José de Segovia En la partida de Patrocinio Ríos
Si de los humildes es el Reino de los Cielos y los mansos heredarán la tierra (Mateo 5:5), Patrocinio mostraba con su mansedumbre y humildad ser un seguidor de Jesús en lo único que podemos imitarlo.
| José de Segovia José de Segovia
Al contarle a Antonio Muñoz-Molina la partida de Patrocinio (José Luis) Ríos (1949-2021), me daba cuenta el vacío que ha dejado su entrañable humildad, la inteligente manera y profunda humanidad con que se acercaba con sensibilidad y rigor académico a la influencia de la Biblia y el protestantismo en la literatura española. Me asombra cómo en este tiempo que hemos estado lidiando con el cáncer, no ha parado de escribir, cuando yo ya no le veía sentido a nada. No paraba de publicar artículos y trabajar en nuevos libros, mientras se iba consumiendo poco a poco, pero no dejaba de mandar esos cariñosos mensajes en que simplemente te preguntaba cómo estás.
Teníamos tantos intereses en común. Había nacido en un pueblo de Ávila, Narros del Castillo, pero estaba tan unido a Madrid como yo. Estudió en la universidad donde enseñaron mis abuelos, Salamanca. Hizo su tesis doctoral en mi universidad, la Complutense, calificada “cum laude” por su exhaustivo estudio sobre la influencia de Lutero en la literatura española a partir de 1868. Cuando le conocí enseñaba ya en institutos y universidades norteamericanas. Me impresionó su libro de 1993 sobre Unamuno y los protestantes. Su acercamiento a la fe de Don Miguel coincidía con lo que siempre había oído a mi familia de su trato con él, que no era católico ni protestante, ateo ni religioso. Era un cristiano “agónico”, lleno de contradicciones como yo.
Cuando empezó a consultarme sobre mis conversaciones con Jesús Fernández-Santos, no imaginé que acabaría haciendo una edición tan buena, introducida, anotada e ilustrada en 2012, a su Libro de las Memorias de las Cosas. La fascinante historia de esta pequeña Asamblea de Hermanos en un pueblo de León con la frustración de estas hijas de un misionero inglés, Premio Nadal de 1970, me sigue pareciendo el más honesto retrato de las luces y sombras de la minoría evangélica en España. Su investigación sobre el trasfondo oculto del último libro de Benito Pérez Galdós, Rosalía, que nace de la relación secreta del escritor canario con una mujer casada, hija de un misionero protestante que se opuso a su matrimonio, es otra novela en sí. Y sin duda, la explicación de cómo puede distinguir Galdós, una denominación de otra en sus menciones a las capillas evangélicas que había en Madrid.
Su reciente trabajo sobre Muñoz Molina nos unió una vez más en el profundo aprecio por quien es, probablemente, no sólo el mejor escritor español de habla castellana, sino también una de las personas más humildes y sensibles que he conocido en la literatura española. En un mundo lleno de gente encantada de conocerse, que no para de darse ínfulas por su falso prestigio, descubrimos la humanidad de alguien que pone en evidencia lo ridículo de las pretensiones de tantas personas que se creen el centro del universo. Si de los humildes es el Reino de los Cielos y los mansos heredarán la tierra (Mateo 5:5), Patrocinio mostraba con su mansedumbre y humildad ser un seguidor de Jesús en lo único que podemos imitarlo, aquello en lo que nos dice que debemos ser como Él (11:29). Hoy goza ya del “descanso” prometido.