“Estamos en paz con Dios”

Domingo de Santísima Trinidad – Ciclo C
Mayo 22 de 2016

Proverbios 8, 22-31
Salmo 8
Romanos 5, 1-5
Juan 16, 12-15

Algunos datos aterradores, publicados recientemente por la Oficina del Alto Comisionado para la Paz y tomados de la Unidad de Víctimas, el Centro de Memoria Histórica y la Dirección para la Acción Integral contra Minas Antipersonal, hablan de 7.9 millones de víctimas en los últimos cincuenta años. Entre ellos, aproximadamente 6.7 millones de víctimas del desplazamiento; al menos 220.000 víctimas de homicidios; al menos 74.000 víctimas de ataques a poblaciones; al menos 45.000 víctimas de desapariciones forzadas; al menos 30.000 víctimas de secuestros; al menos 13.000 víctimas de violencia sexual; al menos 11.000 víctimas de minas antipersonal; al menos 10.000 víctimas de tortura; al menos 9.000 víctimas de despojo o abandono forzado de tierras; al menos 7.000 víctimas de reclutamiento forzado; al menos 2.500 víctimas de ejecuciones extrajudiciales y al menos 2.000 masacres. Números que cuando tienen rostro y nombre propio, hacen que nos llenemos de vergüenza y dolor como colombianos. No todos tenemos las mismas responsabilidades en esta grave situación, pero todo esto es el resultado de una historia de odios entretejidos de la cual, sin duda, también hacemos parte. Estas cifras nos invitan a reflexionar muy profundamente sobre la grave crisis humanitaria que reflejan.

Delante de estas estadísticas escalofriantes, hay personas que se preguntan ¿dónde estaba Dios cuando sucedieron todas estas tragedias? La crueldad de la guerra que hemos vivido, que deshumaniza a las víctimas tanto como a los victimarios, no puede dejarnos tranquilos ni ahora ni en el próximo futuro. La pregunta por la presencia de Dios en medio de las tragedias humanas, podría intentar responderse desde la experiencia de Elie Wiesel, sobreviviente del campo de concentración Nazi de Auschwitz, recogida en su novela La Noche:

“… ante la huida de unos reclusos, dos adultos y un niño, elegidos arbitrariamente, fueron condenados a ser ahorcados. Los mandos del campamento se negaron a hacer de verdugos. Tres hombres de las SS aceptaron ese papel. Tres cuellos fueron en un momento introducidos en tres lazos. ‘Viva la libertad’, gritaron los adultos. Pero el niño no dijo nada. ‘¿Dónde está Dios? ¿Dónde está?’ preguntó uno detrás de mí. Las tres sillas cayeron al suelo… Nosotros desfilamos por delante…, los dos hombres ya no vivían…, pero la tercera cuerda aún se movía…, el niño era el más liviano y todavía agonizaba retorciéndose en la horca… Detrás de mí oí que el mismo hombre preguntaba: ‘¿Dónde está Dios ahora?’ Y dentro de mí oí una voz que me respondía: ‘¿Que dónde está? Ahí está, colgado de la horca” .

Esta respuesta, surgida en el contexto de un campo de concentración podría servir hoy para responder a la pregunta sobre la presencia de Dios en medio de las tragedias humanas que hemos vivido en nuestro país. Dios estaba allí, en el corazón de las víctimas, sufriendo con los que sufrieron y siguen sufriendo. En el corazón de todos los que siguen adoloridos, heridos, golpeados, allí sigue Dios pidiendo que se conozca la verdad, exigiendo justicia, reparación y garantía de no repetición. Dios vive hoy en medio de las víctimas, porque él mismo fue víctima.

El libro de los Proverbios nos habla de la manera como la sabiduría de Dios ha estado presente en toda la historia y ha impregnado con su fuerza toda la creación: “El Señor me creó al principio de su obra, antes de que él comenzara a crearlo todo. Me formó en el principio del tiempo, antes de que creara la tierra” (Proverbios 8, 22-23). Entre nosotros también ha estado presente la sabiduría de Dios, guiando y acompañando a los seres humanos que se dejan conducir por su fuerza creadora y tratando de orientar nuestros caminos hacia la paz. Esta es la manera como Dios nos acompaña, regalándonos su sabiduría y su fuerza para hacernos constructores de paz.

Por su parte, Pablo afirma en su carta a los romanos que “el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Romanos 5, 5); esta presencia amorosa de Dios en medio de su pueblo se da a través del Espíritu, el mismo que nos ha regalado la sabiduría de Dios y el que nos irá conduciendo hasta la verdad plena (Juan 16, 13), en palabras del Evangelio de San Juan.

Los expertos en procesos de paz afirman que la única forma de satisfacer el dolor de las víctimas es recociendo la verdad, haciendo justicia, ofreciendo reparación y dando garantías de no repetición. Pidamos a Dios que el Espíritu Santo, presente entre nosotros como sabiduría y amor, nos ayude a todos a reconocer la verdad plena de nuestra historia colombiana, especialmente frente a las víctimas; nos anime en la construcción valiente de una Colombia justa; nos haga capaces de reparar a las víctimas de estos cincuenta años de violencia; y seamos capaces, como sociedad, de ofrecerles garantías de no repetición.
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