Una institución o grupo de servicio ciudadano o partido político o banda legal se especializó en el encono, en el odio a los rivales. La saña, los insultos, los roces del insulto, la calumnia rebozada o directa, generalmente impune, eran armas, filos, estiletes, balas asesinas a la tetilla del adversario. Pero, de pronto, o tal vez de siempre, se hizo verdad la sospecha de que el odio masivo y sin norma se vuelve ciego, o nació ya sin ojos y, de pronto, o de siempre, aparecieron en el interior de la banda las pujas, las negras ambiciones, y todo el mundo pudo comprobar que la discordia y el odio empieza o termina por confundir enemigos, y aquella institución o grupo de servicio ciudadano o partido político acabó “como unos zorros” (perdón por la injuria a los astutos cánidos), en unas luchas intestinas, de tripas, de desgobierno digestivo total, de oscuros apretones con un final inacabable en el último tramo del recorrido rectal.
Así se hizo patente una vez más que el odio, que es ciego y no ve, palpa lo suficiente para transformar en exterminables enemigos a los propios hermanos.
¿Otra imagen del Reino de la Tierra? Otra imagen sin luz, o con muy escasa luz. Reconocible.
(De Parábolas para sabios sin nombre, en preparación).