Los sucedáneos de la credulidad.
Da la sensación de que la sociedad en el amplio sentido del término, anda desnortada, sin saber en qué fundarse, qué reglas de vida llevar, cuál es lo importante en la vida y de qué modo ha de concretarse en estructuras rectoras...
| Pablo Heras Alonso.
En años pasados ocuparon mucho espacio en los medios de comunicación e incluso en sesiones del Congreso de Diputados. Y lo ocuparon porque llegaron a ser, puntualmente, un problema social.
Nos referimos a las sectas, reflejo tanto de la extrema polaridad de las creencias como de la ausencia de una dirección firme y rígida del entramado burocrático de la organización crédula.
Resulta en cierto modo descorazonador comprobar cómo, a mediados del pasado siglo (XX) Y a la par que la instrucción generalizada, el pluralismo, a tolerancia, la libertad de pensamiento, la reducción al ámbito privado de la práctica religiosa institucionalizada cobraban vida en sociedades democráticas avanzadas, surgían tendencias “espirituales” o “espiritistas” con nuevas y novedosas sectas pletóricas de misticismo, seducidos muchos por el descubrimiento del pensamiento oriental.
Y, asimismo, resulta inquietante comprobar cómo la parapsicología, la ufología y demás “figuraciones” pseudocientíficas pretendían y pretenden ocupar terrenos supuestamente científicos, aspirando a desbancar los estudios y terapias serios de la personalidad y de la conductao.
Constatamos el hecho, asimismo, de cómo incluso determinadas religiones oficialistas daban cancha a actitudes de auténtico fanatismo.
¿Por qué?
En lo que respecta a las religiones oficiales, se pueden dar muchos motivos: rigidez burocratizada, dogmatismo de las mismas, ausencia de vitalidad, carencia de remedios para lo que son verdaderas dolencias del espíritu, como pueden ser las neurosis...
Entre las muchas explicaciones posibles, recojo otra que englobaría todas ellas: la necesidad del “repuesto”, el repuesto a credos que fenecen y a prácticas hueras.
Creencias en regresión --no sólo creencias religiosas, como pueda ser el catolicismo, también sistemas políticos periclitados, como el comunismo y determinados "nazionalismos"— sólo deben ceder el puesto a una actitud humana o humanista, firme y segura, detentadora de los mismos valores humanos inmarcesibles, como la solidaridad y la defensa de los débiles, la búsqueda de la verdad, el amor al trabajo, la compasión, el altruismo, el amor fraterno, el socorro mutuo, el espíritu de sacrificio, etc. valores que antaño fueron detentados o secuestrados por la creencia. ¡Si las sociedades basaran en tales cimientos sus instituciones!
Estos valores no deben escapar en el mismo carro que las creencias, por el riesgo de caer en el indiferentismo. En caso contrario, se producirá un hueco, un vacío que rápidamente lo llenarán “teologías ideológicas salvadoras y purificadoras” o movimientos de regeneración nacional --los nacionalismos, por ejemplo-- de todos conocidos.