"Que este año, para los migrantes, sea el que traiga menos despedidas y más llegadas" Un bebé muere y otro nace: Metáfora en el cambio del año

Bebé
Bebé Isaac Quesada

"Su pequeña vida, marcada por el hambre y el desamparo, se apaga como la última vela de un año que agoniza mientras el viento atraviesa los campamentos de los refugiados. Su partida es el eco de un año viejo que carga con los pecados del mundo: la indiferencia, el exilio, el olvido. Su muerte no es solo el fin de una vida breve, sino el cierre de un ciclo que no supo proteger a los suyos"

"En el otro rincón del mundo, un llanto irrumpe en la madrugada. Es el primer respiro de un recién nacido. Su llegada, aunque envuelta en incertidumbre, lleva consigo una chispa de esperanza, un destello de futuro. Nace con los ojos abiertos, como si ya conociera el peso del camino que deberá recorrer. Él es el año nuevo: frágil, lleno de promesas aún sin cumplir, pero portador de sueños que luchan por sobrevivir"

Un contraste

14 meses de guerra en Gaza. La pequeña Sila tenía solo tres meses de vida. Murió en Nochebuena arropada por los brazos de su padre. Uno de los 4.500 niños que han muerto en la Franja de Gaza desde que comenzó la guerra el 7 de octubre de 2023. Por otro lado, el llamado bebé Navidad 2024 nació en Obregón, Cajeme (México), a las 00:08 horas del 25 de diciembre.

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Mientras en tantas partes del mundo las campanas resonaban por el advenimiento próximo de un nuevo ciclo, Sila, la niña de Gaza, entregaba su último suspiro al frío implacable. El viento, cómplice de la intemperie, parecía llevarse su aliento hacia grietas oscuras, mientras las estrellas eran testigos de su despedida, para recogerla hacia un cielo claro.

En ese mismo instante, en otro rincón del mundo, en México un niño nuevo nacía entre los brazos temblorosos de su madre. Su llanto se alzaba como un eco de vida en un entorno de esperanza. Este nacimiento, frágil y lleno de promesas inciertas, parecía susurrar una verdad irónica: mientras un alma partía, otra llegaba.

Niño asesinado en Gaza
Niño asesinado en Gaza

Sila, con su rostro de luna apagada, podría haber sido la hermana de este recién nacido. Podría haber jugado a inventar mundos con él en una tierra donde las fronteras no rompieran los sueños. Pero la muerte la había reclamado como suya, mientras la vida abrazaba a un nuevo huésped. Y así, el año viejo cerraba sus ojos en Gaza, arrullado por la helada, mientras el año nuevo abría los suyos en tierras mejicanas

Una muerte y un nacimiento como metáfora

La metáfora de este relevo se alza poderosa al paso del año viejo al nuevo: Un niño que parte en la diáspora y que lleva consigo el peso de los que partieron sin conocer abrigo. Pero también hay una vida nueva que es una llama que intenta arder en un viento que amenaza con apagarla. Y quizás  en ese llanto primero, en esa promesa balbuceada al universo, habite también un canto de resistencia frente a cantos que se apagan : un recordatorio de que la humanidad persiste incluso en las noches más largas.

Sila murió de frío, pero el niño nacido al calor mejicano llevará en su primer respiro el eco del último aliento de la niña gazatí. Porque los años no sólo son calendarios, sino un desfile de vidas que luchan por un hogar y que el caso de los niños migrantes, lo hacen muchas veces en el invierno interminable de la injusticia. Y en ese ciclo, quizá, se esconda el germen de un mundo donde nadie más muera de frío en una noche de celebración.

La muerte es un cambio pero no el fin del amor

En una cuna improvisada por una manta amable de su padre, la bebé gazatí exhala su último aliento bajo el peso del invierno cruel. Su pequeña vida, marcada por el hambre y el desamparo, se apaga como la última vela de un año que agoniza mientras el viento atraviesa los campamentos de los refugiados. Su partida es el eco de un año viejo que carga con los pecados del mundo: la indiferencia, el exilio, el olvido. Su muerte no es solo el fin de una vida breve, sino el cierre de un ciclo que no supo proteger a los suyos.

En el otro rincón del mundo, un llanto irrumpe en la madrugada. Es el primer respiro de un recién nacido. Su llegada, aunque envuelta en incertidumbre, lleva consigo una chispa de esperanza, un destello de futuro. Nace con los ojos abiertos, como si ya conociera el peso del camino que deberá recorrer. Él es el año nuevo: frágil, lleno de promesas aún sin cumplir, pero portador de sueños que luchan por sobrevivir.

Una mujer migrante con sus bebé en la selva del Darién
Una mujer migrante con sus bebé en la selva del Darién Sergi Camara

Entre estos dos niños —uno que parte y otro que llega— se teje la metáfora de los años que se cruzan. El que muere no desaparece del todo; deja en el recién nacido sus historias inconclusas, sus sueños rotos y sus anhelos más profundos. El año nuevo, como el bebé que llora por primera vez, nace con la carga de las despedidas de otros , pero también con la promesa jubilosa de seguir adelante.

Son espejos del tiempo: El que parte lleva consigo las lecciones de un año herido, y el que llega trae consigo la esperanza de que, esta vez, el mundo se atreva a ser mejor. En estos - ¡ay! no en aquellos, ¡ay!- habita la promesa de un año nuevo que aún puede ser diferente.

Pasar la hoja en busca del hogar

Este año nuevo llegó como una página en blanco, un lienzo donde las estrellas quisieran dibujar una esperanza renovada. Pero para quienes cruzan fronteras cargando el peso del exilio, el cambio de un año no es más que un suspiro que se escapa entre las grietas de sus manos vacías. La historia de Sila, la niña refugiada de Gaza que sucumbió al frío, se entrelaza con el primer llanto de aquel niño nacido que llora porque sigue vivo. Entre ambos, el tiempo se dobla, como si sus almas tejieran un puente entre lo que se perdió y lo que aún puede ser.

El año nuevo no promete para muchos ni abrigos ni pan; no trae fronteras abiertas ni justicia para quienes vagan en busca de un suelo que los llame suyos. Pero sí carga con el peso de las expectativas, ese hilo dorado que los migrantes han aprendido a tejer aún en medio de la tormenta. En cada paso, en cada mirada que desafía el horizonte, hay una promesa tácita de persistencia.

Cayuco. El Hierro. Islas Canarias (España)
Cayuco. El Hierro. Islas Canarias (España)

El 1 de enero es más que una fecha para quienes dejan atrás su tierra; es una pregunta al destino, una súplica al viento: ¿Será este el año en que encontraremos un hogar, en que la humanidad despertará a la realidad de nuestros pasos desgastados?

Y así, el ciclo comienza. En el desierto, en los campos de refugiados, en los mares fríos donde tantos han perdido su historia, una chispa de vida persiste en cada aliento. El año nuevo, que para otros es celebración y brindis, para ellos es esperanza austera, una maleta o mochila vacía lista para llenarse de promesas.

El espíritu de Sila, como una brisa nocturna, susurra en los oídos del otro recién nacido y de todos los que caminan en busca de futuro. "No olviden mi nombre", parece decir, "porque en cada vida nueva que desafía el olvido, también vivo yo".

No es solo un calendario que cambia. Es una oportunidad, una plegaria para que los caminos se enderecen, para que las fronteras se desvanezcan y la muerte no sea más un invierno eterno para los olvidados

El año nuevo abre de par en par, jubiloso, las puertas de la Esperanza, abiertas por un Papa venido del fin del mundo. Una esperanza que también es migrante peregrina de mil mundos. No es solo un calendario que cambia. Es una oportunidad, una plegaria para que los caminos se enderecen, para que las fronteras se desvanezcan y la muerte no sea más un invierno eterno para los olvidados. Que este año, para los migrantes, sea el que traiga menos despedidas y más llegadas, menos frío y más fuego. Que la esperanza deje de ser un susurro y se convierta en un grito jubilar compartido.

Porque un año nuevo no será realmente nuevo hasta que todos tengan un lugar al que llamar hogar.

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