Pluralidad de venidas y una sola esperanza
He repetido con insistencia en mis últimos escritos que la espera del adviento se proyecta hacia la última venida del Señor, hacia la parusía final. Ahora quiero completar esta idea reconociendo que la espera de estas cuatro semanas también apunta hacia las fiestas del nacimiento del Señor. Los textos de oración y las lecturas de estos días sugieren este planteamiento.
Pero no se trata de dos venidas diferentes; la venida histórica en navidad y la última venida. Cuando nos referimos al nacimiento de Jesús en Belén, en realidad hablamos de la irrupción del Hijo de Dios en la historia, en un entorno sociocultural concreto, «como un hombre cualquiera» (Flp 2, 7). En navidad celebramos que el Verbo de Dios, el Logos, «ha establecido su morada entre nosotros» (Jn 1, 14). Es la gran Teofanía, la gran manifestación de Dios en y a través de Cristo, su Hijo. Por encima de los avatares históricos del nacimiento, y más allá de los destellos de ternura e ingenuidad que provoca en la piedad cristiana, una visión en profundidad de la liturgia navideña nos asegura que, en realidad, celebramos el misterio de la manifestación, de la epifanía, del Señor.
Pero la manifestación epifánica del Señor en navidad es solo el comienzo de un poderoso proceso. La venida del Señor no termina en navidad. Ni su manifestación. Dios sigue manifestándose a lo largo de la historia. Se manifiesta en la vida de los hombres, y en nuestra vida personal. Se manifiesta a través de los acontecimientos, a través de las peripecias de nuestra existencia cotidiana, a través de los amigos, a través de los hermanos, de los pobres. Dios viene, se nos acerca de muchas formas, por múltiples caminos. Muchas venidas, pero, a la postre, una sola venida, una sola epifanía, una sola manifestación. Hasta la última venida al final de los tiempos. Entonces «le veremos tal cual es» (1Jn 3, 2). Entonces será la manifestación en plenitud, sin velos ni figuras.
Concretando. Una sola venida, una sola manifestación, una sola epifanía; iniciada en Belén y prolongada en el tiempo. Y una sola esperanza, compensada en navidad y abierta al futuro de la promesa. Adviento, en efecto, nos prepara a la fiesta del nacimiento y abre nuestra esperanza hacia el futuro de la promesa.