BIENES “INMATRICULADOS”
Con las particularidades, excepciones y recortes que exigen y admiten las reglas, el hecho es que el pueblo –pueblo, –tanto el de Dios como el “otro”-, está convencido, y confiesa, que la Iglesia –“Nuestra Santa Madre la Iglesia”-, es rica. Algunos enaltecen el término anteponiendo el adverbio “inmensamente”, a rica. Otros, alérgicos a vocablos por naturaleza “religiosos”, recusan este, por su concomitancia respetuosa con “todopoderoso”, “omnipotente”, “infinito”, “indefinido” e “indefinible”. Por muy comprensivos, compasivos y agradecidos que pretendamos ser, y juzgar, para lo que en relación con el tema se piensa ”por esos mundos de Dios”, cercanos o lejanos a nosotros mismos, seguramente serán de provecho sugerencias como estas:
. El listado de edificios y bienes inmuebles, “inmatriculados” o matriculados, que se dicen y son propiedad de la Iglesia, es ciertamente importante, con toda la legalidad requerida, aunque en determinados casos esté cuestionada y se convierta en relevantes noticias, no siempre inspiradas y redactadas por la ecuanimidad inmaculada.
. Una institución como la Iglesia, en la que se asientan, y aseguran representar, conceptos tales como “riqueza, opulencia, bienes, dinero, hacienda, potestad, poder, autoridad, jerarquía, superioridad, privilegios, exenciones, y supremacías”, demandará permanentemente el ejercicio del correspondiente examen de conciencia de parte de quienes la encarnan y administran, encargados ministerialmente de descubrir la veracidad de los criterios de quienes la juzgan y la descalifican, valiéndose del apelativo insidioso de “rica”.
. Ricos- ricos, sin paliativo alguno de orden social, político, convivencial o religioso, son, y así se presentan de modo solemne, quienes configuran el colectivo selecto y “misterioso” de la jerarquía eclesiástica. Los palacios, los títulos, los ornamentos sagrados, los signos externos, la teología y los cánones sobre los que se sustentan, son otras tantas razones que despojan de argumentos a quienes de buena fe, con respeto y con datos, intentan informar acerca del buen uso y aplicación cultural y social que en ocasiones, y hasta habitualmente, hace la Iglesia de los bienes catalogados como de su propiedad.
. De todas formas, hay infinitud de casos para los que, ni el exceso de buena voluntad de unos, ni la insensibilidad o indiferencia de otros, la lectura de los evangelios y los testimonios de Jesucristo que perduran en ellos, podrían aportar leves signos de justificación de la existencia y uso de los referidos bienes. En términos generales, la jerarquía se limita a vivir, y a representar, una institución como la eclesiástica, rica y poderosa, sin que el evangelio sea su inspiración, iluminación y luminiscencia.
. Aún más, siendo fieles a la historia y a los planteamientos vigentes en la pastoral diocesana, sacerdotes que de modo más acentuado sintieron la llamada evangelizadora de la virtud de la pobreza, con soluciones de inversión en obras sociales de ciertos bienes “religiosos”, “fueron llamados al orden” con toda clase de requerimientos y “mónitums de carácter canónico. Similares procedimientos raramente fueron empleados en la corrección de abusos derrochadores, por ejemplo, en la edificación –reedificación de palacios (sic) episcopales, coronas- joyeros de metales preciosos para “Vírgenes y santos”, concentraciones masivas con ocasión de acontecimientos que se dicen “religiosos”, y actos de culto que difícilmente pudieron alcanzar la categoría de testimonios de Iglesia.
. A la Iglesia le sobran riquezas. Su consideración y valoración real y objetiva de “rica” es pecado grave. Los miembros de su jerarquía precisan una reevangelización profunda en su comportamiento, actividad y actitud ante propios y extraños. La figura episcopal, en su concepción teológica y en el ejercicio que frecuentemente se hace de la misma, por rigurosamente canónica, administrativa y protocolaria que sea, no es testimonio de virtudes evangélicas, sino todo lo contrario. Es anti -testimonio, falsedad y escándalo. En ocasiones, degeneración e inmoralidad.
. Resulta en gran proporción explicable, que el éxodo que hoy reafirman las estadísticas, que se registra respecto a la inasistencia de los fieles - jóvenes y no tanto-, a los actos de culto, responda de manera notable a la incoincidencia- contraposición del modelo de Iglesia encarnado en Cristo Jesús, y el que en todos los grados jerárquicos se percibe en la función y administración de los eclesiásticos.
. La fuerza evangélica, y evangelizadora, de lo humilde, sencillo, marginal, pobre, insignificante y pequeño, - patrimonio y riqueza espectacular de la Iglesia-, pierde el signo sacramental que tuviera en los tiempos primeros, y que llegara a “renovar la faz de la tierra” dentro del propio imperio romano, con tan ejemplares testimonios de santos…
. El listado de edificios y bienes inmuebles, “inmatriculados” o matriculados, que se dicen y son propiedad de la Iglesia, es ciertamente importante, con toda la legalidad requerida, aunque en determinados casos esté cuestionada y se convierta en relevantes noticias, no siempre inspiradas y redactadas por la ecuanimidad inmaculada.
. Una institución como la Iglesia, en la que se asientan, y aseguran representar, conceptos tales como “riqueza, opulencia, bienes, dinero, hacienda, potestad, poder, autoridad, jerarquía, superioridad, privilegios, exenciones, y supremacías”, demandará permanentemente el ejercicio del correspondiente examen de conciencia de parte de quienes la encarnan y administran, encargados ministerialmente de descubrir la veracidad de los criterios de quienes la juzgan y la descalifican, valiéndose del apelativo insidioso de “rica”.
. Ricos- ricos, sin paliativo alguno de orden social, político, convivencial o religioso, son, y así se presentan de modo solemne, quienes configuran el colectivo selecto y “misterioso” de la jerarquía eclesiástica. Los palacios, los títulos, los ornamentos sagrados, los signos externos, la teología y los cánones sobre los que se sustentan, son otras tantas razones que despojan de argumentos a quienes de buena fe, con respeto y con datos, intentan informar acerca del buen uso y aplicación cultural y social que en ocasiones, y hasta habitualmente, hace la Iglesia de los bienes catalogados como de su propiedad.
. De todas formas, hay infinitud de casos para los que, ni el exceso de buena voluntad de unos, ni la insensibilidad o indiferencia de otros, la lectura de los evangelios y los testimonios de Jesucristo que perduran en ellos, podrían aportar leves signos de justificación de la existencia y uso de los referidos bienes. En términos generales, la jerarquía se limita a vivir, y a representar, una institución como la eclesiástica, rica y poderosa, sin que el evangelio sea su inspiración, iluminación y luminiscencia.
. Aún más, siendo fieles a la historia y a los planteamientos vigentes en la pastoral diocesana, sacerdotes que de modo más acentuado sintieron la llamada evangelizadora de la virtud de la pobreza, con soluciones de inversión en obras sociales de ciertos bienes “religiosos”, “fueron llamados al orden” con toda clase de requerimientos y “mónitums de carácter canónico. Similares procedimientos raramente fueron empleados en la corrección de abusos derrochadores, por ejemplo, en la edificación –reedificación de palacios (sic) episcopales, coronas- joyeros de metales preciosos para “Vírgenes y santos”, concentraciones masivas con ocasión de acontecimientos que se dicen “religiosos”, y actos de culto que difícilmente pudieron alcanzar la categoría de testimonios de Iglesia.
. A la Iglesia le sobran riquezas. Su consideración y valoración real y objetiva de “rica” es pecado grave. Los miembros de su jerarquía precisan una reevangelización profunda en su comportamiento, actividad y actitud ante propios y extraños. La figura episcopal, en su concepción teológica y en el ejercicio que frecuentemente se hace de la misma, por rigurosamente canónica, administrativa y protocolaria que sea, no es testimonio de virtudes evangélicas, sino todo lo contrario. Es anti -testimonio, falsedad y escándalo. En ocasiones, degeneración e inmoralidad.
. Resulta en gran proporción explicable, que el éxodo que hoy reafirman las estadísticas, que se registra respecto a la inasistencia de los fieles - jóvenes y no tanto-, a los actos de culto, responda de manera notable a la incoincidencia- contraposición del modelo de Iglesia encarnado en Cristo Jesús, y el que en todos los grados jerárquicos se percibe en la función y administración de los eclesiásticos.
. La fuerza evangélica, y evangelizadora, de lo humilde, sencillo, marginal, pobre, insignificante y pequeño, - patrimonio y riqueza espectacular de la Iglesia-, pierde el signo sacramental que tuviera en los tiempos primeros, y que llegara a “renovar la faz de la tierra” dentro del propio imperio romano, con tan ejemplares testimonios de santos…