Francisco Prieto pide al Apóstol Santiago que los políticos "dediquen sus esfuerzos al bien común" Arzobispo de Santiago: "Hay una manera profética de estar en el mundo, opuesta al espiritualismo y al peligro de erigirnos en jueces"
La aportación de los creyentes, y de la Iglesia en su conjunto, a la plaza pública tiene que ser profética, nunca acomodaticia, y tiene que responder a las necesidades y a las inquietudes del presente"
"Una dimensión profética realizada con verdad, con lenguaje atractivo y mirada amable, hasta con un sano sentido del humor y una inteligencia suficiente que sepa distinguir lo importante de lo secundario"
Francisco Prieto pidió ante el apóstol Santiago por los políticos, mezclando gallego y castellano: "Pido por aqueles que foron elegidos en las recientes elecciones generales para que dediquen sus mejores esfuerzos a las exigencias del bien común y al esfuerzo de construir una sociedad en paz, fundada en la verdad, la justicia y la libertad, donde el servir sea siempre el horizonte de la responsabilidad política, por encima de las legítimas diferencias políticas"
Francisco Prieto pidió ante el apóstol Santiago por los políticos, mezclando gallego y castellano: "Pido por aqueles que foron elegidos en las recientes elecciones generales para que dediquen sus mejores esfuerzos a las exigencias del bien común y al esfuerzo de construir una sociedad en paz, fundada en la verdad, la justicia y la libertad, donde el servir sea siempre el horizonte de la responsabilidad política, por encima de las legítimas diferencias políticas"
"La aportación de los creyentes, y de la Iglesia en su conjunto, a la plaza pública tiene que ser profética, nunca acomodaticia, y tiene que responder a las necesidades y a las inquietudes del presente, vividos a menudo de forma dramática por la sociedad. Hay una manera profética de estar en el mundo, opuesta por un lado al espiritualismo, y por otro al peligro de erigirnos en árbitros o jueces del mundo. Una dimensión profética realizada con verdad, con lenguaje atractivo y mirada amable, hasta con un sano sentido del humor y una inteligencia suficiente que sepa distinguir lo importante de lo secundario".
Apenas dos meses después de su toma de posesión como nuevo arzobispo de Santiago de Compostela, Francisco Prieto se 'estrenó' este 25 de julio con una homilía en la Solemnidad del Apóstol Santiago, Día de Galicia, en donde esbozó las líneas de lo que bien podría ser un plan pastoral que hace en torno a la plaza del Obradoiro, que él entiende como "un ágora contemporánea donde la fe cristiana propone y muestra, no al Dios inventado o pensado, sino al Dios revelado, aquel que no es un pensamiento, sino un acontecimiento, un encuentro".
Y propositivo quiso ser también él -sólo le faltó pedir 'sentidiño'- en esta ceremonia de Ofrenda nacional al Apóstol Santiago, una especie de 'puesta de largo' para el propio arzobispo gallego, en donde reivindicó -en la lengua natal de Rosalía de Castro- la necesidad de que "aprendamos a hablar, o más bien a vivir, desde el lenguaje del testimonio y del amor", "un amor incondicional que no distingue a los propios de los extraños, y que convierte a cualquier ser humano en prójimo", añadió Prieto, citando a continuación al papa Francisco, cuyo magisterio articuló parte de su texto, sin olvidar las ya históricas referencias de Juan Pablo II y Benedicto XVI durante la propia peregrinación de estos pontífices a Compostela.
"Hemos de amar sinceramente a cada hombre y mujer con los que compartimos ciudad, vida y espacio, esforzándonos tanto en defender lo justo como en denunciar lo injusto, rechazando lo malo como promoviendo lo bueno (sin caer en ingenuas sutilezas, sino reconociendo y apoyando las bondades sinceras", prosiguió el nuevo arzobispo del tercer lugar de la cristiandad.
"Los cristianos tenemos aquí, en medio de este ágora, una responsabilidad única: ser testigos de la paternidad de Dios y de la fraternidad de Cristo", señaló también en gallego, subrayando que, "como ciudadanos y cristianos tenemos en nuestras manos, en nuestro corazón y en nuestra vida, una tarea irrenunciable e inexcusable: hacer de la fraternidad el sustantivo constitutivo del ser humano y, por supuesto, del ser y hacerse cristiano en medio de la sociedad".
Inicia la procesión del Patronato, atravesando la puerta de Platerías. pic.twitter.com/A99vtyn9a0
— Catedral de Santiago (@CatedralStgo) July 25, 2023
Y desde esta inserción en medio de la sociedad, Francisco Prieto pidió ante el apóstol Santiago por los políticos, mezclando gallego y castellano: "Pido por aqueles que foron elegidos en las recientes elecciones generales para que dediquen sus mejores esfuerzos a las exigencias del bien común y al esfuerzo de construir una sociedad en paz, fundada en la verdad, la justicia y la libertad, donde el servir sea siempre el horizonte de la responsabilidad política, por encima de las legítimas diferencias políticas".
"Ninguna política es plenamente coherente con el reino de Dios, quizá porque aquélla es gestión de los hombres, y el Reino de Dios es Dios mismo"
Después de haber afirmado que los cristianos "estamos llamados a ser alma del mundo", indicó también que "sin confundir laicidad con laicismo, estamos implantados en la realidad de cada día, vivimos en la ciudad donde cada uno de nosotros se acredita como persona y profesional, como compañero o vecino", y subrayando que "ninguna política es plenamente coherente con el reino de Dios, quizá porque aquélla es gestión de los hombres, y el Reino de Dios es Dios mismo", aunque remarcó que "el cristianismo no es una moral, es mucho más, pero nunca menos que una moral".
También consideró monseñor Prieto que el actual "es el momento de trascender la banalidad y hacer de la profundidad y de la búsqueda de sentido un lugar y un punto de encuentro", y en donde "se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro". Se trata de ofrecer y proponer la fe cristiana "como una propuesta humanizadora y trascendente del sentido primero y último de la vida", subrayó.
Ofrenda del delegado regio de Felipe VI
En su invocación a la ofrenda, el presidente de la Xunta de Galicia, Alfonso Rueda, que ha ejercido como delegado regio de Felipe VI, se ha mostrado orgulloso de "mostrar los respetos de todo el pueblo español" al Apóstol en una época "en que se concede un valor absoluto a símbolos que son muy discutibles".
Según informa la agencia EFE, Rueda (a quien acompañó el anterior presidente de la Xunta, Alberto Núñez Feijóo y candidato del PP a las elecciones generales del pasado 23J) ha puesto como referencia "la ejemplar transición" que se vivió en la archidiócesis de Santiago "para todos dentro y fuera de la Iglesia", ahora que los españoles "comenzamos una nueva etapa en esta senda compartida que es nuestro país".
El peligro de "la fractura"
"Como sabe cualquier buen caminante, cuando un grupo afronta una bifurcación no debe dividirse ni quedar paralizado por la natural incertidumbre o el miedo", ha indicado, quien ha precisado que "sea cual sea la alternativa que se tome", resultará "más peligrosa" si los primeros pasos "parten de la fractura".
Por eso ha apelado a que "España y Galicia sigan avanzando unidas" y ha advertido de que las "instituciones nacidas de la soberanía popular que se conformarán en las próximas semanas acertarán siempre que antepongan el bien común de los ciudadanos a cualquier otra consideración". Ha afirmado que "los responsables públicos" deben tener "siempre presentes" que no se representan a sí mismos ni a sus "afines", sino que son "defensores de la pluralidad".
El presidente de la Xunta ha abogado por "recuperar el valor de los símbolos en los que cabemos todos" y también por "reforzar la credibilidad de los representantes públicos, proteger a quien necesita amparo y promover un progreso racional y equilibrado".
En nombre del rey Felipe VI, también ha solicitado al Apóstol que "ayude" al pueblo español "a avanzar con prudencia, pero también sin vacilaciones" en el camino de la "historia" y que bajo la tutela de la corona, "con independencia de los credos", España sea "una nación abierta y acogedora", y ha recordado a las victimas del accidente ferroviario del Alvia en Angrois, del que se han cumplido diez años este lunes, y ha pedido "justicia"
Homilía en la Solemnidad del Apóstol Santiago
Sr. Cardenal, Sres. Arzobispos y Obispos:
Sr. Nuncio de Su Santidad
Miembros del Cabildo Catedralicio, del Colegio de Consultores
Hermanos sacerdotes, diáconos, servidores del altar
Miembros de la Vida Consagrada, seminaristas, fieles laicos, familias
Autoridades civiles (locales, provinciales y autonómicas), militares y académicas
A los miembros de la Archicofradía del Apóstol Santiago, a los miembros de las órdenes de Santiago
A los que nos seguís a través de los medios de comunicación
A los que habéis llegado como peregrinos a la casa del Señor Santiago
Un saludo a todos en el gozo que nace de ser hermanos y discípulos del Señor Jesús
“Por mano de los apóstoles se realizaban muchos signos y prodigios en medio del pueblo”. Así nos resume el libro de los Hechos la acción evangelizadora de aquellos primeros discípulos en la bulliciosa y cosmopolita ciudad de Jerusalén: lo hacían con mucho valor; y se los miraba con mucho agrado (cf. Hch 4,33). En aquel inmenso atrio que rodeaba el templo de Jerusalén, en el pórtico de Salomón que miraba el amanecer, “todos se reunían con un mismo espíritu”.
A aquel grandioso patio acudían no sólo judíos, sino también todos aquellos que no profesaban la fe judía y quisieran orar al Dios de Israel. En aquel inmenso espacio se colocaban en apretada multitud los cambistas, paseaban los curiosos, se sentaban los escribas y maestros de la ley. Aquel templo recibió el homenaje de muchos pueblos y personajes a lo largo de los siglos. Ya en la oración con la que fue dedicado el primer templo, el de Salomón, el rey sabio le pedía a Dios que escuchase también al extranjero y al gentil que no pertenecen al pueblo de Israel cuando lleguen de un país lejano y oren en el templo, “porque oirán hablar de tu fama, de tu mano fuerte, de tu brazo extendido” (1 Re 8, 41-43).
Hoy, en esta Jerusalén del Occidente, a esta nuestra querida ciudad de Santiago de Compostela, también llegan hasta esta Catedral, que alberga la tumba del hijo del Zebedeo, el amigo del Señor, tantos peregrinos, previamente acogidos en la pétrea belleza de una plaza que los recibe como un lugar de búsqueda de itinerarios comunes, sin ningún atajo y son ninguna distracción o dispersión, en el cual la escucha pasa a ser primordial a pesar de las diferencias. Un espacio abierto a quienes buscan a Dios o se interrogan por Él, y también a quienes nos les causa inquietud (los indiferentes). Aquí resonó la llamada de san Juan Pablo II: “te lanzo, vieja Europa, un grito lleno de amor: Vuelve a encontrarte. Sé tú misma. Descubre tus orígenes. Aviva tus raíces” (Discurso en el acto europeísta, 9 nov 1982); aquí el papa Benedicto recordó que “la Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura, tiene que ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero” (Homilía en la plaza del Obradoiro, 6 nov 2010).
Esta plaza, como esta ciudad, nacidas en torno a la memoria y la tumba del Apóstol, evocan la necesidad de una misión compartida, de un ágora contemporánea donde la fe cristiana propone y muestra, no al Dios inventado o pensado, sino al Dios revelado, aquel que no es un pensamiento, sino un acontecimiento, un encuentro: la Palabra hecha carne, que fue colgada de un madero y resucitada por Dios para darnos la salvación y el perdón, tal como Pedro anunció ante el Sanedrín judío (Hch 5, 27-33). Conviene un camino de humildad para acogerla y responderle. Una humildad razonable y una razón humilde.
Como cristianos y como Iglesia estamos comprometidos en la construcción de la urbe humana y social, y vocacionados a la esperanza de aquella Urbe eterna. Como se decía en el siglo II sobre los cristianos, “toda tierra extraña es su patria; y toda patria les resulta extraña”[1]. Pero estamos llamados a ser alma del mundo, o sea, parte viva y vivificante, con ánimo y ánima. Como dice el papa Francisco: “Deseamos integrarnos a fondo en la sociedad, compartimos la vida con todos, escuchamos sus inquietudes, colaboramos material y espiritualmente con ellos en sus necesidades, nos alegramos con los que están alegres, lloramos con los que lloran y nos comprometemos en la construcción de un mundo nuevo, codo a codo con los demás. Pero no por obligación, no como un peso que nos desgasta, sino como una opción personal que nos llena de alegría y nos otorga identidad” (EG 268).
Sin confundir laicidad con laicismo, estamos implantados en la realidad de cada día, vivimos en la ciudad donde cada uno de nosotros se acredita como persona y profesional, como compañero o vecino. Cuando nos desacreditamos en un campo tan fundamental como este, no se tiene credibilidad en lo demás, porque hay palabras sagradas cuya realización o negación acreditan o desacreditan a una persona: libertad, justicia y verdad. Quien carece de ellas (por que se le niegan o las niega en primera persona), carece de dignidad.
Ninguna forma de vida encauza todas las necesidades humanas y ninguna política es plenamente coherente con el reino de Dios, quizá porque aquélla es gestión de los hombres, y el Reino de Dios es Dios mismo. El cristianismo no es una moral, es mucho más, pero nunca menos que una moral.
Es el momento de trascender la banalidad y hacer de la profundidad y de la búsqueda de sentido un lugar y un punto de encuentro. La espiritualidad hace referencia a un plano de realidad superior del ser humano, pero que también puede ser interior a él mismo, frente al cual la persona se sitúa en una actitud de búsqueda, y a la vez de acogida, de realidades que no se poseen suficientemente, dotadas de un espesor que enriquece al ser humano y lo lleva a indagar en lo hondo de la realidad, la propia y la ajena. En el mar de fondo de los anhelos y necesidades compartidas nos podemos encontrar. Hoy se nos plantea el desafío de responder adecuadamente a la sed de Dios de mucha gente, para que no busquen apagarla en propuestas alienantes o en un Jesucristo sin carne y sin compromiso con el otro (EG 89), porque el que quiera ser grande entre vosotros, sea vuestro servidor (Mt 20, 26).
Se trata de ofrecer y proponer la fe cristiana como una propuesta humanizadora y trascendente del sentido primero y último de la vida, ya aquí y todavía más allá, desde el Dios de Jesucristo. Llamados a ser levadura en esta masa, a veces tan amorfa y tan líquida (cf Mt 13,33), no podemos ocultar el talento (cf. Mt 25,25), porque la palabra es el primer acto fundante (“En el principio era la Palabra”, Jn 1, 1) y el Evangelio (Palabra definitiva y encarnada) es encuentro: “Creemos y por eso hablamos” (2 Cor 4,13). La luz no oculta los colores, los intensifica.
La aportación de los creyentes, y de la Iglesia en su conjunto, a la plaza pública tiene que ser profética, nunca acomodaticia, y tiene que responder a las necesidades y a las inquietudes del presente, vividos a menudo de forma dramática por la sociedad. Hay una manera profética de estar en el mundo, opuesta por un lado al espiritualismo, y por otro al peligro de erigirnos en árbitros o jueces del mundo. Una dimensión profética realizada con verdad, con lenguaje atractivo y mirada amable, hasta con un sano sentido del humor y una inteligencia suficiente que sepa distinguir lo importante de lo secundario.
Aprendamos a falar, ou mellor vivir, desde a linguaxe do testemuño e do amor, porque “só o amor é digno de fe”. Xa dicía o santo de Aquino que “nas realidades que nos exceden, sobre todo, as de Deus, prefírese o amor ao coñecemento” . Un amor incondicional que non distingue a propios de estraños, e que converte a calquera ser humano en próximo, “o meu” próximo: no irmán está a permanente prolongación da Encarnación (EG 179).
Temos que amar sinceiramente a cada home e muller cos que compartimos cidade, vida e espazo, poñendo tanto empeño en defender o xusto como en denunciar o inxusto, en rexeitar o malo como en promover o bo (sen caer en inxenuos buenismos, pero si recoñecer e apoiar as sinceras bondades): “o ideal cristián sempre convidará a superar a sospeita, a desconfianza permanente, o temor para ser invadidos, as actitudes defensivas que nos impón o mundo actual” (EG 88).
Non é en soidade e illamento, senón en irmandade onde o home, cada persoa, pode respirar con folgura para baleirarse de excesos e colmar os baleiros. Os cristiáns temos aquí unha responsabilidade única no medio desta ágora: ser testemuñas da paternidade de Deus e da fraternidade de Cristo.
Debemos ser testemuñas ao servizo dunha vida máis humanizada, entendida como don de Deus e como tarefa humana, promotores dunha cultura da vida digna do home e de todo home (sen abstraccións). Como cidadáns e cristiáns temos nas mans, e no corazón e na vida, unha tarefa irrenunciable e inescusable: facer da fraternidade o substantivo constituínte do ser humano e, por suposto, do ser e facer do cristián no medio da sociedade.
Sr. Oferente, acollemos a vosa ofrenda e facémola presente diante do Altar. Encomendo á intercesión do Apóstolo Santiago a todos os pobos do mundo, especialmente os que seguen sufrindo o drama da guerra, da fame que tantos exilios forzados provoca; a todos os pobos e xentes de España, da nosa querida Galicia, ás nosas familias, que sigan sendo, nestes momentos de crises e incerteza, berce da vida e da fe, onde todos, especialmente os nosos nenos e anciáns, sexan coidados, queridos e consolados. No décimo aniversario do terrible accidente ferroviario de Angrois, que nos conmoveu nas vésperas desta solemnidade, quero lembrar ás vítimas e ás súas familias desde a esperanza que nos vén do Deus da Vida, desde o consolo que brota do corazón do Pai misericordioso. Ao Apóstolo presento a todos os mozos que, de tantos lugares do mundo, acudirán, xunto co papa Francisco, á Xornada Mundial da Mocidade en Lisboa, para que sexan testemuñas gozosos de Cristo vivo.
Pido por aqueles que foron elegidos en las recientes elecciones generales para que dediquen sus mejores esfuerzos a las exigencias del bien común y al esfuerzo de construir una sociedad en paz, fundada en la verdad, la justicia y la libertad, donde el servir sea siempre el horizonte de la responsabilidad política, por encima de las legítimas diferencias políticas.
Por intercesión del Santo Apóstol Santiago, pido al Señor que bendiga a Sus Majestades ya la Familia Real; también a Vuestra Excelencia, Sr. Oferente, su familia y sus colaboradores. Que, nuevamente desde Santiago, renazca la esperanza que nunca decae y que siempre nos sostiene.
[1] A Diogneto V, 5 (BP 50, p. 561).