En defensa de un concepto positivo de Posmodernidad El “Papa Paco”, un Papa posmoderno
"El pontificado del papa Francisco está representando una novedad permanente"
"Francisco, en todos sus planteamientos, discursos, escritos y homilías intenta despertarnos del sueño de vivir ensimismados, adormecidos o drogados, sin fuerza para responder a los muchos retos que como personas y como creyentes nos propone la sociedad del siglo XXI"
¿Cuántas veces nos ha advertido Francisco que vivimos no tanto una época de cambios como un verdadero cambio de época? Para creyentes y no creyentes estos son los nuevos tiempos en los que estamos todos inmersos, y esta interpretación y análisis de la realidad debemos también trasladarlos a la Iglesia. Las matrices donde se fragua el sentido social y personal deben ser también discernidas espiritual y pastoralmente, ya que la fe – como afirma J. María Mardones– es siempre una opción existencial situada. La ruptura entre evangelio y cultura es el drama de nuestro tiempo, decía Pablo VI en la Evangelii Nuntiandi. ¿Y cómo se llama este cambio de época en el que los cristianos también estamos inmersos? Se lo conoce como “Posmodernidad”.
Ya san Juan nos dejó escrito de forma indeleble que «Dios es amor» (Jn 4, 8), y san Pablo clarificó y esclareció qué connotaciones conlleva hablar de amor, hablar de Dios (1 Cor 13, 1–13). Hemos de percatarnos de que cuando con nuestras palabras y obras traducimos “Dios” por “Amor”, los universos de comprensión de los interlocutores se conectan. Este lenguaje, bien comprendido, es todavía hoy (en la posmodernidad) universal y bien aceptado. Es la nueva koiné que brilla de un modo especial y con luz propia en nuestra era porque el amor tiene la capacidad de interpretarlo todo. Por ello, lo que en principio pudiera parecer debilidad (en su sentido más negativo), se convierte, potencialmente para los creyentes, en una preciosa oportunidad. ¿Por qué renegar de la posmodernidad, de esta época en la que nos ha tocado vivir y dar respuesta como fieles creyentes? ¿Por qué querer encontrarnos con tiempos pasados, si tampoco fueron ejemplares? Es una obligación de toda la Iglesia saber leer los signos de los tiempos y, sin traicionar la esencia del mensaje de Jesús, traducirlo adecuadamente a los oídos, las mentes y los corazones de las personas que habitan nuestro mundo. ¿O es que acaso el mensaje de Dios ya hoy no tiene la misma validez?
Me gustaría explicar por qué Francisco _es en este primer (y no único sentido) _un Papa posmoderno, ya que no pastorea a la comunidad eclesial trillando los mismos e idénticos caminos (muchos de ellos caducos) sino que abre nuevos senderos para responder al cambio de mentalidad, al cambio de etapa que supone la posmodernidad. Y como toda etapa histórica (y también como toda persona) posee aspectos positivos indudables pero también negativos y deshumanizantes a los que hay que responder dando razones de nuestra fe: con el evangelio en la mano pero de un modo actualizado y comprensivo. El evangelio de siempre pero no como siempre porque Jesús y la Buena Noticia de su mensaje se incultura y encarna en un contexto determinado e histórico. Estoy de acuerdo en que el mensaje no se debe licuar, rebajar ni tergiversar. El texto, el relato, en su contexto y debidamente interpretado. Este primer aspecto, el de la inculturación, por ejemplo, es típicamente posmoderno, pero el segundo (licuar y descafeinar el mensaje) también. ¿Cómo actuar pues evangélicamente en una época ambivalente como la posmoderna sin querer huir de la realidad? Aquí es donde aparece Francisco reconociendo el estatus de este cambio de época y discerniendo con toda la comunidad eclesial los nuevos aires que soplan en esta etapa de la historia.
Pocos nacidos de mujer han conseguido aguantar –como lo ha hecho Francisco– las incesantes y brutales embestidas recibidas dentro y fuera de la Iglesia. Y, aunque la procesión se lleva por dentro, lo ha hecho, hasta ahora, sin perder la compostura ni el espíritu evangélico, con valentía y generosidad. Rezo, pues, para que ante tantísimas presiones no acabe cediendo y, en consecuencia, aflojando los tornillos de la nueva edificación eclesial que aún está construyendo.
Como dijo Gianfranco Ravasi, quien fuera hasta hace no mucho presidente del Consejo Pontificio de Cultura del papa Francisco, “La posmodernidad ha invitado a eliminar o a poner en crisis los grandes sistemas ideológicos: el marxismo, el liberalismo, la teoría capitalista... También ha puesto en crisis a las religiones, pero lo ha hecho poniendo por encima de los sistemas ideológicos la cuestión de la persona. Y eso es claramente positivo porque retornar a la persona, a la dignidad de la persona, a los valores de la libertad, la vida, la justicia es muy bueno”. El mensaje de cercanía, sencillez y austeridad del papa Francisco –continúa Ravasi– ha ayudado a mantener un diálogo transparente y sincero con la cultura actual. Francisco ha sabido llegar no sólo a los creyentes, sino a todas las personas, porque ha sabido retornar a la raíz de las preguntas del género humano. Esta actitud no es la de siempre, es posmoderna, como lo fue también el Concilio Vaticano II cuando el Espíritu Santo anunció a través de Juan XXIII “Abramos las ventanas de la Iglesia. Quiero abrir ampliamente las ventanas de la Iglesia, con la finalidad de que podamos ver lo que pasa al exterior, y que el mundo pueda ver lo que pasa al interior de la Iglesia”. La Iglesia de Dios y el mundo no acaba siendo una disyunción excluyente; el mundo y la cultura no son nuestros enemigos, más bien el terreno de pre comprensión, realización y evangelización.
Es, en este sentido, afirma Francisco Serrano, donde hay que plantearse la cuestión de si el Papa Francisco necesita intérpretes, más allá de sí mismo, de lo que dice y de lo que hace. El Pontificado del Papa Francisco está representando una novedad permanente. Lo que hace y dice el Papa, en estricta coherencia, no tiene desperdicio. Y así, la coherencia se convierte en uno de los criterios preferentes. “Volvamos pues, siguiendo el grito de Husserl, a los hechos mismos. Vayamos al Papa mismo”. Este es el camino de la fenomenología también teológica y eclesial. La novedad y la trasparencia de Evangelio, la autenticidad del Papa Francisco, en su contenido y en sus formas, son de por sí mismas interpretativas del Evangelio y de la Iglesia.
Hace tan solo unos días nuestro Papa hizo una declaración en contra del mal espíritu que también corre y atraviesa la posmodernidad. Me gustaría contextualizar sus palabras porque ni todo lo que se cuece en la posmodernidad es, por supuesto, constructivo ni tampoco destructivo. No me sorprende para nada sus palabras porque está claro que hace referencia a los aspectos más negativos del término. ¿Y quién siendo consciente de la realidad no va a estar de acuerdo con lo que dice Francisco? Lo más curioso de este asunto es que a Francisco lo critican, precisamente, de posmoderno, por el hecho de haber abierto las puertas a una nueva etapa más comprensiva, concreta y cercana en la Iglesia del Dios de Jesús, que no vino a condenarnos sino a ofrecernos la salvación comunitaria a través de la revolución del Amor y la praxis de la justicia, el cuidado del otro y de la Tierra como únicas doctrinas merecedoras de seguimiento y fe. Los grupos ultras de la Iglesia católica lo tachan de herético, de ser nada dogmático y tradicionalista, de romper con el Magisterio, con el relato y el orden establecido, de ser demasiado blando y débil –diríamos– para ser “el capitán del barco”…, un barco que muchos anuncian que va día a día yéndose a pique, hundiéndose porque no mantiene la gloria de tiempos pasados sino que se ha hecho, en un corto tiempo de vida, más pequeño y vulnerable, menos fuerte, una comunidad más humana y sincera. Pues bien, si ser posmoderno es todo esto que dicen de Francisco, entonces Jesús de Nazaret era –o es– posmoderno. ¡Qué se lo pregunten a los fariseos y a los maestros de la ley que llegaron a acusarlo de blasfemo, incluso de endemoniado. Aquel que destruiría el templo y lo reconstruiría en tres días… mientras a los propios judíos les había costado 46 años recomponerlo! Y si esto han dicho de Jesús, ¿qué no dirán y harán con Francisco…? No quiero hacer spoiler pero ya conocéis el final de la historia: el resucitado es primero el crucificado.
El viernes pasado Francisco, en el encuentro promovido por la Asociación de Jóvenes ProfesionalesToniolo (quedesde el 2016 reúne a jóvenes becados en las representaciones del Vaticano ante organismos internacionales), afirmó que hay que salir de los aspectos menos edificantes de la posmodernidad, como el drama que existe al presenciar la mirada tan corta que hoy día muchos jóvenes tienen, ya que se ciegan ante la presión de la inmediatez y el excesivo culto al individualismo. Todo ello acarrea un ensimismamiento y egoísmo que atrofia toda donación gratuita y compromiso social hacia los demás. Pero estas actitudes no representan el espíritu posmoderno en su totalidad, solo una parte. En otros momentos Francisco ha puesto en valor las grandes oportunidades que nos brinda dicha pre comprensión del mundo en esta nueva etapa de la historia. No obligar, respetar, incluir, sumar, perdonar, la cooperación, la lucha ecológica y el cuidado de nuestra madre tierra, entre otros muchos... son también rasgos posmodernos y creo que en su más genuino sentido, cristianos. Pero en la posmodernidad también se dan los fake news, la superficialidad, el culto al cuerpo, el vivir para la imagen, el individualismo, la debilidad espiritual y social, la depresión y pérdida de sentido, el consumismo, y la esclavitud virtual. Contra todo esto se dirige Francisco pero el término en su globalidad ciertamente nos alcanza y, lo peor, con-funde.
En concreto, el Papa Francisco exhortó a los jóvenes a “escapar de la adicción a lo virtual, del mundo hipnótico de las redes sociales que anestesia el alma”. No se trata de no usar las redes, ni dejar de comunicarnos por internet. Somos hijos de nuestra época… El mismo Papa, a través de sus ayudantes, usa las redes sociales porque sabe que los cristianos no podemos vivir a espaldas de los medios de comunicación humana. ¿Esto tiene también su contrapartida? Por supuesto que sí, podemos acabar, nunca mejor dicho, enredados, atrapados y esclavizados en las redes. Entonces Jesús nos acabará diciendo: “Deja tus redes…”, pero la Iglesia ha vivido demasiado tiempo de forma contracultural y esto es inaceptable. Por esta razón no ha llegado ni llega a muchos ambientes y espacios sociales y culturales. Si algo le preocupa a Francisco es “oír hablar de jóvenes atrincherados detrás de una pantalla, cuyos ojos reflejan luces artificiales en lugar de dejar brillar su creatividad”. ¡Ciertamente cuánto ha ayudado la tecnología y, al mismo tiempo, cuánto daño produce cuando nos dejamos aprisionar, absorber por ella! Como algunos han llegado a afirmar, hoy día, en la nueva caverna de Platón los prisioneros ven series y escriben en Instagram…
Para Francisco “ser joven no es pensar en tener el mundo en las manos, sino ensuciarse las manos por el mundo; es tener una vida por delante para gastar, no para preservar o archivar”. Así, alertó que hoy se difunde en el mundo el pensamiento breve “formado por unos pocos caracteres, que arde inmediatamente; un pensamiento que no mira hacia arriba y hacia adelante, sino sólo aquí y ahora, fruto de las necesidades del momento”.
Este es “un pensamiento que se mueve por instinto y se mide en instantes”. No hay más que ver a los chavales jóvenes cómo consumen audiovisuales, vídeos y leen la información en internet a una velocidad vertiginosa para hacer un buen análisis de la realidad y un correcto aprendizaje. Picoteamos de todo pero no conocemos en profundidad casi nada. El concepto que se tiene es el de un “Carpe Diem” que pretende rellenar los huecos de nuestra vida con ocupaciones, confundiendo así las llamadas con los deseos más inmediatos y, muchas veces, más oscuros…
Como dice José Francisco Serrano, “la cuestión del relato es clave en la posmodernidad”. El Papa Francisco ha recuperado el relato con una personal narración y con la forma de lo micro. Con su forma de micromagisterio, y con el hecho mismo de la continuidad de su palabra –las homilías diarias en Santa Marta– está convirtiendo el relato en vida y está consiguiendo que lo que hace remita a lo que dice y viceversa. El Papa Francisco es, en sí, hoy, relato de Evangelio y narrativa para toda la Iglesia. Cuando hablamos de relato estamos hablando de sentido. Sin relato no hay comprensión ni esperanza. La novedad que representa esta forma coherente y personal, de absoluta cercanía del Papa Francisco, está generando una corriente positiva de expectativas, que son claves para crear una atmósfera adecuada para la recepción del relato.
Igual que el sueño de la razón produce monstruos, la posmodernidad, si no se comprende, conlleva la indiferencia y la superficialidad y borra los horizontes utópicos para vivir la continua provisionalidad de lo inmediato
Igual que el sueño de la razón produce monstruos, la posmodernidad, si no se comprende, conlleva la indiferencia y la superficialidad y borra los horizontes utópicos para vivir la continua provisionalidad de lo inmediato. Francisco utiliza en este encuentro con los jóvenes de la asociación Toniolo una de las significaciones del término posmoderno, concretamente la que analiza Zygmunt Bauman cuando habla de “sociedad líquida”: una sociedad y una juventud que meramente se adapta a los tiempos que corren y que poco más puede hacer, ya que no pueden construir buenos cimientos puesto que en los líquidos con mucha dificultad se pueden forjar estructuras sólidas. Ante los continuos cambios que surgen en nuestra vida no hay posible adaptación. Son tan rápidos que, ante un problema, cuando ya hemos reflexionado y pensado la solución, ésta ya no vale. Así, la provisionalidad es el mecanismo de defensa, el visado que muchos jóvenes tienen para sobrevivir en un mundo inhóspito y cambiante. De ahí que J. María Rguez. Olaizola haya titulado uno de sus libros Hoy es ahora: gente sólida para tiempos líquidos.
Cuando trato estos temas con mis alumnos hago alusión también a Richard Sennett. Este, en cierto modo, coincide también en su análisis con Bauman y observa que en los tiempos que corren, con nuestra vida trepidante y en continuo cambio (de pareja, de trabajo, de ciudad, de afición, de estudios…) no nos da tiempo a forjar un carácter, una personalidad. El carácter es nuestro sello personal, el modo que tenemos de relacionarnos con nosotros mismos y con el mundo y este es un valor a largo plazo que requiere tiempo. Esto, entre otras consecuencias, afecta a la fuerza con la que nos enfrentamos a nuestros retos. ¿Por qué ha aumentado la depresión y el suicidio especialmente en los jóvenes? Por el estrés y la pérdida de sentido. Esto, lógicamente, también le preocupa mucho a Francisco. Es el pan nuestro de cada día, aquello con lo que tienen que contar los profesionales o voluntarios que trabajan en el sector de la educación, de lo social y lo emocional.
También Lipovetsky ofrece una visión, en cierto modo, complementaria a lo presentado por estos autores, y Francisco de modo indirecto lo tiene presente. Vivimos –afirma el francés– bajo el imperio de las modas, de las olas, de lo que toca (esto es lo que cambia dentro de lo mismo de cada día). Buscamos tener una vida sin sobresaltos pero ello genera en nosotros una especie de vacío, una vida sin inquietudes. Incluso estamos aprendiendo a quitarle importancia a los problemas y a reírnos de todo pero hay cosas muy graves por las que hay que luchar seriamente. Quizá, como advierte Pascal Bruckner, también los adultos vivamos hoy tentados continuamente por el infantilismo, por una falsa inocencia. Ante todos los problemas, las responsabilidades que conlleva nuestra libertad (el ser adulto), quizá prefiramos vivir como niños, mimados por la sociedad (de consumo) sin asumir nuestra responsabilidad social. El infantilismo es para este, en nuestra sociedad, una auténtica epidemia entre los adultos. Francisco, en todos sus planteamientos, discursos, escritos y homilías intenta despertarnos del sueño de vivir ensimismados, adormecidos o drogados, sin fuerza para responder a los muchos retos que como personas y como creyentes nos propone la sociedad del siglo XXI.
Pero sería muy injusto quedarnos exclusivamente con esta idea negativa de los tiempos que corren. No podemos obviar que en la posmodernidad también cobra un sentido diferente (un nuevo horizonte de significación) la utopía. No se trata, como en otros tiempos se entendía, de hacer algo muy bello pero imposible de realizar porque si es imposible –diríamos hoy–, ¿para qué ponerse a ello, para qué esforzarse? Hoy, a pesar de las diferentes crisis sociales y económicas que manchan el horizonte de los jóvenes y su futuro, pervive la utopía. Esta consiste en hacer realidad lo posible. Por ello, para diferenciar a esta de las “utopías fuertes” (aquellas que han dejado en la cuneta de la historia tantísimos cadáveres) me gusta adjetivarla como “utopía débil”. La lucha continúa; se ha desplazado de lo macro a lo micro, de las grandes ideologías y un pensamiento colonialista-imperialista (que todavía impera en la globalización económica) a lo pequeño, al desarrollo comunitario sostenible; de una Iglesia piramidal a una más pequeña y circular, pues ya no se cree en los grandes relatos absolutistas, aquellos que en nombre de la razón y de Dios han eliminado, desintegrado, abusado, rebajado y supeditado al individuo en favor del colectivo, por razón de Estado, para preservar la institución o mantener la ideología al coste que sea.
Vivimos un cambio de época que pasa por lo virtual y la fugacidad pero para nosotros, (para los herederos de Gianni Vattimo) el “pensamiento débil” no es un débil pensamiento, sino más bien un pensamiento crítico a favor de los débiles, un pensamiento comprometido con el mundo, con sus problemas, un pensamiento creativo, hermenéutico. No es un pensamiento dogmático pero tampoco relativista; es una filosofía de militancia no agresiva a favor de los más pequeños, aquellos por los que Francisco, Jesús de Nazaret y una larga cola de cristianos comprometidos han dado su vida a lo largo de la historia. No da igual lo que cada uno haga con su vida porque nuestras actitudes conllevan unas consecuencias para los demás, ni busca anestesiar el alma porque, como decía Pablo, “cuando soy débil, entonces soy fuerte”. Es más bien una actitud que busca aminorar el dolor, debilitar las injusticias, rebajar los poderes de este mundo, ya sean religiosos, políticos o económicos, para que verdaderamente sirvan al hombre y no se sirvan de él. ¿O es que Gandhi, Jesús de Nazaret, Luther King… no fueron – perdonen el oxímoron– “fuertemente débiles”? ¿Virtud o defecto? Por sus frutos los conoceréis.
Creo que hoy día se sigue pensando “posmodernidad” desde unas claves exclusivamente negativas y ello supone contaminar y pre comprender el término, como poco, de forma errónea e injusta, o, al menos, confusa e incompleta. De manera similar ocurre con el concepto “pensamiento débil”. Hay dos entendimientos al respecto, dos sentidos e interpretaciones: una, la que la comprende de una forma negativa porque lo asume como un pensamiento light, relativista, inconcluso, voluble, anémico y heredero de la falta de horizontes bajo la ausencia de relatos que marquen y den sentido personal e histórico, que es la que –con la mejor voluntad del mundo– ha seguido Francisco en sus matizaciones y consejos en el encuentro con la Asociación de Jóvenes ProfesionalesToniolo, y la otra, la que los seguidores de Gianni Vattimo (maestro y padre del pensamiento débil), a partir de un conocimiento y estudio profundo de su obra hemos logrado comprender. Hay que leer mucho, adentrarse en Vattimo sin prejuicios y tener cierta capacidad crítica para descubrir la verdadera diferencia entre pensamiento débil y debilidad de pensamiento.
Vivimos en un mundo poliédrico bastante más complicado de lo que nos venden... Mientras tanto, una sociedad y un tiempo complejo nos reta; una juventud multicultural y multiétnica aguarda una respuesta –humanamente cristiana– basada en la el debilitamiento de toda forma de violencia, la inclusión y la justicia.
Mientras tanto el mundo espera una respuesta adecuada para su tiempo.
Nota: Si en su momento llamó Bergoglio por teléfono a Vattimo y habló con él de la necesidad de que la teología se sumerja en el pensamiento heideggeriano no fue por casualidad ni para regañarle...
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