José de Segovia La religión en ‘El Padrino’ (5)
En un sentido, El Padrino muestra las contradicciones de la religión americana. Su sacramentalismo pretende salvarnos mágicamente del pecado en que estamos inmersos.
| José de Segovia José de Segovia
No es casualidad que en los momentos clave de la saga de El Padrino haya una ceremonia religiosa entrelazada con actos de violencia. En cada una de las partes Coppola rueda una celebración católica en paralelo con una serie de crímenes, que dan un giro definitivo a la trama –sea el bautismo de la primera, la procesión de la segunda, o incluso la que se desarrolla en la ópera del Epílogo–. No sólo está la cuestión del sacramento de la confesión en la conclusión, sino que hay una imaginería y simbolismo religioso presente en toda la serie. Esto ha llevado ya a varios estudios académicos, pero también a la afirmación sorprendente del arzobispado católico estadounidense de que El Padrino es una obra católica.
Como la mayoría de los americanos, Coppola cree en Dios –el ateísmo y el agnosticismo son prácticamente, inexistentes, en América, a diferencia de Europa–, pero su “adoración” la describe ambiguamente en términos de su “espíritu creativo”. Sería más bien, lo que en España llamamos un “católico no practicante”. Si el catolicismo-romano es una religión fundamentalmente, sacramental, no hay duda de que en El Padrino no faltan sacramentos, sean bautismos, funerales o confesiones. La iconografía domina además la serie, con imágenes de Jesús, María y santos, una escena tras otra. Sin embargo, lo que creo que la acerca al cristianismo en general es su visión del pecado.
El acierto de la saga creo que está en mostrar cómo el mal afecta a cada generación, lo que el católico llamaría “el pecado original”. Es así como el propio Coppola la ha descrito, pero no veo en ella el mensaje de redención que algunos católicos encuentran. Hay que darse cuenta de que “redención” es ahora un término de moda, fuera del contexto religioso. A cualquier historia se la describe actualmente como de “redención”. Pero, ¿cómo puede uno redimir su culpa?
En un sentido, El Padrino muestra las contradicciones de la religión americana. Se opone al aborto como Michael Corleone, hasta el punto de romper su matrimonio, mientras muestra tal desprecio a la vida que toda su carrera está basada en el crimen. Ama la familia tanto como los cristianos hablan de sus “valores”, pero no tiene reparos incluso en disponer de algunos de sus miembros, si es necesario. Y su sacramentalismo pretende salvarnos mágicamente del pecado en que estamos inmersos...
Religión sacramental
El sacramento en la religión es un “signo”, pero para el catolicismo romano un “signo eficaz”. Eso quiere decir que “no sólo significa la gracia conferida, sino que también confiere la gracia significada”, citando el catecismo católico. Actúa para la iglesia de Roma, ex ópere operato, o sea en virtud del mismo rito. De hecho, en el lenguaje del Vaticano II, “la Iglesia es en Cristo como un sacramento”. Eso no significa, por supuesto, que una persona no se pueda salvar sin el bautismo o la penitencia, ya que basta el “deseo”, al menos implícito del sacramento respectivo.
El bautismo es un sacramento fundamental en el catolicismo. Como sabemos, el número de católicos corresponde al número de bautizados. Y como es irrepetible, da igual que estén ahora en otra iglesia, bautizados de nuevo. El bautismo que vale para su salvación es el primero, el católico. El clímax de la primera parte de El Padrino, no hay duda de que es el bautizo en que Michael actúa de padrino –el bebé que hace de su sobrina es de hecho, Sofía Coppola, la hija del director, ahora reputada cineasta–.
La realización de la escena del bautizo usa un montaje paralelo, estilo Griffith, con una fuerza visual, verbal, luminosa y musical extraordinaria. Junto a los detalles de la ceremonia preconciliar, aparecen entrelazados los asesinatos de las cinco cabezas de la Mafia neoyorquina. Al renovar sus propios votos de bautismo, las preguntas del cura a Michael pasan del latín al inglés, para mostrar aún más su dualidad. La sal, el aceite y el agua resaltan también en el rito latino, ese aspecto de exorcismo, cuando con las palabras de la liturgia antigua se pide al que profesa así su fe por el bautismo que renuncie a Satanás. Es como si la luz del sol que ilumina el altar y la imagen de Cristo brillasen sobre la oscuridad de Michael
La propia muerte de Fredo va acompañada del Ave María, que él dice que reza cada vez que echa el anzuelo para pescar en el lago de Tahoe. Cuando la oración llega a la frase, “ruega por nosotros, pecadores”, la cámara muestra a Michael observando la escena desde la ventana de la casa, a distancia. Este momento vuelve incluso al inicio del Epílogo con el nuevo montaje, cuando Michael recibe la condecoración papal de la Orden de San Sebastián, no sabemos si con conciencia de culpa o para mostrar la hipocresía que supone esa religiosidad.
Su traición no tiene perdón, humanamente, pero en la conversación con el cardenal Lamberto –que será el propio papa, un trasunto de Juan Pablo I–, le muestra que la Iglesia, no es el mundo. En ella, la redención es posible. Es entonces cuando este “verdadero cura”, como es calificado por Michael, le observa que “la gente ha estado en Europa rodeada durante siglos de cristianismo, pero Cristo no ha entrado en su interior”, ya que “no vive dentro de ellos”...
Cristianismo sin Cristo
Esta es la tragedia de la religión que muestra El Padrino. Coppola ha dicho con frecuencia que su palabra preferida es “esperanza” pero, ¿qué esperanza tienen sus personajes? Cuando el cardenal le apremia para que se confiese, Michael dice que no hay “redención”, para él. Sin embargo, el sacerdote le muestra que “siempre tiene tiempo para salvar almas”. Michael revela entonces, su secreto. Es el único momento de hecho, en que lo hace, ya que miente hasta a su propia esposa, Kay. Es al “verdadero sacerdote”, que llorando confiesa su crimen. Y antes de recibir la absolución, el cardenal le dice: “Tu vida puede ser redimida, pero tú no lo crees”.
Los comentaristas católicos creen que en realidad sí que cree. Y su salvación, piensan, está en que desesperadamente quiere cambiar. Desesperadamente, porque no tiene esperanza, aunque reza: “Juro por la vida de mis hijos, que si me das una oportunidad para redimirme, no pecaré más”. La oración de Michael muestra realmente donde está su esperanza, en que cambie su vida, no en Cristo Jesús.
Su vida demuestra que no puede escapar del pecado y sus consecuencias. Él mismo teme que “en este mundo” no podrá escapar del todo a la justicia, en el sentido que dice el cardenal: “Tus pecados son terrible y es justo que sufras”. Es la idea de la retribución a pagar por el pecado, sea en este mundo o en el Purgatorio que venga después, pero uno tiene que padecer por su propia culpa. El Evangelio, sin embargo, es que Otro sufrió en nuestro lugar: “Cristo murió por nuestros pecados” (1 Corintios 15:3).
En ese sentido enfermizo de la religión, algunos católicos entienden que la aflicción por la muerte de su hija es el sufrimiento redentor, por el que aunque muere viejo y solo, medio ciego, muestra la contrición del verdadero arrepentimiento. Es la esperanza que creen que tiene Coppola, por la que cuando le han preguntado: “¿Qué espera que le diga Dios si llega al Cielo?”, él ha contestado: “¡Bienvenido!”.
En realidad, la única forma en que somos “bienvenidos” en la presencia de Dios, no es por nada que hayamos hecho, creamos, o digamos nosotros, sino por el sólo nombre de Cristo Jesús. La redención no está en nosotros. Es “la sangre de Jesucristo”, la que “nos limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).