La alegría de la verdad
Veritatis gaudium (La necesidad de dialogar de tú a tú con el mundo actual)
Quisiera dedicar un espacio a la Constitución Veritatis gaudium y señalar su idoneidad y compromiso a la hora de analizar, juzgar y proponer estrategias adecuadas y compartidas que pueden dar razones de nuestra fe en un mundo que es cambiante, racionalmente exigente y fragmentado pero, a la vez, hambriento de luz y esperanza.
Creo oportuno, al hilo de los debates y polémicas que salpican la reciente visita de los obispos uruguayos a los seminarios https://www.religiondigital.org/opinion/pasos-obispos-uruguayos-seminarios-Espana_0_2528447136.html, tener de fondo de equipaje la nueva Constitución que rige y alumbra los estudios en las Universidades y Facultades eclesiásticas, ya que tanto la experiencia comunitaria y pastoral como la académica-intelectual son claves a la hora de tener una buena formación sacerdotal (y, por supuesto, también laical). La formación no es un conjunto de saberes que deben conocer y aprender de memoria los estudiantes o seminaristas sino el punto de partida que marca su horizonte hermenéutico, las claves de comprensión que encaminarán el esfuerzo y la búsqueda como cristiano en el mundo con un servicio muy especial: el servicio (a la verdad, a Dios y al prójimo). No es un aprender para mantener un estatus socio-religioso o cultural (o para conseguir dar clases de religión, o saber por saber). Formarse en cristiano no es conseguir un título que te habilite como experto sino un modo de entender el mundo y un modo de ser cristiano en él. Según te comprendas en él y en la Iglesia comprenderás cuál debe ser tu misión y vínculo. Por ello, es de vital importancia que los cristianos estemos, en este sentido, bien formados. Parafraseando a Ignacio de Loyola, podríamos decir que no el mucho saber y acumular datos-contenidos harta y satisface, sino el sentir y gustar de estas cosas internamente, llevándolo a la vida. Y aquí estamos todos en párvulo.
No se trata sólo de adquirir conocimientos, aunque sin conocimientos acabamos siendo un “capillita”, pasto de los rituales “acalla-conciencias” o incluso un iluminado que, a pesar de sus miserias, es capaz de darse a Dios desde su oscuridad y triste existencia… Hemos de caer en la cuenta de que nunca se ha dado un Dios sano en una mente enferma o distorsionada. Dios sí, porque nos quiere mucho y escribe a veces recto en renglones torcidos pero ya es hora de entender que la humana no puede ser una piel diferente a la religiosa(de quita y pon) porque si no, lo que conseguimos es entender la fe como un rito mágico, como algo ajeno a un@ mism@, como prácticas postizas que no sanan ni liberan nada ni a nadie sino que, más bien, crean una conciencia infeliz de pecador empedernido que, de por vida, como el mito de Sisifo, soportará con voluntarismo duras pruebas, siempre dispuesto a empujar montaña arriba una y otra vez su pesada carga.
Veritatis Gaudium es un reto pastoral, académico y cultural para seguir dando razones de la fe sin quedarse desfasado. Quiero señalar aquellos fragmentos significativos que indican la necesidad y la exigencia de mantener en las diversas fronteras un diálogo sincero (con espíritu razonado), a la vez que firme y esperanzado en la fe. En algunos momentos vincularé mi exposición con la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium-y también con la carta Encíclica -Laudato si, pues “verdad”, “cuidado” y “alegría” van de la mano. Éstas, al igual que la reciente Constitución del Papa Francisco sobre las Universidades y Facultades eclesiásticas que ahora tenemos entre manos (29/01/2018) ofrecen como hilo conductor la alegría que da la libertad de conciencia, pues sólo la verdad nos hará libres (Jn 8,32). Pero, ¿qué es la verdad?, preguntaba Pilato (Jn 18,38).
La alegría es un fruto del Espíritu, un signo visible de que Dios anda por ahí, pues de la verdadera alegría surge la valentía, la evangelización sin reservas y la incansable búsqueda de la verdad porque Dios (el Amor) se complace en la verdad, y la verdad, por tanto, es alegría… Y de la alegría y su transmisión (cuando damos razones de nuestra esperanza: 1 Pe 3, 15) surgen las vocaciones. Dar razón de nuestra fe es tener la capacidad de mirar lejos pero desde mi contexto y mundo; mirar más allá de lo que hemos recorrido sin olvidar el trayecto ni con quiénes vamos caminando. Y para ello es necesario tener una buena formación humana y espiritual porque se trata de estar en el mundo sin ser un "mundano".
Partiendo de esto podemos gritar: ¡Normal que cada vez haya menos vocaciones y menos personas que se sumen al cristianismo! “Un santo triste es un triste santo”. Nos falta mostrar el camino a la Verdad y, antes que eso, encontrar este camino y dejarnos abrazar por él. No lo haremos hasta que nuestras vidas sean un canto a la alegría de vivir, una expresión liberadora del Evangelio. Por ello, hasta que no tengamos la experiencia del Resucitado (Aquel que nos saca de nuestras preconcepciones, de nuestras trincheras y escondites, de nuestros muchos temores), no lograremos abrirnos a los demás y cumplir nuestra vocación, la de ser felices transmitiendo la alegría que, sin duda, supone vivir el Evangelio.
Señalaré algunas oportunidades de mejora y crecimiento que este documento nos ofrece. El preámbulo basta para comprender el modo y reto que Francisco nos lanza a los profesores de los centros teológicos, ya que marca el espíritu de la nueva Constitución. Quiero destacar de forma especial aquellos desafíos que los profesores de filosofía y ciencias sociales tenemos a la hora de poner las bases necesarias para un verdadero diálogo con el mundo actual, con el objetivo de que la teología no se oxide ni se atrinchere contra el resto del mundo haciendo una guerra de guerrillas… y para que tampoco acabe diluyéndose en pura ideología.
Lo primero que no podemos pensar es que todo comienza con nosotros, con nuestros descubrimientos. Ni siquiera la realidad o la verdad se circunscribe únicamente a nuestra conciencia individual de los hechos y datos, a nuestra experiencia personal. Si hiciéramos esto, podríamos estar cometiendo una falacia. La realidad es mucho más compleja y, a la vez, sutil, y pide de nosotros una mirada limpia capaz de no hipotecarse por la costumbre ni la experiencia pero, a la vez, respetosa con la tradición. Ello no debe ser impedimento para que la Iglesia entienda su misión de forma novedosa, dinámica y valientemente profética. El mensaje de Jesús de Nazaret es el mismo ayer y hoy pero no lo mismo. El mismo porque el núcleo es el kerygma, y la Buena Noticia del Evangelio sigue siendo anunciar que Jesús resucitado es el Señor, el Hijo de Dios. Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Pero este mensaje común para todos los tiempos ha de transmitirse en cada época, lugar geográfico y cultura, según las claves interpretativas –hermenéuticas– que favorezcan su mejor entendimiento y comprensión. Esto es válido tanto para el sacerdote joven que llega a un pueblo o parroquia y se dispone rápidamente a desbaratar lo que otros hicieron antes que él (menospreciando el duro trabajo y esfuerzo de los anteriores ministros y feligreses), como para aquellos que de forma simplista e infantil creen ver unos héroes y villanos bien diferenciados dentro de la Iglesia, como si se tratasen de «buenos» y «malos» en una película o serie norteamericana. Ya nos recordaba Francisco (en el nº 76 de la Evangelii Gaudium)que hay que sentir en primer lugar una enorme gratitud por la tarea realizada por todos en la Iglesia. El aporte de la Iglesia en el mundo actual es enorme. «Nuestro dolor y nuestra vergüenza por los pecados de algunos miembros de la Iglesia, y por los propios, no deben hacer olvidar cuántos cristianos dan la vida por amor». Debemos partir de la realidad y asumir que nuestra Iglesia está formada por seres humanos, defectuosos pero, al mismo tiempo, maravillosos. Es por ello que Adolfo Chércoles hace unos años comentaba en una entrevista en la hoja dominical de la Diócesis de Málaga que la Iglesia no necesita indignados, sino más bien arremangados. En cierto modo, venía a decirnos que las Bienaventuranzas nos ofrece la oportunidad de transformar el mundo desde el amor, bajo una nueva cultura del servicio, arremangándonos de forma libre e inteligente para acertar con aquello que nos hace verdaderamente felices y, a la vez, hermanos de todos.
Entendamos con Francisco (EG, n. 71) que «Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero, aunque lo hagan a tientas, de manera imprecisa y difusa». Jesús prefiere, nos recuerda también Francisco en el nº 49, una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle y andar expuesta en las diferentes fronteras, antes que una Iglesia enferma y blindada por el encierro y la comodidad de aferrarse a sus propias seguridades.
LA IMPORTANCIA DEL PREFACIO DE LA VERITATIS GAUDIUM:
En el Prefacio Francisco, al hilo de Las confesiones de San Agustín, advierte que la alegría de la verdad ("veritatis gaudium") manifiesta el deseo vehemente que deja inquieto el corazón del hombre hasta que encuentre, habite y comparta con todos la Luz de Dios. La verdad, de hecho, no es una idea abstracta, sino que es Jesús, el Verbo de Dios en quien está la Vida que es la Luz de los hombres (Jn 1, 4), el Hijo de Dios que es a la vez el Hijo del hombre. Sólo Él, «en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación» (GS, n. 22). Por ello, los centros teológicos de la Iglesia tienen el deber de tender puentes de comunicación y diálogo entre las ciencias humanas y sociales y las bíblico-teológicas para dar respuesta adecuada al mundo de hoy. Así, esta Constitución continúa las reflexiones y el espíritu que entretejen el último Concilio. Francisco pretende dar un salto cualitativo a la hora de relacionarse con la nueva sociedad que acontece en el siglo XXI.
El mundo que habitamos –podríamos decir con Francisco– es nuestra casa común y no nuestro eterno enemigo. Recordemos la actitud que Jesús tenía con los demás: primero los amaba (con la mirada, con sus palabras, con su actitud) y después los invitaba, a veces los corregía, los curaba… Francisco proclama la necesidad de no divorciar ni distanciar de los nuevos tiempos en los que nos ha tocado vivir el mensaje salvífico de Jesús. El sentido eminentemente ecológico y actual que presenta Laudato si, donde Francisco muestra a la madre Tierra como nuestra casa común, la cual debemos todos cuidar, es de una actualidad ética, filosófica y teológica innegable; los desafíos que presenta al creyente el mundo actual y las continuas denuncias que como Pontífice hace sobre las injusticias sociales, especialmente aquellas que nuestro mundo monetario y político permiten (y que nosotros aceptamos con nuestro silencio cómplice, como es el caso de los refugiados) son en ocasiones desgarradoras y proféticas.
No podemos olvidar que todo esto que el Papa plantea andaba ya en muchos escritos eclesiales. Simplemente Francisco refleja el sentir profundo de la Doctrina Social de la Iglesia y el sendero que se abrió en el último Concilio. Francisco, a partir de la Constitución Apostólica Sapientia christiana, que fue puesta en marcha por el Concilio Vaticano II, señala, en el nº 2 del Proemio de la VG, que es una responsabilidad pastoral y académica «Buscar superar este divorcio entre teología y pastoral, entre fe y vida».
Y nos recuerda que en la Populorum progressio ya se hablaba también de la necesidad urgente de «vivir y orientar la globalización de la humanidad en términos de relación, comunión y participación», en definitiva: de diálogo y reflexión. Poco después (n. 23) nos anima a mirar desde la perspectiva de esa «civilización del amor, de la cual Dios ha puesto la semilla en cada pueblo y en cada cultura», haciendo que «los diferentes ámbitos del saber humano sean interactivos»: el teológico, el filosófico, el social y el científico (n.30). Una buena noticia para todos aquellos que intentamos no parcelar los saberes y sentir de forma integral nuestro ser cristiano. Dice Francisco en este mismo número de VG que ha llegado el momento en el que los estudios eclesiásticos reciban esa renovación sabia y valiente que se requiere para una transformación misionera de una Iglesia «en salida» [...] «sobre el terreno» del esfuerzo perseverante de la mediación cultural y social del Evangelio, que ha sido realizada a su vez por el Pueblo de Dios en los distintos continentes y en diálogo con las diversas culturas. Se trata de un «proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma». Y, dentro de ese proceso, continúa diciendo Francisco: «la renovación adecuada del sistema de los estudios eclesiásticos está llamada a jugar un papel estratégico», vital. Dichos estudios «no deben sólo ofrecer lugares e itinerarios para la formación cualificada» de religiosos y laicos comprometidos, «sino que constituyen –y esto lo considero crucial para la idea que se propone en estas páginas acerca de una fe racional– una especie de laboratorio cultural providencial, en el que la Iglesia se ejercita en la interpretación de la performance de la realidad » (Proemio, n. 3). «Hoy –continúa diciendo Francisco en el nº 3 y relacionándolo con el nº 139 de Laudato si– no sólo vivimos una época de cambios sino un verdadero cambio de época, que está marcado por una “crisis antropológica” y “socio ambiental”» de ámbito global, en la que encontramos cada día más «síntomas de un punto de quiebre», a causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación natural, social o financiera (Laudato si, n.61). Se trata, como afirma en LS, «de “cambiar el modelo de desarrollo global” y “redefinir el progreso”» pero «el problema es que no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace falta construir liderazgos que marquen caminos».
Francisco insiste (en este lúcido e inspirado nº 3 del Proemio) que ello supone a la Iglesia una enorme tarea, hoy día ya inaplazable, que requiere, «en el ámbito cultural de la formación académica y de la investigación científica, el compromiso generoso y convergente que lleve hacia un cambio radical de paradigma, más aún –se atreve a decir Francisco– hacia una valiente revolución cultural» (LS n.114). En este empeño, la red mundial de las Universidades y Facultades eclesiásticas está llamada a llevar la aportación decisiva de la levadura, de la sal y de la luz del Evangelio de Jesucristo y de la Tradición viva de la Iglesia, que está siempre abierta a nuevos escenarios y a nuevas propuestas. No podemos seguir refugiados procurando conservar nuestros saberes y conocimientos, a veces caducos, que sirvieron en un momento concreto de nuestra vida. Existe hoy una llamada imperiosa a salir a la calle, a la Universidad, a los diferentes ámbitos religiosos, científicos, económicos y políticos para expresar sin complejos pero de forma dialogante, que se pueden hacer las cosas de un modo mucho más humano y profundamente cristiano. Hay que estar en las fronteras. Todos podemos aprender de todos y todos podemos enseñarnos algo. Para ello sólo es necesario (diría que imprescindible) una actitud abierta y humilde, actitud que se debe presuponer en todo seguidor de Jesús.
Al final de este nº 3 Francisco señala con gran conciencia la necesidad de usar los instrumentos que nos proporcionan las ciencias sociales y humanísticas, además de las propias herramientas teológicas y exegéticas. Cada día es más evidente –señala el Papa– sentir y trabajar desde esta mutua necesidad: necesidad de una auténtica hermenéutica evangélica para comprender mejor la vida, el mundo, los hombres, no de una síntesis sino de una atmósfera espiritual de búsqueda y certezabasada en las verdades de razón y de fe. La filosofía y la teología permiten adquirir las convicciones que estructuran y fortalecen la inteligencia e iluminan la voluntad... pero todo esto es fecundo sólo si se hace con la mente abierta y con el alma orante.
El teólogo que se complace en su pensamiento completo y acabado es un mediocre. El buen teólogo y filósofo tiene un pensamiento abierto, es decir, incompleto, siempre abierto al maius de Dios y de la verdad, siempre en desarrollo, según la ley que san Vicente de Lerins describe así: «annis consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate». «En este horizonte amplio e inédito que se abre entre nosotros –se pregunta Francisco en el nº 4 del Proemio–, ¿cuáles deben ser los criterios fundamentales con vistas a una renovación y a un relanzamiento de la aportación de los estudios eclesiásticos a una Iglesia en salida misionera?».
-«En primer lugar –señala el Papa– la contemplación y la introducción espiritual, intelectual y existencial en el corazón del kerygma, es decir, la siempre nueva y fascinante Buena Noticia del Evangelio de Jesús», «que se va haciendo carne cada vez más y mejor» en la vida de la Iglesia y de la humanidad.
-En segundo lugar, afirma el documento en el apartado b, fomentar una verdadera cultura del encuentro: entre todas las culturas auténticas y vitales, gracias al intercambio recíproco de sus propios dones en el espacio de luz que ha sido abierto por el amor de Dios para todas sus criaturas [...] en diálogo con los cristianos pertenecientes a otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con los que tienen otras convicciones religiosas o humanísticas, manteniendo una relación «con los que cultivan otras disciplinas, creyentes o no creyentes», tratando de «valorar e interpretar sus afirmaciones y juzgarlas a la luz de la verdad revelada» (Proemio, III; Véase Conc. Ecum. Vat. II, GS, n. 62). Estamosllamados a tender los puentes necesarios para un diálogo fructífero entre filosofía y teología y las diferentes sensibilidades intelectuales y religiosas, sin miedos, con la única condición como creyentes de pasar todo por el filtro que nos ofrece la verdad revelada en Jesús. Todo ello nos dirige también hacia un compromiso exigente y altamente provechoso: repensar los métodos para llevar mejor el mensaje y poder dar razones de una fe adulta. Repensar y actualizar la intencionalidad y la organización de las disciplinas y las enseñanzas impartidas en los estudios eclesiásticos con esta lógica concreta y según esta intencionalidad específica. Hoy, en efecto, afirma en el nº 74, «se impone una evangelización que ilumine los nuevos modos de relación con Dios, con los otros y con el espacio que suscite los valores fundamentales. Es urgente y necesario llegar allí donde se gestan los nuevos relatos y paradigmas».
-En tercer lugar (del apartado c del Proemio), señala la inter y la transdisciplinariedad, entendida como la «unidad del saber en la diversidad y en el respeto de sus expresiones múltiples, conexas y convergentes, que califica la propuesta académica, formativa y de investigación del sistema de los estudios eclesiásticos, ya sea en cuanto al contenido como en el método». En su importancia humana y cultural, «no sólo en su forma “débil”, de simple multidisciplinariedad, como planteamiento que favorece una mejor comprensión de un objeto de estudio, contemplándolo desde varios puntos de vista; sino también en su forma “fuerte”, de transdisciplinariedad, como ubicación y maduración de todo el saber en el espacio de Luz y de Vida ofrecido por la Sabiduría que brota de la Revelación de Dios».
-Como cuarto y último criterio sugiere el Papa (apartado d del Proemio) «crear redes» entre las distintas instituciones que, en cualquier parte del mundo, cultiven y promuevan los estudios eclesiásticos entre los distintos centros especializados de investigación académica que promuevan el estudio de los problemas de alcance histórico que repercuten en la humanidad hoy y puedan aportar senderos objetivos y viables de resolución. Como ya señalara en Laudato si, «andamos obligados a pensar en un solo mundo, en un proyecto común». Y lo que es más trascendental, a fin de entrar en diálogo con el cuidado de la naturaleza, la defensa de los pobres y la construcción de la fraternidad: «[...] La Teología debe estar enraizada y basada en la Sagrada Escritura y en la Tradición viva, pero precisamente por eso debe acompañar simultáneamente los procesos culturales y sociales, de modo particular las transiciones difíciles. Es más, «en este tiempo, la teología también debe hacerse cargo de los conflictos: no sólo de los que experimentamos dentro de la Iglesia, sino también de los que afectan a todo el mundo». La cuestión, para Francisco, no es acabar diluidos en una especie de masa amorfa que se pone a la venta en el amplio mercado de «ideas a la carta» que nuestro mundo ofrece a nivel religioso y ético, sino de estar, como Jesús, en el mundo sin tener actitudes mundanas… Se trata de «aceptar sufrir el conflicto, resolverlo y transformarlo en el eslabón de un nuevo proceso», adquiriendo «un modo de hacer la historia, en un ámbito viviente donde los conflictos, las tensiones y los opuestos pueden alcanzar una unidad pluriforme que engendra nueva vida. No es apostar por un sincretismo ni por la absorción de uno en el otro, sino por la resolución en un plano superior que conserva en sí las virtualidades valiosas de las polaridades en pugna». Existe una viva necesidad de «comunicar la doctrina a los hombres contemporáneos, empeñados en diversos campos culturales». Pero las nuevas dinámicas sociales y culturales imponen una ampliación de estos fines en nuestra época, marcada por la condición multicultural y multiétnica.
Los estudios que se proponen en esta nueva Constitución no pueden limitarse a transmitir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo, deseosos de crecer en su conciencia cristiana, conocimientos, competencias, experiencias, sino que deben adquirir también la tarea urgente de elaborar herramientas intelectuales que puedan proponerse como paradigmas de acción y de pensamiento, y que sean útiles para el anuncio en un mundo marcado por el pluralismo ético religioso (Véase LS, n. 47; EG, n. 50). Está claro que «todo esto pide un aumento en la calidad de la investigación científica y un avance progresivo del nivel de los estudios teológicos y de las ciencias que se le relacionan», nos dice la Constitución en el nº 5 del Proemio. Pero, como dice en el nº 45, no es un mero ampliar horizontes o tener un diagnóstico objetivo de la realidad, lo cual no es poco, sino que se trataría más bien de ahondar, de profundizar para «comunicar mejor la verdad del Evangelio en un contexto determinado, sin renunciar a la verdad, al bien y a la luz que pueda aportar cuando la perfección no es posible».
La Teología y la cultura de inspiración cristiana han estado a la altura de su misión cuando han sabido vivir con riesgo y fidelidad en la frontera (Proemio, n.5). «Las preguntas de nuestro pueblo, sus angustias, sus peleas, sus sueños, sus luchas, sus preocupaciones poseen valor hermenéutico que no podemos ignorar si queremos tomar en serio el principio de encarnación. Sus preguntas nos ayudan a preguntarnos, sus cuestionamientos nos cuestionan. Todo esto nos ayuda a profundizar en el misterio de la Palabra de Dios, Palabra que exige y pide dialogar, entrar en comunicación». Francisco, en el nº 202 de LS asume que todo ello supone «un gran desafío cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración».Esta regeneración ha de pasar necesariamente «también para las Universidades y Facultades eclesiásticas» (nº 5 del Proemio). Respecto a la pedagogía y metodología, destaco la insistencia que se hace en el Art. 37. § 2 del Título 6: sobre el plan de estudios adoptando el método científico necesario según las prioridades de las distintas disciplinas y su aplicación oportuna, según las innovaciones en el aula que proponen los recientes métodos didácticos y pedagógicos. Todo ello no por puro afán de innovación sino para promover mejor el empeño personal de los alumnos y su participación activa en los estudios, aunque bien es cierto que a veces se observa cierto cansancio y reticencia a los cambios en un amplio sector académico, debido a las continuas transformaciones que se propician en los planes de estudios a nivel didáctico y pedagógico y, en algunos casos, por la escasa capacidad de esfuerzo de adaptación especialmente entre los profesores veteranos.
En el Proemio a la Constitución Apostólica Sapientia Christiana (1979) se afirmaba: «Es necesario que toda la cultura humana sea henchida por el Evangelio». El medio cultural en el cual vive el hombre ejerce una gran presión sobre su modo de pensar y, consecuentemente, sobre su manera de obrar; por lo cual la división entre la fe y la cultura es un impedimento bastante grave para la evangelización. De este modo, al promover también la cultura humana,cumple su propia misión evangelizadora. Poco más adelante (Apdo. V) se advierte esa necesidad de la que ya veníamos hablando, de la mutua ayuda entre las ciencias pedagógicas y de la educación y las ciencias teológico-filosóficas. «No hay que olvidar tampoco –afirma Francisco– la gran evolución que se ha llevado a cabo en los métodos pedagógicos y didácticos, que exigen nuevos criterios en la programación de los estudios; como también la más estrecha conexión que se va notando cada vez más entre las diversas ciencias y disciplinas y el deseo de una mayor colaboración en el mundo universitario».
En cuanto a la filosofía enseñada en un centro eclesiástico es especialmente significativa que esté «abierta a las contribuciones que las investigaciones más recientes han aportado y continúan aportando» (VG, Art. 64 § 1). Es un deber, por tanto, no quedarse anclado en unas cuantas lecciones aprendidas de un puñado de autores (normalmente clásicos) y, así, lograr dialogar con la seriedad que el pensamiento racional y el espíritu crítico nos solicita hoy día. Para ello es importante que nos formemos conociendo, tanto las líneas de pensamiento más actuales como aquellas que, aun siendo conocidas, permanecen aún difusas. Todo ello requiere, como podemos sospechar, un despliegue titánico y sostenido en el tiempo.
Es necesario desplegar a nivel investigativo y académico esfuerzos que logren materializar dichos horizontes. Para ello será necesario invertir personal e institucionalmente tiempo -y dinero-. Sin reflexión y dedicación a la investigación y al estudio, difícilmente podremos seguir el rastro de las incansables propuestas y debates de actualidad y, por lo tanto, difícilmente lograremos dar una respuesta adecuada y coherente a las preguntas que hoy nos hace explícita o implícitamente nuestro mundo.