José de Segovia El misticismo de Battiato
La ahora también fallecida Paloma Chamorro le definió una vez como “un artista del sur dado al orientalismo, inmerso en una especie de sincretismo religioso, al que le gusta proceder por símbolos y alegorías”.
| José de Segovia José de Segovia
Hay personas que no parecen tener miedo a la muerte. Lo que pasa es que una cosa es lo que dicen y otra, lo que realmente sienten, cuando les llega la hora. No era el caso de Franco Battiato (1945-2021). Y no precisamente, por no pensar en ello, ya que se había pasado gran parte de su vida preparándose para ello. La veía como “un paso”, pero que quería hacer “bien calculado”. Era para él, un “tránsito” a un estado “intermedio”, basado en una idea de reencarnación, que mezclaba con la mística sufí islámica o la propia religión católica, a la que se acercó más los últimos años de su vida. El ateísmo le parecía perezoso y poco inteligente.
En esto como en todo, Battiato era singular, inconformista e impredecible. Los que le conocimos en los años 80, no sabemos más que de un aspecto de su obra, que es algo inabarcable y poliédrica. Hizo de todo, desde música clásica a composiciones de vanguardia en los 70. Había sido cantante melódico en los 60 y acabó haciendo ópera, después de hacerse estrella del tecno-pop en los 80, pero todo con un sello personal inconfundible. La ahora también fallecida Paloma Chamorro le definió una vez como “un artista del sur dado al orientalismo, inmerso en una especie de sincretismo religioso, al que le gusta proceder por símbolos y alegorías”.
Battiato era raro como él solo. A mí me caía bien. Me llamaba la atención su aspecto imperturbable, su fina ironía, encanto personal e inteligentes comentarios. Hacía una música de enorme lirismo, llena de textos con inmensa fuerza poética. El aspecto ascético de aire medio eremita que cultivaba te podía llevar a confusión, puesto que decía: “Me gusta mucho el sexo para hacer una vida monacal”. Su imagen de antidivo estaba muy cuidada, pero no casaba mucho con sus mastodónticas ventas y la popularidad con la que llenaba campos de fútbol en los 80, como excéntrico cantante pop con sintetizadores.
Es cierto que a partir de los 90 había dejado de ser un ídolo de masas. Sentía “cierta fatiga por la cultura contemporánea”, como decía Chamorro. Fascinado por Oriente, se veía como “desterrado en Europa”. Me divertía su lengua de Babel, por la que chapurreaba el español y el inglés, entre el francés y el italiano, todo con un desparpajo inimitable, que mezclaba sin complejos, hasta en su propia música. Sus entrevistas son un completo caos idiomático, que él mismo promueve, cambiando su lengua por la del que le pregunta, para entretenerse buscando la palabra que más le gusta en cada caso.
De cantante melódico a músico experimental
Battiato nace en Sicilia el año en que termina la Segunda Guerra Mundial, 1945, en un pequeño pueblo cerca de Catania llamado Jonia. Como tantos de su generación, descubre de niño a Elvis Presley y Little Richard, pide a sus padres que le compren una guitarra y forma con unos amigos su primera banda. Al morir su padre, en 1963, deja a los 18 años su vocación de geólogo, para buscar trabajo en Milán. Hace de mozo de almacén y repartidor, pero también toca en verbenas y cabarés. En 1967 un cazatalentos le propone hacer canción romántica con letras melifluas y escaso presupuesto. Graba así, su primer disco, La torre, al que sigue el característicamente titulado E l´amore (1968).
De su canción Fumo di una sigaretta vende Phillips nada menos que cien mil copias. El éxito le provoca, paradójicamente, una honda crisis. Alérgico a las masas, los aplausos no le impiden ver la estupidez de una industria que apoya una música banal. Dice que en 1969 se sentía “una marioneta en ese mundo falso de la canción”. Vive un seísmo interior que le sumerge en una profunda depresión. Se aleja de ese cenagal diciendo adiós al mundo de los festivales y la cultura de la nada. Desde principios de los 70 se dedica a la investigación y experimentación sonora. Compra instrumentos electrónicos y edita cinco discos con el sello independiente Bla Bla entre 1971 y 1975. Alterna el rock progresivo con la instrumentación de cámara, las piezas breves con la electroacústica. Su disco Fetus se considera el primer disco de vanguardia en Italia. Está dedicado a Aldous Huxley, autor de Un mundo feliz (A Brave New World).
Una de las muchas anécdotas de Battiato le sitúa en un festival en Venecia, donde toca una sola nota durante más de un cuarto de hora. La gente empieza a abuchearle, pero Franco continúa impertérrito. La organización acaba sacándole del escenario. Con el sello Ricordi saca otros tres discos experimentales hasta que en 1978 se cansa del minimalismo y la estridencia, los efectos inquietantes y las crecientes deudas. Es el momento de reinventarse en cantante popular masivo. La mutación es asombrosa. “A diferencia de en la música clásica, en el pop tienes que expresarte en cuatro minutos, una limitación que agudiza el ingenio”. Su compañero de aventura en esta transición de la vanguardia a la música comercial es el violinista Giusto Pio.
Cuando el pop excéntrico llenaba estadios
El disco con el que logra la popularidad y el éxito con EMI en 1979 hace referencia a un animal simbólico que en la mitología representa la sabiduría espiritual, el jabalí blanco. Es un collage de imágenes inconexas entre lo poético y lo visionario, que muestra la colisión del mundo moderno con la tranquilidad y la paz que siempre ha perseguido. Tiene ya todas sus manías, la anglofobia (“en el día del fin no te servirá el inglés”), la excentricidad sonora y el exotismo oriental. Logra vender quince mil copias, pero sobre todo, logra la admiración de un público intelectual e inquieto.
Es entonces cuando comienza su unión sentimental y musical con Alice. Esta atractiva italiana nació en 1954 en Forli y se dio a conocer como él, siendo cantante melódica, pero con tan poco éxito que desapareció de la escena hasta que en 1975 publica un disco con el apellido de Visconti. Su nombre real es Carla Bissi, pero todos la conocen en Italia con el seudónimo pronunciado como “Aliche”. Su voz tiene un tono bajo y desde 1980 tiene en EMI el mismo productor que Battiato. Juntos componen una canción para el festival de San Remo, Per Elisa. Van luego a Eurovisión con la maravillosa I treni di Tozeur y hacen todavía hasta un disco en vivo en Roma, en 2016, con una orquesta sinfónica.
Para los que le conocimos entonces, su figura está íntimamente unida a sus discos de los primeros 80, Patriots y La voce del padrone. Este último fue el primer disco italiano en vender un millón de copias, donde está su popular Centro de gravedad permanente, donde dice: “No soporto ciertas modas / los coros rusos / la falsa música rock / la “new wave” italiana (o española, según la versión) / el “free jazz” / el punk inglés / ni la monserga africana”. Aunque parezca increíble, esta canción arrasaría en las discotecas de toda Europa. Su siguiente disco lleva el título bíblico de El arca de Noé y contiene el famoso Yo quiero verte danzar. Es cuando empieza a viajar a Turquía y a aprender árabe.
Battiato hace versiones de sus canciones en español y en inglés. El periodista deportivo Carlos Toro, autor del Resistiré del Dúo Dinámico, fue el primer adaptador de las letras de Battiato a nuestro idioma, que luego hace entre otros Manolo García, de El Último de la Fila, o Jota, de Los Planetas. Su primera actuación en Madrid fue en el Palacio de los Deportes por las fiestas de San Isidro de 1986. Sus canciones en español aparecen en los discos Ecos de danza sufí y Nómadas. Su discografía es realmente compleja, ya que llega a tener hasta treinta recopilatorios en diferentes idiomas.
Retiro espiritual
De repente, Battiato desaparece del mapa. Se habla de una depresión, pero lo que hay es un adiós al circo mediático de superestrella para refugiarse en el silencio de la meditación. Se apagaron los focos, la pompa y la mercadotecnia de los fuegos de artificio, para apartarse del mundo e intentar resolver sus problemas internos. Se deja barba de náufrago y adquiere un aspecto de anacoreta. Se retira meses a conventos, para pensar. Parece de repente envejecido. Le decía al también fallecido Félix Romeo en La Mandrágora de TVE, en 1997:
“Entiendes que no hay sentido en vivir sin una dirección, sin poder responder a la pregunta fundamental: “¿quién soy? Sólo tienes dos posibilidades: olvidarlo, o hacer algo por salir de esa condición. Yo he seguido la segunda. Empecé a leer místicos, primero hindúes como (Paramahansa) Yogananda o Aurobindo, hasta encontrar un gran místico hindú que se llama Nisargadatta. Luego llegué al sufismo (islámico) y el misticismo español de Santa Teresa y San Juan de la Cruz. Al final tengo la idea de que todas las religiones te aportan cosas.”
Ya en 1987 había hecho su primera ópera sobre el Génesis, acerca de cómo los dioses intentan evitar un nuevo Diluvio enviando cuatro arcángeles como mensajeros. Al año siguiente se va a vivir con su madre a Sicilia, cuando publica su disco Fisiognomica con la maravillosa canción Y te vengo a buscar, que cantó para el Papa en el Aula Pablo VI, en 1989. Lloró emocionado, pero dijo: “No soy católico, aunque tengo amistades muy fuertes en la iglesia católica, especialmente en algunos monasterios de clausura, donde siempre he encontrado una liturgia conmovedora”. Aclaró: “Tengo mi propia espiritualidad, soy un hombre religioso, pero no tengo parroquia”.
Fuera de sitio
Siempre inquieto, Battiato inicia una etapa en los 90 que mezcla el intimismo de la introspección con un misticismo despojado de proselitismo religioso. Es la época de Como un camello en un canalón, expresión que significa algo fuera de lugar. Tras la guerra del Golfo, “espera la ocasión idónea para comprar un par de alas y abandonar el planeta”. Lo graba en Londres, en el estudio de los Beatles en Abbey Road con una orquesta. Tiene temas impresionantes como su letanía a la Pobre Patria, que asegura ya que no tiene remedio (“No puede cambiar”), ¡y eso que no había llegado todavía Berlusconi! Semejante diatriba hace que le acusen de “traidor anti italiano”. Hay oraciones también como La sombra de la luz, que pide que le guarde de las sombras que le acechan. Era su canción preferida.
A mediados de los 90 inicia también su colaboración con el filósofo Manlio Sgalombro, un pensador pesimista de aire metafísico que ha escrito libros desde el año 1959, traducidos al francés y al alemán. Es una filosofía no académica, que tiene una complejidad que le aleja del gran público, por sus enrevesados y abstrusos textos. Para aligerarlo, forma para La emboscada (1996) una banda de rock que le acompañe con músicos como Billy Corgan, de Smashing Pumpkins, o el guitarrista de Peter Gabriel, David Rhodes. Es un álbum críptico que comienza con la lectura de un texto en griego de Heráclito por Sgalambro, pero encierra una joya, mi canción preferida de Battiato, La cura, un tema que no puedo escuchar sin emocionarme.
El comienzo de siglo nos trae una nueva sorpresa. Los discos de Fleurs son versiones de canciones melódicas francesas e italianas de los años 60 con piano, cuarteto de cuerda y sintetizador. Hace entre medio, música para ballet y obras experimentales, incluyendo colaboraciones con artistas tan dispares como Jim Kerr, de Simple Minds, o la argentina Mercedes Sosa. Hace álbumes en directo y una película.
Sus últimos años
Vuelve a España para presentar su disco de 2004, Diez estratagemas. En él canta: “No soy musulmán, ni hindú, ni cristiano, ni budista / No opto por el martillo ni por la hoz, ni mucho menos por la llama tricolor (el símbolo del partido neoconservador italiano Alianza Nacional, que defiende en 1995 los valores tradicionales católicos, la ley y el orden, el apoyo a Israel y Estados Unidos, así como la prohibición de la droga) / porque soy un músico”. En sus declaraciones se distancia tanto de Estados Unidos como de los talibanes: “Intento estar en el medio y alejarme de los fanatismos”.
Su último disco es del 2013 (Ábrete Sesamo), pero siguió haciendo giras hasta el 2017. Vivía con su hermano Michele y su sobrina Grazia. Sólo escuchaba música clásica y había dejado de hacer meditación oriental hace años, una práctica que había mantenido desde los años 70. Su abandono fue paralelo al de Willigis Jäger, monje benedictino y maestro zen con el que tuvo mucha relación. Los últimos años los pasó junto al religioso católico Guidalberto Bormolini, que había sido misionero en la India y se dedica a “la ecología espiritual, el vegetarianismo cristiano, el diálogo interreligioso y la preparación para la muerte”. Él fue quien ofició la ceremonia funeral de “rito católico pero sin misa”. Bormolini dice que “rezaban por la noche al teléfono” y Battiato “estaba muy preparado para este viaje”.
La reencarnación y el problema del dolor
Según encuestas recientes, un 25% de la población occidental de Europa y América manifiesta creer en la reencarnación, incluidos el 20% de los españoles. Hay muchas formas de entender la reencarnación. El hinduismo cree en el renacimiento de cada alma individualmente. El budismo, sin embargo, niega la existencia independiente del alma. Y hay que distinguir también la creencia antigua en la preexistencia del alma de la idea oriental de reencarnación. Esta confusión hace que muchos crean incluso que el cristianismo primitivo mantuvo en el pasado una idea de reencarnación.
La reencarnación pretende responder al problema del mal, ya que busca hacer realidad el viejo sueño de una segunda oportunidad, por la que poder enmendar los errores pasados. El problema es que si el hombre sufre hoy por algo que ha hecho en el pasado, según la ley de causa y efecto del karma, la víctima se convierte así en culpable. No es casualidad, por lo tanto, que donde más extendida está esta creencia, como en el hinduismo, más dudas ha planteado históricamente el problema del dolor, que provocó el nacimiento del budismo.
¿Está la explicación al problema de dolor en esa ley de causa y efecto que es el karma? Cuando le preguntan a Jesús sobre un ciego de nacimiento, si pecó éste o sus padres, para que el sufriera así, les da una extraña respuesta: “No es que pecó este, ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él” (Juan 9:1-3). Porque ¿merecen algunos más sufrimientos que otros? Cuando una torre cayó y dieciocho murieron, Jesús dice: “¿Pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. (Lucas 13:1-5). Es en la cruz, por lo tanto, donde se resuelve el problema del mal, ya que “Dios muestra su amor por nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:8).
Nuevo nacimiento y resurrección
Lo que necesitamos, dice Jesús, es un nuevo nacimiento. Es de lo que habló a Nicodemo cuando vino a Él un día en la oscuridad de la noche (Juan. 3). Por esa experiencia del Espíritu de Dios entramos en una relación con Cristo, que nos libera de la ley del karma. Esa es la gran diferencia entre esas dos parábolas que cuentan Jesús y Buda sobre el hijo perdido. Mientras que para el budismo lo que el hombre siembra, esto es lo que recoge, las buenas noticias de Jesús es que existe el perdón de un Padre amoroso que nos acepta en su libre gracia.
No se trata de perder nuestra personalidad, viviendo inmersos en una absorción con el infinito, sino de una relación y comunión con un Dios personal por medio de la Persona de Cristo. La vida eterna de la que Cristo habla es algo que comienza ahora. No se trata de una mera supervivencia después de la muerte. Para el cristiano, la muerte no es sino un viaje para estar con Cristo (Filipenses 1:23).
Los cristianos no esperan, por eso, la reencarnación, sino la resurrección. “Ya que de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio, así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan” (Hebreos 9:27-28). El creyente aguarda un nuevo cielo y una nueva tierra, en los que mora la justicia, para vivir no reencarnados, sino resucitados en la carne (1 Corintios 15). Porque Jesús dice: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque esté muerto, vivirá” (Juan 11: 25). Esa es la esperanza que quisiera que tuviera Battiato, pero podemos tener todavía nosotros, por medio de la fe en Cristo Jesús.