Año viejo y año nuevo. A mis amigos.
Cada 31 de diciembre, cuando -una tras otra- van cayendo las campanadas de fin de año y se estrena, con su primer segundo, del año nuevo, pienso en mí y en ti, mi querido amigo. Cuando, a la misma hora, me agobio por no atragantarme con las “doce uvas” –ese rito “bobón” de fusilar el tiempo comiendo las uvas-, sin poder evitarlo evoco lo que mejor representa el instante fugaz que separa el año que acaba del año que nace: la fugaz ruleta de los días; y no sé muy bien si es que no hay presente –al pensar en él ya no es presente-, o no es otra cosa que una ficción aparente, y lo viejo y lo nuevo no más que hojas amarillas o verdes promesas aún sin aliento.
Es verdad. Más de una vez rememoro esa pugna anual por deglutir las uvas al ritmo de las campanadas del tiempo, en que el presente que realmente somos implica necesariamente una mirada hacia atrás y otra al frente; una al pasado que hemos sido y otra al futuro que podemos ser.
Por esta razón, cada fin de año y año nuevo, pienso en mí. Doy gracias a Dios por haber vivido; y, al decir “gracias”, de inmediato me digo, “En marcha”. Y me parece que el “slogan” de la “Feliz Navidad” tiene su reverso en lo de hoy: “Año acabado y en movimiento hacia otro” o “Año nuevo, vida nueva”.
Pero también pienso en mis amigos de verdad, esos que –aunque no se vean ni hablen tal vez en todo el año- nunca son extraños a mi vida, sino “dimidium animae meae”-parte del alma- como dijera san Agustín del amigo que acababa de perder.
Y al pensar en mis amigos de verdad, este fin de año y año nuevo, os pido que, como yo, dediquéis un rato a mirar atrás y, sin solución de continuidad, gritéis a la vez “en marcha”, hacia nuevos horizontes; esos que nunca faltan al ser humano aunque ya se resientan las rodillas al caminar. Hasta con muletas, al ritmo del sabio Proverbio de mi poeta favorito cuando no haya camino –y a veces no lo hay- ha de hacerse “camino al andar”. Caminemos…
Con estos positivos y gratos sentimientos de fin y comiendo del año, para ti, para vosotros, deseo un 2018 de “ventura” y de “paz” aceptables.
¡Feliz año!
Es verdad. Más de una vez rememoro esa pugna anual por deglutir las uvas al ritmo de las campanadas del tiempo, en que el presente que realmente somos implica necesariamente una mirada hacia atrás y otra al frente; una al pasado que hemos sido y otra al futuro que podemos ser.
Por esta razón, cada fin de año y año nuevo, pienso en mí. Doy gracias a Dios por haber vivido; y, al decir “gracias”, de inmediato me digo, “En marcha”. Y me parece que el “slogan” de la “Feliz Navidad” tiene su reverso en lo de hoy: “Año acabado y en movimiento hacia otro” o “Año nuevo, vida nueva”.
Pero también pienso en mis amigos de verdad, esos que –aunque no se vean ni hablen tal vez en todo el año- nunca son extraños a mi vida, sino “dimidium animae meae”-parte del alma- como dijera san Agustín del amigo que acababa de perder.
Y al pensar en mis amigos de verdad, este fin de año y año nuevo, os pido que, como yo, dediquéis un rato a mirar atrás y, sin solución de continuidad, gritéis a la vez “en marcha”, hacia nuevos horizontes; esos que nunca faltan al ser humano aunque ya se resientan las rodillas al caminar. Hasta con muletas, al ritmo del sabio Proverbio de mi poeta favorito cuando no haya camino –y a veces no lo hay- ha de hacerse “camino al andar”. Caminemos…
Con estos positivos y gratos sentimientos de fin y comiendo del año, para ti, para vosotros, deseo un 2018 de “ventura” y de “paz” aceptables.
¡Feliz año!