Algunos datos para opinar: el celibato

Pongamos hoy sobre el tapete tipográfico unos datos relacionados con el presente del celibato situando este presente en la trayectoria que marca el pasado. Sin tal legado pretérito, hoy sería impensable una opinión favorable para instituir el celibato.

Si bien es cierto que durante más de diez siglos no hubo imposición alguna respecto al estado de los servidores de la Iglesia, ya desde los inicios hubo, primero, indicaciones respecto al “mejor” estado de los servidores de Dios y, luego, personajes que quisieron llevar a la práctica voluntariamente, tales recomendaciones.

Recordemos los textos de Mateo y de San Pablo para hacerno idea del posible origen de una futura prescripción. En ambos se advierte el sesgo premioso del Reino de Dios  de “no pasará esta generación”: el fin del mundo estaba tan cercano que era mejor estar libre de cargas familiares.

“…hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos que son hechos eunucos por los hombres, y hay eunucos que a sí mismos se hicieron eunucos por causa del reino de los cielos. El que sea capaz de recibir esto, que lo reciba” (Mat. 19, 12) 

“Os digo, pues, hermanos que el tiempo es corto. Sólo queda que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran...»; y también «los que compran, como si no poseyesen, y los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen, porque pasa la apariencia de este mundo. Yo os querría libres de cuidados...» (1Cor. 7).

Hay quienes se fijan únicamente en la mayor virtud de la soltería por Dios, como si fuese “palabra de Dios” (o sea, de Pablo de Tarso). No deberían olvidar algunos, sin embargo, lo que él mismo dice: “Acerca de las vírgenes no tengo precepto del Señor”. Por lo tanto, lo que añade a continuación es cosecha suya (no es “palabra de Dios”, no está “inspirado”).

Muchos fueron los movimientos en los primeros siglos que pretendieron hacer efectivo el consejo de San Pablo, como los eremitas y primeros monjes. Sin embargo no se puede colegir que ello fuera precedente de imposiciones jerárquicas. Ya desde los inicios, una cosa eran los monjes y su opción por el castidad y otra los clérigos diocesanos, servidores de las parroquias. No está claro que la opción de los monjes influyera posteriormente en ordenanzas papales, aunque pudiera ser que determinados cargos de la Iglesia, extraídos del ámbito monacal, pudieran servir de inspiración a futuros papas, obispos y cardenales del Sacro Colegio vaticano.

Se dice que tanto León X como Gregorio VII, papas del siglo XI, sintieron una enorme preocupación por la “degradación moral” en que había caído el clero secular: desatención de los fieles, carencia de la debida instrucción, ejemplo nefasto del pueblo por su conducta, ocupados sobre todo por el bienestar de su familia, a veces viviendo con concubinas… Había que tomar medidas urgentes y drásticas.  Se promulgaron sin mucho éxito determinadas ordenanzas, especialmente respecto a los casos más flagrantes de inmoralidad.  Los clamorosos desmanes de unos pocos justificaron normas generales. El campo estaba cultivado para decisiones más drásticas.

Aunque con una fuerte oposición, sobre todo del clero alemán, los concilios de Letrán de 1123, 1139 y 1215, impusieron el celibato para cuantos accedieran al sacerdocio. Finalmente el Concilio de Trento (1545-63) ratificó la norma e impuso definitivamente el celibato para el clero secular, con una consideración novedosa que han repetido hasta la saciedad cuantos se han ocupado del asunto: “Dios no se rehúsa conceder ese don [de la castidad] a los que lo piden con rectitud, ni permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas”. No ha variado la reglamentación pero sí la opinión  desde mediados del S. XX hasta hoy.  

Los papas actuales, desde Pío XII a Francisco, han repetido una y otra vez las cuatro o cinco ideas, valores o virtudes que adornan el celibato: es una opción libre por el Reino de los cielos; es un don peculiar de Dios; el célibe se une más íntimamente a Cristo; tienen mayor libertad de espíritu para el servicio de Dios; se sienten más libres para servir a los hombres. JP2 añade a todo ello “por el bien de la Iglesia”, algo que induce a sospecha.

Un razonamiento bastante  etéreo, por no decir discutible, y ganas de extraer doctrina de un hecho impuesto por la autoridad eclesiástica en tiempo y lugar determinados. Lo cierto es que las altas autoridades de la Iglesia se encuentran, como buenos avestruces, ante un dilema al que no quieren enfrentarse o no ven que sea solución: por una parte el enorme peso de la tradición y el peso de corrientes integristas; por otra la demanda clamorosa de reforma debido, entre otras razones, a la creciente carencia de personal.

La opinión más general incide en que el celibato sea opcional, que no sea una imposición “sine qua non”. Ni el evangelio ni la cultura actual son base para seguir manteniéndolo. Y por supuesto, el magisterio eclesial debe desterrar la idea vertida en algún que otro documento de que pensar en casarse es señal clara de que “no se tiene vocación sacerdotal”.

Volver arriba