EMAILS AL PAPA FRANCISCO
SIEMPRE LAS MUJERES.
El cero –suspenso-, en conducta, del que fue, y sigue siendo, merecedora la Iglesia, con su jerarquía eclesiástica a la cabeza, en relación con la mujer, es cabalmente rotundo e inapelable. Terminante y concluso. Una asignatura como esta, clave en toda carrera y comportamiento “humano y divino”, es impensable que no tenga cabida y sea rechazada positivamente en los exámenes de religiosidad y evangelio prevalentes hoy en la teología y en los cánones, y con la invocación además de argumentos baladíes y bíblicos, tan livianos e insubstanciales.
En reciente semana celebrada con carácter oficial sobre el tema “estudio del papel de la mujer en la Iglesia”, con presentación a cargo del Cardenal Gianfranco Ravasi, por más señas “Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura”, manifestó el “Excelentísimo y Eminentísimo Purpurado”, que “el interés por el sacerdocio en las mujeres es estadísticamente casi irrelevante”. Los comentarios fueron, y siguen siendo, muchos y de todos los colores, partiendo siempre, y por supuesto, de la veracidad de las estadísticas sobre las que se asientan datos y apreciaciones.
Pero exactamente la constatación y proclama de las palabras cardenalicias es lo que acrecienta la gravedad del problema de manera tan acusadamente escandalosa. Es decir, que el adoctrinamiento suministrado “como voluntad de Dios”, que en Cristo Jesús se constituyó en salvador de la humanidad –hombres y mujeres- , en igualdad de derechos y deberes, de cuyo legado es fiel intérprete la Iglesia, llegó a calar tan hondo -“dogma de fe” para alguno/as evangelizados/as, que aún en los tiempos de la liberación de la mujer en los que nos encontramos, “esta apenas si se plantea el interés por el sacerdocio”
Desde la perspectiva que descubre el Cardenal, el problema es dramáticamente grave. dado que, entre otras cosas, habló como “Presidente del Consejo Pontificio precisamente de la Cultura”, con flagrante e irreligioso olvido de que de que es inviable, y deja de ser, cultura, toda enseñanza, erudición y sabiduría que discrimine a la mujer, o al hombre, en términos tales que radicalmente les prive aún de tomar conciencia de cuanto precisa para su realización integral como persona.
En nuestro caso eclesiástico, no se trata de que la mujer sea, o no, sacerdote. Se trata de la discriminación que como tal mujer padece dentro de la Iglesia, ex comulgada de responsabilidades y participación directa en su organigrama, y ascéticamente convertida en tentación y pecado, a perpetuidad y servidora – sierva- del hombre, como esposa y, en ocasiones “religiosas”, como “monja”.
¡Papa Francisco!, sabemos de buena tinta que sus pensamientos son más cristianos, y en sintonía con el evangelio, aunque no con los cánones todavía vigentes en la Iglesia, por lo que alentamos la esperanza de que se decida a abrir de una vez un portillón en la Iglesia oficial, para que los términos y ministerios de “sacerdote”, “obispo” y “Papa” puedan disponer con rigor académico de género femenino. Gracias
El cero –suspenso-, en conducta, del que fue, y sigue siendo, merecedora la Iglesia, con su jerarquía eclesiástica a la cabeza, en relación con la mujer, es cabalmente rotundo e inapelable. Terminante y concluso. Una asignatura como esta, clave en toda carrera y comportamiento “humano y divino”, es impensable que no tenga cabida y sea rechazada positivamente en los exámenes de religiosidad y evangelio prevalentes hoy en la teología y en los cánones, y con la invocación además de argumentos baladíes y bíblicos, tan livianos e insubstanciales.
En reciente semana celebrada con carácter oficial sobre el tema “estudio del papel de la mujer en la Iglesia”, con presentación a cargo del Cardenal Gianfranco Ravasi, por más señas “Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura”, manifestó el “Excelentísimo y Eminentísimo Purpurado”, que “el interés por el sacerdocio en las mujeres es estadísticamente casi irrelevante”. Los comentarios fueron, y siguen siendo, muchos y de todos los colores, partiendo siempre, y por supuesto, de la veracidad de las estadísticas sobre las que se asientan datos y apreciaciones.
Pero exactamente la constatación y proclama de las palabras cardenalicias es lo que acrecienta la gravedad del problema de manera tan acusadamente escandalosa. Es decir, que el adoctrinamiento suministrado “como voluntad de Dios”, que en Cristo Jesús se constituyó en salvador de la humanidad –hombres y mujeres- , en igualdad de derechos y deberes, de cuyo legado es fiel intérprete la Iglesia, llegó a calar tan hondo -“dogma de fe” para alguno/as evangelizados/as, que aún en los tiempos de la liberación de la mujer en los que nos encontramos, “esta apenas si se plantea el interés por el sacerdocio”
Desde la perspectiva que descubre el Cardenal, el problema es dramáticamente grave. dado que, entre otras cosas, habló como “Presidente del Consejo Pontificio precisamente de la Cultura”, con flagrante e irreligioso olvido de que de que es inviable, y deja de ser, cultura, toda enseñanza, erudición y sabiduría que discrimine a la mujer, o al hombre, en términos tales que radicalmente les prive aún de tomar conciencia de cuanto precisa para su realización integral como persona.
En nuestro caso eclesiástico, no se trata de que la mujer sea, o no, sacerdote. Se trata de la discriminación que como tal mujer padece dentro de la Iglesia, ex comulgada de responsabilidades y participación directa en su organigrama, y ascéticamente convertida en tentación y pecado, a perpetuidad y servidora – sierva- del hombre, como esposa y, en ocasiones “religiosas”, como “monja”.
¡Papa Francisco!, sabemos de buena tinta que sus pensamientos son más cristianos, y en sintonía con el evangelio, aunque no con los cánones todavía vigentes en la Iglesia, por lo que alentamos la esperanza de que se decida a abrir de una vez un portillón en la Iglesia oficial, para que los términos y ministerios de “sacerdote”, “obispo” y “Papa” puedan disponer con rigor académico de género femenino. Gracias