El tema del mes (III, ACTUAR): La Semana Santa y la religiosidad popular en España Religiosidad popular: Una purificación auténtica y humilde para evangelizar el siglo XXI

Religiosidad popular
Religiosidad popular

"Durante demasiado tiempo, las cofradías y hermandades han sido feudos masculinos, con excepciones que solo confirman la regla. Pero el Evangelio no discrimina, y la Iglesia, como ha insistido el papa Francisco, necesita del 'genio femenino'"

"La nueva Semana Santa está llamada a ser no solo la que se arrodilla ante la imagen del Nazareno, sino la que se agacha ante el que duerme en un portal, ante el que llora en soledad, ante el tirado en las cunetas de la vida"

"Los divorciados vueltos a casar son hijos de Dios, y excluirlos de las cofradías o de las manifestaciones de fe popular es un contrasentido evangélico"

"Las romerías y fiestas marianas que jalonan la geografía española (el otro pilar del catolicismo patrio) pueden convertirse en poderosos instrumentos de evangelización, si mantienen su esencia religiosa sin renunciar a su carácter festivo y popular"

Aunque no quiera, como por inercia, cada año, en las calles de pueblos y ciudades, España se redescubre católica. Y se enorgullece de serlo, al menos una o dos veces al año. Las procesiones de Semana Santa (pero también las romerías marianas) se convierten, como por arte de fe, en auténticos ríos de espiritualidad popular.

Es evidente que la Semana Santa en España, con sus procesiones majestuosas y su profundo arraigo cultural, es una de las manifestaciones más visibles del catolicismo en el país. Al igual que las fiestas marianas. Ni la una ni las otras pueden quedarse ancladas en el pasado, si quieren seguir siendo relevantes.

Por eso, la Semana Santa española, auténtico crisol de fe, arte y tradición que recorre las venas del país, está ante una encrucijada histórica. Y es que los tiempos cambian y con ellos las formas de vivir la fe. Las cofradías y hermandades, verdaderos guardianes de esta tradición centenaria, tienen ante sí el reto de mantener su esencia, mientras se abren a nuevas sensibilidades y realidades sociales.

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Semana Santa Sevilla

"Las hermandades tienen que abrirse a los signos de los tiempos y renovarse para no convertirse en museos", como ya decía el recordado cardenal Carlos Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla y gran conocedor del mundo cofrade, por haber nacido en Medina de Rioseco (uno de los corazones de la Semana Santa castellana) y haber vivido en Sevilla.

Lo que durante siglos ha sido un escaparate del sentir católico más hondo, hoy se enfrenta al reto de purificarse, de abrirse al mundo y de convertirse en un potente instrumento evangelizador para el siglo XXI, especialmente para los jóvenes, que, por un lado, miran con desconcierto o indiferencia las procesiones de capirotes y saetas y, por el otro, es de los pocos cauces que los enganchan desde niños para entrar en el mundo de la fe.

¿Cómo lograrlo? La respuesta pasa por una renovación valiente, inclusiva y profundamente solidaria, que devuelva a estas celebraciones su esencia evangélica y las haga resonar con un sello de autenticidad testimonial en una sociedad secularizada. Un proceso que implica renovar a fondo tanto las procesiones como las fiestas marianas, adaptándolas a los tiempos actuales sin perder su esencia espiritual.

Mujeres costaleras

Cofradías abiertas: mujeres al frente

No se puede entender la Semana Santa del futuro (ni la Iglesia católica) sin las mujeres. Durante demasiado tiempo, las cofradías y hermandades han sido feudos masculinos, con excepciones que solo confirman la regla. Pero el Evangelio no discrimina, y la Iglesia, como ha insistido el papa Francisco, necesita del "genio femenino". La igualdad de género no solo responde a un principio evangélico de justicia, sino que también fortalece la dimensión comunitaria de estas organizaciones y tradiciones.

Abrir las puertas de par en par a las mujeres –no solo como costaleras o nazarenas, sino como líderes en la organización y la toma de decisiones– es un paso imprescindible. En Sevilla, Málaga o Valladolid ya hay ejemplos de hermandades que han roto con el machismo estructural, pero queda mucho por andar.

En Sevilla, la Hermandad de la Esperanza de Triana incorporó en 2011 a mujeres como costaleras, rompiendo una tradición de siglos. En Málaga, la Congregación de Mena cuenta con una sección de portadoras que llevan a la Virgen de la Soledad. Y en ciudades como Valladolid o León, las mujeres participan plenamente en todos los aspectos de la vida cofrade.

La presencia femenina en cargos directivos también va en aumento. La Semana Santa de Cartagena cuenta con varias presidentas de agrupaciones, y en Córdoba, la Hermandad de la Paz y Esperanza ha tenido ya dos hermanas mayores.

Esta integración no solo responde a una demanda de igualdad, sino que enriquece enormemente la vida de las hermandades. La Semana Santa será evangelizadora cuando las mujeres no sean meras espectadoras, sino protagonistas de una fe que se encarna en el dolor y la esperanza de la Cruz.

El Gran Poder en Los Tres Barrios

 Solidaridad con los descartados

Si algo enseña la Pasión de Cristo es que Dios se pone del lado de los pobres, los marginados, los "descartados", como los llama Francisco. Sin embargo, en no pocas ocasiones, las procesiones se han convertido en un espectáculo bello y emocionante, pero autocomplaciente, desconectado de las periferias.

¿Y si las cofradías, con sus recursos y su capacidad de movilización, se volcaran en una acción social transformadora? Porque las hermandades están llamadas a ser, como dice el Papa Francisco, "hospitales de campaña" que atienden a los heridos en las periferias existenciales.

Imaginen pasos procesionales acompañados de voluntarios que recauden fondos para los emigrantes que llegan a nuestras costas. O hermandades que, tras el Viernes Santo, sirvan comidas a los sintecho en los barrios más olvidados. En Cádiz, algunas cofradías ya colaboran con Cáritas; en Granada, otras han abierto sus casas de hermandad a familias vulnerables. Es un germen que debe crecer: la Semana Santa no puede ser solo un lamento por la muerte de Cristo, sino un grito de vida para los crucificados de hoy.

Ejemplos inspiradores no faltan. La Hermandad del Gran Poder de Sevilla desarrolla una intensa labor social en los Tres Barrios-Amate, una de las zonas más desfavorecidas de Europa. Su trabajo incluye desde reparto de alimentos hasta acompañamiento a ancianos y programas de inserción laboral.

En Granada, la Federación de Cofradías coordina un economato social que atiende a cientos de familias. Y en Madrid, la Hermandad de los Gitanos realiza una labor encomiable con población inmigrante y personas sin hogar.

La nueva Semana Santa está llamada a ser no solo la que se arrodilla ante la imagen del Nazareno, sino la que se agacha ante el que duerme en un portal, ante el que llora en soledad, ante el tirado en las cunetas de la vida. Porque esa es la fe verdadera: la que se arremanga, la que baja del trono y ejerce la misericordia.

Cristo joven
Cristo joven

Evangelización juvenil: una oportunidad única

La Semana Santa tiene un potencial inmenso para atraer a los jóvenes hacia la fe. Iniciativas como las misiones organizadas por Juventud Misionera y Familia Misionera demuestran cómo los jóvenes pueden vivir esta celebración como una experiencia transformadora. Además, actividades como el Vía Crucis juvenil en Madrid, donde cientos de jóvenes recorren las calles dando testimonio público de su fe, son un ejemplo inspirador que debería replicarse en toda España. La clave está en presentar la fe como algo vivo y cercano, sin imposiciones, pero con una autenticidad, que puede dar sentido a la vida de las jóvenes generaciones.

Algunos ejemplos ya hay. En Málaga, la procesión del Dulce Nombre, organizada íntegramente por jóvenes, congrega cada año a miles de participantes. En Zamora, la Junta Pro Semana Santa organiza encuentros formativos para acercar el sentido teológico de la Pasión a las nuevas generaciones.

Los jóvenes pueden ser el público objetivo preferencial de la Semana Santa. Su componente estético y sensorial –la música, el arte, los olores, los colores– conecta con una generación que valora la experiencia por encima de las abstracciones teóricas.

Amor
Amor

Divorciados vueltos a casar: un lugar en la procesión

La Iglesia española, tan apegada a sus tradiciones, no puede seguir dando la espalda a quienes, tras un matrimonio roto, han rehecho sus vidas. Los divorciados vueltos a casar son hijos de Dios, y excluirlos de las cofradías o de las manifestaciones de fe popular es un contrasentido evangélico. El papa Francisco, con Amoris Laetitia, abrió una puerta a la misericordia, y la Semana Santa debería ser el momento de recibirlos en el dintel y acogerlos sin prejuicios. En una España donde la fe católica a menudo se vive en la intimidad por pudor o miedo al qué dirán, incluir a estos hermanos sería un signo poderoso de que la Iglesia no juzga ni condena, sólo acoge y acompaña.

El Papa Francisco ha insistido en numerosas ocasiones en la necesidad de una Iglesia inclusiva para “todos, todos, todos”. Algunas hermandades ya están dando pasos en esta dirección. En Córdoba, la Hermandad de la Misericordia ha eliminado cualquier restricción para ser hermano, más allá del compromiso con los fines de la corporación. En Valencia, varias cofradías han revisado sus estatutos para facilitar la plena integración de todos los fieles, independientemente de su situación personal.

Esta apertura resulta especialmente importante para atraer a los jóvenes, que valoran muy positivamente los espacios inclusivos donde nadie es juzgado por su condición.

El descendimiento
El descendimiento

Purificación de lo superfluo

Para que la Semana Santa sea verdaderamente evangelizadora, es necesario purificarla de elementos superfluos que pueden desvirtuar su sentido original. El exhibicionismo, la competencia entre hermandades o el excesivo lujo en algunos casos alejan, más que acercan, al mensaje evangélico.

"Hay que recuperar la sobriedad y la autenticidad", afirmaba ya Juan José Asenjo, arzobispo emérito de Sevilla, a pesar de ser un prelado muy conservador. Y añadía más: "Las procesiones tienen que ser catequesis plásticas que muevan a la conversión, no espectáculos vacíos de contenido".

Iniciativas como las "procesiones del silencio", donde se elimina todo elemento accesorio para centrarse en lo esencial, están ganando adeptos. En ciudades como Valladolid o Toledo, estas procesiones austeras y recogidas atraen a creyentes y no creyentes por su profunda espiritualidad.

El Rocío

Romerías marianas: fe en clave de fiesta

De manera similar, las romerías y fiestas marianas que jalonan la geografía española (el otro pilar del catolicismo patrio) pueden convertirse en poderosos instrumentos de evangelización, si mantienen su esencia religiosa sin renunciar a su carácter festivo y popular.

El Rocío en Huelva, el Pilar en Zaragoza, la Virgen de la Cabeza en Jaén, la Fuensanta en Murcia o la Virgen de los Desamparados en Valencia son solo algunos ejemplos de cómo la devoción mariana puede ser ocasión de encuentro intergeneracional y de testimonios de fe pública.

"María es puente, no muro", recuerda con frecuencia el Papa Francisco. Y estas celebraciones marianas pueden ser puentes perfectos para acercar el Evangelio a quienes se han alejado de la Iglesia institucional pero mantienen una cierta vinculación afectiva con la fe de sus mayores.

¿Y si santuarios y romerías se convirtieran en espacios de anuncio explícito del Evangelio? Imaginemos romerías donde, junto las carretas y cantes, se organizaran talleres para jóvenes sobre la fe, o donde las hermandades marianas impulsaran campañas contra la trata de personas, en honor a María, madre de los desamparados. La Virgen, que en el Magníficat canta la revolución de los humildes, merece ser celebrada con una alegría que transforme vidas.

Semana Santa

Una España católica sin complejos

España, un país que en su mayoría se declara católico pero que a menudo se avergüenza de mostrarlo en público, tiene en la Semana Santa y las romerías una oportunidad única. No se trata de volver al nacionalcatolicismo rancio del pasado, sino de exhibir una fe viva, inclusiva y comprometida.

Una fe que hable el lenguaje de los jóvenes –quizá con música contemporánea en las procesiones o con mensajes en redes sociales que conecten la Pasión con sus inquietudes– y que no tema dialogar con una sociedad plural. Purificar estas tradiciones no significa desnaturalizarlas, sino devolverlas a su raíz: el amor de un Dios que muere y resucita por todos.

La Semana Santa y las fiestas marianas pueden ser mucho más que un patrimonio cultural. Pueden ser un altavoz del Evangelio, un puente hacia los alejados y un testimonio de que la Iglesia española, lejos de replegarse, quiere salir a las calles con orgullo y humildad.

Solo así, con una purificación valiente, la fe católica dejará de ser un recuerdo nostálgico y un humus cultural, para convertirse en una propuesta viva para las nuevas generaciones. Como dice el Evangelio de Jesús, "el que quiera ser el primero, que sea el servidor de todos". Que las cofradías y hermandades lo hagan realidad. Que los romeros lo vivan en su peregrinar.

La Semana Santa española y las romerías marianas representan un tesoro de fe y cultura que debe ser preservado. Pero preservar no significa fosilizar. Para que estas manifestaciones sigan siendo relevantes y cumplan su función evangelizadora, deben purificarse continuamente y adaptarse a los signos de los tiempos.

Religiosidad popular

Como señala el teólogo José Antonio Pagola: "No se trata de destruir la tradición sino de hacerla tradición viva, que responda a los anhelos del hombre y la mujer contemporáneos".

Las cofradías y hermandades tienen ante sí el hermoso desafío de convertirse en comunidades cristianas vivas, inclusivas y comprometidas, que salgan al encuentro de los alejados y los excluidos. Solo así la España católica, que durante el año parece retraerse, podrá mostrar con orgullo durante la Semana Santa y las fiestas marianas un rostro renovado del Evangelio: un rostro de misericordia, acogida y esperanza para todos.

La tradición solo tiene futuro si se renueva constantemente, manteniendo su esencia, pero adaptándose a los nuevos tiempos. En esa renovación está la clave para que la religiosidad popular española siga siendo un potente instrumento de evangelización para las generaciones venideras.

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