La compasión se despierta ante el sufrimiento humano como realidad que aflige y angustia, y de este modo, motiva al altruismo o el comportamiento compasivo La compasión que motiva
Somos compasivos cuando nos abrimos al lenguaje de la sensibilidad, captando en nuestras vísceras el sufrimiento del otro y respondemos con ternura y eficacia.
La compasión es el primer móvil moral, la fuente más importante de la humanización, la clave de la motivación genuina y sólida para cuidar y hacerlo bien, individual y colectivamente, personal e institucionalmente. La humanidad compasiva se hace realmente humana cuando despliega las implicaciones de la motivación. El corazón se mueve, con solidez, hacia la fragilidad del otro, solidariamente, proactivamente, eficazmente.
El corazón del ser humano se mide por su capacidad para acoger el sufrimiento del otro. En tiempos de tanto desarrollo tecnológico, experimentamos fuerte la atracción de la tecnología que dé respuesta inmediata a la eliminación del mal. Este atractivo tecnológico puede ser una expresión más de la compasión, pero no lo agota.
La compasión es un sentimiento fundado en bases mucho más físico-psicológicas que las relativas a la piedad, a la misericordia y a la ternura, entendidas desde el punto de vista psicológico y espiritual. La compasión es la atracción inevitable de la fragilidad, una llamada, una vocación que nos llega desde la debilidad y el sufrimiento ajeno, que hace a la persona partícipe de la necesidad de com-padecer.
La compasión es una motivación que impulsa a arriesgar y hasta perder, por el otro, los propios intereses. Es un movimiento de participación en la experiencia del necesitado, con el cual se establece una estrecha solidaridad y una obligación consiguiente de asistencia.
La compasión como motivación genera comportamiento proactivo, solidario, como positiva actitud de generosidad y cuidado de los demás.
En la tradición bíblica, compadecerse se expresa como un estremecimiento de las entrañas que comporta, según los estudiosos del verbo correspondiente (splagnizomai), y tiene diferentes momentos: ver, es decir, entrar en contacto con alguna realidad de sufrimiento mediante los sentidos; estremecerse, es decir, el impulso interior o movimiento íntimo de las entrañas; y actuar, es decir, que no es un impulso infecundo, sino que mueve a la acción.
La compasión se despierta ante el sufrimiento humano como realidad que aflige y angustia, y de este modo, motiva al altruismo o el comportamiento compasivo. Reaccionamos espontáneamente ante el sufrimiento, tanto si es provocado como si es inevitable. La compasión está comprometida en eliminar, evitar, aliviar, reducir o minimizar el sufrimiento. Lo contrario es algo peor que la indiferencia o pasividad ante el sufrimiento ajeno: es la crueldad ante el ser humano. Se trata de cultivar los mecanismos de incumbencia: “El sufrimiento del otro me incumbe”, “me afecta”, “me hace sentir incómodo”, de modo que la compasión es un sentir con que permite asumirlo como propio.
Esta es la razón cordial: somos compasivos cuando nos abrimos al lenguaje de la sensibilidad, captando en nuestras vísceras el sufrimiento del otro y respondemos con ternura y eficacia.