¿A qué nos referimos cuando hablamos de política? (III)
"Globalización", "Mundialización" y debolismo político-institucional
Hay que saber en qué mundo estamos y no ser unos meros soñadores. Lamentablemente, los mercados financieros y la economía en general, a pesar de que generan empleo porque lo necesitan para expandirse, no buscan el progreso y beneficio de todos sino sólo de unos pocos agraciados. Si los gobiernos tienen poder sobre las economías de las naciones, son los grandes bancos y las corporaciones multinacionales las que controlan y financian a los gobiernos. Haciendo un poquito de memoria no tardamos en encontrarnos chivos expiatorios en esta difícil y exigente lucha por la supervivencia, en esta selva inhumana. Los llamados “PIGS” (cerdos) en economía internacional, a saber: Portugal, Italia, Grecia y España, los países latinos, católicos, del sur, en cierto modo fueron un lastre (aunque sabroso) para las economías más “carniceras” y los mercados más volátiles. Los países protestantes no tienen este problema: desde la visión calvinista se entiende la predestinación… y es que no sólo se va al cielo por la vocación sino también por la profesión, que es su vocación. Esto, evidentemente, estimuló la economía capitalista... No podemos olvidar el hilo conductor de todas las cuestiones que aquí, en estas páginas, se dirimen: la crisis del Sistema, la interpretación de la teología de la liberación, y el debolismo kenótico-caritativo de Gianni Vatttimo. Pues bien, Europa es para Vattimo el sueño kantiano del cosmopolitismo, la marcha hacia la unidad mundial libremente, sin invasión ni ocupación. Puesto que la Unión Europea está basada en la diversidad religiosa, racial e idiomática, ésta tiene continuamente que expandir sus fronteras. Pero el sueño cosmopolita europeo está amenazado por los países que concentran el poder. Necesitamos, pues, varios centros de poder para mantener la armonía.
Zabala nos recuerda que los movimientos antiglobalización son voces vitales de hoy, y los define como «nuestra esperanza política para el futuro». Vattimo sigue la lógica marxiana de ver al capitalismo como aquel sistema que incrementa el número de pobres mediante la disminución del número de ricos (la riqueza en pocas manos), que terminaría llevando a una revolución. J. L. Nancy quiere distinguir entre “globalización” y “mundialización”, la primera sería el intento de imponer una visión única del mundo en todo el mundo. La mundialización (de mundanear) es diferencial: el mundo no es singular, son muchos mundos diferentes. Precisamente esta es la tarea postmoderna: responder a cómo vivir y ser en-el-mundo. Parece que no tiene respuesta unívoca como para imponer una de ellas. De ahí la tolerancia que ha de regir nuestros barrios, ciudades y pueblos yla importancia de la cáritas como única posible opción no impositiva y creativamente respetuosa. No podemos seguir invisibilizando las carencias y necesidades de los nadies, los que no cuentan, los excluidos.
Hemos globalizado la injusticia.
El problema de todo esto es cuando se quiere imponer un mundo sobre otro u otros. Ahí olvida la globalización -como insinúa Silverman hábilmente- la “fuerza” del pensamiento débil, sus posibilidades más amplias. No es sensato creerse con más derechos que otros e imponer una ideología pisoteando a los más débiles. Esta fue, precisamente, la lucha de Jesús de Nazaret y el sentido de justicia de la teología de la liberación. Es aquí donde cobra vital importancia los nuevos movimientos sociales, pero, mientras Zabala propone una institucionalización política de estos, yo dudo mucho que ello no acabe por absorber sin reformular el nuevo concepto de política de ciudadanía activa y democracia real que la sociedad está demandando. En los últimos meses estamos viendo algo de estas cuestiones que venimos diciendo.
La hermenéutica –según Rüdiger Bubner– nos ayuda a evitar la integración “al por mayor” de las diferencias, valorándolo en su particularidad. Parafraseando a Bubner, la hermenéutica evita la inclusión de las diferencias en el mismo saco globalizado, ayudando así a valorarlo, precisamente, con todo su jugo de particularidad dentro del ecumenismo que asiste a nuestra civilización contemporánea. Y es que Gadamer pensaba en diálogo y Heidegger en protesta contra el silencio, viene a decirnos Bubner. Gadamer hace una crítica a la racionalidad, recogiendo la insinuación de Heidegger en su ensayo de la obra de arte y terminando, según Bubner, haciendo un paralelismo con Adorno. El arte proporciona así una vía de escape. La reconciliación conlleva un acento utópico que Adorno enfatiza. Gadamer se contenta, así, con la expansión esencial del horizonte de nuestra cosmovisión: «El mundo pertenece a los humanos porque los humanos pertenecen al mundo».
Pero claro, aunque sepamos que el capitalismo neoliberal y desalmado es un estado a batir, no todos los medios utilizados para tal fin se justifican legítimamente. He aquí donde yo coloco mi concepto de “utopía débil”. Utopía sí, pero débil también. Futuro sí, pero ya y aquí, sobre el terreno (“tierra prometida”, el cielo aquí y ahora construyéndose pacíficamente, no desligando fines de medios). El fin no justifica los medios porque el medio es también en sí un mensaje. No podemos aceptar un cristianismo que trate de ganar adeptos al precio que sea ni un fundamentalismo islámico que ponga la violencia como medio de solución a sus conflictos, pasando, incluso, por encima de los derechos fundamentales (DDHH).
Ángela Sierra, en el curso de verano de la UNED “El cuidado de sí” (celebrado en julio de 2013), afirmaba que cada cultura persigue un “cuerpo utópico”. Cuando no se alcanza por el ciudadano corriente, la cultura le problematiza a él por no acercarse al modelo normativo de la cultura. El cuidado de sí es un cuidado político-social. El poder político democrático interviene, de forma autorizada, también en el cuerpo. Los poderes autoritarios limitan el campo de acción y lo condicionan. Lo que imprime carácter en la política democrática es la apertura, mientras que en las autoritarias es la limitación.
Cómo me exteriorizo ayuda a otros a exteriorizarse: el cuerpo es un lugar plural de los discursos colectivos, de las ideologías. El discurso del burka, por ejemplo, es el discurso de la limitación del cuerpo. Es así que uno de los temas en debate, aún hoy día, sigue siendo si los uniformes son o no un discurso de limitación del cuerpo. La política de limitación es, incluso en la democracia, política de tutela estatal alienante. La democracia es una negociación de los límites; el lugar donde, a pesar de las diferencias, la negociación es posible. Hay formas para resistir a las nuevas democracias dictatoriales.
Yo pienso que la clave está en Vattimo-Oñate: debilitar las estructuras creando ámbitos cada vez más amplios y plurales de phylía, de asociacionismo, de diálogo (y no me refiero a caer en una pura anarquía ni en un relativismo barato del “todo vale”, pero tampoco a crear o permitir una estructura tan fuerte que oprima, sustituya o anule al ciudadano, que diga que lo represente pero que se represente a sí mism@ y a intereses económicos más altos). No estoy clamando por un comunismo soviético, Dios nos libre. Como decía Rousseau, que nadie sea tan rico como para poder comprar a otro ni que nadie sea tan pobre como para verse forzado a venderse. Esa es la igualdad. Y en esa igualdad discutimos y avanzamos. No creo en personas designadas por Dios, destinadas desde el Cielo para arreglarlo todo de un estacazo mientras los demás se limitan a obedecer, ni en forjadores del destino que dan miedo cuando dicen desde el trono “Estamos haciendo Historia”.
Debemos debilitar la violencia, no crispar la política con nacionalismos o intereses extremos, con posturas irreconciliables. Con la ley del Talión, con el ojo por ojo quedaremos todos ciegos. ¿Qué hacer, entonces? Defenderse, no dejarse engañar, nadar contracorriente, asociarse, sindicarse, leer y culturizarse, perdonarse, espiritualizarse y, si tienen aún fuerzas y buen oído para lo religioso, orar mucho llevando la vida a la oración y la oración a la vida. Nuestras acciones no pueden ser las de creernos la última palabra, las de dar cerrojazos, decretazos, sino las de abrir cárceles, debates y nuevos colegios, hospitales, zonas verdes, bibliotecas,…las de forjar una sociedad transparente, sin secretos (ni de Estado ni de élites) que reduzcan el poder de los auténticos terroristas del mundo.
Parafraseando a Vattimo podríamos decir que el socialismo es el destino de la humanidad (¿pero dónde está el socialismo hoy?). Para vencer al terrorismo, Occidente debe transparentar los datos bancarios y respetar de verdad los Derechos Humanos. Las mayores barbaries de la humanidad se han justificado bajo el pretexto metafísico de la verdad última, pasando por encima del individuo. ¡Cuántas barbaridades se han cometido en nombre de Dios y de una buena causa!El Cristianismo es la religión, entiendo yo ₋perdonadme los más sabios₋, más humana y simple. La verdad última que nos transmite Jesús de Nazaret está escrita en tan sólo cinco palabras (y lo demás casi sobra): “A-mí-me-lo-hicisteis” (Mt 25,40). Quien dice que ama a Dios pero no a sus hermanos (desde los más allegados a los más lejanos) es un mentiroso, dice la primera carta de s. Juan (1 Jn 4,20). Ésta es nuestra política, nuestro hacer como cristianos en el mundo.