José de Segovia John Stott, el evangelista (11)
El apreciado maestro y autor de tantos libros se hizo conocido en los años 50 por sus campañas evangelísticas.
| José de Segovia José de Segovia
“Los cristianos no buscamos demasiado la compañía de no cristianos –decía John Stott (1921-2011)–. Nos sentimos cómodos con cristianos y nos molesta la presencia del no cristiano. En esto no podemos estar más lejos del Señor Jesús. No es extraño que el Evangelio avance tan lentamente”.
A muchos les sorprenderá saber que en el fondo, lo que Stott era, es un evangelista. Nos hemos acostumbrado tanto a ver el evangelista como una figura carismática que con gestos dramáticos impresiona a las masas con sus gracias y presión emocional, que nos cuesta imaginar que se pueda predicar el Evangelio eficazmente de otra manera. En este artículo retomamos esta serie por su centenario, para ver cómo el apreciado maestro y autor de tantos libros se hizo conocido en los años 50 por sus campañas evangelísticas.
Casi en paralelo a Billy Graham, recorrió Inglaterra, América, Australia y África anunciando el Evangelio en reuniones organizadas por iglesias y universidades donde los estudiantes querían compartir su fe con sus compañeros no creyentes. Muchos le recuerdan hoy como un teólogo y escritor, pero fue primero pastor. Y su iglesia pensó que debía mandar a la misión no a un ignorante manipulador, sino a alguien que como el apóstol Pablo, presentara el Evangelio con inteligencia y claridad al mundo no cristiano.
La evangelización no es tarea del que no sirve para pastorear una iglesia o enseñar en un seminario, sino del que tiene corazón y conocimiento para dar razón de nuestra fe a cualquiera que desee saber sobre la esperanza que tenemos (1 Pedro 3:15). Hemos entregado la tarea de la comunicación de la Buena Noticia a bufones y ambiciosos sin escrúpulos, que han hecho de la predicación el arte del entretenimiento y el abuso psicológico. A diferencia de la Iglesia del Nuevo Testamento, no mandamos a nuestros mejores hombres a la misión, como eran los apóstoles, sino al mediocre y aprovechado, que no quisiéramos tener cerca. Stott creía, sin embargo, en la prioridad de la misión.
La aventura americana
La segunda parte de los años 50 la pasó Stott viajando por Norteamérica, Australia y África. Sus auditorios fueron principalmente universidades, donde presentaba el Evangelio en conferencias organizadas por los estudiantes. Antes o después de él, solía ir Billy Graham, que funcionaba con su propia organización. Así que procuraban no coincidir, aunque hablaban con frecuencia al mismo público. El contexto en el que se movía Stott era lo que sería la Comunidad Internacional de Estudiantes Evangélicos (IFES), que nace en Inglaterra al final de la Primera Guerra Mundial (1919) y en América en vísperas de la Segunda (1939).
El año 53 le propone Inter-Varsity a Stott una gira por Estados Unidos y Canadá, que incluía universidades tan importantes como Harvard o Yale, poco propicias al testimonio evangélico. Tardó tres años en aceptar la invitación, tras consultar con el obispo de Londres y el consejo de su propia congregación de All Souls. La condición para poder pasar todos esos meses fuera era que dejaraun buen predicador en su lugar, pero por lo demás, le animaron a aceptar ese tipo de invitaciones, diciendo que no lo descontara de sus vacaciones. En su primer viaje a América visitó nueve universidades durante cuatro meses, pasando hasta diez días en cada una de ellas.
Viajó en barco, como se hacía entonces. Sus padres fueron a despedirle con su secretaria al puerto de Southampton. Al embarcar se ofreció a dirigir un culto en la nave, el domingo. El trasatlántico se llamaba Estados Unidos. Le pidió al sobrecargo que hiciera la lectura y parte de la orquesta acompañó los himnos, pero pocos asistieron. El bosquejo del sermón sobre Filipenses 3 da una idea sobre cómo eran sus predicaciones: debemos saber, primero, que es posible tener a Cristo como Amigo; tenemos que confiar en Cristo, segundo, como nuestro Salvador; y descubriremos en Cristo, nuestro mayor tesoro.
Tras sufrir un temporal a mitad de la travesía, llegó a Nueva York, donde grabó un mensaje para la radio, visitó las Naciones Unidas y vio la puesta de sol sobre el Empire State, antes de tomar el tren para Canadá. En Toronto le esperaba un joven matrimonio que le acompañaría por todo el país, los Tyndale. Tony había sido capitán del ejército cuando se convirtió al cristianismo y se acababa de casar con Penélope, que era miembro de All Souls. Tuvo tal intimidad con ellos, aquellos días, que les pudo incluso decir que le costaba dormir cuando tenían relaciones sexuales.
El título de sus conferencias es típico de Stott, “El cristianismo es Cristo”. Como eran generalmente al mediodía, los estudiantes solían comer mientras le escuchaban. En muchas de las ciudades por las que pasaba, hablaba en desayunos para todos los pastores de la localidad, así como en algún programa de radio. Entre medio hacía escapadas a primera hora de la mañana, para ver pájaros. Una de las que más le impresionó fue a las cataratas del Niagara. Pocos predicadores han hecho tanto como él, para extender esa afición, ya que solía llevarse a uno o dos acompañantes con él.
La subcultura evangélica
Stott observó que la mayoría de las familias evangélicas americanas evitaban enviar sus hijos a las universidades que llamaban “seculares”. Así que había muy pocos estudiantes cristianos en los principales centros de influencia académicos. Su influencia estaba además mermada por la cantidad de denominaciones que querían mantener su propia organización estudiantil. Los enormes costes educativos, además, hacían que pocos pudieran estudiar en las universidades de la llamada “liga de la hiedra” –un termino de origen deportivo con el que se suele denominar a las principales ocho universidades privadas de Estados Unidos–.
Las conferencias de Stott tenían un estilo coloquial. Hablaba, más que predicaba, para entendernos. Tenían contenido teológico, pero evitaba lo distintivo de cualquier denominación. No era fácil que la gente asistiera a una actividad cristiana en universidades como Harvard, donde el rector le dijo que “si el propio apóstol Pablo visitara la Facultad, nadie iría a conocerle”. El tipo de teólogos que invitaban a estas universidades no solían ser precisamente evangélicos. El siguiente orador que habló después de Stott en Yale, fue un profesor tan controvertido por su moralidad y falta de ortodoxia como Paul Tillich. El único que alternaba con Stott, estos ámbitos, era Billy Graham, que después de invitarle a una conferencia en Princeton, le pidió que pasara las navidades con su familia en Carolina del Norte.
La famosa foto de prensa en que se ve a Stott con Graham, junto a un perro de montaña de los Pirineos, se tomó la Navidad que estuvo con Billy y Ruth, acompañados de sus cuatro hijos en su casa de Montreat. En sus diarios, John, escribe que le impresionó la pobreza de los granjeros que vivían en esas montañas. Los hijos de Graham eran todavía pequeños. Luego vendrían los divorcios, las drogas y alcohol. Desde luego, no fue por falta de instrucción en el Evangelio y oración, como Stott fue testigo. La más cercana al predicador inglés fue “la oveja negra de la familia”, Ruth –divorciada dos veces, que tuvo una hija con anorexia, otra que fue dos veces madre soltera en su adolescencia y un hijo drogadicto–, que retomó el contacto con Stott, impresionada por su libro sobre la “Contracultura cristiana”.
El escándalo del “Apartheid”
La presencia evangélica en la universidad era mucho mayor en Sudáfrica, donde desde 1896 había una asociación de estudiantes cristianos fundada por el predicador de santidad Andrew Murray. Antes pasó por Ruanda-Burundi, donde All Souls tenía misioneros. Sus mayores contactos anglicanos eran en Uganda, donde el obispo de Kampala ha sido siempre evangélico. En Nairobi predicó en un culto en la catedral que se transmitió por todo el este de África. En sus viajes buscó el tiempo para visitar, sobre todo, los lagos, donde había flamencos y otras aves africanas.
La conversación más importante de su viaje a Sudáfrica la tuvo con una antropóloga viuda en Ciudad del Cabo, que le hospedó en su casa junto a sus dos hijos. Al principio le asustó su pensamiento liberal, crítico del gobierno nacionalista y su política de “apartheid”, pero luego se quedó horrorizado al ver la segregación racial que había en las universidades. El capellán de la Iglesia Reformada Neerlandesa, Hanekam, le llevó al seminario de su denominación en Stellenbosch. En el camino le hizo una pregunta que cambió su vida: “¿Cómo puede un gobierno prohibir por ley casarse a dos personas que se quieren?”.
Al llevarle a dudar sobre la prohibición del matrimonio interracial, Stott hizo de Hanekam el más conocido opositor del apartheid en la Iglesia Reformada Neerlandesa, que llevó a su condena en 1986. En Johannesburgo insistió Stott en conocer los “townships”, los reductos en que estaba encerrada la población negra de Sudáfrica. Tuvo una reunión con los representantes de la Iglesia de Inglaterra en Sudáfrica, que se había separado de la Iglesia de la Provincia de Sudáfrica, porque era mayormente anglo-católica. Esta pequeña denominación evangélica jugó luego un papel muy importante en la controversia doctrinal que ha habido en la Comunión Anglicana. Para Stott, fueron días muy intensos, que apenas pudo dormir, pero se enfrentó a las contradicciones de un protestantismo ortodoxo, capaz de tolerar el racismo como parte de la estructura social.
Australia ha sido siempre también un bastión del cristianismo evangélico desde su fundación como colonia penal, que el político abolicionista evangélico William Wilberforce logró que su amigo, el primer ministro William Pitt, estableciera un capellán evangélico, Richard Johnson. El obispo anglicano de Sidney ha sido también, por eso, tradicionalmente evangélico. En ese momento era Marcus Loane, conocido como otros obispos de Sidney por su teología reformada y aversión al formalismo litúrgico. El arzobispo primado de Australia era también un evangélico que había estudiado en Cambrige, “dulce y cortés, pero algo autoritario”, observa Stott –al que no se podía engañar con la amabilidad de una falsa humildad–.
La fuerza de la debilidad
En Australia recibió el golpe de la noticia de la muerte de su padre en 1958. La relación con él nunca fue fácil. Se opuso a su vocación al ministerio, pero aún más al pacifismo por el que John se hizo objetor en la Segunda Guerra Mundial. Por su brillante carrera médica, Arnold Stott fue nombrado Sir por la reina. Tras su destino en Francia durante la guerra, fue consultor médico del ejército, encargado en 1943 nada menos que de examinar al líder nazi en prisión, Rudolf Hess. Como empedernido fumador, tuvo los últimos años muchos problemas respiratorios. Siempre reacio al cristianismo evangélico, “el tío John” tuvo el consuelo de escuchar que su padre quiso leer antes de morir el libro que publicó con sus conferencias evangelísticas, “Cristianismo básico”. No llegó más que hasta la mitad, pero a Stott le “pareció interesado e impresionado por lo que había leído” … ¿Quién sabe?
En Australia tuvo también la más increíble experiencia de todas sus campañas evangelísticas. Después de predicar el día que murió su padre sobre “¿Qué piensas de Cristo?”, empezó a perder la voz. Apenas susurraba y sonaba molesto de escuchar. Ansioso, dudaba una y otra vez, si llamar a la organización para suspender la reunión especial que habían organizado para clausurar la campaña. Encerrado en la habitación, se sentía exhausto, física y espiritualmente agotado. Los recuerdos de su padre le atormentaban y presagiaba el anticlímax más deprimente a los esfuerzos de esas semanas. Leía la Escritura y oraba desesperado.
Predicó totalmente afónico, pero tal y como había leído en su habitación aquella noche, “cercano está el Señor a todos los que le invocan de veras” (Salmo 145:18). Cuando volvía aquella noche en un avión a Los Ángeles se sentía mal y le dolía mucho la espalda. Lo que menos podía imaginar es que hasta cuando estudié con él a principios de los 80, no había australiano mayor que se acercara a él en una reunión y no le dijera: “¿Se acuerda aquella reunión final de la campaña en Australia de 1958?, cuando perdió la voz”. Y a continuación siempre le decía: “Yo conocí a Cristo esa noche”. Hasta 1800 personas se calcula que se convirtieron al cristianismo aquel día. Es “la locura de la predicación” (1 Corintios 1:21), por la que el poder de Dios “se perfecciona en la debilidad” (2 Corintios 12:9). Es la fuerza de la Gracia, por la que “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (v. 10).