Mientras dure el tirón del interés por la humanización de la asistencia sanitaria, hay que aprovechar. Pero no solo para poner en común experiencias exitosas o reivindicar la importancia de la aportación de cada grupo profesional o de expertos o afectados, en el mundo sanitario. El tirón por la humanización ha de dar para más.
Los filósofos, cuando reflexionan sobre la búsqueda del bien, hacen ética. La hace el ser humano que se plantea preguntas. Cuando estas aterrizan en el mundo de la salud, hacen bioética.
Necesitamos trabajar sobre la bioética para humanizar. Pero no infantilizada, como nos ha ocurrido años atrás, cuando unos cuantos oyeron un planteamiento llamado principialismo y corrieron detrás de él como si la receta mágica estuviera servida. Simplificaron la explicación, la corrieron de boca en boca, y nos quedamos con el subrayado de la importancia de la autonomía de las personas. Nos olvidamos de la relevancia de que lo primero es no hacer daño y que hay que ser justos y hacer el bien.
Es el momento de trabajar por la recuperación del valor de la experiencia, no solo de la gestión del dato. En las facultades de ciencias biomédicas habrá que seguir aprendiendo filosofía y no solo oyendo sobre cuatro técnicas de escucha o gestión aparente de situaciones difíciles en la relación clínica.
Humanizar es reconocernos sanadores heridos, apostar porque encontramos personas heridas con un médico interior al que activar. Los planes de humanización habrán de recuperar la aportación de los pensadores, no solo de los representantes de los agentes de la empresa sanitaria y de los enfermos, reunidos como en sindicato. Humanizar es un desafío permanente que invoca los valores, que se actualizan siempre en sujetos que nos narramos mientras estamos vivos, aunque enfermos.