El desarrollo de la tecnología en las profesiones biomédicas es muy fuerte. La medicina basada en la evidencia no tiene retorno. Hagamos la paz con ello. Prometeo ya fue castigado suficientemente por robar el poder divino de modificar la naturaleza.
Pero el presupuesto positivista sobre el que se basa, hace aguas. La relación humana queda relativizada y pasa a un segundo o tercer plano en la práctica médica. No solo en los procesos diagnósticos, sino también en el seguimiento.
Se hace necesario recuperar y promover la interacción médico-paciente y el humanismo que hace de esta profesión un arte. De lo contrario, la técnica despersonalizará y la medicina se deshumaniza. El rostro del otro, su corporeidad, su mundo de interpretaciones y significados, sus mismas hipótesis etiológicas, son imprescindibles.
La medicina narrativa está por construir. Menos mal que Tomás Moratalla y Lydia Feito, junto con otros, la recuperan. Menos mal, porque la técnica seguirá haciendo grandes cosas, que nos maravillarán, pero saber comunicarse seguirá siendo imprescindible si no queremos reducir la naturaleza humana a physis. Parece ser que somos algo más y la salud tiene que ver con la biografía, no solo con la biología.
No queremos nostalgia de los tiempos en que Marañón hablaba de la silla como el instrumento fundamental para sanar a los enfermos, silla de observación, de escucha, de comprensión, de tratamiento. Queremos tiempos nuevos, donde tecnología y diálogo, digitalización y presencialidad, ciencia y narración, no sean polos opuestos.
Técnica, artefactos, instrumentos… ¡son bienvenidos todos! Responsabilidad sabia, compasión, reconocimiento de lo subjetivo, lo emocional, lo valórico, lo espiritual, en la etiología del enfermar y en el camino de sanar, son de sentido común en la condición humana. Su descuido es deshumanización de la sanidad.