¡NO SE NOS CANSE, PAPA FRANCISCO¡
Apuesto por la veracidad y honesto convencimiento de muchos, de que, pese a todo, en los rasgos y perfiles de las imágenes que se nos sirven del papa Francisco, apenas si se perciben cambios que delaten frustraciones y desánimos. Y que conste, ya de antemano, que en el susodicho “todo” se incluye de modo eminentísimo y hasta diplomático –significativo por demás-, de cuanto es y representa Mons. Carlos María Viganó y su corte y cohorte de monseñores y “monseñoras”, al servicio impertérrito de intereses personales o de grupos, que en ocasiones, hasta llegan a pensar que lo hacen a favor de nuestra Santa Madre la Iglesia y, por supuesto, “por la gracia de Dios”
Están, por tanto, de más, mis sugerencias y las de muchos, al papa Bergoglio, de que precisamente ahora rechace la más leve y remota tentación de cansancio o de asco, de pensar en abandonar el timón de la barca de Pedro, por los tenebrosos, enlodazados y fétidos charcos por los que transita hacia el Reino de Dios. El hecho incuestionable, tristemente registrado y documentado, es el de que la Iglesia, siempre –casi siempre- fue así. La tarea-ministerio del papa Francisco, apenas si pudo limitarse hasta ahora a entreabrir las ventanas de los más “santos” dicasterios, con los serviciarios de ellos dentro de los mismos, con el reconfortante e higiénico fin natural y sobrenatural -penitencial, en definitiva- de que remolinos de aire fresco y limpio de la transparencia y de la verdad irrumpieran en sus respectivos ámbitos, con la fuerza renovadora del Espíritu Santo.
La Iglesia, papa Francisco, le necesita tanto o más que nunca. Y le necesita a usted. Exactamente a usted, que en castellano, que sigue siendo su propio lenguaje, quiere decir “vuesa merced”, que sustituye a su VOS. A la Iglesia le faltaría hoy mucho para ser, vivir y actuar de Iglesia, si no estuviera usted. Es su esperanza encarnada. Gracias a la gracia de Dios, presentada, evangelizada, vivida en grande y consoladora proporción, gracias a su “gracia” de padre y hermano mayor, la Iglesia comienza a tener presente y proyección de futuro, en plena coincidencia con los que exigen los tiempos y, sobre todo, el santo evangelio.
La Iglesia precisa de su oportunidad, misericordia, comprensión y terneza. Precisa hasta de sus propias limitaciones y “equivocaciones”, en un afán salvador-redentor, y con la más limpia de las intenciones y sin la más leve pretensión de ocupar puestos profesionales o técnicos, lejos de aquellos otros tiempos del más feroz y redomado de los conservadurismos en los que sus antecesores pontificios “infaliblemente” sabían y adoctrinaban acerca de todo, aún al margen de la lógica y del sentido común.
La Iglesia le necesita en estos tiempos teresianamente “recios”. Los pobres-pobres, en su variedad de falta de recursos humanos y divinos, están pendientes de sus gestos y de sus palabras. Le necesitan los teólogos y más los llamados de la “Liberación”, como si este apelativo pudiera haberse dejado de aplicar, con la Bendición Apostólica, a la “ciencia y conocimiento de Dios”, que es, y se llama, la teología.
Al papa – a este papa- le necesitan perentoriamente los niños. Los niños a los que Cristo Jesús llamaba y tenía presentes como ejemplos de vida, pero que otros, activa o consentidoramente, con mitras y títulos cardenalicios o sin ellos, les llamaron, y siguen llamando, con fines transgresoramente nefandos, innombrables y delictivos. Le necesita perentoriamente el laicado, condenado de por vida a “acolitar” a los monseñores y a pronunciar sempiternamente el Amén, con votos de ciega obediencia además en las Órdenes o Congregaciones Religiosas.
Las mujeres se enfilan hacia otras Iglesias porque, ni la que usted, papa Francisco, preside y seguramente que a consecuencia de las férreas limitaciones de su eminentísimo y patriarcal acolitado, no les es posible “realizarse” como personas, en igualdad de derechos y deberes que el hombre-varón.
La liturgia, el Código de Derecho Canónico, los procesos de beatificación y canonización y tantos sacerdotes “secularizados” a los que los antecesores de VOS les cerraron las puertas de su ministerio sagrado para sí y para el resto de la Iglesia, por el simple y santo hecho de haberse casado, exigen los prometidos gestos de su santa audacia para servirles a la Iglesia en tiempos tan proclives a la paganización de la misma.
A la Iglesia le sobran dinero, gestos y signos de poder y de poderío, pompas, compromisos terrenales, obispos palaciegos y palatinados, políticas y politiquerías, diplomacias, Estados Pontificios, bancos y bancas, burócratas y burocracia, administradores, bulas, indulgencias, infiernos y castigos eternos, acaparamientos de dignidad y de “dignidades” humanas y “sobrenaturales”, exclusividad de salvación y de “salvaciones”, censuras, anatemas y “mónitums”, clericalismos y carrerismos eclesiásticos, “Años Santos”, manifestaciones masivas, Tribunales Eclesiásticos, ritualismos…
¡Por amor de Dios, no se nos canse, papa Francisco¡. Le necesitan la Iglesia y gran parte del mundo aún no cristiano, en el que, por cierto y para su consolación y humorismo, suele tener usted más buena prensa que entre la clericalería… ¡Por algo será¡
Están, por tanto, de más, mis sugerencias y las de muchos, al papa Bergoglio, de que precisamente ahora rechace la más leve y remota tentación de cansancio o de asco, de pensar en abandonar el timón de la barca de Pedro, por los tenebrosos, enlodazados y fétidos charcos por los que transita hacia el Reino de Dios. El hecho incuestionable, tristemente registrado y documentado, es el de que la Iglesia, siempre –casi siempre- fue así. La tarea-ministerio del papa Francisco, apenas si pudo limitarse hasta ahora a entreabrir las ventanas de los más “santos” dicasterios, con los serviciarios de ellos dentro de los mismos, con el reconfortante e higiénico fin natural y sobrenatural -penitencial, en definitiva- de que remolinos de aire fresco y limpio de la transparencia y de la verdad irrumpieran en sus respectivos ámbitos, con la fuerza renovadora del Espíritu Santo.
La Iglesia, papa Francisco, le necesita tanto o más que nunca. Y le necesita a usted. Exactamente a usted, que en castellano, que sigue siendo su propio lenguaje, quiere decir “vuesa merced”, que sustituye a su VOS. A la Iglesia le faltaría hoy mucho para ser, vivir y actuar de Iglesia, si no estuviera usted. Es su esperanza encarnada. Gracias a la gracia de Dios, presentada, evangelizada, vivida en grande y consoladora proporción, gracias a su “gracia” de padre y hermano mayor, la Iglesia comienza a tener presente y proyección de futuro, en plena coincidencia con los que exigen los tiempos y, sobre todo, el santo evangelio.
La Iglesia precisa de su oportunidad, misericordia, comprensión y terneza. Precisa hasta de sus propias limitaciones y “equivocaciones”, en un afán salvador-redentor, y con la más limpia de las intenciones y sin la más leve pretensión de ocupar puestos profesionales o técnicos, lejos de aquellos otros tiempos del más feroz y redomado de los conservadurismos en los que sus antecesores pontificios “infaliblemente” sabían y adoctrinaban acerca de todo, aún al margen de la lógica y del sentido común.
La Iglesia le necesita en estos tiempos teresianamente “recios”. Los pobres-pobres, en su variedad de falta de recursos humanos y divinos, están pendientes de sus gestos y de sus palabras. Le necesitan los teólogos y más los llamados de la “Liberación”, como si este apelativo pudiera haberse dejado de aplicar, con la Bendición Apostólica, a la “ciencia y conocimiento de Dios”, que es, y se llama, la teología.
Al papa – a este papa- le necesitan perentoriamente los niños. Los niños a los que Cristo Jesús llamaba y tenía presentes como ejemplos de vida, pero que otros, activa o consentidoramente, con mitras y títulos cardenalicios o sin ellos, les llamaron, y siguen llamando, con fines transgresoramente nefandos, innombrables y delictivos. Le necesita perentoriamente el laicado, condenado de por vida a “acolitar” a los monseñores y a pronunciar sempiternamente el Amén, con votos de ciega obediencia además en las Órdenes o Congregaciones Religiosas.
Las mujeres se enfilan hacia otras Iglesias porque, ni la que usted, papa Francisco, preside y seguramente que a consecuencia de las férreas limitaciones de su eminentísimo y patriarcal acolitado, no les es posible “realizarse” como personas, en igualdad de derechos y deberes que el hombre-varón.
La liturgia, el Código de Derecho Canónico, los procesos de beatificación y canonización y tantos sacerdotes “secularizados” a los que los antecesores de VOS les cerraron las puertas de su ministerio sagrado para sí y para el resto de la Iglesia, por el simple y santo hecho de haberse casado, exigen los prometidos gestos de su santa audacia para servirles a la Iglesia en tiempos tan proclives a la paganización de la misma.
A la Iglesia le sobran dinero, gestos y signos de poder y de poderío, pompas, compromisos terrenales, obispos palaciegos y palatinados, políticas y politiquerías, diplomacias, Estados Pontificios, bancos y bancas, burócratas y burocracia, administradores, bulas, indulgencias, infiernos y castigos eternos, acaparamientos de dignidad y de “dignidades” humanas y “sobrenaturales”, exclusividad de salvación y de “salvaciones”, censuras, anatemas y “mónitums”, clericalismos y carrerismos eclesiásticos, “Años Santos”, manifestaciones masivas, Tribunales Eclesiásticos, ritualismos…
¡Por amor de Dios, no se nos canse, papa Francisco¡. Le necesitan la Iglesia y gran parte del mundo aún no cristiano, en el que, por cierto y para su consolación y humorismo, suele tener usted más buena prensa que entre la clericalería… ¡Por algo será¡