La Iniciación Cristiana no culmina en la Confirmación

Hace unos días manifestaba yo en uno de estos post mi resistencia a aceptar que todo el proceso de iniciación cristiana pudiera culminar con la participación de nuestros jóvenes en el sacramento de la confirmación. Hoy vuelvo a insistir en lo mismo, pero desde otro ángulo. Porque todos estamos de acuerdo, al menos en teoría, en que la eucaristía, y no la confirmación, constituye el culmen del proceso iniciático.

No ha sido fácil definir el perfil exacto de la confirmación, sus señas de identidad. Algunos han relacionado este sacramento con la fiesta de pentecostés y lo han vinculado a la donación del Espíritu Santo; otros prefieren interpretar la confirmación como una más estrecha incorporación a la Iglesia y a las tareas eclesiales; otros como una participación más significativa en el sacerdocio de Cristo, llegando a entender la confirmación como el sacramento del laicado; otros lo ven como una configuración más plena con Cristo y como un más profundo robustecimiento en la fe; otros, finalmente, prefieren interpretar la confirmación como una corroboración y culminación del bautismo.

Yo sé que sobre este tema se ha escrito mucho, desde perspectivas diferentes, incluso encontradas. Aquí voy a seguir el enfoque presentado por Hans Küng en un interesante escrito publicado en Concilium el año 1974. En ese artículo el teólogo suizo reproducía las ideas fundamentales de un discípulo suyo, Amougou-Atangana, expuestas en un trabajo de investigación doctoral sobre el tema.
Para interpretar correctamente el sacramento de la confirmación hay que mirar hacia el bautismo. Desde todos los puntos de vista la confirmación sólo se entiende desde el bautismo. De hecho su origen hay que fijarlo en la existencia de los llamados ritos postbautismales: la imposición de las manos y la signación con el crisma. Durante los primeros siglos estos ritos formaron parte del bautismo. Más tarde, por motivos complejos que no voy a reseñar aquí, estos ritos se separan del ritual bautismal, su realización se aplaza notablemente y su celebración se reserva al obispo. A partir de ese momento nos encontraremos con una celebración sacramental autónoma, completamente separada del bautismo en cuanto al tiempo y en cuanto al lugar. Pero su matriz y su clave de interpretación seguirá siendo el bautismo. Los teólogos, ya desde el principio, darán mil vueltas para encontrar unas señas de identidad a fin de poder definir este sacramento y fijar la edad de los candidatos. La pelota sigue estando todavía en el tejado.

Como acabo de comentar, la referencia bautismal del sacramento de la confirmación es esencial. Por eso uno de los elementos más significativos del ritual es la renovación de las promesas bautismales ante toda la comunidad cristina presidida por el obispo. De ese modo, seguramente, el candidato, que fue bautizado de niño y que ahora se presenta a la confirmación, puede ver hecha realidad la veritas sacramenti de la que hablan los prenotandos del «Ordo baptismi parvulorum» (n. 3). Esa misteriosa expresión, la veritas sacramenti [«la verdad del sacramento»], puede llegar a sugerirnos que el bautismo recibido por los niños es un bautismo «incompleto», un bautismo que sólo llegará a su plenitud cuando el bautizado, llegado a su madurez personal, y «habiendo sido educado en la fe», pueda «llegar gradualmente a comprender y asimilar el plan de Dios en Cristo, para que finalmente él mismo pueda libremente ratificar la fe en que fue bautizado» (n. 9).

En el horizonte de esta reflexión, la celebración de la confirmación nunca debería perder su conexión directa con el bautismo. Debería ser su culminación, la corroboración del compromiso bautismal, el sello del bautismo. En este caso debería aplazarse hasta el momento en que el bautizado haya adquirido su madurez personal y su capacidad de decidir responsablemente. Pero nunca debería aceptarse la ruptura de su conexión con el bautismo introduciendo previamente la primera comunión.

Los motivos que aconsejan el aplazamiento de la confirmación aconsejarían también el aplazamiento de la primera comunión. De este modo, la confirmación no perdería su vinculación inmediata al bautismo y la eucaristía recuperaría su carácter de punto culminante de la iniciación.

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