A propósito de la Asunción y otras leyendas.
Asunción, fiesta en el décimoquinto día de todos los agostos, donde quiebra el mes y parece terminar el verano, cuando se abre la veda de caza y cuando los labriegos hacen balance del año cosechero.
| Pablo Heras Alonso.
La intervención de los seres humanos en la elaboración de leyendas es la conclusión lógica y de sentido común cuando se oyen o se leen. Todos aceptan que leyendas sobre héroes y sobre hechos portentosos acaecidos en tal o cual lugar, sobre personajes misteriosos, sobre Reyes Magos o brujas... son fruto de autores humanos siempre perdidos en el anonimato.
Sin embargo, los creyentes y sobre todo los crédulos dan un paso en el vacío cuando se trata de leyendas religiosas, para ellos “hechos ciertos” que dan sustento y peso a su religión. Y lo afirman porque es Dios el que ha intervenido, es Dios el que se ha revelado, es Dios el que ha comunicado tal revelación a tal persona. Y así es como se crea una leyenda que ellos consideran realidad histórica.
Es el caso de la maternidad de la Virgen y todo lo relacionado con ella: aparición del ángel; concepción por obra de un espíritu; nacimiento virginal (como pasa la luz por un cristal sin romperlo ni mancharlo, decían en el catecismo)... Alguien que no estuviese aturdido por una historia de predicación machacona deduciría que todo son invenciones y leyendas, muchas de ellas maravillosas y fascinantes.
Resulta chocante que esta leyenda de la maternidad virginal apenas si tiene importancia en los Evangelios. Sintomático que no todos la refieren; que Jesús, que tantas proclamas hace de su padre celestial, jamás menciona el que su madre fuera virgen; si algo aparece es la brusquedad y grosería con que se refiere a ella y a sus familiares; que haya un olvido total posterior de que ha sido visitada por un ángel; que a los largo del relato evangélico nadie haga referencia a que es la madre de Dios; que todo lo que hace Jesús parezca que a ella le coge por sorpresa, como el caso de Jesús entre los rabinos, en edad muy cercana a los hechos primeros. La leyenda engordó después, hasta años tan cercanos a nosotros como 1951.
Y no digamos los quebraderos de cabeza que han producido el mantenimiento de la virginidad de Marías y las referencias evangélicas a los hermanos de Jesús. En Mateo (13, 55) se dice que tenía cuatro hermanos y varias hermanas. Recordemos las palabras: “¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama su madre María y sus hermanos Santiago, José, Simón y Judas? ¿Y sus hermanas no están todas entre nosotros?”
Comentario de los traductores de la Biblia Jover-Cantera: Sus hermanos, es decir, según el uso semítico, parientes próximos. Tan frescos. Por lo mismo habrá que interpretar con iguales criterios genealogías y parentescos que aparecen en la Biblia. Hemos de deducir también que nada hay literal... ¡si no conviene! José no tuvo hermanos, Aarón no fue hermano de Moisés... y así todo.
En todas las biblias que manejo traducen “hermanos” y “hermanas”, ninguna vez “parientes”. ¿Por qué no podían haber traducido con más rigor “familiares, parientes, primos”, etc.? Tales términos son bien precisos en todos los escritos coetáneos.
Todo lo que se relaciona con María son deducciones “lógicas” de una primera falacia, que Jesucristo es Dios. De ahí que la leyenda de María fuese creciendo y creciendo… hasta que algún día reviente y no quede nada de ella. De momento sostienen la “mariolatría” sin el más mínimo pudor teológico.
Todo lo relacionado con María es fruto de una lógica deductiva: del primer “concepto legendario”, el pecado de Adán, surge que la misma María “tuviese que nacer” inmaculada; asimismo, dado que la muerte es fruto del pecado y María no pecó, deben inferir que María sólo “se durmiese” y “fuese subida al cielo”, la Asunción. Magia de la magia. Y afirman que tal Asunción es un dogma, por lo tanto de obligada creencia. ¡Y se siguen celebrando tales fiestas con boato y suntuosidad!. Pues, de nuevo, viva la leyenda.
Algo les debería decir el asunto “fechas”, tan alejadas éstas de momento fundacional. Pues no, nada les dicen al respecto las fechas en que estos dos dogmas fueron promulgados: Asunción, 1951; Inmaculada, 1852.
El invento de tales leyendas no es casual, responde a circunstancias históricas y tiene su razón de ser. Pero no pueden añadir, apelando a la infalibilidad, que tales dogmas son certeza absoluta, son palabra de Dios por boca del papa y son revelados, cuando son lo que son, añadidos a la leyenda. Decir eso es poco menos que insultar a su Dios, que tanto tardó en confirmar tal verdad haciéndole que se preste a inventos humanos.