¿Neutralidad religiosa? Monseñor Planellas: "La pretendida neutralidad religiosa en la enseñanza es el síntoma de un estado de oposición a la fe de los más difíciles de curar"
"Una comunidad cristiana de finales del siglo I tuvo que afrontar una fuerte reprimenda por parte del autor del libro del Apocalipsis, debido a su tibieza espiritual"
"Necesitamos aprender, como los cristianos de Laodicea, que existe una neutralidad imposible entre la vida y la muerte, el bien y el mal, la verdad y la mentira, la profesión pública y decidida de la fe y el callar para no incomodar u ofender"
"No se puede, honestamente, ser cristiano sin sentirse dolido por una posible educación de los hijos en la indiferencia religiosa: en la tibieza"
"No se puede, honestamente, ser cristiano sin sentirse dolido por una posible educación de los hijos en la indiferencia religiosa: en la tibieza"
| Joan Planellas arzobispo de Tarragona
Estimadas y estimados. Muchos padres, provenientes de una genuina tradición cristiana, a la hora de decidir el itinerario más coherente para la educación de los hijos e hijas en esta tradición, han optado por una especie de neutralidad religiosa. Además, conversando con ellos, acabas descubriendo que esta neutralidad se encuentra envuelta en una indiferencia que no se disimula en absoluto.
Esta pretendida neutralidad religiosa en la enseñanza es el síntoma de un estado de oposición a la fe de los más difíciles de curar. Un estado personal que el propio Nuevo Testamento refleja y juzga con mucha lucidez. Neutralidad, aquí, es equivalente a tibieza indecisa, algo que es diametralmente opuesto a Cristo, que es el testimonio fiel y decidido de la verdad.
Una comunidad cristiana de finales del siglo I tuvo que afrontar una fuerte reprimenda por parte del autor del libro del Apocalipsis, debido a su tibieza espiritual. El libro, cuando se dirige a los cristianos de la ciudad de Laodicea, les dice: «Conozco tus obras: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Pero porque eres tibio, ni frío ni caliente, estoy a punto de vomitarte de mi boca. Porque dices: “Yo soy rico, me he enriquecido, y no tengo necesidad de nada”; y no sabes que tú eres desgraciado, digno de lástima, pobre, ciego y desnudo[...]. Yo, a cuantos amo, reprendo y corrijo; ten, pues, celo y conviértete. Mira, estoy de pie a la puerta y llamo [...]. El que tenga oídos, que oiga» (Ap 3,15-22).
Aquella comunidad autosuficiente vivía completamente entregada a su crecimiento económico. Laodicea, situada en Asia Menor, era a finales del siglo I una ciudad próspera. Una ciudad, como tantas vemos hoy, llena de negocios, de pequeñas industrias y de comercios. En medio de este batiburrillo, la pequeña comunidad cristiana de la ciudad estaba siendo engullida por los asuntos temporales y la preocupación por la fe dejaba de ser una prioridad.
Evitaban toda afirmación decidida que pudiera confrontar con las ideas mayoritarias de los paganos. Mandaba el negocio. Hubiera sido el clima ideal para la enseñanza y la escuela neutra. Si en el mundo antiguo se hubiera planteado como hoy el problema de la enseñanza, nadie pensaría que los padres cristianos de Laodicea se preocupaban de la educación cristiana de sus hijos.
Necesitamos aprender, como los cristianos de Laodicea, que existe una neutralidad imposible entre la vida y la muerte, el bien y el mal, la verdad y la mentira, la profesión pública y decidida de la fe y el callar para no incomodar u ofender. No se puede, honestamente, ser cristiano sin sentirse dolido por una posible educación de los hijos en la indiferencia religiosa: en la tibieza, esto es, que nos haría ser rechazados por Dios.
El hijo o hija no nacen cristianos, como tampoco nacen con una determinada visión del mundo ya hecha y terminada. Un día habrán de decir la última palabra personalmente: aceptar o rechazar. Pero es tarea de unos padres responsables prepararles para aceptar lo que es, para ellos, la vida verdadera.
Vuestro,
† Joan Planellas i Barnosell
Arzobispo metropolitano de Tarragona y primado
Etiquetas