ANUNCIAR A JESÚS EN LAS CIUDADES

El tiempo de Pascua es tiempo de anuncio de la experiencia del Resucitado. Los apóstoles “no pueden dejar de hablar lo que han visto y oído” (Hc 4,20) y el mandato misionero con el que termina el evangelio de Mateo “vayan y hagan discípulos a todas las gentes, enseñándoles todo lo que yo les he dicho”(Mt 28, 19-20) se convierte en prioridad para ellos y así se extiende la iglesia “hasta los confines de la tierra” (Hc 1,8).
Esa misma experiencia es la que hoy nos convoca a los que nos sentimos discípulos/as-misioneros/as, partícipes de la experiencia del Resucitado. Pero ¿cómo anunciar a Jesús en las grandes urbes donde no se garantiza más la centralidad de la parroquia ni se reconoce la importancia de la autoridad eclesiástica y donde reina la pluralidad de creencias y puntos de vista y ocupan el primer lugar los desarrollos tecnológicos y científicos y la versatilidad de los medios de comunicación? ¿qué significado puede tener para los habitantes de esta configuración urbana, “la pastoral de conservación” -como la llama el Documento de Aparecida- que ofrecen tantas parroquias? La respuesta la presenta el mismo documento al invocar la urgencia de la “conversión pastoral” (DA 366). En ese horizonte se inscribe lo que se está llamando “Pastoral urbana” (DA 509-519), que pretende repensar la acción evangelizadora de la iglesia en el contexto urbano.
El punto de partida de las reflexiones sobre la pastoral en la ciudad es positivo: “Dios habita en la ciudad”. Es decir no hay que demonizar las ciudades ni sus configuraciones sino disponernos a descubrir la presencia de Dios en esta realidad. De hecho no hay espacio humano donde Dios no esté presente. Lo que se necesita es “descubrir” los signos de los tiempos donde Dios nos habla y responder a ellos con presteza y fidelidad.
¿Cómo percibir la presencia de Dios en las ciudades?¿cómo nos habla Dios en ellas? No podemos responder aquí a estas preguntas tan hondas porque ni hay espacio y es una tarea en construcción. Pero señalemos algunas cuestiones que pueden hacer pensar en este desafío.
Dios está presente y nos habla, en primer lugar, no desde una postura “neutra” –como tantas veces imaginamos que Dios actúa- sino desde una postura “parcial” como es su amor: Él se “inclina” decididamente por los pobres, por los más débiles, por los excluidos de cada tiempo presente (Cfr. Salmo 71). Por eso en las grandes urbes, Dios nos habla desde los que no están incluidos plenamente en ellas. Este “desde el lugar del pobre” no debe olvidarse en ningún intento de conversión pastoral. Tal vez este es el más importante giro que se debe hacer porque a fin de cuentas el evangelio es una “buena noticia”, en primer lugar, para los pobres (Lc 4, 18-20).
Dios habla también en la conformación de las ciudades. Es decir desde los desafíos sociales, económicos, políticos y culturales. ¿De qué manera esto se incorpora a la pastoral urbana? ¿Cómo superar esos miedos a “mezclarse” con lo sociológico, cuando es en la realidad concreta dónde Dios vive y actúa? No podemos pensar una conversión pastoral sin asumir “la autonomía de las realidades terrestres” como parte integrante de la evangelización. El discípulo/misionero ha de estar “con el corazón y la mente en el tiempo presente” y evangelizar de manera integral.
Otro aspecto importante son los medios de comunicación. Nadie niega el lugar decisivo que ocupan en las ciudades y la manera como están conformando a las personas. De ahí la importancia de tener acceso a ellos para evangelizar. Pero aquí también se necesita una conversión: no basta tener emisoras de radio y canales de televisión para hablar de temas religiosos e intraeclesiales. Por el contrario, tendrían que ser espacios donde la realidad esté presente para interesar a todos los habitantes de la ciudad favoreciendo información, crítica, debate, discernimiento, apertura, pluralidad, compromiso con todas las dimensiones de la vida.
En definitiva, creer que Dios vive en la ciudad y en ella nos desafía a anunciar el evangelio, pasa por asumir la pluralidad, la diferencia, la complejidad, la apertura que reclama hoy la realidad urbana. La conversión pastoral ha de estar dispuesta a asumir esos mismos rasgos: una pastoral más plural y abierta a la diferencia, una pastoral más corresponsable y horizontal, una pastoral más abierta y en búsqueda y menos fija en planes cerrados e inamovibles.
Quedan muchos otros desafíos y reflexiones pero es un buen comienzo creer y vivir que Dios vive en la ciudad y nos urge descubrirlo para anunciarlo en medio de ella.
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