“Tengo mucho más que decirles”

Domingo de la Santísima Trinidad– Ciclo C (Juan 16, 12-15) – 22 de mayo de 2016


En una de las capillas de Vila Kostka, la casa de Ejercicios de los jesuitas cerca de Sao Pablo, Brasil, hay un inmenso mural inspirado en uno de los más famosos íconos de la Iglesia Oriental. El cuadro original, atribuido a Andrei Rublev, es de mediados del siglo XV y se conserva en Moscú. Representa un pasaje del libro del Génesis, cuando Dios se apareció a Abraham junto al encinar de Mambré: “El Señor se apareció a Abraham en el bosque de encinas de Mambré, mientras Abraham estaba sentado a la entrada de su tienda de campaña, como a mediodía. Abraham levantó la vista y vio que tres hombres estaban de pie frente a él. Al verlos, se levantó rápidamente a recibirlos, se inclinó hasta tocar el suelo con la frente y dijo: – Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida” (Génesis 18, 1-3). Uno de estos tres hombres fue el que le reveló a Abraham la promesa de Dios, que dio origen a nuestra fe: “El año próximo volveré a visitarte, y para entonces tu esposa Sara tendrá un hijo. Mientras tanto, Sara estaba escuchando toda la conversación a espaldas de Abraham, a la entrada de la tienda. (...) Sara no pudo aguantar la risa y pensó: ¿cómo voy a tener este gusto, ahora que mi esposo y yo estamos tan viejos?” (Génesis 18, 10.12).

La característica de esta obra es que cada uno de los personajes mira en una dirección distinta. Comunica una teología trinitaria que podría ayudarnos a mejorar nuestra relación con Dios, uno y trino: El que representa al Padre, está mirando al Hijo. Con esta mirada se expresa el hecho de que Dios Padre nos regala al Hijo, para enseñarnos el Camino, la Verdad y la Vida (Cfr. Juan 14, 6). Por eso Jesús dice: “Salí de la presencia del Padre para venir a este mundo, y ahora dejo el mundo para volver al Padre” (Juan 17, 28). El Hijo, es la manifestación de Dios Padre para nosotros, tal como el mismo Jesús lo expresa a Felipe, en el Evangelio según san Juan: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre” (Juan 14, 9).

Por su parte, el hombre que representa al Espíritu Santo, está mirando hacia un lado. Avizora el mundo, invitándonos a descubrir a Dios en la creación. Esta mirada expresa, además, la llamada a caminar siempre más allá de nuestras fronteras, para responder a la misión. El Espíritu es el que nos conducirá a la verdad plena: “Tengo mucho más que decirles, pero en este momento sería demasiado para ustedes. Cuando venga el Espíritu de la verdad, él los guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que dirá lo que oiga, y les hará saber las cosas que van a suceder. Él mostrará mi gloria, porque recibirá de lo que es mío y se lo dará a conocer a ustedes” (Juan 16, 12-14).

Por último, el personaje que representa al Hijo, no le quita la mirada a quien contempla el cuadro. En cualquier lugar en el que uno se coloque en esta capilla, se siente mirado directamente a los ojos por Jesús. Él es el mediador entre Dios y su pueblo. Es el verdadero Pontífice (Puente) entre los seres humanos y Dios: “Porque no hay más que un Dios, y un solo hombre que sea el mediador entre Dios y los hombres: Cristo Jesús” (1 Timoteo 2, 5).

Digámosle hoy a Dios, como le dijo Abraham aquel mediodía: “Mi señor, por favor, le suplico que no se vaya en seguida”. Sintamos la mirada de Jesús, que nos habla del amor de Dios Padre y nos recuerda la misión a la que nos envía el Espíritu Santo. Ojalá que esto no nos de risa, como le dio a Sara, sino que Dios encuentre en nosotros una fe pronta y generosa.

Hermann Rodríguez Osorio, S.J.*

* Sacerdote jesuita, Profesor Asociado de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana – Bogotá
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