La política española y el Evangelio Aradillas: "En el Congreso no se ha oído una sola palabra que tenga relación directa con la Religión"
"¿Les sobran razones a determinados grupos de sacerdotes para haber llegado a la conclusión, y haberla hecho pública, de “la obsesión clerical de que la Iglesia es –tiene que ser- todo y solo liturgia o pecado”?"
"Cuanto se relaciona con los marginados, los obreros, los migrantes, sus viviendas y desahucios, educación, atención sanitaria, pensiones y jubilación... tiene su lugar privilegiado entre los encuentros-desencuentros de los políticos"
Sin forzar las cosas, ni siquiera con la más piadosa de las intenciones, resulta fácil discernir cuándo y cómo palabras y hechos que conforman la convivencia en general, están definidas con veracidad por la política o por el evangelio. O si, en definitiva, una y otra son patrimonio común, por lo que a cristianos y a ciudadanos han de llegar a interesarles por igual y sin discriminación alguna.
En un día como en el ayer, en que celebramos la señalada festividad de Santiago, patrono de España, y con relevantes decisiones políticas, resultarán para algunos de provecho, reflexiones como estas.
Con concordato, o sin él y con pactos pendientes de interpretaciones más actualizadas, en el Congreso de Diputados, en el que reside democrática y legítimamente la representación del pueblo, no se ha oído una sola palabra que tenga relación directa alguna con la Religión. En las largas horas de exposiciones, réplicas y contrarréplicas, en España, país supuestamente católico y apostólico por antonomasia, y referencia para todo el Occidente, la Iglesia brilló por su ausencia. A tal hecho no se le concedería tamaña importancia si, por ejemplo, en estas mismas Cortes hace solo un breve puñado de años, hasta físicamente ella -la Iglesia- no se hubiera hecho presente con varios miembros del “Alto Clero”, revestidos con sus correspondientes y notorios hábitos talares.
Esto no obstante y acerca de los temas que fueron tratados en la diversidad de intervenciones y opiniones, es obligado reseñar que mayoritariamente tuvieron tantos o más fundamentos evangélicos que los que pudieran tener los que se afrontan en concilios, conciliábulos, sínodos, o reuniones netamente episcopales, con reverencial mención para las inspiradas por las Asambleas Plenarias, o por las diocesanas, con rezos e invocaciones al Espíritu Santo, anteriores y posteriores a su celebración, y sus correlativas conclusiones y decretos.
Respecto a la igualdad entre mujeres y hombres, algunos programas de partidos políticos son más evangélicos que la Iglesia
(¿Les sobran razones a determinados grupos de sacerdotes, como en el caso del “Foro” de Madrid, para haber llegado a la conclusión y haberla hecho pública, de “la obsesión clerical de que la Iglesia es –tiene que ser- todo y solo liturgia o pecado”?)
El evangelio, en versión original, sin concesión a interpretaciones “clericaloides”, ecuménicamente, al filo de las necesidades actuales ciudadanas y al dictado y respeto a los derechos humanos, se proyectó y proyecta desde los programas de los partidos políticos, por ejemplo, en relación con la mujer y condena de los malos tratos y marginación que padece, solo por su condición de mujer, superando con creces la política a cuanto tradicionalmente se cree, y se sigue creyendo, que es idea y comportamiento intangible en la Iglesia, por lo que su disciplina canónica y “lectura” bíblica son casi dogmáticamente inamovibles.
Cuanto se relaciona con los marginados, los obreros, los migrantes, sus viviendas y desahucios, educación, atención sanitaria, pensiones y jubilación, respeto a las minorías, trato y cuidado sagrados a la naturaleza- ecología, redistribución de la riqueza, despoblación… tuvieron y tienen lugares de privilegio en los encuentros-desencuentros políticos y en sus compromisos con alianzas, coaliciones, conciertos y otras modalidades de la acción política y partidista.
Sí, pero una cosa son los programas y las promesas electorales y otra muy distinta es la realidad, siempre al dictado de intereses personales, familiares o de grupos, acechando la corrupción a unos y a otros, con decisivas pruebas y argumentos judiciales…
Pero exactamente lo mismo, y aún con mayor gravedad, acontece entre quienes se constituyeron, o los constituyeron, en intérpretes oficiales y “en el nombre de Dios”, del santo evangelio, en calidad de obispos, arzobispos, cardenales, nuncios y asesores, sacerdotes y laicos que nos son ofrecidos como cristianos ejemplares en el ejercicio-ministerio de sus respectivas profesiones. Si todas las comparaciones son peligrosas, aterra pensar y constatar que, al margen de anticlericalismos pasados de moda, los medios de comunicación social se limitan a informar y relatar los hechos y estos son tanto o más luctuosos en las secciones “religiosas” que en las “políticas”.
A la Iglesia le hace falta evangelio. También a la política. Aunque hoy, y tal y como están las cosas, la falta de evangelio se le nota bastante más a la Iglesia que a la misma política…
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