Bargalló y Lugo. Verdad y amor
Aclaro que ambos recibieron el orden del Episcopado y que, según dogma eclesiástico tridentino, nunca dejarán de ser obispos. Sí, podrán dejar de ejercer esa función.
Fernando Lugo, obispo de la diócesis paraguaya de San Pedro, emergió como líder y defensor de los campesinos, marcando la diferencia con sus colegas obispos del Paraguay. Era llamado el “obispo de los pobres”. Convencido de que su labor como dirigente político sería más eficiente que la religiosa y sindicalista, forzado por Roma, abandonó la mitra para optar, y finalmente lograr, la presidencia de la nación. Cuatro años de mando y gestión progresista con un parlamento adverso. Ayer, el Senado de ese país, constituido en tribunal, lo destituyó fulminantemente. La acusación fundamental: transigir con campesinos okupas de tierras.
Está claro que se trató de un juicio político. Los juzgadores han sido sus opositores de siempre, los derrotados en las urnas, contrarios a la reforma agraria. Se les unieron otros que en 2008 lo arroparon y, durante estos últimos cuatro años, puntualmente lo secundaron o lo traicionaron. Las garantías procesales, por los suelos. Varios gobiernos de los más importantes países americanos se resisten a aceptar el nuevo presidente Federico Franco, del partido liberal auténtico. Sorprendentemente, el Vaticano ha sido el primer Estado que reconoce a Franco, el nuevo y discutido (¿intruso?) presidente.
Fernando Lugo, al igual que otros obispos y sacerdotes no sólo latinoamericanos, sorteó la hipócrita centenaria disciplina celibataria. Durante su mandato presidencial, sus enemigos políticos se encargaron de publicitar las relaciones amorosas del clérigo-obispo con diversas mujeres. Es evidente la finalidad política de la difamación. El presidente Lugo, impasible, admitió y oficialmente reconoció ser padre de varios niños habidos de distintas mujeres. En lo afectivo, como en lo político, Lugo dio más importancia a la verdad y al amor (a campesinos y mujeres) que a normas sexuales castrantes y decisiones políticas desleales, previsiblemente involucionistas.
Lugo acató la decisión del Senado del Paraguay. Sabe, y lo ha dicho, que el procedimiento ha sido injusto, vergonzoso, antidemocrátio. Podría revolverse contra ese dictamen político tomado al margen de la voluntad popular. Se trata de un golpe de Estado. Lo reconoce. Pero el obispo Lugo ama a su pueblo y prefiere no infligir daños incalculables a “sus campesinos”.