para que, poderoso sobre ellas, guíe sus opiniones, sus juicios, sus apetitos y deseos al bien, con que se alimente y cobre siempre mayores fuerzas el alma, y se cumpla de esta manera lo que el mismo Profeta dice: «Que serán apacentados en todos los mejores pastos de su tierra propia»; esto es, en aquello que es pura y propiamente buena suerte y buena dicha del hombre. Y no en esto solamente, sino también «en los montes altísimos de Israel», que son los bienes soberanos del cielo, que sobran a los naturales bienes sobre toda manera, porque es señor de todos ellos aquese mismo Pastor que los guía, o para decir la verdad, porque los tiene todos y amontonados en sí.

Y porque los tiene en sí, por esta misma causa, lanzándose en medio de su ganado, mueve siempre a sí sus ovejas; y no lanzándose solamente, sino levantándose y encumbrándose en ellas, según lo que el Profeta de Él dice. Porque en sí es alto por el amontonamiento de bienes soberanos que tiene; y en ellas es alto también, porque, apacentándolas, las levanta del suelo, y las aleja cuanto más va de la tierra, y las tira siempre hacia sí mismo, y las enrisca en su alteza, encumbrándolas siempre más y entrañándolas en los altísimos bienes suyos. Y porque Él uno mismo está en los pechos de cada una de sus ovejas, y porque su pacerlas es ayuntarlas consigo y entrañarlas en sí, como ahora decía, por eso le conviene también lo postrero que pertenece al Pastor, que es hacer unidad y rebaño. Lo cual hace Cristo por maravilloso modo, como por ventura diremos después. Y bástenos decir ahora que no está la vestidura tan allegada al cuerpo del que la viste, ni ciñe tan estrechamente por la cintura la cinta, ni se ayuntan tan conformemente la cabeza y los miembros, ni los padres son tan deudos del hijo, ni el esposo con su esposa tan uno, cuanto Cristo, nuestro divino Pastor, consigo y entre sí hace una su grey.

Así lo pide y así lo alcanza, y así de hecho lo hace. Que los demás hombres que, antes de Él y sin Él, introdujeron en el mundo leyes y sectas, no sembraron paz, sino división; y no vinieron a reducir a rebaño, sino, como Cristo dice en San Juan, fueron ladrones y mercenarios, que entraron a dividir y desollar y dar muerte al rebaño. Que, aunque la muchedumbre de los malos haga contra las ovejas de Cristo bando por sí, no por eso los malos son unos ni hacen un rebaño suyo en que estén adunados, sino cuanto son sus deseos y sus pasiones y sus pretendencias, que son diversas y muchas, tanto están diferentes contra sí mismos. Y no es rebaño el suyo de unidad y de paz, sino ayuntamiento de guerra y gavilla de muchos enemigos que entre sí mismos se aborrecen y dañan, porque cada uno tiene su diferente querer. Mas Cristo, nuestro Pastor, porque es verdaderamente Pastor, hace paz y rebaño. Y aun por esto, allende de lo que dicho tenemos, le llama Dios Pastor uno en el lugar alegado; porque su oficio todo es hacer unidad. Así que Cristo es Pastor por todo lo dicho; y porque si es del pastor el desvelarse para guardar y mejorar su ganado, Cristo vela sobre los suyos siempre y los rodea solícito. Que, como David dice: «Los ojos del Señor sobre los justos, y sus oídos en sus ruegos. Y aunque la madre se olvide de su hijo, Yo, dice, no me olvido de ti.» Y si es del pastor trabajar por su ganado al frío y al hielo, ¿quién cual Cristo trabajó por el bien de los suyos? Con verdad Jacob, como en su nombre, decía: «Gravemente laceré de noche y de día, unas veces al calor y otras veces al hielo, y huyó de mis ojos el sueño.» Y si es del pastor servir abatido, vivir en hábito despreciado, y no ser adorado y servido, Cristo, hecho al traje de sus ovejas, y vestido de su bajeza y su piel, sirvió por ganar su ganado.

Y porque hemos dicho cómo le conviene a Cristo todo lo que es del pastor, digamos ahora las ventajas que en este oficio Cristo hace a todos los otros pastores. Porque no solamente es Pastor, sino Pastor como no lo fue otro ninguno; que así lo certificó Él cuando dijo: «Yo soy el buen Pastor.» Que el bueno allí es señal de excelencia, como si dijese el Pastor aventajado entre todos. Pues sea la primera ventaja, que los otros lo son o por caso o por suerte; mas Cristo nació para ser Pastor, y escogió antes que naciese, nacer para ello; que, como de sí mismo dice, bajó del cielo y se hizo Pastor hombre, para buscar al hombre, oveja perdida. Y así como nació para llevar a pacer, dio, luego que nació, a los pastores nueva de su venida. Demás de esto, los otros pastores guardan el ganado que hallan; mas nuestro Pastor Él se hace el ganado que ha de guardar. Que no sólo debemos a Cristo que nos rige y nos apacienta en la forma ya dicha, sino también y primeramente, que siendo animales fieros, nos da condiciones de ovejas; y que, siendo perdidos, nos hace ganados suyos, y que cría en nosotros el espíritu de sencillez y de mansedumbre y de santa y fiel humildad, por el cual pertenecemos a su rebaño. Y la tercera ventaja es que murió por el bien de su grey; lo que no hizo algún otro pastor, y que por sacarnos de entre los dientes del lobo, consintió que hiciesen en Él presa los lobos.

Y sea lo cuarto, que es así Pastor que es pasto también, y que su apacentar es darse a sí a sus ovejas. Porque el regir Cristo a los suyos y el llevarlos al pasto, no es otra cosa sino hacer que se lance en ellos y que se embeba y que se incorpore su vida, y hacer que con encendimientos fieles de caridad le traspasen sus ovejas a sus entrañas, en las cuales traspasado, muda Él sus ovejas en sí. Porque cebándose ellas de Él, se desnudan así de sí mismas y se visten de sus cualidades de Cristo; y creciendo con este dichoso pasto el ganado, viene por sus pasos contados a ser con su Pastor una cosa.

Y finalmente, como otros nombres y oficios le convengan a Cristo, o desde algún principio o hasta un cierto fin o según algún tiempo, este nombre de Pastor en Él carece de término. Porque antes que naciese en la carne, apacentó a las criaturas luego que salieron a luz; porque Él gobierna y sustenta las cosas, y Él mismo da cebo a los ángeles, «y todo espera de Él su mantenimiento a su tiempo» como en el Salmo se dice. Y ni más ni menos, nacido ya hombre, con su espíritu y con su carne apacienta a los hombres, y luego que subió al cielo llovió sobre el suelo su cebo; y luego y ahora y después, y en todos los tiempos y horas, secreta y maravillosamente y por mil maneras los ceba; en el suelo los apacienta, y en el cielo será también su Pastor, cuando allá los llevare; y en cuanto se revolvieren los siglos, y en cuanto vivieren sus ovejas, que vivirán eternamente con Él, Él vivirá en ellas, comunicándoles su misma vida, hecho su pastor y su pasto.

NOTAS

[1]   C. P. Thompson, "En la Ascensión'; en Studies in honour of P. E. Russel, Clarendon Press, Oxford 1981,109-120.

 [2] En este fondo hay que situar la visión histórica de F. L. de León. Cf K. A. Kottman, Law and Apocalypse. The Moral Thought of Luis de León, M. Nijhoff, The Hague 1972.

[3] En Dios como Espíritu y persona, Sec. Trinitario, Salamanca 1989, 274-280, he señalado la conexión que existe dentro del platonismo entre mística y violencia. Pienso que esa conexión puede establecerse también dentro de la obra de FLLeón. Sería conveniente estudiar con más profundidad los motivos y rasgos de esa coincidencia.

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