CURAS PARA TODO

Si no para todo, sí para casi todo. Hubo tiempos, y no excesivamente pasados, en los que los curas –sacerdotes-, especialmente en el medio rural, eran requeridos por los feligreses y allegados. para que les ayudaran a resolver la mayoría de sus problemas tanto personales como familiares. En ellos se incluían, los cívicos, sociales, políticos, de herencias, estudios de los hijos, actividades laborales o profesionales…

Los curas de los pueblos formaron parte importante – principal- de las llamadas “fuerzas vivas de la localidad”, y su influencia ministerial -cultura y gracia de Dios- transcendía además los linderos establecidos por los términos municipales, partidos judiciales, comarcas y aún provinciales, cuando apenas si se comenzaba a fraguar con efectividad la constitucionalmente llamada “España de las Autonomías.

El cura lo era todo o casi todo. Persona influyente, siempre con las puertas abiertas, y a quien difícilmente no se les abrían las que llamaba en petición de la solución de algún problema de su feligresía. La sotana y el alzacuello, el nombre de Dios y la oratoria que le caracterizaba en virtud del ejercicio de su profesión-vocación, les hacía ser, o parecer, como todopoderosos.

En la valoración real y efectiva de esta condición, es imprescindible destacar que el Nacional Catolicismo imperante, y del que él era su representante “oficial”, les facilitaba la solución de muchos y difíciles problemas , que si fueran otros los feligreses que decidieran su planteamiento y gestión. Franquismo y clericalismo, matrimoniados o amancebados, pusieron en las manos pastorales del señor cura del pueblo la llave para ayudar al prójimo “como Dios manda”, “ha de menester” y exige la Iglesia. Además, el dato normal de que por tales “trabajos” el cura no habría de cobrar absolutamente nada, ni en dinero ni en especie, garantizaba su gestión con seguridad y tranquilidad de conciencia.

Los casos “pastorales” en los que intervinieron entonces los curas aportan argumentos preciosos para redactar la historia de pueblos y ciudades, de largas, entrañables y profundas épocas, con veracidad, comprensión y amor, lo mismo ciudadano que cristiano. El amor no tiene apellidos, ni tampoco religión. Es amor-amor universal hacia todos y para todos.

De entre mis primeras vivencias personales de carácter acentuadamente “pastoral”, aludo aquí y ahora a repetidas demandas por parte de feligreses de la parroquia en la que co-pastoreaba, con el propósito de emitir el más exacto posible juicio ético-moral “en vivo y en directo”, acerca de los vestidos que la moda “mini” imponía en el atuendo de las jóvenes. Moda como tal resultaba para muchos substantivamente inmoral, por lo que, de las familias creyentes –“practicantes”-, habría de desterrarse sin contemplación alguna, aunque su otra opción se asemejara más al hábito talar de las monjas, con inclusión del “burka” musulmán.

El problema, y la justificación de la consulta, al representante “oficial” religioso de la administración de principios y prácticas ético-morales cristianas, aunque en la actualidad puedan resultar baladíes y generadores de historia infantiles, en aquellos tiempos era, y aún siguen siendo, de importancia relevante, también en las esferas sociales, convivenciales y entre las “familias de buenas costumbres”.

No importa referir mis reacciones más o menos adolescentes y juveniles, no ajenas a la condición sacerdotal, al tener que presenciar el “desfile” de las chicas por la pasarela familiar, de abuelos, padres- madres, y el representante y custodio de los valores identificables con las exigencias de la religión cristiana y del santo evangelio.

En la perspectiva de aquellos exámenes “pastorales” viene a cuento referir una anécdota de reciente datación. En las últimas “Primeras Comuniones” se pusieron de moda que las uñas de las niñas comulgantes se pintaran, como signo y seña de distinción y de alegría por protagonismo tan singular para ellas. La única intención era la de añadir más predicamentos y detalles al acervo de tantos otros, de cuya religiosidad no hacía falta dudar, dado que todo “predicaba” en su contra por sí misma y hasta gravemente, solo con percatarse de que los elementos cabalmente religiosos apenas si se hacen presentes y ejercitan en tan fastuosas y “paganas” ceremonias.

Pues también en esta caso de las uñas, tanto a las catequistas como al señor cura párroco, cuya intervención fue expresamente requerida, les pareció “exagerado” el detalle y decidieron privarle a la niña y a los asistentes a “tan solemne” ceremonia, ceremonia, de la contemplación de cualquier señal de la infantil pintura ungular.

¡Como no pocos curas añoran todavía aquellos tiempos en los que el clericalismo lo invadía y condicionaba todo, o casi todo, y en los que a la teología y al sentido común se les tenían aherrojados, proscritos y aún condenados…¡
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