"Es hora de aparcar o reinterpretar el mito, el dueto femenino Eva y María puede sonar con armonía" Navidad, un nuevo génesis
"Por la desobediencia de Eva/Adán, todos sin excepción, llegamos a esta tierra sucios. O lo que es lo mismo: que el vientre que nos parió y los pechos que nos amamantaron eran impuros"
"Tal era la magnitud de este “convencimiento” que ha sido necesario imaginar para María (la Madre del Hijo de Dios) una maternidad digna, llegando a convertir su concepción en algo sobrenatural (divino)"
"Resulta extremadamente difícil hacer de la Navidad una Buena Noticia para las personas con discapacidad o con enfermedades crónicas importantes: castigo, prueba, privilegio – no sé cuál de estas interpretaciones es más denigrante-"
"El relato de la Creación propone una dignidad especial para los hombres y las mujeres afirmando que, solo ellos, fueron creados “a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1, 26)"
"Resulta extremadamente difícil hacer de la Navidad una Buena Noticia para las personas con discapacidad o con enfermedades crónicas importantes: castigo, prueba, privilegio – no sé cuál de estas interpretaciones es más denigrante-"
"El relato de la Creación propone una dignidad especial para los hombres y las mujeres afirmando que, solo ellos, fueron creados “a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1, 26)"
| José María Marín Sevilla sacerdote y teólogo
Comienza la Buena Noticia de Jesucristo Hijo de Dios (Marcos 1,1). Con esta afirmación nos introducimos en los relatos de un “Nuevo Génesis”, o más exactamente, un “tiempo nuevo” de la dinámica evolutiva de toda la existencia, que camina, desde su origen, hacia la conquista de la plenitud del ser. Comienza la Buena Noticia… es la fórmula con la que el autor del relato nos invita a fijar la mirada en la “Novedad” de un nuevo Génesis, que arranca con el nacimiento de Jesús: el Verbo/Palabra se hizo carne, y habitó entre nosotros. (Juan 1, 14).
No resulta fácil redirigir la mirada hacia la NOVEDAD que supone la Navidad, será necesario que se produzca en nuestro corazón una verdadera meta-noia (“pensar más allá”) que nos libere de los límites que establecen nuestro individualismo y nuestras lógicas.
Un par de madres
La primera novedad la encontramos en un dueto de mujeres: una de ellas Eva, la madre de todos los vivientes. Es únicamente un símbolo. La otra, la joven campesina María madre de Jesús de Nazaret. Una mujer de carne y hueso.
Llevamos siglos repitiendo una y otra vez (en el catecismo, en la liturgia, en los sermones, en los retiros espirituales, en el ejercicio pastoral del clero…), que por la desobediencia de Eva/Adán, todos sin excepción, llegamos a esta tierra sucios. O lo que es lo mismo: que el vientre que nos parió y los pechos que nos amamantaron eran impuros.
Tal era la magnitud de este “convencimiento” que ha sido necesario imaginar para María (la Madre del Hijo de Dios) una maternidad digna, llegando a convertir su concepción en algo sobrenatural (divino): “Oh Dios, que por la Concepción Inmaculada de la Virgen María preparaste a tu Hijo una digna morada y, en previsión de la muerte de tu Hijo, la preservaste de todo pecado…” (Oración Colecta de la misa de la Inmaculada). Así de directo: todos, excepto María, nos incorporamos a la vida “empecatados”, necesitados, desde la “más tierna infancia” de limpieza (bautismo), absoluciones periódicas, penitencia y sacrificios.
Además, esa “mancha original”, tiene enormes consecuencias: culpabilidad y castigo, propias de los Dioses que no aman a los hombres. Eva y Adán lo saben y, a partir de entonces se esconden, temen y se acusan mutuamente ante un Dios airado y ávido de reparación.
Esta interpretación resulta inhumana, más si cabe, cuando se aplicaba literalmente a la enfermedad y la muerte.
Antes, durante o después del parto, por accidente o negligencia, por pura genética o por violencia ejercida sobre la madre gestante, por las desigualdades, el hambre o la guerra… no importa mucho la causa. Son millones las personas que se incorporan a la vida, acompañados por la fragilidad extrema. La interpretación literal del primer Génesis (que algunos mantienen en la actualidad en sus teologías y espiritualidades acientíficas y contraculturales) resulta extremadamente difícil hacer de la Navidad una Buena Noticia para las personas con discapacidad o con enfermedades crónicas importantes: castigo, prueba, privilegio – no sé cuál de estas interpretaciones es más denigrante-.
Lo mismo ocurre con interpretaciones socio culturales diversas: mala suerte, desgracia, pena, lástima –no sé cuál de ellas es más humillante-. Todas estas concepciones de la enfermedad y la discapacidad añaden a la vida un sufrimiento mayor y numerosos obstáculos mentales; y, en el terreno de la espiritualidad y la pastoral, rechazo, alejamiento de la Iglesia y del mismo Dios.
Siempre me ha impresionado la dureza de las palabras y la exclusión que los fariseos imponen al ciego Bartimeo: “Le replicaron: Empecatado naciste tú de arriba abajo, ¡y vas tú a darnos lecciones a nosotros! Y lo echaron fuera” (Juan 9, 34). Y más me impresiona todavía la facilidad con que hemos acogido y desarrollado la misma dureza y el mismo rechazo, en nuestras palabras y en nuestras liturgias. La “Novedad” que supone el Evangelio de Jesús, desde su nacimiento, es impresionante: no solo rechaza utilizar el pecado para buscar una explicación teológica de la enfermedad, sino que, por el contrario, se identifica con ella, hasta el punto de hacerse uno con aquel que la sufre: “Estuve enfermo y me visitasteis” (Mateo 25).
Es hora de aparcar o reinterpretar el mito, el dueto femenino Eva y María pueden encontrarse y sonar con armonía. Eva es un primer paso, una primera etapa milenaria donde el ser humano camina del barro a la conciencia y la libertad. Lo hace sin reconocerse aún como lo que es y está llamado a ser (hijo/a de Dios). Sobrevive, se desarrolla y crece muy pegado al suelo. María, por su parte, es un nuevo punto de partida. En ella dice el Papa: “Dios ha inaugurado un punto de inflexión en la historia, ha establecido definitivamente un nuevo orden de las cosas”. (Ángelus 15 de agosto 2022).
Navidad es ese Nuevo Génesis. Tiempo de desplazar el pecado y la culpabilidad para dar paso a una mirada profundamente humana donde el acento y el protagonismo de la historia se sitúe en la esencialidad del ser, en la conciencia y en la riqueza que posee cada persona y la humanidad en su conjunto. Donde abundó el pecado (primer Génesis) ha de sobre abundar la gracia: Dios mismo se hace carne, vive y entrega su vida por nosotros.
El pecado, queda trasladado definitivamente al terreno de la libertad y el error, siempre abierto a la conversión y la misericordia. Permanecer en el tiempo de Eva es sencillamente dejar las cosas como estaban: Dios en las alturas y en la tierra nada nuevo, lo de siempre: los poderosos en sus tronos, los ricos con los bolsillos llenos y los pobres despreciados y excluidos. ¡Vamos, que la joven María de Nazaret no sabía lo que decía cuando con, Jesús en sus entrañas, recitó su espontáneo y feliz himno, el Magnificat! (Lucas 1, 46-55).
Un niño, en la periferia
No debe ser tan sucio, ni tan despreciable el origen y la existencia humana y su dignidad, cuando el mismo Dios, en Cristo Jesús, ha querido formar parte, de ella. La más importante y trascendente novedad la encontramos, en la frágil criatura humana, recién nacida: ¡Un bebé sustituye a la atronadora voz de las alturas… para hacer nuevas todas las cosas! Entender que Jesús fue plenamente hombre es el primer paso para afirmar después (desde la fe) que es el Hijo de Dios. Lo contrario significa dejar la Navidad sin contenido alguno y rechazar de plano el misterio de la Encarnación.
El Génesis inicial narra que la palabra del Dios Omnipotente fue dando origen a la vida: “hágase la luz… y la luz se hizo”. (Gn. 1 y2) … y así sucesivamente la voz, desde el cielo, va dando la existencia a los elementos, al mundo vegetal, a los seres vivientes animales y, finalmente al hombre y a la mujer. ¡Impresionante relato del origen de todo lo que existe! Perfectamente compatible con el primer chispazo de luz (del que habla la ciencia) y que dio origen al inicio de la evolución del universo y de las especies.
En el nuevo “Génesis/Navidad”, la “Luz que brilla en la tiniebla” es un recién nacido, desnudo y expuesto, oculto entre los más pequeños, en la periferia. Hijo de padres pobres y obreros. Un bebé, sin otra fuerza que el amor. Amor con el que será acogido (por los pobres) y amor con el que, Él mismo, abrazará al mundo. Los relatos, uno y otro no dejan dudas, la nueva creación llega desde la ternura, la acogida, el cuidado y la profunda alegría.
Dios ha querido dar un empujón definitivo a la evolución creativa: aparcar para siempre las alturas, el poder, el miedo y la distancia y descender hacia lo último y más frágil de la familia humana. Desde ahora Él será la Luz que alumbra a las Naciones en su caminar hacia la conquista definitiva de la plenitud, en esta hermosa tierra que compartió con todas y todos los humanos; y de la que sigue “apasionado” en los que se aman y buscan la justicia.
Se llamará Emmanuel (Dios-con-nosotros”)
La primera Navidad plantea esta otra “novedad”, profunda y sorprendente. Tanto en la concepción de Dios como en la manera de entender a la humanidad. Un niño divino, igual a todos los niños.
El relato de la Creación propone una dignidad especial para los hombres y las mujeres afirmando que, solo ellos, fueron creados “a imagen y semejanza de Dios” (Génesis 1, 26). Ahora, en la persona de Jesús es Dios mismo el que, a su vez, se hace “semejante a nosotros” (Filipenses 2, 5-8). Así nos diviniza a nosotros: amados de Dios, llamados a una filiación sin límites (1 Juan 3, 2). Jesús no duda en subrayar esta semejanza integrativa de la humanidad con Dios: “Yo les he dado la gloria que Tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno. Yo en ellos, y Tú en mí, para que sean consumados en la unidad, y conozca el mundo que Tú me has enviado y los has amado como me amaste a mí” (Juan 17, 22-23). La Navidad da origen así a una mirada nueva que dirige nuestra atención hacia la esencialidad de la vida y del ser.
Desde ahora, la verdadera evolución no tiene lugar únicamente en la superficie, en la tierra, el tiempo y el espacio, siempre limitados. La persona se desarrolla, crece y evoluciona más por “dentro” –desde lo más profundo de su ser-, que por “fuera”, dispuesta y disponible, para vivir su existencia al servido de la Vida Plena… para todos.
Al niño le pondrán por nombre Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros. O lo que es lo mismo: fuera de esta tierra no hay espacio para otra divinidad. En este “nuevo orden de las cosas” la Salvación no llega, ni hay que esperarla ni fuera ni arriba. El plural “nosotros” es también muy significativo: todo afán de seguridad física o espiritual (verdades y normas de conducta absolutas e inmutables) quedan en la memoria de la vieja creación. Toda presencia de Dios está en tránsito y es transitable.
Es tiempo de hombres nuevos, creadores de la historia, constructores de nueva humanidad (como reza la canción de J.A. Espinosa), sin detenernos en ninguna victoria (aciertos) y mucho menos en las derrotas (errores). Es tiempo de caminar juntos (como parece apuntar el Espíritu, en este Sínodo, que esperemos no sea únicamente otro espejismo) en diálogo con la humanidad entera verdadero pesebre donde Dios nace cada día.
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Por las fechas en las que se publicará este artículo aprovecho para felicitar a todos esta Navidad 2023. Que la celebración del origen de la nueva creación, nos haga participar activamente en ella hasta conseguir la paz duradera, para todos los pueblos. Que cada uno de nosotros se deje seducir por el Amor Más Grande y Mayor, allá donde lo encuentre.
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