SEMANA SANTA, “PRINCESA DE ASTURIAS”
Dada la alta y representativa calificación democrática que significa el Senado – Primera Cámara del Estado-, se presiente ya la felicidad de que a la Semana Santa de España se le abran prestamente, y de par en par, las puertas del reconocimiento por parte de la UNESCO, de PATRIMONIO DE LA HUMANIDAD. Para facilitar tal empeño, con títulos y argumentos propios y específicos de por sí y complementariamente, resultará de provecho potenciar aspiración tan unánime, con la previa y persistente petición de que, antes y lo más pronto posible, le fuera concedido el premio “Princesa de Asturias”. Tal es el eje de esta reflexión, en la que destacan las siguientes apreciaciones:
. La Semana Santa, como acontecimiento espectacular, de hondas y extensas ramificaciones populares, ni cabe, ni encaja, ni se concentra o acomoda en los moldes de la llamada “Semana Grande o Mayor”, coincidente sobre todo con las celebraciones piadosas y ceremoniales de sus solemnidades –“desfiles procesionales”- y actos de religión y de culto, interpretados a la luz de tradiciones perpetuadas desde tiempos consagradamente “inmemoriales”.
Detrás de cada Semana Santa, vivida e interpretada en pueblos y ciudades, y en todos y en cada uno de sus episodios, se da por supuesta la existencia de la respectiva Hermandad o Cofradía que la inspira y mantiene. La Semana Santa es expresión y estilo de vida, cristiana y social. Confraternidad y convivencia. Es familia y consanguinidad. Descendencia y posteridad, además de estirpe e intimidad. Es pueblo- pueblo, en cálida sintonía con los aconteceres personales y colectivos que se registran y configuran los núcleos poblacionales y que nutren los temas de preocupación y de conversación, con sus correspondientes ecos de sociedad y de religión, en periódicos-noticieros locales, y en “hojas parroquiales”.
. La aportación en fraternidad, en formación, en compromiso social y en espiritualidad, de las Hermandades – Cofradías que hacen posible la Semana Santa en los pueblos que la escenifican, es merecedora de premios de tanto relieve, estímulo y atracción, también como el de “Princesa de Asturias”, con la dimensión internacional ya conseguida y reconocida. Si en la plural manifestación “semanasantera” no se escatiman otras razones como las artísticas, culturales, constructiva y sanamente folclóricas, los méritos radicales superan con justicia las cotas establecidas, por alta que sea su valoración.
. Dignas de apreciable reconocimiento resultan ser además las posibilidades festivas que los “días santos” proporcionan para ejercitarse en el turismo ecológico y de naturaleza, visitando pueblos y lugares típicos y participando en actos vecinales, con el agradecido recuerdo de quienes un día los hicieron posibles. El solo hecho de convivir con el pueblo- pueblo, en el propio ambiente festivo, que es precisamente cuando es pueblo de verdad, constituye un valor y un ejemplo digno de ser generosamente premiado con los laureles y las recompensas establecidas por fundaciones u organismos, siempre al servicio de las colectividades, que no en beneficio propio o a título personal.
. La repercusión positiva que la concesión del premio “Princesa de Asturias” para la Semana Santa habría de tener en todas las ciudades y pueblos de España sería ciertamente incuestionable. El número, el fervor y la devoción “semanasantera” es mucha y de alta calidad en España, con repercusiones plurales en la vida social, tanto o más que en la religiosa, aún al margen de politiquerías, con pruebas sobradas que demuestran que “hermanos” y “hermanas” cofrades, lo son por el uso y compromiso con los capirotes y hábitos, dejando para otras ocasiones los emblemas políticos, sindicales o sociales. Los capirotes son elementos persuasivos en el proceso de nivelación, hermandad y equiparamiento que caracteriza la convivencia entre los seres humanos, sobre todo en ambientes populares.
. “Capirotes siempre y para todos” por convicción cívica y religiosa, demanda con satisfacción y holgura por parte de sus responsables la concesión de los premios más representativos de benefactores de la sociedad, con enaltecedoras menciones y reconocimientos a los de “Patrimonio de la Humanidad” y de “Princesa de Asturias”.
. La Semana Santa, como acontecimiento espectacular, de hondas y extensas ramificaciones populares, ni cabe, ni encaja, ni se concentra o acomoda en los moldes de la llamada “Semana Grande o Mayor”, coincidente sobre todo con las celebraciones piadosas y ceremoniales de sus solemnidades –“desfiles procesionales”- y actos de religión y de culto, interpretados a la luz de tradiciones perpetuadas desde tiempos consagradamente “inmemoriales”.
Detrás de cada Semana Santa, vivida e interpretada en pueblos y ciudades, y en todos y en cada uno de sus episodios, se da por supuesta la existencia de la respectiva Hermandad o Cofradía que la inspira y mantiene. La Semana Santa es expresión y estilo de vida, cristiana y social. Confraternidad y convivencia. Es familia y consanguinidad. Descendencia y posteridad, además de estirpe e intimidad. Es pueblo- pueblo, en cálida sintonía con los aconteceres personales y colectivos que se registran y configuran los núcleos poblacionales y que nutren los temas de preocupación y de conversación, con sus correspondientes ecos de sociedad y de religión, en periódicos-noticieros locales, y en “hojas parroquiales”.
. La aportación en fraternidad, en formación, en compromiso social y en espiritualidad, de las Hermandades – Cofradías que hacen posible la Semana Santa en los pueblos que la escenifican, es merecedora de premios de tanto relieve, estímulo y atracción, también como el de “Princesa de Asturias”, con la dimensión internacional ya conseguida y reconocida. Si en la plural manifestación “semanasantera” no se escatiman otras razones como las artísticas, culturales, constructiva y sanamente folclóricas, los méritos radicales superan con justicia las cotas establecidas, por alta que sea su valoración.
. Dignas de apreciable reconocimiento resultan ser además las posibilidades festivas que los “días santos” proporcionan para ejercitarse en el turismo ecológico y de naturaleza, visitando pueblos y lugares típicos y participando en actos vecinales, con el agradecido recuerdo de quienes un día los hicieron posibles. El solo hecho de convivir con el pueblo- pueblo, en el propio ambiente festivo, que es precisamente cuando es pueblo de verdad, constituye un valor y un ejemplo digno de ser generosamente premiado con los laureles y las recompensas establecidas por fundaciones u organismos, siempre al servicio de las colectividades, que no en beneficio propio o a título personal.
. La repercusión positiva que la concesión del premio “Princesa de Asturias” para la Semana Santa habría de tener en todas las ciudades y pueblos de España sería ciertamente incuestionable. El número, el fervor y la devoción “semanasantera” es mucha y de alta calidad en España, con repercusiones plurales en la vida social, tanto o más que en la religiosa, aún al margen de politiquerías, con pruebas sobradas que demuestran que “hermanos” y “hermanas” cofrades, lo son por el uso y compromiso con los capirotes y hábitos, dejando para otras ocasiones los emblemas políticos, sindicales o sociales. Los capirotes son elementos persuasivos en el proceso de nivelación, hermandad y equiparamiento que caracteriza la convivencia entre los seres humanos, sobre todo en ambientes populares.
. “Capirotes siempre y para todos” por convicción cívica y religiosa, demanda con satisfacción y holgura por parte de sus responsables la concesión de los premios más representativos de benefactores de la sociedad, con enaltecedoras menciones y reconocimientos a los de “Patrimonio de la Humanidad” y de “Princesa de Asturias”.