SOLEDAD DE SOLEDADES
En tiempos no tan lejanos los cronistas oficiales de los periódicos y emisoras de radio locales hubieran hecho llegar a los lectores, y a los radioyentes, la noticia de la coronación de la imagen de la Virgen, Patrona de la ciudad de Badajoz con palabras ínclitas y oficiales como estas: “ En el día de ayer, presentes las autoridades provinciales, autonómicas y locales, multitud de devotos, en la plaza de la catedral, dos obispos de las diócesis cercanas, ausente por enfermedad el arzobispo metropolitano, fue coronada con toda solemnidad, la imagen de la Virgen de la Soledad, celestial patrona de la ciudad. La ceremonia resultó emocionante. La corona, artística y rica, fue donada por generosos devotos”.
. ¿Pero es posible que “Soledad” sea advocación de la Virgen, Madre de Dios y Madre de todos los hombres? ¿Es cristiano de verdad una denominación de la Virgen como esta, con el significado popular y académico de la “carencia voluntaria o involuntaria de compañía”? ¿Cuando, cómo y por qué catequistas y predicadores propalaron este mariano misterio? ¿Acaso puede ser, y ejercer de madre, y más de Madre de Dios, una mujer que la especifique defina y enaltezca la soledad?.
. Para contestar correctamente estas y otras preguntas, desde la liturgia y la pastoral, es indispensable haber tenido que chapurrear muchos y misteriosos “Amén”, aun en el contexto “semasantero” y a lo largo y ancho del año. La Soledad- soledad difícilmente actuará como, protectora y auxiliadora en nuestros tiempos, definidos por la globalización y la común-unión, fundamentados más o menos en la esencia del catolicismo.
. Una corona- corona, aunque episcopalmente se catequice que “es un detalle de amor a la madre, sin ponerle límites a su cariño, y más si a ella la distingue la devoción de los habitantes de los barrios de la periferia de la ciudad”, es una insondable ensoñación jerárquica. La riqueza coronadora de santos y santas y, sobre todo, de la Madre de Dios, y Madre nuestra, no puede ser del agrado de Dios, que en Cristo Jesús se hizo pobre, y vivió la pobreza hasta su últimas consecuencias. Harían falta unas buenas dosis de espejismos y de imaginación para justificar en la historia de la Iglesia, y ahora, en tiempos de crisis institucionalizada, coronas de tantas estrellas y piedras preciosas. La devoción que las hizo posibles, e indulgenciaron, ni fue, ni es evangélicamente correcta.
. Por lo que respecta también a la Iglesia en general, las coronas, las canonizaciones y concentraciones masivas, los discursos oficiales y los “lugares comunes”, están de más. y son testimonios “cultuales”, de otras culturas, que se dijeron, y se siguen diciendo , religiosas, ininteligibles parar el pueblo de Dios y para quienes algún día pudieran aspirar felizmente a serlo. Las imágenes, y menos las coronadas, no cuentan ya con las consideraciones piadosas de muchos, ni con los argumentos proporcionados por la teología, la liturgia y la Sagrada Escritura. Todo esto, gracias a la gracia de Dios.
. El título de “Reina”, que debiera incluir el uso de la corona, hoy por hoy, ni menos pasado mañana, ni tiene, ni puede tener “buena prensa”, ante los hipotéticos “súbditos”, y más si algunos hijos, o yernos, hicieron uso indebido, a la luz de la justicia y de la opinión popular, de su condición familiar, para enriquecimientos culposos irregulares. Si la reina no sirve para servir aunque así lo establezcan los cánones, las constituciones, el sentido común y las definiciones académicas, las coronas están de más, no pasando de ser los verdaderos devotos, con o sin periferia, los legítimos, o ilegítimos, aspirantes a atracadores, carteristas y saqueadores, por la contundente razón de que la única corona que usufructúan, y de la que tienen ellos y los suyos, infeliz referencia, es la de la corona de espinas.
La Soledad no es nombre, ni apellido, advocación, ministerio, oficio y misterio de la Santísima Virgen, y menos si está coronada.
. ¿Pero es posible que “Soledad” sea advocación de la Virgen, Madre de Dios y Madre de todos los hombres? ¿Es cristiano de verdad una denominación de la Virgen como esta, con el significado popular y académico de la “carencia voluntaria o involuntaria de compañía”? ¿Cuando, cómo y por qué catequistas y predicadores propalaron este mariano misterio? ¿Acaso puede ser, y ejercer de madre, y más de Madre de Dios, una mujer que la especifique defina y enaltezca la soledad?.
. Para contestar correctamente estas y otras preguntas, desde la liturgia y la pastoral, es indispensable haber tenido que chapurrear muchos y misteriosos “Amén”, aun en el contexto “semasantero” y a lo largo y ancho del año. La Soledad- soledad difícilmente actuará como, protectora y auxiliadora en nuestros tiempos, definidos por la globalización y la común-unión, fundamentados más o menos en la esencia del catolicismo.
. Una corona- corona, aunque episcopalmente se catequice que “es un detalle de amor a la madre, sin ponerle límites a su cariño, y más si a ella la distingue la devoción de los habitantes de los barrios de la periferia de la ciudad”, es una insondable ensoñación jerárquica. La riqueza coronadora de santos y santas y, sobre todo, de la Madre de Dios, y Madre nuestra, no puede ser del agrado de Dios, que en Cristo Jesús se hizo pobre, y vivió la pobreza hasta su últimas consecuencias. Harían falta unas buenas dosis de espejismos y de imaginación para justificar en la historia de la Iglesia, y ahora, en tiempos de crisis institucionalizada, coronas de tantas estrellas y piedras preciosas. La devoción que las hizo posibles, e indulgenciaron, ni fue, ni es evangélicamente correcta.
. Por lo que respecta también a la Iglesia en general, las coronas, las canonizaciones y concentraciones masivas, los discursos oficiales y los “lugares comunes”, están de más. y son testimonios “cultuales”, de otras culturas, que se dijeron, y se siguen diciendo , religiosas, ininteligibles parar el pueblo de Dios y para quienes algún día pudieran aspirar felizmente a serlo. Las imágenes, y menos las coronadas, no cuentan ya con las consideraciones piadosas de muchos, ni con los argumentos proporcionados por la teología, la liturgia y la Sagrada Escritura. Todo esto, gracias a la gracia de Dios.
. El título de “Reina”, que debiera incluir el uso de la corona, hoy por hoy, ni menos pasado mañana, ni tiene, ni puede tener “buena prensa”, ante los hipotéticos “súbditos”, y más si algunos hijos, o yernos, hicieron uso indebido, a la luz de la justicia y de la opinión popular, de su condición familiar, para enriquecimientos culposos irregulares. Si la reina no sirve para servir aunque así lo establezcan los cánones, las constituciones, el sentido común y las definiciones académicas, las coronas están de más, no pasando de ser los verdaderos devotos, con o sin periferia, los legítimos, o ilegítimos, aspirantes a atracadores, carteristas y saqueadores, por la contundente razón de que la única corona que usufructúan, y de la que tienen ellos y los suyos, infeliz referencia, es la de la corona de espinas.
La Soledad no es nombre, ni apellido, advocación, ministerio, oficio y misterio de la Santísima Virgen, y menos si está coronada.