Una nueva forma de celebrar
Debo confesar que el estilo del papa Francisco nos ha llenado de asombro; ha sido una sorpresa para los que estábamos acostumbrados a los usos pontificios de antaño. No voy a remontarme a las ceremonias pontificias de los tiempos de Pío XII. Sólo estoy pensando en la liturgia papal del postconcilio; a las celebraciones que moderaron primorosamente los maestros Noé y Marini. Fueron siempre celebraciones modélicas, ajustadas siempre con exquisitez a las normas renovadas del Concilio. En principio, yo no tendría que apuntar reserva alguna sobre esas celebraciones.
El papa Francisco está rompiendo todos los moldes. Su imagen es completamente distinta: más cercana, menos ampulosa, más espontánea, quizás hasta más amable. A los liturgistas clásicos no nos resulta cómodo encajar el estilo de Francisco. Sus gestos son opacos, su voz escasa, sus saludos poco expresivos. Su actuación pierde grandiosidad, pero gana en profundidad. A la postre, contemplando el conjunto, uno debe reconocer que se han acortado distancias, se está agudizando la comunicación con la asamblea, los hermanos se sienten más concernidos, más implicados en la celebración. Sobre todo, las celebraciones del papa Francisco están ahondando en el nivel de profundidad, de interiorización, de seriedad. La profundidad religiosa interiorizada, está ganando la batalla al boato y al ceremonialismo.
El estilo del papa Francisco no coincide con el perfil de los pontífices anteriores. Seguramente los liturgistas dirán que el papa Francisco no se distingue precisamente por ser un gran liturgo. Sus formas no se ajustan a los cánones convencionales. Sin embargo debemos reconocer que en su modo de presidir se transmite un alma, un halo de profundidad y de misterio. El papa, con su actitud concentrada y humilde, invita al recogimiento y a la oración, a la vivencia interiorizada de los gestos, a la escucha atenta de la palabra, al sentimiento de que Dios nos inunda con su presencia.
El papa Francisco nos está descubriendo un nuevo modo de celebrar; nos está descubriendo una liturgia más sentida y envolvente; menos gestual, menos convencional, menos grandiosa; pero más libre, más espontanea, más cercana; en la cual la intensidad del misterio vivido y celebrado se manifiesta en expresiones medidas y escuetas. No hay gestos grandiosos, ni alardes; solo franqueza, interioridad y misterio.