Pero sus gritos no atraviesan las nubes

Lo oí hace ya muchos años y se me quedó clavado para siempre. Las futuras generaciones hablarán de nosotros como de gentes despiadadas y sin alma. Se preguntarán: ¿cómo fue posible en una época que presumía de una civilización tan avanzada? Podrán decir que sobraba la comida en la mesa del rico banquetero y se tiraba a la basura delante de Lázaro hambriento. Estos días está sonando con insistencia la larga denuncia del hambre de los más pobres. Hay medios más que suficientes para alimentar a la población mundial. La mitad de los alimentos que se producen acaban en la basura o pudriéndose en el campo. Entre 1.200 y 2.000 millones de toneladas se desechan, según un informe del Instituto de Ingenieros Mecánicos (IME) británico. Y aún carecen de lo más esencial más de 870 millones de personas, el 12,5 % de la población del planeta, si atendemos a una información que procede de la FAO. Cuando uno lee el alto porcentaje de alimentos que se pierden en nuestras despensas, no puede menos de pensar que somos una generación de ricos inconscientes con muy escaso corazón. Hay que oír a algunos misioneros de África o de otros continentes cuando escuchan las quejas de crisis y pobreza de nuestro entorno. No digo que no haya aquí apuros que es necesario remediar con urgencia. Pero a ellos nuestra crisis y nuestras pobrezas les parecen bromas de millonarios.

No sé si tenemos perdón de Dios. Si lo tenemos será por pura misericordia. Partiendo de una recreación del salmo 22, el que se pone en labios de Jesús en la agonía del Calvario, podemos rezar por los ejecutados en la cruz del hambre. Y por nosotros y por quien pueda y quiera poner remedio.

A PESAR DE MIS GRITOS MI ORACIÓN NO TE ALCANZA


(Desde el Salmo 22)


Dios, mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?;
a pesar de mis gritos mi oración no te alcanza
.


¿Por qué me han abandonado
incluso quienes dicen ser tus hijos?
Más que hombre, soy gusano
que pisan sin mirar los poderosos
y una legión anónima de complacientes cómplices.


En ti confiaban nuestros padres,
confiaban y los ponías a salvo.


Se alza hasta ti
como un clamor el hambre de los pobres,
pero sus largos gritos no atraviesan las nubes.


Desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre
.


Me acorrala un tropel de novillos,
un cerco de leones que a mi costa
rugen y descuartizan.

Me devora en festín de dentelladas
la fiera indiferencia,
le asaltan a mi carne una jauría
de mastines humanos.


Lejos, al parecer, quedan sus dientes;
a salvo, bien distante
queda su corazón, bien tapiados sus ojos,
sordos como la muerte sus oídos.


Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme
.
Líbrame de la miseria que degrada,
de la pobreza extrema que aniquila.


Prefieren no mirar, pues si me miran,
se les revolverán en el estómago
las delicias del último banquete.


Cuando llamo a su puerta,
prefieren no mirar, ni ver sus perros
mientras me lamen de piedad las llagas.


Apiádate de mí, que hasta me barren
las migajas que caen de la mesa.


Sálvame, Señor, de las fauces del león,
salva en la noche a este pobre de las astas ciegas
de una feroz manada.


Pues se te rompe el corazón de Padre
por el pobre y hambriento
mucho antes que te grite y pida auxilio.


Te alabaré, Señor, llorando mientras muero.
Te alabaré delante de tus fieles.
Te gritaré, les gritaré llorando
que los hambrientos quedarán saciados.


Socórreme, Señor, en mi agonía.
Socórrelos. Con tus mejores hijos e hijas
cambia, Señor, la cara de esta tierra
para que hablen de ti a la generación futura
y canten tu justicia a un pueblo nuevo
que al fin ha de nacer.


(De “Salmos de ayer y hoy”, p. 57-59).
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