Pero sus gritos no atraviesan las nubes
No sé si tenemos perdón de Dios. Si lo tenemos será por pura misericordia. Partiendo de una recreación del salmo 22, el que se pone en labios de Jesús en la agonía del Calvario, podemos rezar por los ejecutados en la cruz del hambre. Y por nosotros y por quien pueda y quiera poner remedio.
A PESAR DE MIS GRITOS MI ORACIÓN NO TE ALCANZA
(Desde el Salmo 22)
Dios, mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?;
a pesar de mis gritos mi oración no te alcanza.
¿Por qué me han abandonado
incluso quienes dicen ser tus hijos?
Más que hombre, soy gusano
que pisan sin mirar los poderosos
y una legión anónima de complacientes cómplices.
En ti confiaban nuestros padres,
confiaban y los ponías a salvo.
Se alza hasta ti
como un clamor el hambre de los pobres,
pero sus largos gritos no atraviesan las nubes.
Desde el vientre materno tú eres mi Dios.
No te quedes lejos, que el peligro está cerca
y nadie me socorre.
Me acorrala un tropel de novillos,
un cerco de leones que a mi costa
rugen y descuartizan.
Me devora en festín de dentelladas
la fiera indiferencia,
le asaltan a mi carne una jauría
de mastines humanos.
Lejos, al parecer, quedan sus dientes;
a salvo, bien distante
queda su corazón, bien tapiados sus ojos,
sordos como la muerte sus oídos.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Líbrame de la miseria que degrada,
de la pobreza extrema que aniquila.
Prefieren no mirar, pues si me miran,
se les revolverán en el estómago
las delicias del último banquete.
Cuando llamo a su puerta,
prefieren no mirar, ni ver sus perros
mientras me lamen de piedad las llagas.
Apiádate de mí, que hasta me barren
las migajas que caen de la mesa.
Sálvame, Señor, de las fauces del león,
salva en la noche a este pobre de las astas ciegas
de una feroz manada.
Pues se te rompe el corazón de Padre
por el pobre y hambriento
mucho antes que te grite y pida auxilio.
Te alabaré, Señor, llorando mientras muero.
Te alabaré delante de tus fieles.
Te gritaré, les gritaré llorando
que los hambrientos quedarán saciados.
Socórreme, Señor, en mi agonía.
Socórrelos. Con tus mejores hijos e hijas
cambia, Señor, la cara de esta tierra
para que hablen de ti a la generación futura
y canten tu justicia a un pueblo nuevo
que al fin ha de nacer.
(De “Salmos de ayer y hoy”, p. 57-59).