COMUNIDADES SIN COMUNIDAD

Despejo cuanto antes la duda que el título de este “post” pudiera suscitar en algunos, incitándoles a pensar que sean los inquietantes datos de la actual falta de vocaciones sacerdotales o religiosas, los que justifiquen el cierre, o pre-cierre, de “comunidades” como conventos, seminarios, noviciados y demás. Las razones de ser de mis reflexiones son aún más graves, por lo que es posible que tenerlas presentes, y analizarlas, facilite la feliz interpretación y ejercicio de la misma Iglesia.

. La Iglesia, como tal, es comunidad. Mejor, es comunidad de comunidades- “calidad de común, propio de todos”, o “reunión de personas que viven juntas y bajo ciertas reglas”, definidas de por sí y por su esencia, por la “comunicación, que sacramentalmente es Comunión o Eucaristía. Desde análisis y tomas de conciencia, tan primarios, la aseveración de que el número de “comunidades sin comunidad” es hoy tan alarmante en el organigrama canónico eclesial y eclesiástico, le afecta mayoritariamente a la institución, de tal modo que ante propios y extraños no es precisamente lo “comunitario” nota y referencia específicas, concluyentes y determinantes.

. No haber alcanzado ya la orilla de este convencimiento equivaldría a seguir malviviendo, al compás de las ceremonias y ritos, de las apariencias y reputaciones bibliográficas y literaturescas, que anestesian la vida y a algunos les instan a creerse `personas mejores, por el hecho de proclamarse cristianos, y no paganos o adscritos a cualquier otra fe o religión .

. Por muy canónicas y “religiosas” que se presentaran la comunidad y las comunidades, si el elemento de la “común- unión” no fuera su base, mantenimiento y amparo, habrían de verse obligadas a cambiar de nomenclatura religiosa y, por tanto, cristiana, por muchas y muy principales indulgencias que lucraran sus adjetivos de devoto, clerical, sacramentaria o pontificia, que las distinguiera y prestigiara en las bulas de sus respectivas fundaciones.

. En las comunidades de religiosos/as no son tan notorios los índices de comunión- comunicación existentes, como para atestiguar que por ellos se testimonie en la vida de la Iglesia que su profesión principal vitalicia, y por especial vocación y gracia de Dios, no es otra que la común unión.

. Para la idea y ejercicio de la comunidad auténtica y dignamente eclesial apenas si ha lugar, por citar algunos ejemplos, canónicos por más señas, entre el obispo y sus diocesanos. En los cabildos catedralicios, la idea de comunidad entre sus capitulares brilla por su ausencia, velada por las frondosidades de sus titulitis, estratagemas, cargos, “dignidades” o sinecuras.

. En las Órdenes- Congregaciones de Religiosos/as más tradicionales, precisamente la idea y el hábito interior de comunidad no es la más aparente para aspirar a ser nota de Iglesia, con mención singular para sus más altas esferas. Resulta obligado incluir en el análisis y ulterior diagnóstico, el referente al mismo Colegio Cardenalicio. Llamar “comunidad” a conventos, conventículos, curias, datarías, cancillerías, “rotas” y “congregaciones religiosas”, parece acusar, a lo más, paupérrima carencia de vocabulario, tanto latino, como castellano, para llamar a las cosas por sus verdaderos nombres.

. Idéntico dictamen reclama ser aplicado a las Iglesias desde consideraciones ecuménicas, a las diócesis y archidiócesis –ricas y pobres- , a Cardenales influyentes, o no tanto, a teólogos de una u otra tendencia y aún a reyes, monarcas y herederos de títulos “graciosos” – “por la gracia de Dios”- de “cristianísimos”, “cristianos” o simplemente “católicos”.

. “Iglesia, comunidad de comunidades”, en general, no resulta ser referencia brillantemente cristiana, salvo en casos tan excepcionales como los encarnados e inspirados por el evangelio en Cofradías, Hermandades, Congregaciones y Sacramentales, de cuya existencia y funcionamiento responden prevalentemente no los clérigos, sino los laicos.

. En honor de la verdad, y con decidido y honesto reconocimiento, sería injusto olvidarse del verdadero sentido de comunidad eminentemente cristiana y humana que caracteriza a no pocas comunidades de vecinos, de regantes y otras actividades, a colegios profesionales, al igual que a comunidades o Mancomunidades de diverso signo, con inclusión de las de carácter civil o administrativo, como ayuntamientos, con lo que, una vez más, y gracias sean dadas a Dios, lo laico, como elemento de vida, resulta ser tan religioso o más, como lo que acaparó para sí el término tan sacrosanto y comprometedor de canónico o de “eclesiástico”.
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