La procesión de Gustavo Gutiérrez

Una vez he visto y oído a Gustavo Gutiérrez en mi vida. Hace ya muchos años. Nos daba una conferencia, con sencillez y cercanía de charla, a creyentes de mi ciudad. La recuerdo como una verdadera plática espiritual.

Recuerdo –la memoria elige- cuando se refirió a una curiosa procesión de una ciudad de su país -¿Lima, Ayacucho..?-, con una peculiaridad que se repite en algunas otras ciudades de Sudamérica. Contaba cómo contemplaba desde un balcón a aquel Cristo acompañado devotamente por la muchedumbre. Quienes lo llevaban a hombros daban dos pasos adelante y uno hacia atrás... Dos adelante y uno hacia atrás... Aquello podía durar horas y horas y convertirse en un reto a la paciencia. A juicio del teólogo peruano era toda una imagen de la Iglesia. Los parones y los pasos atrás son una prueba dura para quien se afana por llegar. Pero la procesión llega siempre a su final. No hay que perder la esperanza, decía. Una sencilla lección de este sacerdote que ingresó luego en la Orden Dominicana, que persevera en su fe y en su amor a los pobres y que ahora es recibido y abrazado por el papa Francisco.

Los inquisidores de la ortodoxia han acusado a Gustavo Gutiérrez de no sé qué desviaciones doctrinales. De su “plática” en Pamplona me queda, como recuerdo imborrable, su amor a los pobres y su apasionada defensa de los más desvalidos desde la figura de Jesús y desde el Evangelio.

¿Qué el amor verdadero a los pobres ha llevado a algún exceso?¿A cuántos excesos no ha llevado a la Iglesia, en su larga historia, el afán de poder y de complacer a los poderosos?

El próximo domingo leeremos en los templos católicos de todos los rincones del mundo unas palabras terribles de Amós dirigidas a quienes estafan a los pobres y abusan de ellos. Y leeremos también aquello de Jesús: “No podéis servir a Dios y al dinero”.¿También querrán acusar y condenar al profeta y a nuestro Maestro y Señor?

La procesión de nuestra Iglesia avanza. Se mueve a veces demasiado lenta. Que el Espíritu le dé garbo para animar su ritmo y evitar los parones y los pasos hacia atrás. Amén.
Volver arriba