'Una linterna en la niebla'. Parte II Hermanos todos: El desafío
"Fratelli tutti es, en mi opinión, la Encíclica, el documento oficial más social y valiente de la historia de la Iglesia, dirigido a todo ser humano en sus diferentes y amplias urdimbres: culturales, religiosas, humanas, sociales, espirituales..."
"En este artículo, haré referencia a los aspectos más relevantes de la introducción y el capítulo I y algunos detalles generales del documento que de alguna manera responden al asunto que traemos entre manos, nuestra hermandad"
"El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo ordenamiento ético-social" (n. 120). "Nadie debe quedar excluido" (n. 121). "Es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad" (n. 127)
"El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo ordenamiento ético-social" (n. 120). "Nadie debe quedar excluido" (n. 121). "Es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad" (n. 127)
“¡Hermanas y hermanos del mundo, uníos!” Este podía ser el resumen del manifiesto socio-político que el Papa Francisco ha querido transmitir a los corazones y las mentes de mujeres y hombres (cristianas o no) que creen que este mundo puede y necesita transformarse. Este documento oficial de Francisco (Hermanos todos) no ha sido dirigido exclusivamente a los creyentes católicos del mundo, sino que se abre a todo ser humano en sus diferentes y amplias urdimbres: culturales, religiosas, humanas, sociales, espirituales...
Como si de una vacuna social se tratara contra la indiferencia y el individualismo egocéntrico, tan arraigados en nuestro mundo, Francisco propone en su última Encíclica una verdadera revolución cultural basada en una fraternidad abierta (n. 1), que busque reconocer y amar a cada persona con un amor sin fronteras (inclusiva y plural), siendo capaz de superar toda distancia y tentación de disputas, imposiciones y sometimientos yendo al encuentro (n. 3).
Fratelli tutti es, en mi opinión, la Encíclica, el documento oficial más social y valiente de la historia de la Iglesia. Como afirma en la introducción, y al igual que hizo en su anterior Encíclica Laudato si, el espíritu de Francisco de Asís está también presente impulsando la reflexión de este documento sintiéndose plenamente hermano de todo y de todos (de vientos, mares, animales, plantas, mujeres, hombres…, sembrando la paz por todas partes y caminando, especialmente, cerca de los pobres, de los abandonados, de los enfermos, de los descartados, de los últimos (n. 2). El objetivo primordial de este documento tiene, así, un carácter universal en su apertura a todos “como un humilde aporte a la reflexión para que, frente a diversas y actuales formas de eliminar o de ignorar a otros, seamos capaces de reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras” (n. 6).
No tengo aquí tiempo ni espacio para profundizar en todas y cada una de las interesantísimas cuestiones que esta Encíclica nos abre. Haré referencia básicamente a los aspectos más relevantes de la introducción y el capítulo I y algunos detalles generales del documento que de alguna manera responden al asunto que traemos entre manos en este artículo, dando por hecho que aquello que el Papa Francisco pide y solicita de la humanidad entera ha de ser obviamente asumido por cualquier seguidor de Jesucristo, si realmente no pretende desvirtuar la esencia y el corazón de la praxis cristiana. Me reservo un examen más pormenorizado y completo de Fratelli tutti para un futuro artículo. A pesar de ello, considero que la palabra e invitación de Francisco que selecciono del documento es lo bastante explícita y elocuente como para poder cuestionar nuestro ser y actuar en el mundo.
Francisco hace una interesante radiografía económica, social y política de nuestro mundo actual. De partida se sitúa en el contexto mundial de la Pandemia. Si para algo ha servido la emergencia sanitaria del COVID-19 —afirma Francisco— ha sido para comprender que “nadie se salva solo” (n. 7). Francisco pretende promover una aspiración mundial a la fraternidad y la amistad social. Partiendo de una pertenencia común a la familia humana todos estamos necesitados de tomar conciencia de que en un mundo globalizado e interconectado sólo podemos salvarnos juntos. Ha llegado el momento de que “soñemos como una única humanidad, como caminantes de la misma carne humana, como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, todos hermanos” (n. 8).
En el capítulo I titulado “Las sombras de un mundo cerrado”, Francisco ahonda en las heridas sociales y los daños colaterales que generan unas políticas cerradas. Dichas sombras hunden a la humanidad en confusión, soledad y vacío. Muchos de los sueños que la humanidad ha ido conquistando a través de los años se rompen en pedazos, como los sueños de una Europa unida y de la integración latinoamericana que ahora aparecen rotos (n. 10), surgen nacionalismos cerrados, crece el egoísmo y la pérdida de sentido social (n. 11). Expresiones como “abrirse al mundo” han sido asimiladas por la economía y las finanzas. Se impone una cultura que unifica al mundo pero divide a las personas y a las naciones.
Las personas cumplen roles de consumidores y espectadores; la sociedad globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos. Estamos más solos que nunca y no podemos echarle la culpa a la tecnología (n. 12); somos invitados en esta era mundial a consumir sin límites y a vivir un individualismo sin contenidos que ignora y desprecia la historia (n. 13). Así, surgen nuevas formas de colonización cultural y los pueblos que enajenan su tradición –asegura Francisco– tolerarán que se les arrebate el alma, su fisonomía espiritual y su consistencia moral (n. 14). Así, estamos viendo todos –continúa Francisco– cómo se vacían de contenido y se manipulan las grandes palabras, como “democracia”, “libertad”, “justicia” o “unidad”.
Estamos ante un proyecto mundial que no contempla un proyecto para todos. Y eso es muy grave, lentamente lo vamos asumiendo… La política —continúa Bergoglio— ya no es una discusión sana sobre proyectos a largo plazo para el desarrollo de todo y el bien común, sino solo recetas inmediatas de marketing para destruir al otro (n. 15). Vencer es ahora sinónimo de destruir (n. 16). Partes de la humanidad parecen sacrificables en beneficio de algunos que se consideran dignos de vivir sin límites. Descartar a quienes son considerados no útiles o ya no productivos son característicos de esta cultura del descarte (n. 18-20). La desigualdad de derechos (n. 22) y las nuevas formas de esclavitud (n. 24) siguen vigentes. Vivimos una “tercera guerra mundial en etapas”, afirma Francisco en el n. 25: no hay horizontes que nos congreguen y se arruina el “proyecto de fraternidad” (n. 26); reaparecen conflictos y miedos que se expresan en la creación de muros para evitar el encuentro (n. 27) y para colmo surgen mafias con una falsa mística protectora hacia las personas (n. 28).
En definitiva, vivimos una globalización y progreso sin un rumbo común y a la deriva… Francisco señala un deterioro de la ética y un debilitamiento de los valores espirituales y del sentido de responsabilidad; ello hace que crezca la sensación de frustración, soledad y desesperación (n. 29). Así, los sentimientos de pertenecer a una misma humanidad se debilitan, nos sentimos todopoderosos, olvidando los grandes valores y provocándose una “especie de cinismo”, que lleva al aislamiento y la cerrazón en uno mismo o en los propios intereses; esto jamás será el camino para devolver esperanza y obrar una renovación, afirma Bergoglio. El único camino posible –sentencia– se forja en la cercanía y la cultura del encuentro (n. 30-31).
En esta Encíclica eminentemente social el Papa Francisco pone sobre la mesa algunos flagelos de la historia, como la cuestión de la pandemia del COVID-19. Esta ha dejado al descubierto la vulnerabilidad de nuestros egos pretenciosos y ha resaltado que tenemos una interrelación y pertenencia común, de hermanos (n. 32); estamos pues llamados a repensar nuestros modo de vida, relaciones y organización de nuestras sociedades y modos de existencia (n. 33). No se puede decir que sea una especie de castigo divino (n. 34), pero evidentemente no podemos olvidar las lecciones de la historia, “maestra de la vida”: “ojala que tanto dolor no sea inútil... y descubramos que nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros”, afirma con contundencia Francisco en los números 35 y 36 de Fratelli tutti. Pero si hay algo que muestra la ausencia de humanidad es contemplar por nuestras televisiones y pantallas digitales las fronteras cerradas ante la realidad de miles que escapan de la guerra, la persecución, las catástrofes naturales y la búsqueda de oportunidades para ellos y sus familias; algunos caen en la mafia de los traficantes y los regímenes políticos, otros buscan evitar a toda costa la llegada de personas migrantes, considerados no suficientemente dignos para participar en la vida social (n. 37-39). Europa, por ejemplo, afirma el Papa Francisco, debe buscar un justo equilibrio entre el deber moral de tutelar los derechos de sus ciudadanos, por una parte, y, por otra, el de garantizar la asistencia y la acogida de los emigrantes (n. 40). Un pueblo solo es fecundo si sabe integrar creativamente su apertura a los otros (n. 41).
Vivimos en una extraña era donde tenemos la ilusión de estar más comunicados, pero es posiblemente una ilusión… parecen acortarse las distancias al mismo tiempo que deja de existir el derecho a la intimidad. En el mundo digital, el respeto al otro se hace pedazos, se nos permite ignorar, mantenerlo lejos e invadir su vida privada (n. 42).
-La conexión digital es importante, señala Bergoglio, pero no basta para tender puentes (n. 43); se aviva la agresividad sin pudor (n. 44-45); proliferan los fanatismos y las mentiras, y a veces estas están protagonizadas –señala tristemente Francisco– incluso por personas religiosas que lo hacen de forma particular o a través de medios católicos (n. 46). Esto verdaderamente no puede ser obra de Dios ni hacerse en nombre de Dios, al menos en nombre del Dios de Jesús… Vivimos en un mundo virtual, sin rostros, en un mundo sordo (n. 48). Al desaparecer el silencio y la escucha, convirtiendo todo en tecleos y mensajes rápidos y ansiosos, se pone en riesgo esta estructura básica de una sabia comunicación humana... Esta dinámica impide la reflexión serena que podría llevarnos a una sabiduría común (n. 49-50). A veces, incluso, se utiliza la estrategia del menosprecio de la propia identidad cultural o de destrozar la autoestima de alguien para dominar a las personas o los pueblos (n. 51-53).
Ante tanta desesperanza que nos encorva Francisco levanta el abrazo de la esperanza, y lo hace a través del diálogo plural e inclusivo y no de la confrontación ambiciosa y desmedida, entendiendo que Dios, a través de las personas de buena voluntad, sigue derramando “semillas de bien” (n. 54). Si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad, porque la paz real y duradera sólo es posible “desde una ética global de solidaridad y cooperación al servicio de un futuro plasmado por la interdependencia y la corresponsabilidad entre toda la familia humana” (n. 127).
El papa Francisco habla también de la búsqueda de lo bueno. Querer el bien del otro y, para ello, invertir en los lentos, débiles y menos dotados para que puedan abrirse camino en la vida. El problema es que tenemos que dejar a un lado nuestra búsqueda de rentabilidad y eficiencia particular. Es necesario en nosotros un fuerte deseo del bien común. A este respecto dice Francisco que solidaridad “es pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos” (n. 116). Tampoco olvida (y así advierte en este mismo número) que para ello hay que “luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de los derechos sociales y laborales. “Es enfrentar los destructores efectos del Imperio del dinero. […] La solidaridad, entendida en su sentido más hondo, –afirma el Papa Francisco– es un modo de hacer historia y eso es lo que hacen los movimientos populares” (n. 116). Curiosamente trae al discurso aquellas famosas palabras de san Gregorio Magno: “Cuando damos a los pobres las cosas indispensables no les damos nuestras cosas, sino que les devolvemos lo que es suyo” (n. 119) porque puede que nos estemos quedando con algo que le pertenece al que no vive con dignidad. Son palabras duras: a los pobres de algún modo les estamos robando y quitándoles la vida.
Y continúa en el número 120 de Fratelli tutti con un párrafo demoledor de Pablo VI que trastoca los cimientos neoliberales y cuestiona todo conservadurismo cristiano de derechas:
"La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de cualquier forma de propiedad privada. El principio del uso común de los bienes creados para todos es el “primer principio de todo el ordenamiento ético-social” […] Todos los demás derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluidos el de la propiedad privada y cualquier otro, “no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización”.
La apertura universal no es así sólo geográfica, señala Francisco en el número 96, sino también existencial: es la capacidad cotidiana de ampliar mi círculo, de llegar a las periferias, a aquello que no siento parte de mi mundo de intereses, aunque estén cerca de mí. Cada hermano sufriente, abandonado e ignorado por mi sociedad es un forastero existencial (n. 97). Hay hermanos tratados como “exiliados ocultos”, personas con discapacidad que existen sin pertenecer y sin participar; hay muchos a los que se les impide tener “ciudadanía plena” (n. 98).
El amor que se extiende más allá de las fronteras tiene su base en la “amistad social”, condición de posibilidad para una apertura universal (n. 99). El futuro, pues, no puede ser monocromático: nuestra familia humana necesita aprender a vivir juntos en armonía y paz, sin necesidad de tener que ser todos iguales (n. 100). Se trata de trascender un mundo meramente de socios, que es el que hasta hoy tenemos… El primer mundo se organiza impidiendo toda presencia extraña que perturbe su identidad y organización grupal, excluyendo la posibilidad de volverse prójimo; solo se puede ser “socio”, es decir: estar asociado por determinados intereses (n. 102). La fraternidad no es sólo resultado de condiciones de respeto a las libertades individuales, ni de cierta equidad administrada (n. 103). Tampoco se logra defendiendo en abstracto que todos los seres humanos son iguales, sino que es resultado –continúa diciendo Francisco– de un cultivo consciente y pedagógico de la fraternidad (n. 104). El individualismo no nos hace más libres, más iguales ni más hermanos (n. 105).
Francisco propone como premisa necesaria para caminar hacia la amistad social y la fraternidad universal reconocer cuánto vale un ser humano, siempre y en toda circunstancia (n. 106); todo ser humano es valioso y tiene el derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, y este derecho básico no puede ser negado por ningún país (n. 107). Asegura que hay países que promueven este derecho parcialmente, provocando el descarte de los más débiles social y culturalmente (n. 108-109). Una sociedad humana y fraterna es capaz de preocuparse para garantizar de modo eficiente y estable que todos sean acompañados en el recorrido de sus vidas, no solo para asegurarse sus necesidades básicas, sino para que puedan dar lo mejor de sí, aunque su rendimiento no sea “el mejor” (n. 110).
Interesante ver también cómo el Papa pone sobre el tapete la existencia hoy de una reivindicación excesiva hacia los derechos individuales en detrimento del bien común, que puede ser fuente de conflictos y de violencia (n. 111). Para evitar esto, debemos caminar hacia un crecimiento genuino e integral promoviendo el bien común y universal (n. 112-113). Francisco, así, hace un llamamiento a la solidaridad, a pensar y actuar en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos.
Solidaridad es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de derechos sociales y laborales (n. 114-117). Y es que el mundo existe para todos, no sólo para unos pocos, y como comunidad estamos conminados a garantizar que cada persona viva con dignidad y tenga oportunidades adecuadas a su desarrollo integral (n. 118). Así se vivió desde los primeros siglos de la fe cristiana y lo predicaron con vehemencia santos como Juan Crisóstomo y Gregorio Magno (n. 119).
"Solidaridad es luchar contra las causas estructurales de la pobreza, la desigualdad, la falta de trabajo, de tierra y de vivienda, la negación de derechos sociales y laborales (n. 114-117)"
El principio del uso común de los bienes creados para todos es el primer principio de todo ordenamiento ético-social. Todos los derechos sobre los bienes necesarios para la realización integral de las personas, incluido el de la propiedad privada y cualquier otro, no deben estorbar, sino facilitar su realización (n. 120). Nadie debe quedar excluido (n. 121), el desarrollo tiene que asegurar los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos, incluidos los derechos de las naciones y los pueblos (n. 122). La actividad empresarial tendrá que orientarse pues al desarrollo de las demás personas y a la superación de la miseria (n. 123). La convicción del destino común de los bienes de la tierra hoy requiere que se aplique también a los países, a sus territorios y a sus posibilidades... (n. 124). Esto reclama un nuevo modo de entender las relaciones y el intercambio entre países, una nueva red de relaciones internacionales (n. 125-126). “Sin dudas, se trata de otra lógica. Si no se intenta entrar en esa lógica –afirma Francisco–, mis palabras sonarán a fantasía. Pero si se acepta el gran principio de los derechos que brotan del solo hecho de poseer la inalienable dignidad humana, es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad” (n. 127).
Nota final
Agradezco a Alfonso Crespo su estudio y anotaciones acerca de la nueva Encíclica papal.
Este artículo pertenece al capítulo “Una linterna en la niebla”, que se publicó recientemente en el libro-Revista Glauca II de la Cátedra Internacional de Hermenéutica Crítica (HERCRITIA) y que lleva como título: Por una posmodernidad alternativa: desplazando al neoliberalismo (Edit. UNED).
Anterior a esta entrada: “Una linterna en la niebla” (Parte I): “De cristianos, derechas e izquierdas”