Versos en el Día de la Madre
I
Me cupo la suerte de tener una madre normal. Es decir, maravillosa. Seguro que muchos lectores, con la misma suerte que yo, podrán hacer suyo el soneto siguiente:
MADRE
Profundo hogar y pozo de la vida,
abierto amanecer, copiosa puerta,
casa para tus hijos siempre abierta,
nido con sol, estrella detenida.
Fuego para vivir, casa encendida,
eres en tus ventanas luz alerta;
si es de noche y de frío, hoguera cierta,
y ternura de pan, de amanecida.
Sin ti muere sin flor la primavera,
se muere sin calor de ti el verano,
arde contigo el sol en el invierno.
A florecer y a amar vas tan certera,
que en los jardines de tu cielo humano
crecen la vida y el amor eterno.
(De “El día de la Madre”, Madrid, 2003, p. 11)
II
Vivía conmigo, primero atendiendo mi casa. Fui yo luego quien cuidó de ella. La vi envejecer feliz, en plena posesión de sí misma.
PUES ARDES POR ENCIMA DEL TIEMPO
(Madre mortal, el Día de la Madre)
Tú eres lo más parecido a Dios que conozco
y se debería descalzar la tierra donde pisas.
Llameas junto a mí arrugada, frágil,
noblemente encorvada,
pero crecida, enhiesta,
con qué poder de amar y cuánto fuego.
Tú eres la voz y el corazón, la zarza ardiendo
que tarda mientras vive en consumirse.
Pues ardes por encima del tiempo
y todos los días son tu día, y todo el amor es tuyo,
tú, tan humana, tan deshojada y débil,
rosa grande que dejarás abierto
hasta el fin tu perfume,
por deshojada hermosa,
destinada a morir.
(Obra Poética, p.491)
III
Nunca pude quejarme de su muerte. Le llegó con 94 años bien cumplidos. Sólo uno de los últimos días me dijo: “Ya no soy la misma, Jesús. Me muero...”. Y se murió en paz y en esperanza. Nunca me quejé. Supe siempre que Dios y ella estaban en mi casa “vacía”.
NI EL TELÉFONO
(En la muerte de la madre)
Ni el teléfono fijo, ni el móvil,
ni mi programa de Internet para telefonear al mundo,
ni decir “madre” con el alma a gritos...
Nada, nada
me devuelve tu voz, ¿cómo te has ido
tan lejos de la mano de la muerte?
Pero si a Él le llamo,
no tardará un instante.
Apago
pantallas y aparatos, cierro
todas las conexiones
e, igual que siempre,
lo amo ya aquí poderoso y amigo.
Madre:
tengo en mi casa a Dios, desde hace vidas,
desde hace amor, desde hace llantos,
Él es mi casa, me protege, vivo
con Él, por Él más allá de la lluvia, altísimo
frente a la soledad, seguro, con la muerte
debajo de mis pies.
Lo llamo Amor, y oigo en su voz
la tuya.
(De “Este debido llanto”, Madrid, 2010, p.45)