La necesidad de un cambio
| Isabel Gómez Acebo
Es un hecho comprobado que, como nuestra sociedad avanza de forma acelerada, hay mucha posibilidad de perder el tren de la modernidad. Todos los días vemos en las grandes ciudades el cierre de tiendas que han muerto ante el comercio por internet y en la educación los países son conscientes de que necesitan preparar a jóvenes para dar respuestas con nuevas técnicas a los retos de la modernización.
Educación, cambio, creatividad, preparación, innovación, emprendimiento…, son vocablos que se repiten una y otra vez pero que exigen tomar decisiones a la espera de que sean las correctas pues se hace camino al andar y nadie, en nuestros tiempos, conoce la ruta más corta o la más exitosa
Todo esto me ha hecho pensar en la Iglesia Católica. Hace unos días intuí que un obispo defendía la resistencia de la institución dentro de unas murallas, cada día más altas, pero es una postura que pudo tener éxito en su momento, pero ya no vale. Si son necesarios los cambios en todas las empresas para sobrevivir, más aún lo son en nuestra Iglesia que arrastra el polvo, como dijo Juan XXIII, del Imperio Otomano y que en estos momentos se encuentra con la disidencia de muchos fieles agravada, al día de hoy, por el pavoroso caso de la pedofilia clerical
Saber que tenemos un problema no basta pues hay que conocer el camino a seguir y es aquí donde no nos ponemos de acuerdo y no es fácil. Algunos sugieren eliminar el celibato para convertirlo en algo opcional pues defienden que sería una manera de eliminar la barrera entre el sacerdote y los fieles. Para otros, la solución está en que se permita a las mujeres ordenarse pues multiplicaría las eucaristías que son el centro de nuestra religión. Los hay que defienden la temporalidad de los cargos eclesiásticos como se hiciera en la Iglesia primitiva, olvidarse del sexo, recortes en la Ciudad del Vaticano, supresión de los nuncios… Pero tengo la impresión de que todos estos cambios, sin duda necesarios, son el chocolate del loro pues la Iglesia necesita un terremoto que le permita desembarazarse de la albardas con que la cargaron muchos siglos de cristianismo
Al Papa se le exigen cambios pero hay muchos clérigos que ponen el palo en su rueda para impedirlo y si se toman resoluciones son bienvenidas en algunos continentes y rechazadas en otros.
La verdad es que estoy sumergida en un mar de dudas y no basta con pedir el Espíritu Santo que actúe, tenemos que hacer algo para evitar el deslizamiento de la Institución hacia la nada. Pero siempre podemos hacernos la pregunta viendo lo que nos parecemos a las primeras comunidades cristianas ¿No será que el Paráclito quiere romper la baraja y empezar de nuevo?