No somos tontos

¿Quieres rezar? Aprovecha y reza con la sencillísima oración que este pobre diablo te ofrece. El mundo aparece a veces ante nuestros ojos como un vertedero. Los medios de comunicación se encargan de que en las noticias que lanzan abunde lo putrefacto. La gente buena, honrada, noble no es noticia. No lo es, por ejemplo, el maravilloso amor gratuito de las madres. Ni la risa y la felicidad de los niños en sus continuos descubrimientos de lo maravilloso y lo nuevo.

En estas páginas hemos abominado frecuentemente de la basura del mundo. Hoy preferimos dar gracias por la belleza y la bondad que nos sustentan. Incluso por la bondad que está dentro de nosotros.

No somos tontos. Sabemos algo, mucho, de nuestra condición limitada. La imagen bíblica habla claro del Creador y del barro que modelaron sus manos.

Nos volvemos a Él con amor. Le alabamos por haber hecho de nosotros “un pueblo de hijos”. Es también un modo de pedirle que nos eche una mano para trabajar en el barrido, en la higiene del mundo y avanzar cada día un poco más en la limpieza de nuestro propio barro.

ALABAD, SIERVOS DEL SEÑOR

(Salmo 113)


Alabad, siervos del Señor,
alabad el nombre del Señor
.


Bendito sea el nombre del Señor.
Bendito desde ahora y para siempre.


Desde que sale el sol hasta el ocaso
sea alabado el nombre del Señor.


En las horas calladas de la noche
no falte la alabanza en nuestro sueño.


En los instantes todos,
en todos los rincones de la tierra,
dentro del corazón de cada ser humano,
sea alabado el nombre del Señor.


Es el más alto en su bondad. Su gloria
se eleva en el amor sobre los pueblos
y los atrae a todos a su abrazo.


Él asciende en su gloria
más alto que los cielos.
Pero su amor se abaja hasta la tierra
para besar la frente de los hombres.


¡Y cómo, siendo nuestro Dios tan grande,
pone su corazón en lo pequeño...!


Él levanta del polvo al desvalido,
alza de la basura a los más pobres.


Los ojos se le van tras lo humildes
y derriba
de su alto pedestal a los soberbios.


Nos ama. Nos levanta más que a príncipes.
Nos hace un pueblo de hijos.


(De “Salmos de ayer y hoy”, p. 25).
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