Al comenzar un nuevo año litúrgico

El año litúrgico celebra el acontecimiento pascual de Cristo. Este es su contenido básico. Toda eucaristía, toda fiesta, cualquier ciclo, celebran en última instancia la victoria de Cristo sobre la muerte, la pascua.

Pero la pascua no debe ser considerada como un hecho lejano, como un acontecimiento concluido que duerme para siempre en el pasado histórico. La pascua personal de Jesús, sí. Él ha pasado ya de este mundo al Padre, de una vez para siempre. Pero nosotros no celebramos sólo la pascua personal de Jesús, sino la pascua del Cristo total. Quiero decir con ello que la pascua de Cristo fue como la semilla, la primicia, de una pascua universal. La transformación radical que se ha operado en él, su paso de una existencia en la carne a una existencia en el Espíritu, debe operarse en todas las cosas, hasta que aparezcan el cielo nuevo y la tierra nueva de que habla el Apocalipsis. Entonces se habrá consumado la pascua, la pascua en plenitud. Entonces, por la fuerza del Espíritu, aparecerá la creación nueva, el hombre nuevo, recreado y configurado a imagen y semejanza del Jesús la resurrección.

Por eso insisto en que la pascua no es un acontecimiento pasado, pretérito, sino un poderoso proceso de transformación, que cabalga a través de la historia y se prolonga hasta la consumación de los siglos. Todos nosotros, los creyentes, nos vemos implicados y comprometidos en este proceso. Es la fuerza misma del Espíritu, del Espíritu que resucitó a Jesús, la que impulsa y vigoriza nuestro esfuerzo. Este proceso de transformación no se realizará ni por el camino de la violencia ni mediante falsos recursos de persuasión o proselitismo. Sólo podremos activar la transformación del corazón del hombre y del mundo mediante el anuncio vigoroso del mensaje de Jesús, mediante la celebración de sus misterios y mediante el testimonio limpio de nuestras vidas comprometidas.

Este proceso de transformación universal, cuyo protagonista principal es el Espíritu, se desenvuelve en el tiempo, en la historia. Esta, sin embargo, no es una plataforma neutra; un simple escenario en el que acaece la acción liberadora y salvadora de Cristo. Hay que decir más. La historia, por la pascua del Señor, adquiere un sentido nuevo, una dirección clara, un horizonte de luz y de esperanza. La celebración periódica de los misterios de Cristo a lo largo de la historia confiere a ésta unas metas y unas esperanzas nuevas, que la trascienden. En una palabra: por la resurrección de Jesús la historia ha sido regenerada; y el tiempo ha dejado de ser un simple devenir para convertirse en un espacio apto para el encuentro con Dios.
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